viernes, 1 de julio de 2011

146.- Mis religiosas no son criadas, sino madres

El día 8 de mayo de 1882 se presentó el señor Silenzi que venía de parte del cardenal Vicario. El sábado escribe Madre Le Dieu: “Su Eminencia ha hablado de nosotras al Santo Padre. Su Santidad le ha dicho: “Trate el asunto con prudencia”. Es justamente lo que quiero y lo que pido desde hace mucho tiempo; tratarlo con la prudencia que se merece. Esto no supone un rechazo; si el Papa hubiera dicho: no se hable más, basta de obras o instituciones nuevas, yo hubiera desistido y todo hubiera acabado en Roma, al menos por ahora.

El Cardenal, aunque estaba muy prevenido contra nosotras (me dicen), ha encargado al señor Silenzi que se informe sobre la casa, los recursos, el personal y la edad de los niños.

–Reverenda Madre, tengo que responder obligadamente a estas peticiones. El Cardenal ha dicho que si se obtiene el permiso para comenzar, deberá tener a los niños sólo hasta los 7 años, como se hace en los asilos.

En aquellas condiciones tan precarias, cualquier persona se hubiera esforzado por acoger con la mayor cortesía a aquel señor en cuyas manos estaba ahora la suerte de la Obra recién nacida, que entonces emitía su primer llanto en Roma. Sin embargo, nuestra amable mujer normanda habla de igual a igual y no acepta condiciones ni siquiera del cardenal Vicario. Su proyecto es claro como la luz y no tolera modificaciones de ninguna clase: sus religiosas son madres y no criadas. La respuesta suena solemne y decisiva; se diría que fue dictada por un cardenal para un colega: ¡no está mal!

“Le diré claramente, señor, que si Su Eminencia es de este parecer no tendremos ninguna prisa por comenzar. El Protectorado no es un simple asilo, sino un internado muy serio donde los niños deben quedarse hasta los 11 ó 12 años. Por otra parte, no habría ninguna esperanza de formarlos integralmente con los principios que queremos inculcarles, porque, de este modo, nos reduciríamos a criadas; y alimentarlos sólo materialmente no es nuestro objetivo”.

Pero ha llegado la hora de Dios y ya nadie impedirá que se lleve a cabo este evento. El señor Silenzi respondió sumiso como un cordero.

–Tiene razón, Madre; yo también pienso así; hablaré con el Cardenal.

Referente al personal sólo cuento con la señorita Rossi; ella, con la ayuda de Dios, traerá a otras personas. Nuestros medios, lo repito de nuevo, son los de las Pequeñas Hermanas de los Pobres, que valen mucho. Claro que sería muy bueno que un benefactor rico asegurara la parte económica. Nos han hecho buenas promesas, pero nosotras confiamos en el Señor y en nuestro trabajo, como hicimos en París. Si tenemos pocos medios tendremos menos posibilidades de hacer el bien, por mi parte no tengo más que añadir.

–Bien, diré al Cardenal que la casa está preparada para comenzar, que es palpable el orden necesario para hacer bien el trabajo. Haré todo lo posible para obtener una respuesta favorable. Pero le confieso que le he encontrado muy reticente y, si no hubiera sido por la palabra del Papa, se hubiera negado”.

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