jueves, 31 de marzo de 2011

71.- La tinta cambia de color

Madre Le Dieu, para reprender su imprudencia, escribió palabras duras a las religiosas, las cuales, deprimidas por la preocupación, asustadas por las amenazas y seducidas por la ilusión de una vida más relajada, perdieron la poca paciencia que les quedaba y se rebelaron.

La Madre, con su estilo de artista, resume la revuelta con esta expresión: El 7 de marzo su tinta cambió de color. “Me amenazaron con informar al Obispo y con marcharse a otro lugar, si en tres días no solucionaba mis asuntos”.

El día 9, otra carta: “Si el martes no tenemos la seguridad plena de que usará todos los medios a su disposición para arreglar las cuentas, escribiremos a la Curia; lo que tenga que suceder, que suceda”. Y firman: sus respetuosas y devotas. El 16, nuevas cartas, el 17, ídem; según ellas la persona a la que había firmado la letra de cambio tenía que detenerme en Marsella: “respuesta inmediata, vuestra devota”.

Pero una simple carta al notario calmó las aguas.

El 23 una Carta de Sor San Pierre renueva las disculpas de la gente junto con las nuevas amenazas de una persona, decidida a retirar el Santísimo.

El día 27 las dos me comunicaron con énfasis su decisión de marcharse. Contentas por el deseo de ir al santo asilo donde Jesús las esperaba, como decía una de ellas vanagloriándose de recibir y llevar consigo las últimas partículas del Tabernáculo, se preparaban para marchar enseguida, y sólo preguntaban dónde tenían que dejar la llave de casa. Sor San Pierre Legrand había escrito a su familia, por supuesto en secreto, para no interrumpir los negocios de los que su padre estaba encargado; era precisamente aquel hábil mandatario, que una vez advertido vende, siempre en gran secreto, mi casa y me deja sin nada. ¡El diablo ha jugado la mejor carta agarrándose a Dios mismo, a Jesús tan paciente y amable en nuestro pobre y pequeño Tabernáculo!

Despreciar los votos emitidos con serenidad, reflexión, ánimo y hechos para toda la vida... y todo esto porque, después de haber actuado con tanta imprudencia, prefieren romper con todo, abandonar todo, antes que sentir y reconocer sus culpas y tantos años de sacrificios, de amor sincero que para ellas no cuentan nada, y en el momento en el que busco todo para remediar y consolidar ellas trabajan para destruir... ¡fiat!

Hace tiempo decía a estas pobres hijas que se hubiera podido esperar de Garibaldi o de la Comuna el cierre de nuestro querido oratorio, pero no de ellas.

Respondí que me parecía poco prudente el superior que exigía una partida rápida y que comprometía todo; que yo no las habría retenido pero que esperaran mi regreso para no dejar la casa sola.

He sabido que Barnieu no ha querido mezclarse en esto, dejándolas libres de hacer lo que quisieran; de hecho, han preparado sus maletas y han esperado.

A mi llegada (después de más de cuatro meses de ausencia), su conducta ha sido repugnante; las he soportado tres días. El domingo cerraron sus maletas, diciéndome que se marcharían sin decirme dónde. Yo las dejé, pero al momento de marcharse su corazón se emocionó, y una se hubiera quedado si le hubiera dicho algo.

Explotando en llanto, confesaron sus culpas y dijeron que ellas mismas habían provocado los consejos que les habían dado y que, reconociéndose culpables, no tenían derecho a quedarse.

Actuando de un modo más que materno, no les deseé la desesperación sino el remordimiento por su apostasía. La hija del procurador, finalmente se levantó y arrastró a la otra. ¡Pobres hijas que no podrían encontrar el cielo allí donde iban –tan bien recomendadas–, y huyendo de mí, su madre, fiel a ellas desde hace ocho años! Ellas habían tenido amigas que las habían animado; vinieron a buscarlas y a acompañarlas.

Me ocultaron el lugar donde iban, aunque era un secreto a voces. Pero al ser mayores de edad, no era mi deber informarme, y no quise darles la satisfacción.

Concluiré sobre lo que sé de su historia. Al cabo de apenas quince días pasados en el lugar donde habían sido tan deseadas y recomendadas, tenían pruebas suficientes para mandarlas a sus familias por motivos de salud.

Escribieron nuevas injurias contra mí y suplicaban a la religiosa que me había sido fiel para que siguiera su ejemplo, abandonando el falso camino en el cual la retengo.

miércoles, 30 de marzo de 2011

70.- Coge de nuevo la vieja maleta

Aquella comunidad, que había irradiado tanta bondad y simpatía hasta suscitar envidia, una vez disgregada movía a la compasión. Los proveedores perdieron la paciencia y las personas piadosas dejaron de ser generosas. El desacuerdo y la miseria caminaban a la par.

Para saldar las cuentas de la casa de San Maximino quedaba de pagar la renta (1.200 francos al año) que la anterior propietaria comenzó a exigir. La señora Planque temió acabar como la pobre Aline, que había quedado en la miseria porque todo lo suyo lo había prestado a las religiosas. La barca hacía aguas por todas partes y antes de que se hundiera, la viuda Planque quería lo suyo y por eso se alborotaba. ¿Cómo saldar tantas deudas? La pobre Fundadora, una vez más, tuvo que hacer la vieja maleta.

Fue a Marsella para buscar ayuda, después de haber empeñado los pocos objetos preciosos que le habían quedado como recuerdo de familia. El Obispo, movido por la compasión, le había concedido el permiso de abrir un asilo.

Por lo demás, estaban de acuerdo las Religiosas del Buen Pastor, ya que en este asilo se habrían preparado a los niños pequeños de ambos sexos que luego habrían pasado con ellas.

Desafortunadamente el decreto quedó en letra muerta, y esta vez por culpa de sus hijas.

Cuando el 20 de noviembre Madre Le Dieu partió con Sor Santa Philomène para Marsella, dejó a Sor San Pierre y a Sor Mª de los Ángeles en San Maximino. La fuga de ésta obligó a Sor Santa Philomène a volver. Mientras, Sor San Pierre escribe a la Fundadora: “le aseguro que mi afecto hacia usted crece de día en día y se cambia en veneración y en algo que no sé expresar, pero que es tan fuerte que nada me podrá separar de usted. Bendígame. Su respetuosa e indigna hija”.

El 3 de marzo de 1873, Sor San Pierre, aturdida por los gritos de la señora Planque y asustada por los proveedores, cometió un grave error: firmó una letra de cambio con el vencimiento a sólo quince días. Y, sin embargo, sabía que la Madre estaba clavada en la cama en una humilde pensión de Marsella. Al día siguiente la enferma le mandó una carta para entregar al notario; en ella se comprometía a vender la casa si en el mes de mayo no hubiera pagado las deudas. Sor San Pierre, añadiendo estupidez tras estupidez, no entregó la carta y escribió a la superiora muy melosa: “Lo que me dice de la vida que lleva en la pensión me hace sentir mal, sólo de pensarlo, y Dios sabe que daría hasta la vida para poder darle los cuidados que necesita en este momento”.

martes, 29 de marzo de 2011

69.- Juana la loca sin ser reina

De esta religiosa, la Fundadora da el siguiente perfil:

“Desde hacía seis años teníamos a una pobre y débil criatura, nutrida de romances, únicamente para impedirle que se perdiera en el mundo.

Ella lo pedía con lágrimas y promesas, y nosotras teníamos misericordia para no apagar el pábilo vacilante. Durante mi ausencia creyó hacerse la interesante ante el Obispo y encontró una buena excusa para una dirección extraordinaria. Como ellas sabían que yo me habría opuesto a favorecer una tal fantasía la llevaron a Fréjus sin decirme nada. Yo había dejado como superiora a Sor San Pierre que, dejándose llevar del propio juicio y cediendo ante quien quería guiarla, se fue a la deriva.

La joven habló con el Obispo y con Barnieu. El demonio les inspiró una triste y gran desconfianza. Ellos quedaron tan sorprendidos que, ocultándome todo, se ofrecieron a colocar a las religiosas en los Institutos de la diócesis, creyéndolas víctimas del hambre, ofendidas en la conciencia y expuestas a las seducciones más deplorables. A ellos les parecía mejor suprimir la Obra que ayudarla a extenderse. No digamos nada, dijeron ellos, y todo caerá por sí mismo”. Una prueba tan terrible nunca la habíamos tenido. Es necesario que no falte nada a esta santa Obra. El dicho infernal “calumniemos que algo quedará”, siempre lo ha logrado Satanás y también en esta circunstancia ha obtenido sus frutos”.

Y eso que la Madre había tenido sus atenciones con Sor San Jean.

Para saberlo, basta este texto de una carta suya: “Abrazo a Sor San Jean con gran afecto; a usted como a las demás les recomiendo no ser melindrosas sino comer para mantenerse y estar bien. Dios no está obligado a hacer milagros en esto. El señor Madon debe saber que casi todas vuestras debilidades dependen del hecho de que no queréis nutriros convenientemente”.

Sor San Jean, con su cabecita alborotada, había exclamado con altanería: “Hay tela en mí”. La Fundadora respondió: “La pobre hija lleve a otro lugar su tela, que ahora es muy buena y encuentre un sastre que la sepa usar”.

Pero ya era demasiado tarde. La comunidad iba a la deriva bajo la presión de fuerzas externas que la Fundadora define con expresiones candentes: “En efecto, amenazada por una invasión extranjera, que es peor que una guerra civil, no podemos tener entre nosotras a las pobres criaturas que nos habían mostrado tanta maldad y traición. Tenía que estar más segura de las que dejaba en la casa que de las que llevaba a París, donde cuidándolas yo misma, las tendría conmigo o mandaría a otro lugar”.

Las voces que venían de fuera, aunque se trataba de gente de buena fe, generaban desaliento. “Vuestra Fundadora es una santa mujer, pero no llegará a ningún sitio. Es cabezota y se enfrenta hasta con los obispos. Vosotras no tenéis ni arte ni parte y es vergonzoso que tengáis que vivir de limosnas, vosotras que estáis dotadas de tanta energía. Pero, ¿qué hacéis allá adentro? Disfrutad de vuestra juventud. Y para adorar a Jesús Sacramentado, ¿no hay otros Sagrarios?, ¿no os dais cuenta de que no lográis estar de acuerdo ni siquiera entre vosotras?”.

A las pobres hijas, que no tenían el temple firme de Madre Le Dieu, aquellas preguntas las bombardeaban día y noche actuando sobre ellas como ácido corrosivo.

lunes, 28 de marzo de 2011

68.- Sus mentes habían cambiado mucho

“Algunas habían cambiado por su amor propio, otras por haberse dejado llevar, sin tener a nadie cerca que las orientase. También tengo que decir que encontré una extraordinaria sinceridad que me hizo tener esperanza en sus almas, y en varias, el arrepentimiento sincero por haber seguido consejos totalmente contrarios a nuestra regla. Puesto que es más fácil caer en el orgullo que levantarse, estas pobres hijas tuvieron grandes luchas interiores. Una por una me confesó lo que había hecho contra nuestro modo de vivir las reglas y las predisposiciones que sus palabras habían provocado necesariamente en los superiores, los cuales, no viendo, sólo po­dían juzgar en base a lo que oían”.

En el Monte San Miguel la comunidad, guiada por la Fundadora, había adquirido un equilibrio admirable entre trabajo y oración y su instinto materno había sido sublimado por la caridad educativa que había aceptado como hijos a aquellos niños huérfanos. La educación nunca va en sentido único; el auténtico educador da y recibe. Allí, las religiosas daban energía materna y los niños devol­vían frescura de vida. Aquí, en San Maximino, se rompió el equilibrio entre oración y trabajo por el simple hecho de que les fue prohibido cualquier apostolado.

De la armonía que se establece entre Ora et Labora brota una fuente de alegría. Oración, trabajo y alegría son los tres pilares de toda comunidad religiosa. En San Maximino, por la ausencia de la superiora y más aún por la falta de trabajo, fue disminuyendo la armonía familiar y las religiosas, de ser envidiadas, pasaron a ser envidiosas. Sí, envidiosas de la comunidad de Dominicas que caminaba segura y con plena confianza en el futuro.

En las comunidades religiosas, las lenguas se vuelven tijeras si no hay un empeño en la oración y en el trabajo, y entonces, sálvese quien pueda.

Madre Le Dieu, encontrándose ante tal desorden, intentó poner freno y desplegó toda su fortaleza normanda; les dijo: “Si hasta hoy única y constantemente he usado la dulzura para que se realizara esta Obra, ahora usaré la firmeza y si es necesario la justicia, porque ya es hora de que la vida se tome en serio. Y en estas circunstancias espero tener almas con las que pueda contar”.

Pero las tijeras de la lengua ya habían cortado irremediablemente la vestidura de la caridad. El 11 de julio de 1871, a las dos de la mañana, dos religiosas abandonaron la casa; esta salida, al haber sido de noche, pareció una verdadera fuga. Y el día 20 otra hermana, después de dos años de vida religiosa y oprimida por el desánimo, quiso volver a su casa. En la insatisfecha comunidad había una religiosa de nombre Juana, a quien se le podía dar el sobrenombre que se había dado a la famosa reina Juana: la loca.

A esta pobre alma en pena no le bastaba la dirección de un simple sacerdote, sino que necesitaba la del Obispo y al Obispo fue para hablarle con su enferma fantasía.

domingo, 27 de marzo de 2011

67.- Orar es lo único razonable

“Sí, nuestra causa es hermosa, es la de Jesús Redentor.

Cuando vino por primera vez a redimir el mundo no fue tratado mejor que nosotras. Él es la verdad y la vida, que Él sea, por tanto, nuestra vía. El mundo pasa y nosotras también pasamos, pero Él queda inmutable y por toda la eternidad tendrá en cuenta un vaso de agua fresca dado en su nombre. Sí, hija mía, nosotras hemos elegido la mejor parte y nos alegraremos cuando llegue nuestra hora y nadie nos quitará nuestra alegría.

Abrazo con vosotras también a Sor Santa Philomène. Si puedo la escribiré. Esto se entiende tan bien que, si yo no dijera nada, ella debería creer igualmente en mi afecto inalterable; el amor de una madre hacia su hija y de una hija hacia su madre no puede ponerse en duda, especialmente cuando se está unidas por la caridad, que es mucho más fuerte que la sangre.

Sólo tengo que decir que si las pruebas son grandes, la gracia de Dios sobreabunda.

Ofrezco con agrado a Dios todas mis fuerzas, mis sudores y mi misma sangre (y en cierto modo es así). Encuentro estímulo para superar la triste crisis que atravesamos. Dios conoce el porvenir, pero ciertamente tiene en cuenta los buenos deseos y los sufrimientos que soportamos para servirlo: un día nos lo pagará.

Si el viaje de París a San Maximino y de San Maximino a París no fuera tan caro y fatigoso, especialmente en esta época, hubiera ido más veces. Para mí es un verdadero sacrificio no poder estar cerca de vosotras en este momento y además no saber con precisión el momento del retorno.

La provisionalidad es una cosa terrible, ordinariamente una cruz y una situación dolorosa y costosa.

Parece que todo está en calma cuando una circunstancia lo cambia todo; y esto sucede muy a menudo.

“Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas”. La comunidad no es una nave espacial que pueda ser teledirigida.

Madre Le Dieu lo reconoce con profunda amargura: “Después de casi cinco meses de mi ausencia y confiadas las riendas en unas manos y en una cabeza demasiado débiles, incapaces de sostener el peso de nuestro pequeño Instituto, que fue arrastrado a la deriva por quien quiso dirigirlo según sus ideas, no obstante las orientaciones que yo había dado, vislumbrando el mal. No anduve con rodeos y volví a San Maximino sin anunciar mi llegada. Me di cuenta enseguida de cuán necesario era esto, y si no hubiera dedicado mi tiempo tan concienzudamente en París y en Versailles, me habría pesado mucho haber prolongado mi ausencia”.

jueves, 17 de marzo de 2011

66.- Está amenazada de arresto

“20 de Marzo de 1873.

Hoy esperaba vuestra respuesta para saber si habéis recibido la tarjeta que os mandé el 12 del corriente. Las cartas del 16 y del 17 contienen nuevas amenazas, pero ninguna respuesta a lo que pido. Estoy esperando una que me permitirá pagar, al menos en parte, la cuenta de la señorita Flavia.

Espero que la carta enviada u otra que le mandaré enseguida, logre calmarla y le lleve a reflexionar antes de que me haga arrestar en Marsella. Un abogado serio, que me ha asesorado, me ha dicho que el tribunal no aprobaría un acto así. Aún desestimando todo lo que poseo, ciertamente encontraré con qué pagarle, antes de vender mi última camisa.

Hablad con Jourdan, que debe haber recibido mi carta, y espero que os dé algún buen consejo; al mismo tiempo le pido que diga a los proveedores que tengan paciencia. Podréis comprender que la señora Planque no consentirá la venta de la casa. Si el coste hubiera sido superior a veinte mil francos, quizá lo hubiera permitido.

Hoy no he podido salir a causa del mal tiempo y del catarro que he cogido. Yo rezo con serenidad, y la paz que Dios me da es mi fuerza. Aquí he encontrado un buen punto de apoyo, pero necesito paciencia y prudencia. No debemos desesperarnos, Dios permite estas pruebas únicamente para purificarnos. Él pronto tomará en mano su causa.

Por medio de vosotras mandaré a Flavia unas líneas, porque creo que no sepa leer. ¡Que Dios os bendiga!; no hay nada fuera de Él, que Él pueda llevar a término esta triste crisis; yo no pierdo la esperanza. No obstante vuestras debilidades y defectos, que percibo desde aquí, os abrazo a todas en el santo amor de Dios. Os amo a todas en Dios y por Dios. Las que me conocen saben que digo la verdad; las que dudan o continúan dudando, no podrán caminar santamente en el camino de misericordia abierto para ellas. Hasta luego, no adiós”.

miércoles, 16 de marzo de 2011

65.- Los zapatos rozan los pies, pero el corazón rejuvenece

“Mis pobres zapatos están rotos y entra el agua, así que me veo obligada a comprarme otro par; pero, como no están hechos a medida, me rozan los pies. De llevar la bolsa me he tenido que parar al menos veinte veces, invocando a todos los santos. Tengo que añadir que tenía la capa y el paragüas, pero caía una lluvia fina que penetraba, helaba y hacía resbalar.

Queridas hijas, ¡cuántas cosas tendría que deciros!, quiero que sepáis que me alegro de ver la disposición de vuestro corazón. Dios lo ve todo, os oye y os ama, estad seguras; no os olvidéis de su corazón y esperad hoy más que nunca.

Mi querida Sor San Pierre (Piedra), sé muy dulce con todas, ten cuidado de no rodar y de no ser aplastada por algún pedrusco, cuidado no te hundas en las arenas movedizas.

Ante las debilidades tened entrañas de madre, con los vicios sed firmes y exigentes.

Por tanto, ¡ánimo! Alegrémonos porque hemos sido encontradas dignas de sufrir por el nombre de Jesús. ¿Y no es siempre necesario que el grano de trigo caiga en la tierra y muera para producir fruto? El Evangelio es siempre actual, ¡ánimo!

Si es voluntad del Señor que seamos todavía probadas, injustamente expropiadas, despreciadas, traicionadas, ¡tanto mejor! Las bienaventuranzas son para nosotras y nunca seremos confundidas. Mi pobre cuerpo envejecido está cansado, pero mi corazón rejuvenece.

Vivimos en un tiempo tormentoso que sólo Dios puede calmar, por tanto, recemos mucho. Mantengamos nuestro corazón unido a la cruz, dejémonos crucificar con valor, no bajemos del calvario; sólo después de la muerte resucitaremos para no morir.

Desde hace más de treinta años atormentada por grandes deseos, continuamente reprimidos, he tenido que reconocer que la Divina Providencia logra consolidar sus obras a pesar de los retrasos y pruebas, mucho mejor que nosotras con todos nuestros cuidados.

Nunca como ahora he deseado abrazaros y hablar tranquilamente con vosotras.

Paciencia, ánimo y alegría siempre ante todo lo que suceda. Yo hago mi deber viviendo en cada momento lo que me depara cada día, Dios hará el resto. En Él os dejo y os amo.

El Señor me mira y yo lo miro: amad cada vez más nuestra querida y preciosa Vida: Jesús. Yo lo amo en nuestro pequeño Tabernáculo por todos los que lo han abandonado y por todos los que no lo aman.

Os abrazo, queridas hijas, y os llevo en mi corazón más que materno. No os pido que recéis por mí: rezad para que Jesús sea bendecido, amado, adorado por todos, si es que no lo quiere por medio nuestro en esta tierra; pero Él sabe muy bien que en el otro mundo yo quiero la parte mejor”.

martes, 15 de marzo de 2011

64.- El colchón es un buen invento

“Versailles, 15 de Agosto de 1871

Para todas. Recreo de media hora.

Queridísimas hijas, antes de nada me gustaría veros a todas, abrazaros a todas y hablaros a todas. Y luego desearía deciros algo a cada una en particular. Como esto no lo puedo hacer desde lejos, os diré al menos lo que pueda. La primera carta os la mandé desde Rognac, donde hemos hecho un alto, dejando Aix, antes de continuar viaje en tren; nuestra querida Sor San Michel llama a esta localidad Rognorac, me hace descoyuntar de risa.

Nosotras nos reímos cuando tenemos ocasión; yo río aún encontrándome en medio de las miserias; pero mi querida hermana se queja y como de costumbre, invoca “al gran Dios del cielo”. No logro que evite este modo de hablar, pero mejor así que pedir ayuda al diablo.

Volvimos a Aix, donde cené tranquilamente en la habitación y me acosté. Mientras estaba en la cama vino a visitarme la superiora y tres o cuatro religiosas, que fueron muy amables y no quisieron nada por habernos alojado, dado de comer y cargado de cosas para el viaje. Entonces les prometí que os pediría a cada una de vosotras una comunión y una hora de adoración por ellas y por su querida Congregación y les prometí una Misa y una bendición reparadora.

Me he comprometido a hacer lo mismo con las religiosas de San José de Ars, que han tenido con nosotras la misma cortesía y caridad. Por tanto, cuanto antes, empezad a saldar la deuda con una comunión y dos horas de adoración cada una y que el Padre celebre dos Misas según las intenciones de las casas de Aix y de Ars.

Dejando Aix, me senté en mi colchón, que es un buen invento cuando se viaja en tercera. ¡En tercera clase!”. En su juventud la señorita Le Dieu creía que no podía soportarla, pero ahora la anciana Madre se encuentra de maravilla.

“Ciertamente la compañía es menos agradable que en segunda y primera clase, pero tratándose de necesidad, está muy bien. Y nosotras lo haremos siempre así a no ser que estemos seriamente enfermas.

Os he hablado de Ars antes de contaros el viaje, porque no hemos tenido ninguna novedad salvo un calor más que meridional; yo he continuado como un río de agua, tanto que, si seguimos a este paso, tengo la intención de que me entierren en el huerto de San Maximino, ¡así tendréis una fuente que brote hasta la vida eterna!

Había hecho el billete hasta Villafranca para no viajar el domingo e hice bien, porque, encontrándonos con retraso a causa del tren, que era larguísimo y estaba muy lleno, logramos acostarnos sólo después de las once de la noche. Sin embargo, a las cinco de la mañana estaba despertando ya a nuestra hermana, que dormía en un baño de sudor. Hicimos nuestros rezos en Ars, felicísima de pasar allí el domingo y además con el Padre Toccanier. El santo hombre, ¡qué bien sabe imitar la caridad de su Cura! Él, con su gran bondad, me ha dado el documento más importante para nuestra querida Obra, después del Breve del Santo Padre, es decir, la declaración de haberme presentado él mismo a su Santo Cura cuando éste bendijo la idea de nuestra Obra y predijo que sería aprobada y extendida seis años antes de la aprobación solemne. El documento, tan precioso ahora, está guardado con gran veneración y confianza en la custodia. Es el segundo testimonio de la misión providencial que nos ha sido confiada. ¡Ojalá que podáis comprenderlo vosotras, queridas hijas, vosotras que fuisteis llamadas las primeras a corresponder a las grandes gracias concedidas, a las maravillosas bendiciones y también a las grandes pruebas, verdadero sigilo divino!

¡Ánimo y confianza!, ahora no me río, pero soy feliz en esta noble empresa. Sufrimos con alegría, vendrá el tiempo de poder gozar.

En este momento me encuentro en el despacho del Ministerio del Interior, donde estoy esperando a un empleado y mientras, he rezado el rosario en medio de muchas personas y ninguna de ellas se ha reído. Yo ejercía la profesión religiosa como ellos la de escribanos y de secretarios. Aprovechaba para reposar mis pies que en los últimos días se me han congelado, por lo que se han hecho muy sensibles al contacto con las medias de lana, es decir, que me resulta difícil caminar”.

lunes, 14 de marzo de 2011

63.- Nos ayudaremos mutuamente

Estipulado el acuerdo con la señora Villette, el 24 de octubre de 1871, Sor San Michel y la postulante Eugenia abrieron el orfanato de Neuve Lyre. Poco después se les unió Sor Francisca Legros, que había dejado la Congregación y arrepentida había obtenido el permiso para volver.

La Madre, a propósito de estos arrepentimientos, observa: “estas pobres hijas, que en cualquier sitio se encuentran a disgusto, dan pena. Ellas sufren mucho por el remordimiento y el desprecio del mundo. De todas las que nos han dejado o que hemos tenido que mandar, sólo dos han pedido volver”.

La señora Villette se comprometió a dar a las religiosas 800 francos y otros 2.400 para doce niños que tenían que ser preparados para trabajos agrícolas.

Organizada ya la casa de Neuve Lyre y habiendo encomendado calurosamente sus hijas a la rica señora, Madre Le Dieu volvió a París para continuar con las gestiones que había comenzado. Logró obtener el apoyo del director de la obra de adopción. En la post-guerra, París era un hormiguero de niños abandonados que para el gobierno constituían un verdadero problema. No faltaban religiosas que se ocuparan de las niñas, pero como se ha dicho, las leyes eclesiásticas les prohibían ocuparse de los niños. El director le dijo: “No sabemos dónde llevar a los niños de dos a seis años. Nos vemos obligados a confiarlos a familias de agricultores donde a menudo mueren por falta de cuidados o, aún peor, porque aprenden el mal; de esta manera nos ayudaremos mutuamente”.

El Ministro del Interior también se mostró favorable, pero el Comité de Asistencia a los huérfanos de guerra se opuso porque quería que los niños fueran adoptados por familias particulares y posiblemente parisinas.

Durante esta ausencia tan larga, la Madre intentaba acompañar a la comunidad de San Maximino mediante cartas que están llenas de sabiduría sobrenatural, rebosantes de amor materno y sentido del humor. Resaltamos algún fragmento.

domingo, 13 de marzo de 2011

62.- Carta de ida y vuelta

“Al obispo de Coutances, 21 de Abril de 1871.

Para hacer frente a la prueba que Su Excelencia me ha obligado a hacer, he empleado todos mis recursos; y gracias a Dios, todavía no he perdido la paciencia ni la esperanza. Pero ya no puedo dejar pasar más tiempo sin pedirle de nuevo lo que he anticipado para el mantenimiento del orfanato del Monte San Miguel durante cinco años. Yo lo he hecho con mucho gusto viendo los excelentes resultados y animada por sus promesas verbales y escritas.

Cuando momentáneamente dejé el Monte San Miguel, tan bien organizado, para venir con gran confianza a abrir una casa para nuestra Congregación, nunca pensé verme obligada a causa de bajos e indignos embrollos, a llamar a aquellas buenas hijas, únicamente culpables de ser fieles a su vocación, para protegerlas como era mi deber.

No es posible valorar el daño causado por nuestra partida ni lo que se ha hecho, obstaculizando con el engaño a tantas vocaciones. Dios ha permitido todo lo que ha sucedido, un día reparará todas las injusticias. También se debe computar como daño real el saldo que justamente yo debiera haber recibido por la Adminis­tración del Monte San Miguel.

De mis cuentas, de las que tengo documentación válida, resulta claramente que yo, sin tener ninguna obligación, he empleado más de dos mil francos para gastos indispensables, transportes, reparaciones, mantenimiento y cuidados para los niños y las religiosas que día y noche se ocupaban de ellos.

Si a esto se añade el sueldo prometido a las religiosas, se puede decir que lo que se nos debía haber aportado llegaba a treinta mil francos. De hecho, las religiosas debían recibir dos mil francos al año o más, si pensamos en los sacrificios realizados en un principio, y en el trabajo de ocho o diez religiosas desa­rrollado con empeño e inteligencia durante ocho o diez horas al día. Y si queremos deducir, al menos cinco mil francos al año por mi mantenimiento personal, al que tenía derecho, y otro tanto por la recuperación del mobiliario prestado y por algún reembolso, todavía estaremos en deuda en casi veinte mil francos.

Si no hubiera siempre esperado en la lealtad de Su Excelencia, antes de marchar hubiera hecho valer mis derechos para los que tenía testigos. Muchas veces me aconsejaron hacerlo: confieso que, si hubiera imaginado el trato que hemos recibido, hubiera reclamado a las autoridades superiores y no hubiera perdido una cantidad tan elevada para mí, porque constituye casi todo lo que poseo.

Una persona honesta no haría perder a pobres y débiles mujeres tantos sacrificios y tanto dinero, especialmente cuando no tienen otros recursos. Yo nunca quise llevar esta causa ante los Tribunales. Quiero todavía creer que el retraso en saldar esta deuda de conciencia y de honor sea debido sólo a los tiempos difíciles por los que atravesamos. Y, ¿cómo podría dudar si Su Excelencia, en una carta pastoral, señala: Las injusticias antes o después se pagan, si no se reparan? Su Excelencia, por tanto, no podrá demorar hasta el infinito la reparación de las injusticias cometidas en su nombre, no obstante las promesas renovadas también de Roma, el 10 de diciembre de 1869. Entonces me decía: “Quiero, mi querida hija, ser siempre su principal protector”. Nosotras recordamos siempre su generosidad y su corazón paterno cuando nada se interponía entre nosotras y su justicia. Hasta ahora he mantenido silencio, pero ahora, que me siento obligada a rendir cuentas a nuestro Obispo para preparar el balance y dar a conocer lo que me falta sobre lo que tendría que llevar a San Maximino, le diré lo que en justicia espero de vuestra Excelencia de la que soy humildísima sierva”.

El Padre Robert había dejado un recibo falso legalizado por el notario Voicin, según el cual, la deuda resultaba completamente saldada.

El Obispo no podía más que enojarse ante aquel documento del que no conocía su falsedad.

sábado, 12 de marzo de 2011

61.- Escribe el testamento ológrafo y la petición al presidente de la República

“En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Yo, la que subscribe, Victorine Marie Le Dieu de la Ruaudière, en religión Sor Marie de Jésus, propietaria y Superiora de la Congregación de las Religiosas de San José de la Adoración, con domicilio en San Maximino (Var), con el presente escrito deseo renovar la declaración verbal, hecha otras veces, de mis últimas voluntades.

Nuestra Congregación, no estando reconocida por el Estado, no puede recibir donaciones y legados con testamento ordinario.

Por tanto, para simplificar inconvenientes y gastos, he tenido que nombrar ante la ley a una legataria universal; pero verdaderamente la persona nombrada sabe que, lo que yo poseo, nunca pertenecerá ni a ella ni a su familia y que tiene libertad únicamente para el bien de la Obra. Ella no debe usar estos bienes si no es para la fundación perpetua de la Misa y la bendición cotidiana reparadora (esto, si cuando yo muera aún no se ha hecho). Y para la dote de las tres religiosas, también en perpetuo, si el legado, quitando los gastos de sucesión, fuera suficiente.

Hasta que no sea posible y necesario hacer esta donación ante la ley, cada superiora general transmitirá el uso, con el mismo procedimiento, a quien la suceda canónicamente junto al Breve autógrafo del Sumo Pontífice, Pío IX, del 15 de enero de 1863, el cual le concede en cualquier lugar y siempre los privilegios religiosos.

Cada superiora general debe conservar las notas y los consejos que he tenido que escribir para que quede de manifiesto lo que Dios, desde hace tiempo, me ha pedido y que ha bendecido ampliamente sin posibles fantasías ilusorias, habiéndolo hecho en un primer momento por medio del gran siervo Juan María Vianney, Cura de Ars y luego por medio de su Vicario infalible Pío IX sin ninguna influencia humana.

¡El Señor sea bendito! ¡Venga su reino! ¡Hágase su voluntad! Es lo único que busco y quiero, teniendo abierto este asilo de caridad, paciencia y misericordia para los cuerpos, los corazones y para las almas débiles, pero justas y revestidas de la buena voluntad, verdadera vestidura nupcial, única dote que pedimos, pero indispensable. Que sólo se busque el reino de Dios y su justicia. Se pague continuamente a Jesús amor por amor, vida por vida, muerte por muerte; esto es lo que cada superiora general, con la gracia de Dios, debe dejar a quien la suceda.

La Santísima Virgen, San José y Jesús Redentor serán sus modelos.

Hecho por triplicado en S. Maximino, el 27 de Mayo de 1871.

Sor Marie Joseph de Jésus, Le Dieu”.

En realidad, en este testamento, las únicas riquezas de las que habla se reducen a la que la testadora llama vestidura nupcial, o sea la buena voluntad.

En el verano de 1870 la señorita Villette, viuda rica y sin hijos, había pedido a Madre Le Dieu dos o tres religiosas para un orfanato que ella quería abrir en Neuve Lyre.

En otoño, la Curia de Fréjus escribió una carta de obediencia, pero las religiosas no pudieron ir porque Neuve Lyre fue ocupada por las tropas prusianas.

Cuando en Villafranca se firmó la paz entre Francia y Prusia, el Vicario Maurier le concedió la prórroga, escribiendo en la misma carta del año anterior: “Para todo el tiempo que Sor Marie de Jésus necesite para viajar al norte con el mismo fin”.

En agosto de 1871, Madre Le Dieu, en compañía de Sor San Michel, viajó hacia lo desconocido aunque su meta era Evreux. Pasando por París se acercó a Versailles donde el conde de S. Germain le aconsejó que hiciera las gestiones para obtener el reconocimiento civil de la Obra.

El imperio de Napoleón III había caído y Thiers gobernaba los destinos de la nueva república. Madre Le Dieu encabezó la petición al Presidente:

“Excelencia, he recibido del Sumo Pontífice Pío IX un Breve autógrafo que me permite establecer, según mis posibilidades, en cualquier lugar y en perpetuo los beneficios de nuestro Instituto, cuyo fin principal es la caridad y la educación de los niños pobres.

Espero que usted me conceda la autorización para abrir libremente nuestras casas del Patrocinio de San José, según los estatutos adjuntos, en toda Francia y en cualquier lugar bajo el patronato francés, quedando sometidas a las leyes del Estado como ciudadanas, de la misma manera que estamos bajo la jurisdicción episcopal como religiosas.

Teniendo la posibilidad de abrir en mi propiedad personal a la que tengo destinada esta Obra (en San Maximino –Var–) una casa para niños pobres con capacidad de 100 a 500 plazas, pido en este momento vuestra ayuda para sufragar los gastos necesarios y espero de su benevolencia la cantidad de 150.000 francos para los niños huérfanos de guerra y otras causas, con este dinero podremos asistir enseguida a 100 desde los tres a los cinco años para formarlos hasta los dieciocho-veinte años. Y le pido también una subvención de 50.000 francos anuales para asegurarles una educación completa desde los dos años a los veinte según sus fuerzas y capacidades.

Con respeto a Su Excelencia tengo el honor de ser su humildísima sierva

Sor Marie Joseph de Jésus, Le Dieu”.

Tuvo muchas recomendaciones: de hecho se interesaron el conde de S. Germain, muchos diputados de la Manga y algunos miembros de la Asamblea Nacional.

La Madre, siempre en compañía de Sor San Michel, fue a Evreux y entregó los documentos al Obispo, el cual la autorizó para ponerse de acuerdo con la señora Villette y bendijo la Obra.

La pobre viajera prosiguió para Avranches. El préstamo de Aline resultaba insoportable y las deudas de San Maximino la oprimían.

Madre Le Dieu escribió una carta al Obispo suplicándole para que le restituyera lo suyo, pero el pastor se limitó a devolvérsela.

viernes, 11 de marzo de 2011

60.- La confianza era lo único que tenía

Uno de los puntos cardinales de Madre Le Dieu era éste:

“Las tentaciones no nos impiden ir al cielo, pero el desánimo conduce al infierno. Si os sucediera, nunca os quedéis en este triste estado. Con fe llamad a la corte celestial para que os ayude; enseguida os levantaréis”.

Al ver disminuir la confianza de un siervo de Dios de la categoría del Padre Cornier, había motivos para desanimarse, pero la Fundadora rezó una vez más: “¡Nuestros pecados, oh Señor, no impidan derramar tus gracias sobre Sión; haz que podamos reconstruir los muros de Jerusalén!”.

Madre Le Dieu, para proporcionar ayuda espiritual a la comunidad, fue a la Abadía de San Miguel en Tarascona.

El Padre Edmond la acogió muy bien. “Su respeto y admiración por el Breve del S. Padre, demostraron que no tenía ninguna duda sobre la continuidad de la Obra”.

–Pero, Rvda. Madre, me dijo, ¿Qué medios tenéis?

–En este momento ninguno, acepto la Providencia; por ahora sólo tengo deudas y cargas.

–Mucho mejor; mientras tengáis la confianza en Dios tenéis cuanto os sirve para lograrlo. Cuando contamos con un presupuesto o con medios humanos, Dios se retira. Mire lo que he hecho aquí desde hace doce años. Justamente porque la confianza era lo único que tenía. ¿Por qué no me ha escrito?

Hubiera ido a verla con mucho gusto. Ahora rezaremos e intentaremos ayudaros. No es fácil encargar a un religioso, no obstante, mandaré al Padre José para que vea la casa y tome visión de vuestra situación; luego decidiremos lo que se puede hacer”.

El buen Padre vino, se interesó por todo y examinó “con atención las piedras vivas del edificio”. La impresión del santo anciano fue tan buena que decidió mandar como capellán al sacerdote inglés Smith. La verdad es que en aquella inestabilidad política y en aquella tensión de guerra un extranjero no estaba muy bien visto por los franceses y por eso la Curia no lo vio con buenos ojos. Luego tuvo lugar el agravante: el Padre Smith llegó a San Maximino tan repentinamente, que la Madre no tuvo tiempo de pedir permiso en la Curia.

El Obispo indignado negó toda facultad y a la petición de abrir un asilo, escribió tajante: “Este no es el mejor momento para una nueva institución, ya que apenas es posible mantener en pie a las comunidades que subsisten en la enseñanza”.

Cuando la Madre aclaró este asunto hasta en los más mínimos detalles al segundo Vicario General Maunier, que le ha­bían mandado a inspeccionar la casa, el Obispo se mostró dispuesto a conceder las debidas facultades a un Padre de la Abadía. Pero ya era demasiado tarde: el Padre Smith estaba enfermo y el Padre José había sido trasladado.

La pequeña comunidad se resintió por la incertidumbre del momento: una jubilada se fue, privándola de una dote de 12.000 francos que había prometido; la familia de una religiosa que había muerto le hizo perder otros dos mil; dos religiosas tuvieron que irse a casa y las que quedaron comenzaron a desa­nimarse por falta de un guía espiritual.

El 21 de mayo, el Padre José nos prometió que en septiembre nos haría una visita de dos o tres días. “Pero hasta que llegue ese día, anota Madre Le Dieu, ¡cuánta agua pasará bajo el puente! Nuevas murmuraciones, desconsuelos, temores. ¡Parecía que para vivir hubiéramos tenido que hacernos robertinas en 1869, onorinas en 1870 y norbertinas en 1871!”.

Los síntomas de una crisis eran evidentes y la Madre, para resolver los problemas de supervivencia, tuvo que afrontar un largo viaje.

jueves, 10 de marzo de 2011

59.- Dios no puede desmentir al profeta ni a su Vicario

Pasada la Navidad en la guerra y en el fervor lleno de miedo, nació el año 1871, para las pobres religiosas nació mal.

El 17 de enero, Madre Le Dieu tuvo un encuentro con el Provincial de los Dominicos, el Padre Cornier.

La Fundadora, durante su larga vida se acercó a muchos siervos de Dios, y todos la exhortaron a proseguir su camino. Sin embargo nos disgusta tener que resaltar que este Dominico, también, siervo de Dios, no la comprendió. El Padre Cornier, Provincial de la Provenza, era muy apreciado por sus hermanos y hasta le eligieron General de la Orden. Murió en 1916 en concepto de santidad.

La incomprensión tiene su explicación. Él, aunque con sentido crítico, tenía que tener en cuenta los juicios que sus hermanos formulaban sobre aquellas religiosas; por otra parte, inconscientemente, sentía más simpatía por las religiosas Dominicas, las cuales estaban muy preparadas para afrontar el problema de la escuela y merecían toda la gratitud por la asistencia que dedicaban a los Padres Dominicos, que oficiaban en la Basílica de San Maximino.

Madre Le Dieu, con gran ironía, escribe:

“El Padre Provincial se ha tomado el empeño de la dirección extraordinaria y ha venido sólo una vez. Como decía el Padre Lacordaire, Dios tiene sus ideas; también los Padres tienen las suyas y para nosotras están bastante claras.

Últimamente, hablando con el padre Provincial y recordándole, con toda sinceridad, las promesas que nos había hecho, le dije que también él creía que nosotras estábamos destinadas a la quiebra sólo porque no teníamos grandes medios. Él respondió con una sonrisa bastante expresiva y añadí:

–Santo Domingo, ¿era rico cuando comenzó la Obra?

Sorprendido por la pregunta, me respondió dudando:

–Pero ellos eran doce y con la gracia de Dios.

–Y bien, yo era sola y el Sumo Pontífice me aseguró la gracia de Dios con su Breve y me dio la orden de trabajar. ¿No tenemos que estar seguras de que todo saldrá bien? Santa Teresa, Santa Chantal y otras muchas, no tenían tantos bienes espirituales como nosotras; ¿a qué debemos temer?”

El diálogo continuó un poco más:

–Usted se interesa muy poco por nuestra Obra, Padre mío.

–Pero, ¿esta Obra es verdaderamente voluntad de Dios?

–Yo estoy y estaré siempre muy tranquila por todo lo que sucede, porque Dios no puede desmentir a su profeta, al Cura de Ars y a su Vicario, Pío IX. Y si nuestra indignidad personal nos privase de la alegría de llevar a cabo esta Obra tan santa y necesaria, como la veo yo, Dios elegirá a otras personas para llevarla a cabo, porque ha sido autorizada para siempre.

Y dicho esto, me fui a la capilla donde el Padre me concedió la gracia de la absolución, confesó a una hermana enferma y como se hacía tarde, se fue, diciendo que volvería por la tarde: ¡las religiosas todavía le están esperando!

Al día siguiente recibí esta carta:

“Rvda. Madre, la conversación de esta mañana y las explicaciones que usted me ha dado, confirman cada vez más mi convicción: no tengo luces sobre su Obra ni fuerza para ayudarla. Nuestro Señor tiene sus miras superiores a las nuestras, por tanto puede concederle bendiciones más grandes de las que le han prometido, yo se lo pido con toda el alma; pero estos deseos nada quitan a mi incapacidad. Por tanto, mi intención, salvo que el parecer del obispo de Fréjus fuera diverso, sería dejar el encargo de confesor extraordinario, aunque estaré siempre dispuesto a escuchar a las religiosas en nuestra Iglesia como a los demás fieles. Estoy seguro que usted perdonará esta decisión; cuando estamos convencidos tenemos la fuerza, cuando nos falta la convicción estamos inciertos y dejamos a los demás en la incertidumbre.

Le deseo que encuentre un director que esté mejor dispuesto que yo para vuestro fin y que pueda apreciar vuestros medios. Por mi parte no creo ser suficientemente experto en los caminos del Señor; retirándome, lo que hago es ponerme en mi sitio. La seguiré, como mejor pueda, con mis oraciones, yo le pido las suyas.

Con el más profundo respeto.

Humildísimo en Jesucristo

Fr. Jacintyo Cornier, Prov. Dominicos

P.D. Le ruego acepte este pequeño detalle de Dominico”.

Una caja de higos y de óptima uva acompañaba la carta. Con su estilo de sana diplomacia, la carta está dictada desde la humildad de un alma noble.

miércoles, 9 de marzo de 2011

58.- Bajo la luna, jadeando detrás de un rocín

“Diciembre de 1870. Este mes nos recuerda muchos incidentes; narraré uno. Una buena persona se había interesado por mí y me había prometido muchas ayudas. Yo le había escrito para que viniera y se pusiera de acuerdo con nosotras; ella me respondió que no sabía cuándo podría venir y me invitaba a que fuera yo. Ya que me sentía bien y el tiempo era magnífico, el 28 de noviembre, hacia medio día, me puse en camino. Sabía que podía hacer a pie algún kilómetro pero pensaba llegar en pleno día. Un retraso inesperado, debido al servicio postal, nos dejó al atardecer, en medio de montañas del todo desconocidas y completamente desiertas. Nos dijeron que todavía faltaban dos horas de camino, las mismas que habían transcurrido desde el punto de partida: proseguimos. La localidad era pobre e inculta, la luna comenzaba a dibujar sombras fantásticas. Yo estaba sola con una joven hermana en aquella localidad montañosa, de bonito aspecto, pero triste. La situación era difícil. Nuestro corazón se dirigió al Señor. Con nosotras teníamos al ángel del Señor pero no veíamos ni casas, ni personas: Caminábamos lentamente, subiendo una cuesta con mucha pendiente y rezábamos el rosario con gran confianza y alegres por sufrir de verdad las dificultades de la pobreza, mientras íbamos en busca de ayuda. Mi corazón ahora comienza a comprender cómo los santos sobreabundan de alegría en medio de las tribulaciones. Un poco después en el camino, pero todavía muy lejos, vemos un carro lleno de paja y muebles; apretamos el paso para alcanzarlo, pensando que es más oportuno viajar en compañía, cuando la hermana me hace notar el ruido de una carroza que avanza velozmente por la colina opuesta. Una curva del camino nos impide verla, luego vemos a un hombre que se da prisa para alcanzarnos.

Cuando está cerca se para y dice:

–¿Las esperan quizá esta tarde en Roquebrusanne?

–No, reverendo, sólo estamos invitadas por una persona conocida; ¿va usted para allá?

–Sí, pero todavía hay dos horas de camino y casi es todo en subida; mi pobre caballo está cansado, pero ustedes po­drían montar una cada vez; yo haré gustoso el camino a pie. ¡Providencia Divina, he aquí otra vez una sorpresa tuya!

Damos gracias a Dios y al sacerdote y retomamos el ánimo para afrontar las dos horas de camino que nos quedaban. Habíamos hecho otras tantas y estaba muy cansada; sentía los zapatos rotos, los pies hinchados, pero no podíamos permitirnos subir al carruaje que nos habían ofrecido: cada poco te­níamos que tirar de la carreta y del caballo; la pobre bestia tenía necesidad de todos los estímulos para seguir caminando. Así que nos tomamos la cosa con alegría y además nuestro compañero era un parlanchín sincero y lleno de fe, que nos hacía olvidar los inconvenientes del viaje. Había estado en Roma y había conocido al Padre Eymard que realizaba obras de caridad como la nuestra. Hablaba como si fuera un hermano, así que las dos horas de subida, aunque fatigosa, las hicimos como por encanto.

Mientras caminábamos, supimos que las personas con quien nos íbamos a encontrar, habían cogido a unas religiosas para sustituir a las que el ayuntamiento, aprovechando la situación, había echado fuera. Si lo hubiéramos sabido, no habríamos hecho este viaje: ¡cómo se divierte el Señor! Ciertamente la Providencia tenía algún motivo para permitir este encuentro: no es fácil encontrar personas con tanta simpatía como la de aquel joven sacerdote, pero muy maduro. Dios quería que hiciera este viaje y más tarde me dirá por qué. ¡Providencia Divina, nunca como ahora me abandono a tu querer! ¡Nunca he sido tan feliz como ahora! ¡No me puedes engañar!

Finalmente llegamos a Roquebrusanne, Elisa y su hermana, a las que aún no conocíamos nos acogieron muy bien, y pocos minutos fueron suficientes para reconocer sus buenas cualidades. Hablamos muy cordialmente y enseguida nos dimos cuenta de qué se trataba: las señoritas habían acogido a las religiosas en su casa con la intención de donarles la propiedad: verdaderamente es una buena manera de servirse de los bienes de los antepasados . Y quedamos muy edificadas de la organización de la casa”.

martes, 8 de marzo de 2011

57.- ¿Quién es? A esta hora no se abre

“4 de octubre de 1870. Ha sucedido un hecho importante, digno de ser mencionado y que nos da nueva confianza en la ayuda de Dios y en la benevolencia de la que generalmente nos rodea.

Hacia las dos de la madrugada sentimos un fuerte timbrazo en la puerta de fuera; la religiosa que estaba en adoración venía muy preocupada para avisarme, cuando se oyó un ruido más fuerte, y la puerta la sacudían tan violentamente que parecía que se iba a romper. También se oyen gritos, pero no sabiendo quién podría ser, decido no abrir. Si hay algún peligro recurriremos a la oración, que representa la fuerza mayor. Si se trata de amigos, vigilarán, ayudarán desde fuera, si son enemigos dejemos que usen la fuerza y no les facilitemos la entrada. Tratándose de pocas mujeres y solas, no era prudente abrir a 25 ó 30 hombres armados, que veíamos de acá para allá sin saber sus intenciones.

Hice levantar a todas las hermanas, que ya estaban despiertas y asustadas y nos reunimos en la capilla. Desde las dos a las cuatro, al menos veinte veces se repitió este estruendo; habían observado todos los accesos a la casa, así que no había ninguna duda de que querían hacer al menos una visita al domicilio.

El hecho de que no intentaban saltar el muro, me tranquilizó un poco y me dejó tiempo para recoger las cosas más valiosas: documentos y vasos sagrados para llevárnoslos con nosotras, si podíamos. Rezamos toda la noche recitando el rosario perpetuo hasta casi las seis de la mañana. Mientras tanto, se hizo de día y comenzó a circular gente por la calle. A una nueva señal de aquellos hombres, yo misma fui a abrir junto con otra religiosa; las otras preocupadas, pero resignadas a todo, continuaban rezando.

–¿Quién es? –dije con voz decidida–, a esta hora no se abre.

–Abrid, respondieron varias voces de hombre, pero con tono muy aplacado.

No tenemos nada con vosotras, pero queremos coger a un hombre herido que ha entrado en vuestro jardín.

–Entrad y buscad, pero yo creo que aquí no hay ningún extraño herido.

–El soldado que estaba de guardia cerca de la capilla ha visto a un hombre saltar el muro. Él ha preguntado, ¿quién está ahí? y como nadie ha contestado, disparó. El hombre ha desa­parecido y debe estar escondido en el jardín.

–Buscadlo; nosotras sentimos tales golpes que no creímos oportuno abrir.

–Hemos golpeado y vigilado sólo por vuestra seguridad, dijeron aquellos hombres cada vez más apurados por su conducta ilegal.

–Quiero creerlo, respondí, pero todo esto me obligará a pedir ayuda en caso de verdadero peligro.

Los acompañé al jardín y nos dimos cuenta que un árbol cerca del muro, quizá movido por el viento, fue la causa de aquella maniobra hecha por gente de buena voluntad, pero ignorantes en la disciplina militar. Ahora tenían miedo de ser reprendidos si les hubiéramos denunciado. Les aseguré que no lo haría, y aproveché la ocasión para pedir ante las autoridades civiles salvaconductos y recomendaciones, por si los necesitábamos en el futuro.

Hubiera ido al ayuntamiento el mismo día, pero no estaba el alcalde. Al día siguiente vino él mismo con el secretario; estuve muy contenta de recibirlo en casa, mejor que en otro sitio. Se disculpó por el modo de actuar de aquellos hombres todavía poco instruidos; acepté las disculpas, rogándole que para otra vez usaran formas diferentes para no asustar a mujeres inofensivas y dispuestas a hacer todo lo posible por el bien de San Maximino. Le advertí que nuestra campana, que nunca toca de noche, hubiera podido servir como señal en caso de necesidad, pero que se evitase repetir lo de la noche anterior, porque no era eso una señal de paz y de ayuda. El alcalde me preguntó nuestros nombres y lugar de nacimiento para dotarnos de salvaconductos con que poder circular. Le pedí su protección para la casa que habíamos comprado, dedicada a orfanato para niños pobres.

Le hice visitar la casa, diciéndole que, si la administración civil hubiera dado su apoyo como deseaba el alcalde precedente, y dada nuestra buena voluntad, hubiéramos podido dedicarnos enseguida a esta Obra, ahora tan urgente y tan necesaria; y añadí que no dudaba absolutamente de su interés.

Pareció interesarse por el asunto considerándola necesaria, porque además de los huérfanos mantenidos por la Obra de la adoración y por las ayudas surgidas a partir de la guerra, también habríamos podido ocuparnos de otros niños, si nos hubieran dado los medios. La visita se alargó por su parte y por la mía, porque quería demostrarle que no sólo no temía su presencia, sino que me sentía feliz de que conociera la casa y nuestros proyectos. Antes de marcharse visiblemente emocionado, dijo:

–¡Es verdad que la mujer o es un ángel o es un demonio!

-–No, señor alcalde, queremos ser ángeles, y usted nos ayudará a hacer el bien.

Su saludo fue muy cortés y nos prometió su ayuda.

Generalmente se tiene miedo de este hombre, pero el Divino Maestro, si quiere, puede servirse de él”.

A la Madre le fue sugerido abrir una hospedería, o bien escuelas públicas, en sustitución de las comunidades religiosas que habían sido expulsadas. El Obispo, temiendo la competencia con las religiosas en las que tenía mayor confianza, se lo prohibió explícitamente. La pobrecilla pidió el permiso para hacer al menos una suscripción pública y también la rechazaron, alegando como motivo que “habría dañado las obras diocesanas”. La Adoración Reparadora es la más sublime de las acciones humanas pero sola, no da para vivir.

El 13 de octubre se comunica a las religiosas que tendrían Misa en casa sólo para renovar las Especies Eucarísticas, y por supuesto no sería el domingo. Y a finales de octubre se vieron obligadas a frecuentar la Iglesia del pueblo. En su diario, Madre Le Dieu, escribe con tristeza: “Hace un año que Mons. Jordany ha bendecido la Obra durante la primera visita, renovando con todo el corazón la aprobación y los privilegios: ¿quién hubiera podido sospechar nunca lo que ha sucedido?”. El año se cierra con la negativa de la Exposición perpetua y Barnieu añade que si el Obispo hubiera conocido sus condiciones, no habría permitido la apertura de la casa.

Monseñor Jordany primero las acogió y luego las dejó solas.

Nos resulta enigmática la figura del Vicario General Barnieu, que había sido íntimo amigo del padre de la Fundadora, y por la que siempre había manifestado una gran estima. ¿Tuvo miedo de que, si la hubiera apoyado, habría perdido la simpatía del Obispo? ¿Fue sensible a las críticas de los religiosos que no toleraban aquella naciente Congregación? ¿Tenía estima, quizá, de esa mujer, pero no creía en su carisma de fundadora? Lo cierto es que le hizo sufrir mucho.

El episodio que sigue, narrado por la misma protagonista, nos da una prueba del espíritu de aventura con el que ella afronta la vida.