domingo, 31 de julio de 2011

162.- CONCLUSIÓN

No nos consta que la Fundadora haya hecho milagros en vida, pero hizo uno muy grande enseguida después de la muerte: La transmisión de su espiritualidad.

Cuando Madre Le Dieu volaba al cielo, Sor Rafaela tenía poco más de veinte años, y había vivido junto a la Fundadora solamente 18 meses. Nos parece un milagro cómo a esta edad, y en tan breve tiempo, se pueda asimilar una espiritualidad tan fuerte como la de Madre Le Dieu. Madre Rafaela vivió mucho tiempo al lado de la marquesa Serlupi, que era para ella como una madre. A la Marquesa se debe aquel trato exquisito de nobleza romana que la hija espiritual iba adquiriendo de día en día y que la hacía caminar majestuosamente como el hada de la bondad que hace amable la religión, pero el amor de esposa por Jesús Eucaristía, la ternura de madre para con los niños pobres y el espíritu de sacrificio a toda prueba eran herencia inconfundible de la Fundadora.

Cuando la Madre subió al cielo sus hijas Sor San Paul y Sor San Michel sufrieron un cambio de mentalidad, o como se diría hoy, una verdadera metanoia. Fueron como iluminadas por la luz de la santidad que brotó de la Madre, se sintieron herederas de su espiritualidad y de ésta fueron literalmente celosas.

Existe consenso unánime en afirmar que en Francia el espíritu de la Fundadora es genuino y dinámico. El mérito más grande, indudablemente, es de Sor San Paul y Sor San Michel.

Este fenómeno no se deja encuadrar en la lógica humana si se tienen en cuenta los hechos de Aulnay, pero responde perfectamente a la verdad evangélica expresada con la imagen del grano de trigo que, una vez enterrado, da lugar a la espiga: y la espiga de Madre Le Dieu es muy hermosa.

La biografía de Madre Le Dieu es la encarnación de este mensaje siempre actual: Lo que cuenta en la vida no es el éxito, sino amar y esperar.

sábado, 30 de julio de 2011

161.- Yo termino y tú comienzas

Comenzando en el mismo cuaderno y en el mismo punto donde lo dejó la mano cansada, Sor Rafaela escribe una breve pero conmovedora relación sobre la muerte de la Santa Madre: “Una fortísima bronquitis golpeó a la Madre, que después de ocho días voló al cielo.

Durante la enfermedad se mantuvo en la más absoluta resignación, intercambiando palabras edificantes con las personas que la visitaban. Hasta lograba bromear graciosamente. Con las religiosas conservaba una actitud serena. Si veía llorar a alguna decía: “¿Veis?, el Señor se divierte haciéndome sufrir; no lloréis porque estoy verdaderamente en paz”.

El día 24 el cardenal Parocchi, Vicario de Su Santidad, vino a visitar a la pobre enferma y, consolándola, le prometió proteger su Obra naciente. A lo que la Madre, respondió: “Lo creo de verdad, ya que el Cura de Ars y Pío IX están ahí y Su Eminencia será la tercera persona”.

En la habitación de la Madre estaba colocado un modesto altar con velas encendidas. Su Eminencia todavía no se había marchado cuando llegó Mons. Barbiellini, que examinó a una postulante y le dio el santo hábito religioso. Ésta se llamaba Lucía Schiavetti, en religión Sor Teresa del Carmelo.

Mientras tanto, Su Eminencia partió dejando a la Madre bastante animada. Al día siguiente, viendo que su salud empeo­raba cada vez más, avisamos a la marquesa Serlupi que, con su habitual caridad, vino enseguida a visitarla. Fue entonces cuando la pobre Madre Le Dieu le entregó el Rescripto Pontificio, poniendo bajo su protección a todas nosotras y a la Obra caritativa que estaba a punto de dejar. La devota y generosa señora no pudo rehusar y aceptó este encargo tan útil para el prójimo.

La noche precedente a la muerte, Sor María de Asís la pasó velándola.

Al amanecer del día 26 vino el Cura de Santa María Mayor, que se quedó durante varias horas. También vino el Padre Marc, confesor ordinario de la casa, quien la confesó y, viendo que estaba bien preparada, se marchó. Se quedó el señor Cura que ya le había administrado la Extremaunción el día de San Rafael Arcángel. Durante los ocho días que duró su enfermedad la Madre recibió la Santa Comunión.

La dificultad para respirar crecía cada vez más. El día 26 la buena Madre miró el reloj y dijo: “Son las ocho. Entro en agonía, orad por mí”.

El señor Cura, viéndola con plenas facultades y que se movía sin dificultad, dijo que estaba delirando, pero que no eran los últimos momentos. A las diez el Primario del Hospital de San Juan de Letrán dijo que verdaderamente estaba en agonía.

Volvió de nuevo el Padre Marc y le hizo la recomendación del alma, que ella seguía con gran devoción.

En las últimas horas de su vida le dice a la pequeña comunidad que le pedía la última bendición: “Yo perdono a todos los que me han hecho daño y perdono de corazón vuestras debilidades”. Luego, viendo a la novicia que había tomado el hábito religioso dos días antes, dijo: “Hija, yo termino y tú comienzas. Os encomiendo los niños: amadlos y cuidadlos. Yo no os abandonaré, velaré sobre vosotras.

Estad seguras que la Obra irá adelante. Todo lo que no he podido hacer por vosotras en la tierra lo haré desde el cielo. Os encomiendo la gravedad religiosa, la humildad, la sencillez, la verdad. No lloréis, yo estaré siempre con vosotras. Os doy las gracias por todo lo que habéis hecho por mí.

¿Veis cómo pasa el tiempo? ¡Oh, qué contenta me siento de morir!”. A la una perdió la vista: preguntó si el Padre Marc estaba allí; le dijimos que estaba el coadjutor: “Bien”, respondió. Durante este tiempo, repetía: “Jesús, misericordia. Dios mío, os amo con todo el corazón; quiero y declaro amaros para toda la eternidad. Dios mío, no seáis mi juez, sino mi salvador”.

A las tres y media su alma bendita expiró con el nombre de Jesús en los labios, dejando sumida en el dolor a la pequeña comunidad”.

A la edad de 75 años, 5 meses y 4 días, Madre Le Dieu, se une a la multitud celeste de la Adoración Reparadora.

Es el 26 de octubre de 1884.

viernes, 29 de julio de 2011

160.- ¡Oh Roma!, ¿qué he venido a buscar entre tus muros?

El mantenimiento de una treintena de personas requería medios bastante considerables. Para hacer frente a todo esto se contaba con la marquesa Serlupi, las subscripciones del Alcalde Torlonia y de muchas familias nobles, la colaboración del Banco de Roma, las ofertas del Papa, de los religiosos y de los familiares de Francia; ni siquiera faltaba el óbolo del pobre. El 5 de julio Madre Le Dieu escribe: “Ayer por la tarde un joven sacerdote vino a traernos la subscripción para el Protectorado de unos treinta obreros: 5 francos y 25 céntimos. El buen Dios tiene en cuenta el óbolo del pobre, aquella buena gente, privándose de un cigarro o de una copa, hace un verdadero sacrificio”.

El 20 de agosto, fiesta de San Bernardo, escribe: “Bernardo, ¿qué has venido a hacer aquí? ¡Oh soledad de Citeaux, tú has sabido lo que he dicho, atravesando muy rápidamente tus hermosas paredes y lo que quería encontrar! Yo repetiré las mismas palabras: ¡Oh Roma!, ¿qué he venido a buscar entre tus muros y qué he encontrado hasta hoy? Dios mío, mantened mi ánimo y mis fuerzas y dadme personas que me ayuden en espíritu y en verdad.

En esta situación provisoria y en esta estación del año me siento muy cansada para trabajar. Las horas, los días y los meses acumulan un pesado fardo, el de la edad, que yo todavía no percibo porque me siento mejor que años atrás.

Sin embargo, no debo abusar ni contar con un futuro demasiado largo. Me bastaría con dar a la Obra una base sólida y segura”. El 1 de septiembre anota: “Hoy es un día oscuro y nada anima a la esperanza. Pero no quiero desanimarme y deseo trabajar con todas mis fuerzas. Me siento cansada, pesada y consigo moverme con mucha fatiga”.

No obstante, el 13 de septiembre, al ver las nuevas construcciones que surgen, escribe: “Tengo miedo de que nos quiten la visibilidad. No nos hemos ido y, con la enfermedad del cólera que hay en toda la ciudad, nos veremos obligadas a quedarnos. Sin embargo, es necesario que comience a hacerme un pequeño manual de conversación para uso personal y me decida a hablar, bien o mal, el italiano ya que Dios me deja vivir aquí”.

El 20 de octubre escribe la última página del diario: “Ayer, Sor Rafaela ha ido a visitar al cardenal Vicario, el cual la ha acogido con gran deferencia y la ha animado mucho, él está muy contento de saber que estamos preparando la vestición de una postulante. La evidente benevolencia de Su Eminencia es el reconocimiento seguro de nuestra Obra. Santa Teresa dice: “La paciencia todo lo alcanza”.

Con estas palabras, Madre Le Dieu, termina su diario.

Monseñor Galliano Moncelsi anota con sutileza: “Esta expresión es el Nunc dimitis y la sabia de su laboriosa exis­tencia”.

jueves, 28 de julio de 2011

159.- Nueve de abril de 1884: día de alegría y de gloria

“Recibo un pliego sigilado del Vicariado:

A la muy Rvda. Madre Superiora General del Instituto de San José de la Adoración, calle Tasso, 46.

La primera página, escrita en italiano, contiene con gran exactitud los favores concedidos por el Rescripto del Sumo Pontífice Pío IX y mi petición actual. La segunda página, escrita en latín, es una concesión plena y sin reservas de nuestros privilegios religiosos.

Aprovechando una fiesta en casa de los Padres Bigi, el Cardenal anticipó la visita al día 16 de abril”.

Madre Le Dieu escribe: “Hemos preparado nuestra casa y a los niños. Si no se hubiera tratado de esta visita, me hubiera quedado en la cama.

Son las nueve, las diez, y el Cardenal todavía no aparece. Finalmente llega la bendita carroza; los niños se ponen en fila y saludan a Su Eminencia con un canto que no lo aturde, porque es tan dulce que parece cantado por un coro de niñas. El Cardenal, enseguida, comenzó a distribuir unas estampas. Me acerqué invitándole a entrar en el oratorio, lo que hizo devotamente, poniéndose en mi reclinatorio. Después de haber dado el visto bueno al altar, Su Eminencia ha subido unos escalones y nos ha dirigido algunas palabras sobre la caridad, luego ha querido visitar la casa.

Cuando entra en mi habitación los niños lo siguen y uno de ellos le dirige unas palabras. El Cardenal los bendice de nuevo y luego toma asiento en el único sillón. Como ya se le hacía muy tarde no habló del Cura del Ars, pero visitó el segundo apartamento. Los obispos que lo acompañaban han hablado con las hermanas; a uno le ha parecido la visita un poco larga, sin embargo, el Cardenal ha continuado y se ha interesado de todo.

Ha hablado con el P. Teobaldo y le ha dicho que le avise cuando hayamos aumentado de número, prometiendo todo su apoyo.

De nuevo nos ha bendecido a todos y a todas, me ha recomendado que vele por mi salud y luego ha llamado a la carroza.

20 de junio de 1884: probablemente esta fecha será memorable porque esta tarde la Junta deberá estudiar la petición del noble Patronato que se forma justamente hoy. El conde Campello presentará la petición en la que requiere el monasterio de San Onofrio como asilo para los niños pobres. He expresado lo que pienso a los señores Campello y Magliani y les parece bien, pero el conde ha intervenido diciendo que, indudablemente, la Junta habría rechazado la petición hecha por una extranjera..., y que era prudente que yo no apareciera en ningún sitio; que tres o cuatro señoras italianas serían suficientes en esta circunstancia y que luego me habrían hecho todas las concesiones que hubieran querido. Estando así las cosas, esta idea ha prevalecido y esta tarde yo la pongo, como toda mi vida, en manos de la Providencia de Dios, guiada por el Corazón de Jesús, cuya fiesta celebramos”.

“El miércoles por la tarde, en el palacio Campello, anota el 23 de junio, tendrá lugar la primera reunión (la marquesa Serlupi se había ido a Inglaterra).

He rogado a estas señoras que al principio fueran lo menos numerosas posibles, a todo lo más cuatro o cinco, para poder entendernos mejor. He manifestado mi deseo de conservar la dirección; tengo derecho a ser la directora”.

martes, 26 de julio de 2011

158.- ¡Cuánta bondad, Eminencia!

El 14 de marzo, viendo que el tiempo era bueno y encontrándose bastante bien de salud, fue a visitar al nuevo cardenal Parocchi, a quien el Papa le había orientado.

“Él escuchó la petición, examinó con mucha atención mis documentos, de los que tengo la copia (porque la Marquesa se ha adueñado de los originales para presentarlos o, creo yo, que por el gusto de regularizar ella misma este asunto). El Cardenal me pidió volver para una información más amplia. Con mucho gusto, Eminencia, porque nosotras queremos depender de usted, incluso en las cosas más pequeñas.

La audiencia viene interrumpida por otra visita urgente: es la marquesa Serlupi, la cual, después de unos veinte minutos, sale radiante; el Cardenal le ha dado hasta las medidas del altar que es necesario hacer enseguida; el lunes por la tarde vendrá un inspector para ver si todo está en regla; el martes o el miércoles se podrá dar la bendición; este día tendremos la primera Misa en Roma... Su Eminencia ha mirado con mucho interés la vieja fotografía de Aulnay, que yo le habría dejado si no fuera la única que tengo y que además está tan estro­peada.

–Pronto veremos así a los pequeños romanos, dijo Su Eminencia.

–Es lo que deseo. Dentro de unos días, cuando tengamos el uniforme para los niños, haremos una fotografía”.

El 19 de marzo escribe triunfalmente: “San José, ruega por nosotros. Primera Misa en la casa provisional de la calle Tasso, 46, celebrada por Mons. Gandolfo, el cual se había ofrecido después de haber donado el altar y la piedra sagrada. Así, el buen Dios se sirve de una persona, hasta ayer desconocida y que parece llena de entusiasmo. Si no fuera tan mayor podría solicitarlo como Superior, y creo que aceptaría, pero con 70 años cumplidos no se puede esperar una vida lo suficientemente larga como para que nos asista hasta que nos establezcamos definitivamente.

La Marquesa volvió ayer por la tarde y puso manos a la obra para preparar el altar, feliz de prestar su colaboración; nos ha traído un alba muy bonita y otra ropa, quizá de su capilla, con el propósito de regalárnosla.

Esta mañana la señora Francisca ha venido y ha traído dulces para todos los niños y una torta para las hermanas. Nosotros decimos: mientras tengamos, comámoslo con alegría; no hemos podido terminar todo, lo que ha sobrado es bueno para toda la semana”.

El 31 de marzo, Madre Le Dieu vuelve a visitar al cardenal Vicario: “El Cardenal está visiblemente cansado, pero se mostró muy benévolo; sabiendo que está muy ocupado, deseo hablarle sólo de una cosa: obtener como director a D. Gregorio, al menos provisionalmente.

–Con mucho gusto, Reverenda Madre, y en penitencia le ordeno que tenga la Misa todos los días, celebrada por él o bien por sus religiosos. En cuanto a usted, sírvase del favor del Santo Padre de recibir dos veces por semana la santa comunión, le haré llegar el Rescripto, mientras, hágalo por obediencia. Además, quiero ir a visitaros para hablar del Cura de Ars, del que soy una ovejita, una pequeña ovejita como usted. Hasta Pascua estoy ocupado por las celebraciones religiosas, pero el 21 de abril, a las cinco, estaré con vosotras.

–¡Cuánta bondad, Eminencia!

–Usted vendrá alguna vez, ¿verdad, hija mía? Hablaremos de sus cosas, de sus preocupaciones.

–Usted me colma de gracias, Eminencia.

–Venga, añade llevándome hacia un mueble de la sala sobre la que se encuentran varios objetos, no sé lo que hay en este paquete, pero se lo doy.

–Su Eminencia sacó una caja grande llena de dulces y de fruta escarchada y, sonriendo, me la regaló”.

lunes, 25 de julio de 2011

157.- A cada uno lo suyo

“Señor Superior, en el mes de agosto de 1879 hice un viaje al Monte San Miguel para ponerme de acuerdo con usted sobre las cuentas que todavía hoy no están definitivamente saldadas acerca de la gestión de aquella casa. Para conservar la posesión y gozar de los bienes que yo tenía que recibir ha hecho valer una letra de cambio que dejé al administrador cuando me fui al sur. Yo, de ningún modo, he rectificado tan injusto recibo. He tardado en decírselo porque siempre esperaba volverle a ver y recordarle lo que sucedió y que usted ya bien conoce. También conoce las considerables pérdidas que he tenido en el Monte San Miguel. Ya que Mons. Bravard ha retenido los fondos que debían habérseme entregado para sufragar los gastos indispensables del orfanato, he tenido que anticipar más de 20.000 francos y, como sabe, también he tenido que pedir algunos préstamos, cosa que no hubiera sido necesario si, además de las grandes sumas que habían dado para nosotros en la Abadía, me hubieran entregado el sueldo del Estado que del 15 de junio de 1866 al 15 de diciembre de 1869 sumaba ya la cantidad de 45.000 francos.

Sin pedir nada por mi trabajo (más aún dejando 1.000 francos al año de mi pensión) sólo he reclamado 20.000 francos para pagar a la señora Lacorne, la cual, tras las promesas del Obispo había depositado 12.000 francos como fianza ante el mismo administrador, quien le ha hecho perder 8.000; usted sabe que esto representaba toda su riqueza. El silencio de Mons. Bravard durante cuatro años, y luego su fuerte oposición, nos han causado la pérdida de los bienes a las dos.

Me han aconsejado ceder los derechos a una Sociedad para recuperar el dinero; esta misma sociedad, teniendo en cuenta todos los cobros, exigiría a mi administrador dicha letra de cambio. Existen pruebas evidentes de estas apropiaciones indebidas de las que usted se ha aprovechado. Para liberar a la pobre viuda de su gran miseria no me queda otra salida si no es arreglar las cosas amigablemente. Hago, por tanto, una llamada a su justicia, aún renunciando a lo que por derecho me pertenecía hace 15 años, aunque los intereses casi hayan duplicado nuestras pérdidas y vuestras ganancias. Piénselo bien ante Dios, usted y yo nos encaminamos velozmente hacia Su Tribunal que no puede ser engañado con cálculos falsos o sutiles.

Restitúyame los 20.000 francos para los que le daré facilidades de pago.

Si cediera mis derechos, como se me ha propuesto, usted tendría una culpa aún más grave. Espero que no renuncie a este acuerdo y quiera darme su confirmación positiva”.

En su diario la Madre comenta:

“Si el Padre Robert no restituye los bienes que ha adquirido injustamente, y de los que injustamente goza, pronto verá que Dios no deja impune la violación de sus mandamientos, ni los anatemas de la Iglesia. Todo lo que sufrimos desde hace tantos años la pobre Alina y yo, grita venganza ante Dios”.

A Sor San Paul le escribe una carta bastante ponderada. Las expresiones más fuertes van dirigidas al párroco Coullemont que, ciertamente, leería la carta. Como por ejemplo: “A ti hija te lo digo y tu “nuera” me entiende”.

Mi querida hija, he sabido con satisfacción que los trabajos del Protectorado de Aulnay continúan, que esperáis un centenar de niños para la apertura y que nada obstaculiza vuestro camino.

También tú estarás contenta de saber que Dios ha bendecido abundante y visiblemente mi venida a Roma; un documento oficial aprueba aquí el centro de nuestra Obra que dependerá directamente del Romano Pontífice, mediante un cardenal Protector.

Lamento no haber vuelto hace cuatro años, nuestra situación hubiera sido muy diferente para unos y para otros; pero no me remuerde la conciencia porque día a día he hecho todo lo que he podido y he creído que era voluntad de Dios.

Si yo reconozco con satisfacción lo que habéis trabajado por la Obra sosteniendo la asociación civil que habíamos formado, también vosotras debéis reconocer que, sin mis bienes, ciertamente no hubierais podido tener lo que hoy existe. Recordad que habéis venido solamente con lo puesto, una con el vestido bretón y la otra con el normando. Por tanto, no podéis negarme el derecho a una pensión proporcional a la edad y a la necesidad.

Por eso me aseguraréis una renta anual de 1.200 francos por 10 años pagables al trimestre, comenzando desde hoy, o bien una cantidad de 12.000 francos de una sola vez. En este último caso renunciaría a los derechos de la propiedad que luego vosotras podríais administrar libremente.

Sin embargo, tened presente que haciendo esto, guiadas por los intereses de la dirección que ahora seguís, vuestro futuro se limitará al lugar donde ahora os encontráis.

¡Que el Señor os bendiga! No he sido yo quien os ha puesto fuera de la sociedad de las Auxiliares Católicas, ahora reconocida ya dos veces por la autoridad infalible de la Santa Sede; habéis sido vosotras, pobres jóvenes, las que os habéis alejado y habéis despreciado las sagradas promesas hechas a Dios y que habían sido, durante tantos años, vuestra fuerza. Habéis seguido consejos muy limitados e intereses particulares.

Vosotras queréis asumir solas la gran responsabilidad de la santa vocación, pero parece que os habéis olvidado completamente de la ternura materna de la que os he dado prueba durante mucho tiempo. Os escribo con la habitual sinceridad y en la caridad de mi corazón perdono todo lo que me habéis hecho sufrir desde hace tres años. Mi querida Sor San Paul, si hubiera dependido de ti hubieras cumplido tus promesas: tú tienes un corazón noble y generoso por naturaleza. Yo rezo para que retomes las convicciones de un principio; sería para ti, créelo, motivo de alegría y honor. ¿Y quién te sucedería si la Obra dejara de caminar bajo la dirección de las Auxiliares Católicas que ahora, según mis deseos, pasarán bajo la dirección y la protección de la suprema Autoridad?

Por eso vuelve a tu madre; sé con ella un solo corazón y una sola alma. El director que ahora dirige la Obra en Aulnay, cobrando un sueldo, es capaz de llevarla adelante sólo por intereses materiales; que siga. Lo digo de nuevo y sinceramente: ¡Que el Señor os bendiga por la andadura que aparentemente mantiene la Obra!

Reflexionad, hija mía, y ved la diferencia entre estos últimos tiempos y aquellos en los que íbamos de acuerdo, en los que ordenábamos nuestra vida, comunicando y compartiendo todo: Sor San Michel de sus cosas, nosotras de lo que pasaba en casa, y yo de lo que hacía por el bien de todas”.

Como Sor San Paul mantenía un silencio de tumba, la Madre se lamentó así: “La compadezco, hija mía, porque ha perdido no sólo su afecto por mí, sino también una buena educación; se responde hasta al perro que parece cuidarla. Pero, lo repito, no es su corazón el que la obliga a actuar así. Usted sola podría entenderse perfectamente conmigo. ¡El Señor la bendiga y le inspire la justicia y la caridad en la cual la abrazo!”.

sábado, 23 de julio de 2011

156.- El corazón tiene sus razones que la mente no conoce

El corazón de la Madre no puede olvidar a las religiosas de Aulnay. Ella les escribe cartas que, desgraciadamente, no tienen respuesta. He aquí algunos párrafos:

“Queridas hijas, las almas y los corazones no se separan nunca, están indisolublemente unidos en Dios cuando su intención es recta y pura. Por tanto, considerad esta carta como la conferencia anual que yo misma debería presidir. Tendréis la ventaja, como yo, de conservarla en este escrito, mientras que las palabras se las lleva el viento.

Ante todo, en espíritu de fe, de rodillas, antes de leer, decid como yo antes de escribir: “Veni, Sancte Spiritus... Ave María”.

En la soledad que Dios me concede, con la misma sencillez que en Aulnay, actúo y espero, guiada por los consejos y por la Providencia.

Todo procede con lentitud; pero progresa en lo que se refiere a establecer el centro de la misión de las Auxiliares Católicas en Roma. Según mis deseos, encontrará pronto una casa y un cardenal Protector para ella.

La casa de Aulnay, que yo permito que siga adelante así como se encuentra, tiene que ayudarme en esto. El silencio absoluto de Sor San Paul es más que sorprendente. La idea de unirse a otra comunidad religiosa es un miserable abandono. Es mucho mejor depender de la Santa Sede que de otros; yo no quiero de ningún modo una fusión. El camino que he seguido desde hace casi veinte años, está sometido a un examen canónico. Hago mi deber, soportando con paciencia todas las pruebas de esta Obra, bendecida por los más grandes siervos de Dios.

Dios ha salido siempre en su defensa y vosotras debéis recordar lo que sucedió en Coutances, en Fréjus y en otros lugares cuando se la ha perseguido. Yo nunca quise venganza, pero, lo repito, Dios ha hecho justicia.

Mis queridas hijas, vosotras y yo no somos sino débiles instrumentos que Dios quiere para esta Obra eminentemente reparadora; continuamente se me asegura que dicha Obra está llamada a hacer mucho bien.

Creo que no soy demasiado exigente si os pido algún centenar de francos. Sé que tenéis muchas cargas, pero también tenéis que reconocer lo que os he dicho en las dos últimas cartas: ¿Qué hubierais hecho en Aulnay si hubierais ido sin mí? ¿Y en caso de rehusar, no teméis los tristes frutos de la ingratitud?”

Antes de vuestra respuesta no quiero añadir nada más.

Todos los días pido a Dios para que os ilumine, os recuerde los primeros votos y os bendiga”.

“Es necesario estar dispuestos a morir a todo, no importa cuándo y cómo. No basta sólo con decirlo o escribirlo”.

“Tengo lo que necesito para el día y unas treinta monedas en el bolsillo, mi soledad es completa como también la paz del corazón. A imitación de los misioneros siento un abandono total y nunca como ahora he practicado las virtudes teologales. Gracias, Dios mío, por la fe, la esperanza y la caridad que me concedes”.

“Aunque no lo diga, quiero que sepáis que no olvido a nadie, guardad estas cartas y, queridas hermanas, ellas serán vuestro pasaporte para el cielo”.

Sor Ana le envía alguna respuesta balsámica ya que intelectualmente es la mejor preparada. La Madre escribe a su prima María.

“Mi querida María, me apresuro a decirte que en este momento recibo una carta de Sor Ana que, por su sencillez y claridad, vale más que el oro”. Madre Le Dieu, meditando sobre las vicisitudes de Aulnay, escribe: “Quizá hubiera sido mejor no haber tenido tanta paciencia y tanta esperanza de que podría vencer la rebelión con la dulzura.

El buen Dios juzgará en última instancia, mientras yo hubiera podido reprocharme por no haber usado estos medios”.

“Es un fastidio repetir siempre las mismas cosas, pero yo me veo obligada a usar con todos el mismo lenguaje; para mí es un aburrimiento y lo hago en espíritu de penitencia. Preferiría inventar desde el principio una historia más divertida que la mía”. ¡Tantas dificultades no logran apagar el sabio humor! Es emocionante ver a esta anciana con cuánta complacencia enseña a todos la fotografía de la comunidad de Aulnay, aunque el grupo fotográfico suscite críticas. Este episodio nos demuestra su gran afecto por aquella casa: “una superiora religiosa me dice que, a su parecer, la fotografía de nuestra pequeña casa no será del agrado de todos, a nadie se le ha pasado por la mente nada parecido. Ella observa que el párroco, que es muy joven, está en medio de las religiosas. Sé que en Roma son muy susceptibles, pero, si se mira atentamente, no hay nada que recriminar, porque se trata de mujeres que han pasado los sesenta o los cuarenta. La prudencia nunca es demasiada, hablaré con el Padre Laureçot”.

Cuando su obra nació sana y fuerte en la ciudad eterna, quizá sin quererlo, en su inconsciente se tomó una revancha contándoselo a todos los que le habían hecho sufrir. Escribe al Padre Robert una carta muy dura.

viernes, 22 de julio de 2011

155.- Viento en popa

El 6 de diciembre, después de haber informado a las autoridades religiosas y civiles, también se informaría a la opinión pública: en la Voz de la Verdad sale un artículo titulado: “Haced la caridad”, en la que viene expresamente recomendada la Obra del Protectorado, se da la dirección para el envío de donativos en especie y se abre una suscripción.

El 7 de diciembre Madre Le Dieu se dirige directamente al Papa, “Beatísimo Padre, nobles e insignes personas me han solicitado fundar en Roma la Obra tan necesaria del Protectorado de San José para preparar a los niños pobres a las escuelas católicas, y con el beneplácito de las autoridades competentes he abierto un asilo con este fin y oso esperar que Su Santidad, comprendiendo el bien que está llamado a hacer, será con mucho gusto uno de los generosos suscriptores que en el futuro la ayuden. El asilo se puede mantener fácilmente con los recursos de la obra de la santa infancia, que es quizá tan necesaria en Roma como en China. Su Santidad quiera conceder su paterna bendición a este asilo y el favor de una audiencia particular para hablar de nuestra querida misión”.

El año 1884, que cerrará la carrera terrena de Madre Le Dieu, se abre bajo los mejores auspicios. El cardenal Vicario promete dar el visto bueno a todo apenas lleguen una o dos personas más. La marquesa Serlupi, como verdadera presidenta, no deja pasar ninguna ocasión para demostrar su dinamismo personal. Cuando los achaques no dejan moverse de casa a la Fundadora será ella quien pida al Cardenal el permiso para el confesor extraordinario y la comunión privada; otras veces viene a casa para traer un poco de requesón, para preguntar por la salud de Sor Rafaela o para ver dónde tenían que preparar la capilla.

La asceta normanda y la gentil mujer apostólica son dos auténticos líderes de manera que su colaboración, si no imposible, debería resultar muy difícil. Sin embargo, ellas se aceptan, se comprenden y se aman, seguras de realizar un proyecto querido de lo alto. La Marquesa enseguida descubre en ella la santidad más genuina; y la Fundadora, al lado de aquella gentil mujer, elegante y cortés, siente el calor de la caridad de Cristo.

Sus limitaciones, ciertamente, se notan, pero se superan sonriendo como en este caso: “La Marquesa, escribe Madre Le Dieu, ha rehecho a su modo la petición que yo he escrito y no me ha dado el tiempo suficiente de leerla de nuevo antes de firmarla, cosa que no he podido rechazar, no obstante mi costumbre de enterarme bien de las peticiones oficiales y de guardarlas tal cual para que en el futuro no surjan dudas; temía que la Marquesa creyera que yo desconfiaba de ella, siempre tan cercana y bien dispuesta con nosotras.

Pero ahora ya está hecho y encomendado a Dios como todo lo demás; idea inglesa, género italiano, firmado por una francesa: el documento debe ser verdaderamente original”.

El día 1 de febrero se dio una cierta solemnidad a la vestición de Cesira Corradi. Para preparar la fiesta se pusieron de acuerdo los amigos. “El Padre Teobaldo llevó el ritual, el Superior de los Padres Bigi llevó el crucifijo, las velas y el incienso. Vino el Padre Alessio, pero no sé por qué; la princesa Orsini fue representada por la institutriz, y vino también la familia de una hermana de Cesira, cuya llegada ya esperábamos. La ceremonia fue muy sencilla. Luego se ofreció un poco de café que llevó el Padre Janvier”.

El 15 de febrero la Fundadora se fue al Vaticano para la audiencia pontificia. El médico, preocupado por su estado de salud, le dio permiso siempre que el viaje se hiciera en carroza cerrada y con todas las cautelas. Pero, desgraciadamente, las prescripciones médicas quedaron en letra muerta porque no se encontró una carroza cerrada. Después de dos horas de espera, otra sorpresa: le anuncian la audiencia general en lugar de la audiencia particular; “¡qué golpe!”, escribe Madre Le Dieu. Sin embargo cuando el Papa, pálido como su propio vestido, se le está acercando, ella se anima: –Beatísimo Padre, le doy las gracias por haber reconocido esta obra de la santa infancia en Roma, pero yo necesito abrirle el corazón y no puedo hacerlo delante de todos estos testigos.

–Espere a que vuelva, dijo el Sumo Pontífice.

Después de recorrer la sala y bendecir a los presentes y sus objetos con mucha bondad, pasó a otra sala.

Todos salen, excepto Sor San Joseph y yo. Poco después el Santo Padre vuelve, se acerca a nosotras, pregunta nuestro nombre y se lo hace repetir, porque Mons. Macchi se esforzaba diciendo: “Auxiliadoras, y yo “Auxiliares”.

Pero quedamos en silencio y nosotras nos inclinamos cuando Su Santidad nos dice en un buen francés:

–Para abrir una casa en Roma hay que oír al cardenal Vicario; el cardenal Vicario me hablará.

–Bien, Beatísimo Padre, mis hermanas y yo deseamos recibir la Santa Comunión de sus manos cuando sea posible.

–De acuerdo, respondió el Papa, y nos dejó besarle las manos y el pie.

El 28 de febrero tuvo la confirmación para adquirir la casa contigua que permitía disponer de un oratorio y admitir el doble del personal, tanto para los niños como para las religiosas.

Junto con la casa también la suscripción: “Tenemos ya dos suscripciones de pequeña cantidad, una de 25 céntimos durante seis meses y la otra de una lira durante un año. He aquí 25 monedas que nos garantizan casi cuatro kilos de pan. Todavía algún mes más y la Obra estará asegurada”.

jueves, 21 de julio de 2011

154.- El Padre Ludovico de Casoria toca las palmas

En aquel tiempo Madre Le Dieu tuvo un encuentro con el siervo de Dios P. Ludovico de Casoria, el cual le hizo revivir la alegría que probó al dialogar con el Cura de Ars. Era el fundador de los Padres Bigi, conocido en toda Europa. Este santo franciscano había nacido a pocos kilómetros del Vesubio y él mismo era un volcán de proyectos apostólicos, todos ellos geniales, originales y aventurados. Entre otras obras había fundado en Nápoles dos casas de educación para los negritos, es decir para niños africanos. Él solía decir: “África debe ser evangelizada por los africanos”, por eso sacaba del continente negro niños y niñas y los traía a Italia, donde les daba una educación cristiana y les enseñaba un oficio o una profesión. Cuando llegaban a la edad adecuada favorecía los matrimonios entre aquellos jóvenes. De este modo mandaba a África jóvenes familias cristianas, llenas de entusiasmo y bien preparadas para el trabajo.

Padre Ludovico era un hombre de carácter simpático y franciscano feliz, poseía en sumo grado el arte de tocar las palmas. Cuando oyó hablar a sus religiosos de la Fundadora francesa, santa pero desafortunada, quiso conocerla para animarla y si fuera posible ayudarla. Madre Le Dieu tuvo miedo de que aquel franciscano, que habiendo dado vida a tantas obras como la suya, no la viera con buenos ojos. Sin embargo, aquel rostro sonriente y aquella actitud tan cordial la tranquilizaron pronto. Ella escribe en su diario:

“El buen Padre Ludovico se comportó como un santo. Nos dijo: “Todas las almas tienen derecho a disfrutar del sol”. Nos prometió que habría protegido nuestra Obra como un jardinero cuida un pequeño arbusto que brota al lado de un gran árbol, con la confianza de que también nosotras produciríamos buenos frutos.

Nos ha animado a confiar mucho en la Providencia, pero, al mismo tiempo, nos ha rogado que aceptemos los niños en proporción a nuestras fuerzas. Nos ha asegurado que él admitirá con mucho gusto a los chicos que hayan llegado a la edad que a nosotras no se nos permitirá tener. De todas formas, nos ayudará, porque él tiene muy buena relación con las autoridades, tanto civiles como religiosas”.

miércoles, 20 de julio de 2011

153.- Niños, flores y pelota pinchada

Dios, para confortar a la humanidad en sus dolores, le ha dado estrellas, niños y flores. Esta anciana poeta, que vive la poesía de la caridad, admira en los ojos de los niños las estrellas de Dios y los prepara como flores para Jesús Eucaristía.

¡Cuánta riqueza en aquella pobreza, mientras el atardecer de su vida se viste de fuego!

“Nuestros niños, anota en su diario, cantan y pasan tranquilamente sus días; charlan sin parar y sólo se callan cuando se les separa; entonces se divierten, sin enfadarse, cada uno en su sitio. Me acerqué a verlos al huerto donde la hermana los había dejado solos; habían recogido las flores caídas de un granado, pero habían dejado los albaricoques esparcidos por el suelo porque se les había prohibido cogerlos. Sin embargo, para ellos es una tentación y los primeros días no se resistían y cogían alguno. ¡Dios mío, fórmalos Tú para que puedan llegar a ser capataces y más tarde directores!

Con poca cosa hago divertir a los niños, que siempre están dispuestos a obedecer y a comprender. Pero, ¡Dios mío, necesitamos pan para alimentarlos, un techo para alojarlos y corazones que favorezcan y lleven adelante el bien que nosotras estamos haciendo!”.

La Fundadora es madre de los niños y de las religiosas. “Nuestra querida hermana, todos los días, tiene que realizar trabajos que me dan miedo. Ella se deja llevar mucho más por el entusiasmo que por la razón; me veo obligada a dejarla un poco más libre para que pueda multiplicarse en algunas cosas porque yo me encuentro en las mismas condiciones”.

He aquí una acuarela que el artista pinta con ter­nura:

“Sor San Joseph está en el huerto y cava hasta no más, los niños quitan la hierba y se divierten mucho. Esperamos que no cojan enfermedades en medio de la tierra removida”.

Muy alegre llega la hermana agua y corre de arriba abajo por la casa. “He tenido que descansar, pero sin poder dormir a causa del ruido de los obreros. Cuando me levanté, la religiosa me dio un vaso de agua que finalmente ya tenemos en casa, corre por el jardín, va a la fuente y también a la terraza. ¡Bendito sea el Señor! Que el agua, símbolo de la gracia, no sea inútil, sino que sirva a la existencia y a los cuidados necesarios para los primeros hijos del Santo Arcángel”.

Sólo quien sabe por experiencia lo estresante que es a cierta edad cuidar, guiar y asistir a los niños, puede valorar este testimonio de la anciana educadora.

“Me mantengo fuerte y renuncio al descanso, del que sin embargo siento gran necesidad, dejando descansar a la hermana mientras yo cuido a los niños, que crecen verdaderamente tan rápido como las setas.

A un pequeño movimiento que hago me lleno toda de sudor, las venas da miedo verlas porque las manos se me inflaman enormemente”.

“En lugar de descansar, como me había propuesto, he estado jugando con un niño que se quedó solo; hemos corrido detrás de una pelota pinchada y una naranja seca”.

¡Cuánta riqueza pedagógica en aquellos pobres juguetes!

“22 de mayo de 1882. Todavía ocupada por el deber de la asistencia de los niños y llena de cansancio, veré pasar este día como los otros. ¿Dónde encontraré ayuda y apoyo? ¿Dónde terminaré este año?, grandes preguntas que no puedo contestar. No puedo y no debo vivir sino en el completo abandono. Mucha gente dice: “¡es una palabra!”. Los santos han dicho: “es la verdad”. Los niños, sin embargo, nos exigen un sin fin de sacrificios, pero a cambio nos dan mucha alegría”. El 22 de octubre escribe: “Después de comer, viendo a los dos niños mayores en coloquio íntimo, me he informado del objeto del diálogo. Y con la sencillez que les caracteriza me han dicho que, impresionados por la explicación del catecismo sobre la creación del hombre, han pensado también ellos hacer un niño de barro y animarlo con su soplo. “Pero vosotros sólo sois dos, les ha dicho la religiosa, se necesitan tres y mucho más fuertes que voso­tros”. La hermana, riendo con todo el corazón, vino a hacernos reír contándonos la importante conversación de los niños”.

Y he aquí una joya pedagógica. “Los niños se acercan con aire compungido a pedir perdón; sencillamente han aprovechado la ausencia momentánea de la religiosa para saltar sobre las camas. La hermana me ha dicho: eran tan graciosos que me he divertido un poco mirándoles; luego he tenido que castigarlos”.

Madre Le Dieu comenta: “La religiosa que abandona su puesto es más culpable que los niños, cuya naturaleza tiene necesidad de divertirse de cualquier forma. Se les inculca a que pidan perdón no porque sean culpables, sino para que se acostumbren. ¡Santos Ángeles, educad sus corazones en la fe!”. La Fundadora quiere la fe exquisitamente pura, no contaminada por la superstición que ella ridiculiza: “He pasado casi toda la noche sin dormir, por eso he oído los cantos y los gritos que ordinariamente se hacen en Roma en la fiesta de San Juan, durante la cual una gran parte del pueblo se deja llevar por las supersticiones más ridículas. Las mujeres, en esta noche, no dejan de poner una escoba detrás de la puerta de la entrada de sus casas, para oír el paso de las brujas que galopan durante toda la noche y despiertan a la gente tirando la escoba. Verdaderamente es muy extraño que puedan creerse y contar como real todo esto en el siglo XVIII. En la noche de Navidad los buenos montañeses descienden a venerar a Santa Anastasia, a quien consideran la comadrona de la Santísima Virgen.

Algunas mujeres ayunan tres días y tres noches, sin comer ni beber ni siquiera una gota de agua, para ver pasar a caballo a Herodías y a su hija, las cuales se acusan mutuamente de haber causado la muerte de San Juan Bautista. Estas buenas mujeres aseguran haberlas visto y oído de manera muy clara. Sólo se puede pensar que algún bromista, disfrazado para acreditar estas tonterías, se ponga a galopar para luego reírse a carcajadas. Es difícil recordar todas las locuras divulgadas, con toda seriedad, en medio del pueblo, de generación en generación. Nosotras intentaremos educar diversamente la inteligencia de los pequeños que la Providencia quiera confiarnos”.

lunes, 18 de julio de 2011

152.- A la luz de su estrella

El inspector del asilo de las Termes dijo: “He oído hablar de la Obra; una señora me ha hecho notar que no es muy prudente confiar los niños a personas extranjeras que están empezando ahora su trabajo. Sus enseñanzas no están reconocidas por las autoridades. Me gustaría saber, añade, lo que piensa el cardenal Vicario”.

El 7 de octubre la superiora de las Religiosas de la Consolación vio al Cardenal, el cual le dijo sin dudar: “Conozco y estimo a estas religiosas y tengo una particular veneración por la perseverancia de su Fundadora. No tienen medios, pero las dejo libres con su confianza en la Providencia. Si alguien quisiera ayudarlas, yo estaré contento”.

“Dios mío, anota Madre Le Dieu, ¡qué gracia tan grande la disposición del Cardenal!”. La superiora de la Consolación, sin perder tiempo, corre al Ayuntamiento para hacer esta declaración y encarga al primer asesor que la transmita al inspector del asilo de las Termes. La Fundadora observa: “Me parece bien que el Santo Padre haya animado al Cardenal y le haya hecho comprender que la obra de la santa infancia se puede realizar aquí como en otro lugar”.

El nuevo viento que sopla sobre la Urbe no consigue todavía barrer la miseria. El 16 de octubre, a una hora inoportuna, Madre Le Dieu recibió un aviso por correo. “Como una verdadera pobrecilla, dice en el diario, me puse a calcular la suma para pagar las deudas más urgentes y, con la sencilla alegría de la famosa lechera, veía que tenía asegurada la comida y el alojamiento hasta finales de año. Me acerqué a pie hasta la plaza de San Silvestre.

A la luz de mi estrella tuve que reconocer que tenía cien liras en lugar de las 354. ¡Qué decepción, vaya cálcu­lo! Sólo comida y alojamiento; del resto se tendrá que encargar la Providencia. ¡Providencia de Dios no nos abandones!”.

Madre Le Dieu hace esta clara presentación de la obra recién nacida, para el cardenal Vicario que anteriormente se lo había solicitado: “El instituto de la Religiosas de San José, Auxiliares Católicas, autorizado por el Sumo Pontífice León XIII para poner el centro de su misión en Roma bajo la dirección y protección inmediata de la Santa Sede, se dedica de manera especial a la importantísima obra de la educación de los niños pobres. Además de la obra de la casa cuna y del asilo de los niños, tan necesarias para las madres de familia, admite en el Protectorado a los niños completamente abandonados, donde reciben todos los cuidados necesarios; la formación se les dará según las aptitudes y posibilidades de cada uno. Cuando alcancen la mayoría de edad dejarán el Protectorado y se les entregará una dote proporcionada a su trabajo y a su buena conducta. El instituto también ayuda a los alumnos a integrarse en la sociedad.

El fin de la Obra es el de acoger al mayor número posible de niños abandonados, sin distinción de religión o de patria”.

sábado, 16 de julio de 2011

151.- Un día feliz entre tantos

El 18 de mayo de 1883 la marquesa Serlupi, habiendo escuchado al director Viti, aconseja comprar al menos cinco camas y no aplazar la Obra.

“Bien, responde Madre Le Dieu, pero tenemos que estar seguras de que podemos quedarnos en S. Esteban para no tener que oír que hemos fracasado por segunda vez, como en la calle de las Mantellate”.

El 20 de mayo visitó al Card. Vicario, que la recibió con un aire un tanto altivo, pero poco a poco adquirió una mayor benevolencia y confirmó su disposición para aprobar la Obra, de la que comprendía la necesidad, siempre que se encontrara un director que fuera sacerdote.

Le hablé de los obstáculos encontrados en la calle de las Mantellate, de la casa de S. Esteban Rotondo, del patronato de mujeres que se estaba formando y de las ayudas que esperábamos. Su Eminencia bendice todo y promete bendecir nuestros niños que le presentaremos cuanto antes, y de los que, una vez más, pregunta la edad.

No hace ninguna observación sobre el nuevo artículo que hemos preparado y aprueba verbalmente todo.

–Es el Santo Padre –dice al Cardenal despidiéndola afablemente– el que pide garantías para las congregaciones que desean establecerse en Roma.

–Es más que justo, Eminencia, y nosotras nos alegramos de podérselas ofrecer, dependiendo completamente de usted y actuando junto al patronato que se está formando para nuestra querida misión.

El 18 de junio, encontrándose en Francia, escribe: “Ahora tenemos algo más que una simple promesa... El alcalde, junto a muchos miembros del consejo municipal, ha aprobado la Obra.

Estamos buscando una casa mientras se está formando un patronato para sostener la Obra. Los principales párrocos de la ciudad se encargan de la dirección religiosa.

Habríamos comenzado ya en el lugar donde nos encontramos si éste no estuviera dentro de la zona destinada a edificar un cuartel militar. Dentro de algunas semanas nos ocuparemos del nuevo domicilio y difundiremos el programa impreso en italiano, en inglés y en otras lenguas, para dar a conocer esta obra de la santa infancia, tan necesaria aquí como en China.

Cuando esta obra esté funcionando diré con mucho gusto el Nunc dimitis, porque confieso que me siento poco apegada a esta tierra, pero como se necesitan brazos para trabajar me quedo en mi sitio, como San Martín, hasta que Dios quiera”.

En una carta a la marquesa Serlupi, dice: “En la calle Merulana, nº 90, se encuentran todas las indicaciones necesarias sobre la construcción del nuevo cuartel, pero después de una visita hecha al lugar, la casa que nos parece más conveniente para el presente y para el futuro es la de la calle Tasso, nº 46, que quedará libre cuando los Padres Bigi dejen la que están ocupando.

Los Padres Bigi parecen contentos de tenernos como vecinas y prometen ayudarnos”.

Por fin, el 18 de julio, puede anotar muy feliz: “Finalmente nos hemos trasladado sin demasiadas fatigas a una casita casi en medio del campo (calle Tasso) y, gracias a Dios, estamos menos solas que en San Esteban. El ecónomo de los Padres Redentoristas se encarga de los gastos del traslado. Y ¿las condiciones de la casa? Espero al ingeniero y al encargado para arreglar lo más indispensable, es decir, hacer que se cierren sólidamente puertas y ventanas, preparar las habitaciones para los niños y para nosotras, sin esto la casa sería inhabitable; rehabilitar una terraza para secar la ropa. El suplicio de la espera comienza de nuevo aquí; no podemos dejar la casa en estas condiciones, es necesario cambiar las cerraduras que no cierran.

Confieso que no me imaginaba que estuviera tan mal, bonita por fuera, pero muy distinta por dentro, de haberlo sabido hubiera esperado antes de hacer un contrato en plena regla”.

Sin embargo, el 15 de julio se hizo un contrato de alquiler por un año y fue pagado un bimestre anticipado por 110 liras. Los Padres Pasionistas mandaron un cáliz con la patena, un misal, un alba, dos casullas completas una blanca y una roja, y unos manteles para el altar.

El 2 de agosto escribe: “Un día feliz entre tantos. Debo resaltar el insigne favor celestial de la bendición de nuestra casita impartida por la autoridad competente; el párroco de San Juan de Letrán ha venido antes de las siete con su clero”.

Recordamos los hechos con las palabras de la Fundadora: “El 4 de agosto de 1883 dos carrozas se paran ante la puerta; de una baja Sor Carolina, superiora del asilo de las Zoccolette, y una señora con el niño que ella nos había prometido, en la otra los familiares, el tío y la tía. Sor Carolina deja un pequeño paquete y una moneda de 50 liras, pero ningún certificado; si no hubiera venido ella en persona no habría aceptado al niño porque estando él sólo nos daría más trabajo. Por otra parte (raro solus, nunquam duo, semper tres), es decir, raramente uno sólo, nunca dos, siempre tres. He aquí la Obra comenzada de nuevo para los niños. Sor San Joseph entra corriendo, diciendo que en casa del párroco ha encontrado otro niño preparado para venir, es Carlo Paolini, al cual no ha podido decir que no: ¿en qué condiciones? La postulante (Sor Rafaela) ofrece su jergón; por suerte hay dos camitas que trajeron ayer y podemos usarlas aunque estén incompletas.

Jesús y María, ayudadnos a cuidar de estos dos niños; que no pierdan su inocencia.

El 14 de agosto de 1883 es un día todavía más memorable. He escrito al cardenal Vicario: “Eminencia, los Padres Pasionistas, que nos dirigen, nos ayudarán con mucho gusto en el servicio religioso si Su Eminencia nos permite gozar, en nuestro oratorio, de los privilegios concedidos a nuestro Instituto en cualquier lugar y siempre, por el Rescripto del Santo Padre Pío_IX, es decir, la Misa, el Santísimo, la bendición con la Píxide y la indulgencia plenaria cotidiana para los vivos y los difuntos. Por tanto, suplicamos humildemente a Su Eminencia que conceda esta gracia a nuestra Obra Reparadora ya bendecida”.

El secretario del párroco de San Juan firmó la súplica y Madre Le Dieu fue al Vaticano para encontrarse con el cardenal Vicario.

“Cuando me acerco presentándole a los dos niños, el Cardenal sonríe y los acaricia diciendo:

–¿Cómo me trae a estos niños?

–Eminencia, para que reciban su bendición. Ya se lo había dicho anteriormente a Su Eminencia y mantengo la palabra; son los primeros que ha mandado la Provi­dencia.

El Cardenal nos manda sentar con una benevolencia nunca vista. Le explico lo que quiero que él conozca bien y le presento la súplica que esta vez lee despacio y con atención.

–Mandaré a visitar la casa, dijo con aire cada vez más alegre.

–Cuanto antes mejor, Eminencia. El Cardenal acarició a los niños y los bendijo con una gran cordialidad y con el rostro tan contento y afable que me quedé sorprendida.

Mons. Fausti, que en el Vicariado había demostrado siempre una gran desconfianza hacia nosotras, se presentó como visitador. Pidió ver el Rescripto del Santo Padre y le di la copia compulsada por la Nunciatura de París; visitó con gran interés todos los rincones del pequeño domicilio. Yo misma le acompañé a ver al Padre Alessio para asegurarle que podríamos tener la Misa con mucha frecuencia. Pareció interesarse de todo. Sólo observó:

–Pienso que para tener el Santísimo deberíais ser tres o cuatro, mejor cuatro.

–Bien, ahora somos tres y pronto seremos más.

–Entonces tendréis la Misa.

–Nosotras deseamos todos los demás privilegios que son nuestros tesoros y nuestra fuerza.

–Os daré la respuesta.

–Iremos nosotras a por ella sin que usted se mo­leste”.

El día 1 de septiembre, Madre Le Dieu fue a ver al cardenal Vicario, ¡cómo había cambiado desde la última vez!

“Los privilegios del Rescripto, dice, se refieren a los obispos y en Roma no hay obispo. Hablaré con el Santo Padre, puede que tenga otra idea donde fundamentarse, es decir, dinero seguro para el presente; la Providencia no parece suficiente para usted como tampoco para los demás”.

Dios es dueño de los corazones a los que inspira y cambia como quiere. Iré adelante hasta que pueda y, mientras tanto, mandaré a Viti la carta siguiente:

“Le ruego fijar el día y la hora en que podamos vernos, me alegro de saber que la petición que he hecho al Ayuntamiento en nombre de la humanidad, está en sus manos y, para venir a su encuentro, es necesario que nos entendamos perfectamente en lo que me sea posible”.

El 8 de septiembre, volviendo a casa después de una de las habituales correrías, se detuvo en las Religiosas de la Consolación; la superiora le dijo que el inspector del asilo de las Termes, que había ido a verla algunos días antes, le había rogado que acogiera a los niños que dependían de él. Ella le respondió que no podía contentarlo y le indicó la casa de Madre Le Dieu.

viernes, 15 de julio de 2011

150.- Rafaela: medicina de Dios

Todo se había desarrollado tan bien que Madre Le Dieu anota: “Estoy tan poco acostumbrada al buen éxito que desde hace tres o cuatro días tengo la impresión de estar soñando”. De hecho todo parece marchar sobre ruedas: el director del asilo de las Termas, Antonio Viti, promete todos los chicos que ellas quieran; las suscripciones están apoyadas por el mismo alcalde, el príncipe Torlonia y por la aristocracia romana.

Son muchas también las aspirantes que se presentan solas o recomendadas por otras comunidades religiosas. En el mes de febrero, Madre Le Dieu se había dirigido, como hacía a menudo, a las religiosas del Perpetuo Socorro en busca de vocaciones. Entre las novicias se encontraba Tarsilla Morichelli di Frascati. Esta joven, a sus 20 años, poseía una belleza encantadora que le daba un cierto tono sagrado. Al verla, todos exclamaban: ¡Qué bella es! Muchos afirmaban: ¡Qué buena es! La joven, apenas vio a la anciana asceta, se sintió irresistiblemente atraída por ella. Así brotó una flor del tronco vigoroso de la vieja planta.

En el diario de la Madre se leen estas frases en relación a la joven postulante: “Dos religiosas del Perpetuo Socorro nos esperaban desde hacía más de una hora. Por lo que nos han dicho se trata de una persona que parece ser muy apta para nuestra Obra bajo muchos aspectos. Nuestra situación no la asusta en absoluto.

Mis días están tejidos de fatigas, éstas acabarían si tuviera una buena ayuda. ¡Dios mío, fortalece la piedra que se nos ha ofrecido y haz que sea un sólido pilar!

Sor San Joseph ha pensado muy bien sobre las funciones que la postulante podría realizar con nosotras. Le parece que la joven debería ser asistente, su educación la hace capaz de realizar este oficio, como también el de secretaria, para ayudarme y acompañarme si fuera necesario.

Por lo que me han comunicado, y por cuanto ella misma dice, parece que el Señor la llame a nuestra Obra.

La Providencia deberá pensar que seremos tres en lugar de dos”.

Miércoles, 11 de abril de 1883, Tarsilla Morichelli hizo su ingreso.

“Todo hace pensar que la Providencia guíe el asunto. La joven trae como dote sus deseos y la recomendación de las religiosas que la quieren y la forman desde hace dos años. Ella no sabe quién la empuja a emitir los votos que le han sido propuestos, y tampoco se explica el atractivo que la conduce hacia nosotras, sino el de nuestro nombre que es el de San José. Ella ha rezado mucho a este gran santo en una novena hecha en su honor para que la convierta en su hija en la fiesta de su Patrocinio. Sólo tiene que cambiar el velo para parecer una de nosotras; le propongo el de las postulantes, pero ante su mirada sencilla y fervorosa, y por muchas otras razones que no tengo tiempo de explicar, le pongo una cofia y un velo de nuestras hermanas y así ella entra como un niño que sólo cambia su nodriza, con una calma y una paz que no pueden venir sino de Dios, de otro modo sería una hábil comedianta. A esta primera vocación romana quería darle como protector a San Pablo de la Cruz, dada la coincidencia de su fiesta. Sin elegir ningún nombre ella había mantenido con gusto el que llevaba del noviciado anterior. Me ha manifestado que había pedido el nombre de María de la Cruz y que el Superior le había dicho: “No le daré este nombre porque la cargaría de cruces para toda la vida”.

“Bien, le dice Madre Le Dieu, se llamará María Rafaela de la Cruz para los actos oficiales, mientras en la vida ordinaria se llamará sencillamente con el bonito nombre de Rafaela que quiere decir Medicina de Dios”.

De Madre Le Dieu, que ha acumulado tantas y tan amargas desilusiones, no se puede esperar un juicio más halagüeño. Cuando pide garantías para la postulante, todavía menor de edad, la Fundadora se siente responder: “Su madre está dispuesta a aceptarla de nuevo si ella no se queda con vosotras; pero el arcipreste de Frascati responde que su madre hará todo lo que él quiera y que la joven está felicísima de venir con nosotras... ¡Dios mío, venid Vos mismo, ya que seremos tres!”.

En el diario se lee: “Sor Rafaela se prepara a sus primeros votos con sabias y generosas decisiones. Pienso que Dios la reserve muchas cruces. Ella transcribe las Reglas en italiano. Ya está escribiendo el Reglamento general. Espero que todo vaya bien con la gracia de Dios”.

El 2 de junio de 1883, en una celebración íntima y sencilla, fue bendecido el crucifijo, y la joven Morichelli, después de emitir los votos, tomó el nombre de Sor Rafaela para siempre.

La vena poética de la Fundadora suelta el canto del cisne:

“La humilde hija pasó el umbral del lugar santo

y su mirada, que brillaba, se abajó ante Dios

arrodillada en la piedra, la cabeza inclinada,

juntas en fervor las cándidas manos, oró largamente.

La boca estaba cerrada pero el corazón

y el alma invocaban al Señor.

Humilde era su indumento, humilde su deseo, muda su oración, casto el suspiro.

Ella oró largamente, inmóvil, extasiada,

teniendo en olvido todos los bienes de esta vida.

El éxtasis, en el que sumía su alma recogida

no le decía sino un Nombre, a quien la mente

era orientada:

Virgen Santa, de una oración fervorosa hazme don,

yo soy bien pobre, mi alma bien desnuda;

tengo hambre del Pan del cielo, tengo sed de Santo Amor.

Jesús quiere ser amado por quien no lo ama.

¿Quién no os amaría, Belleza siempre antigua

y siempre nueva?

Es la llama que no puede morir.

Pueda ella arder en mi alma ferviente

y su casta luz no se apague jamás.

En el día del Esposo, mi lámpara esté ardiendo

para que a la primera llamada yo responda:

¡heme aquí, presente!”

Si estas expresiones poéticas no fueran sinceras podríamos volver en contra de la poetisa su misma observación: sería la más hábil comedianta. Un juicio semejante referido a aquella anciana normanda, que ya tiene un pie en la tumba, sería absurdo. Estos versos, aunque no lleguen a ser una gran poesía, están cargados de mucha sinceridad. Aquella flor humana que abría la corola para dar a Jesús el perfume virginal le hacía revivir su primera donación y le ofrecía una primicia de la futura Obra.

Sor Rafaela, a la sombra de la Fundadora, seguía en el camino de la perfección. Los niños la querían, los adultos la admiraban, la marquesa Serlupi la cuidaba como a una hija.