sábado, 30 de julio de 2011

161.- Yo termino y tú comienzas

Comenzando en el mismo cuaderno y en el mismo punto donde lo dejó la mano cansada, Sor Rafaela escribe una breve pero conmovedora relación sobre la muerte de la Santa Madre: “Una fortísima bronquitis golpeó a la Madre, que después de ocho días voló al cielo.

Durante la enfermedad se mantuvo en la más absoluta resignación, intercambiando palabras edificantes con las personas que la visitaban. Hasta lograba bromear graciosamente. Con las religiosas conservaba una actitud serena. Si veía llorar a alguna decía: “¿Veis?, el Señor se divierte haciéndome sufrir; no lloréis porque estoy verdaderamente en paz”.

El día 24 el cardenal Parocchi, Vicario de Su Santidad, vino a visitar a la pobre enferma y, consolándola, le prometió proteger su Obra naciente. A lo que la Madre, respondió: “Lo creo de verdad, ya que el Cura de Ars y Pío IX están ahí y Su Eminencia será la tercera persona”.

En la habitación de la Madre estaba colocado un modesto altar con velas encendidas. Su Eminencia todavía no se había marchado cuando llegó Mons. Barbiellini, que examinó a una postulante y le dio el santo hábito religioso. Ésta se llamaba Lucía Schiavetti, en religión Sor Teresa del Carmelo.

Mientras tanto, Su Eminencia partió dejando a la Madre bastante animada. Al día siguiente, viendo que su salud empeo­raba cada vez más, avisamos a la marquesa Serlupi que, con su habitual caridad, vino enseguida a visitarla. Fue entonces cuando la pobre Madre Le Dieu le entregó el Rescripto Pontificio, poniendo bajo su protección a todas nosotras y a la Obra caritativa que estaba a punto de dejar. La devota y generosa señora no pudo rehusar y aceptó este encargo tan útil para el prójimo.

La noche precedente a la muerte, Sor María de Asís la pasó velándola.

Al amanecer del día 26 vino el Cura de Santa María Mayor, que se quedó durante varias horas. También vino el Padre Marc, confesor ordinario de la casa, quien la confesó y, viendo que estaba bien preparada, se marchó. Se quedó el señor Cura que ya le había administrado la Extremaunción el día de San Rafael Arcángel. Durante los ocho días que duró su enfermedad la Madre recibió la Santa Comunión.

La dificultad para respirar crecía cada vez más. El día 26 la buena Madre miró el reloj y dijo: “Son las ocho. Entro en agonía, orad por mí”.

El señor Cura, viéndola con plenas facultades y que se movía sin dificultad, dijo que estaba delirando, pero que no eran los últimos momentos. A las diez el Primario del Hospital de San Juan de Letrán dijo que verdaderamente estaba en agonía.

Volvió de nuevo el Padre Marc y le hizo la recomendación del alma, que ella seguía con gran devoción.

En las últimas horas de su vida le dice a la pequeña comunidad que le pedía la última bendición: “Yo perdono a todos los que me han hecho daño y perdono de corazón vuestras debilidades”. Luego, viendo a la novicia que había tomado el hábito religioso dos días antes, dijo: “Hija, yo termino y tú comienzas. Os encomiendo los niños: amadlos y cuidadlos. Yo no os abandonaré, velaré sobre vosotras.

Estad seguras que la Obra irá adelante. Todo lo que no he podido hacer por vosotras en la tierra lo haré desde el cielo. Os encomiendo la gravedad religiosa, la humildad, la sencillez, la verdad. No lloréis, yo estaré siempre con vosotras. Os doy las gracias por todo lo que habéis hecho por mí.

¿Veis cómo pasa el tiempo? ¡Oh, qué contenta me siento de morir!”. A la una perdió la vista: preguntó si el Padre Marc estaba allí; le dijimos que estaba el coadjutor: “Bien”, respondió. Durante este tiempo, repetía: “Jesús, misericordia. Dios mío, os amo con todo el corazón; quiero y declaro amaros para toda la eternidad. Dios mío, no seáis mi juez, sino mi salvador”.

A las tres y media su alma bendita expiró con el nombre de Jesús en los labios, dejando sumida en el dolor a la pequeña comunidad”.

A la edad de 75 años, 5 meses y 4 días, Madre Le Dieu, se une a la multitud celeste de la Adoración Reparadora.

Es el 26 de octubre de 1884.

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