miércoles, 20 de julio de 2011

153.- Niños, flores y pelota pinchada

Dios, para confortar a la humanidad en sus dolores, le ha dado estrellas, niños y flores. Esta anciana poeta, que vive la poesía de la caridad, admira en los ojos de los niños las estrellas de Dios y los prepara como flores para Jesús Eucaristía.

¡Cuánta riqueza en aquella pobreza, mientras el atardecer de su vida se viste de fuego!

“Nuestros niños, anota en su diario, cantan y pasan tranquilamente sus días; charlan sin parar y sólo se callan cuando se les separa; entonces se divierten, sin enfadarse, cada uno en su sitio. Me acerqué a verlos al huerto donde la hermana los había dejado solos; habían recogido las flores caídas de un granado, pero habían dejado los albaricoques esparcidos por el suelo porque se les había prohibido cogerlos. Sin embargo, para ellos es una tentación y los primeros días no se resistían y cogían alguno. ¡Dios mío, fórmalos Tú para que puedan llegar a ser capataces y más tarde directores!

Con poca cosa hago divertir a los niños, que siempre están dispuestos a obedecer y a comprender. Pero, ¡Dios mío, necesitamos pan para alimentarlos, un techo para alojarlos y corazones que favorezcan y lleven adelante el bien que nosotras estamos haciendo!”.

La Fundadora es madre de los niños y de las religiosas. “Nuestra querida hermana, todos los días, tiene que realizar trabajos que me dan miedo. Ella se deja llevar mucho más por el entusiasmo que por la razón; me veo obligada a dejarla un poco más libre para que pueda multiplicarse en algunas cosas porque yo me encuentro en las mismas condiciones”.

He aquí una acuarela que el artista pinta con ter­nura:

“Sor San Joseph está en el huerto y cava hasta no más, los niños quitan la hierba y se divierten mucho. Esperamos que no cojan enfermedades en medio de la tierra removida”.

Muy alegre llega la hermana agua y corre de arriba abajo por la casa. “He tenido que descansar, pero sin poder dormir a causa del ruido de los obreros. Cuando me levanté, la religiosa me dio un vaso de agua que finalmente ya tenemos en casa, corre por el jardín, va a la fuente y también a la terraza. ¡Bendito sea el Señor! Que el agua, símbolo de la gracia, no sea inútil, sino que sirva a la existencia y a los cuidados necesarios para los primeros hijos del Santo Arcángel”.

Sólo quien sabe por experiencia lo estresante que es a cierta edad cuidar, guiar y asistir a los niños, puede valorar este testimonio de la anciana educadora.

“Me mantengo fuerte y renuncio al descanso, del que sin embargo siento gran necesidad, dejando descansar a la hermana mientras yo cuido a los niños, que crecen verdaderamente tan rápido como las setas.

A un pequeño movimiento que hago me lleno toda de sudor, las venas da miedo verlas porque las manos se me inflaman enormemente”.

“En lugar de descansar, como me había propuesto, he estado jugando con un niño que se quedó solo; hemos corrido detrás de una pelota pinchada y una naranja seca”.

¡Cuánta riqueza pedagógica en aquellos pobres juguetes!

“22 de mayo de 1882. Todavía ocupada por el deber de la asistencia de los niños y llena de cansancio, veré pasar este día como los otros. ¿Dónde encontraré ayuda y apoyo? ¿Dónde terminaré este año?, grandes preguntas que no puedo contestar. No puedo y no debo vivir sino en el completo abandono. Mucha gente dice: “¡es una palabra!”. Los santos han dicho: “es la verdad”. Los niños, sin embargo, nos exigen un sin fin de sacrificios, pero a cambio nos dan mucha alegría”. El 22 de octubre escribe: “Después de comer, viendo a los dos niños mayores en coloquio íntimo, me he informado del objeto del diálogo. Y con la sencillez que les caracteriza me han dicho que, impresionados por la explicación del catecismo sobre la creación del hombre, han pensado también ellos hacer un niño de barro y animarlo con su soplo. “Pero vosotros sólo sois dos, les ha dicho la religiosa, se necesitan tres y mucho más fuertes que voso­tros”. La hermana, riendo con todo el corazón, vino a hacernos reír contándonos la importante conversación de los niños”.

Y he aquí una joya pedagógica. “Los niños se acercan con aire compungido a pedir perdón; sencillamente han aprovechado la ausencia momentánea de la religiosa para saltar sobre las camas. La hermana me ha dicho: eran tan graciosos que me he divertido un poco mirándoles; luego he tenido que castigarlos”.

Madre Le Dieu comenta: “La religiosa que abandona su puesto es más culpable que los niños, cuya naturaleza tiene necesidad de divertirse de cualquier forma. Se les inculca a que pidan perdón no porque sean culpables, sino para que se acostumbren. ¡Santos Ángeles, educad sus corazones en la fe!”. La Fundadora quiere la fe exquisitamente pura, no contaminada por la superstición que ella ridiculiza: “He pasado casi toda la noche sin dormir, por eso he oído los cantos y los gritos que ordinariamente se hacen en Roma en la fiesta de San Juan, durante la cual una gran parte del pueblo se deja llevar por las supersticiones más ridículas. Las mujeres, en esta noche, no dejan de poner una escoba detrás de la puerta de la entrada de sus casas, para oír el paso de las brujas que galopan durante toda la noche y despiertan a la gente tirando la escoba. Verdaderamente es muy extraño que puedan creerse y contar como real todo esto en el siglo XVIII. En la noche de Navidad los buenos montañeses descienden a venerar a Santa Anastasia, a quien consideran la comadrona de la Santísima Virgen.

Algunas mujeres ayunan tres días y tres noches, sin comer ni beber ni siquiera una gota de agua, para ver pasar a caballo a Herodías y a su hija, las cuales se acusan mutuamente de haber causado la muerte de San Juan Bautista. Estas buenas mujeres aseguran haberlas visto y oído de manera muy clara. Sólo se puede pensar que algún bromista, disfrazado para acreditar estas tonterías, se ponga a galopar para luego reírse a carcajadas. Es difícil recordar todas las locuras divulgadas, con toda seriedad, en medio del pueblo, de generación en generación. Nosotras intentaremos educar diversamente la inteligencia de los pequeños que la Providencia quiera confiarnos”.

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