martes, 29 de marzo de 2011

69.- Juana la loca sin ser reina

De esta religiosa, la Fundadora da el siguiente perfil:

“Desde hacía seis años teníamos a una pobre y débil criatura, nutrida de romances, únicamente para impedirle que se perdiera en el mundo.

Ella lo pedía con lágrimas y promesas, y nosotras teníamos misericordia para no apagar el pábilo vacilante. Durante mi ausencia creyó hacerse la interesante ante el Obispo y encontró una buena excusa para una dirección extraordinaria. Como ellas sabían que yo me habría opuesto a favorecer una tal fantasía la llevaron a Fréjus sin decirme nada. Yo había dejado como superiora a Sor San Pierre que, dejándose llevar del propio juicio y cediendo ante quien quería guiarla, se fue a la deriva.

La joven habló con el Obispo y con Barnieu. El demonio les inspiró una triste y gran desconfianza. Ellos quedaron tan sorprendidos que, ocultándome todo, se ofrecieron a colocar a las religiosas en los Institutos de la diócesis, creyéndolas víctimas del hambre, ofendidas en la conciencia y expuestas a las seducciones más deplorables. A ellos les parecía mejor suprimir la Obra que ayudarla a extenderse. No digamos nada, dijeron ellos, y todo caerá por sí mismo”. Una prueba tan terrible nunca la habíamos tenido. Es necesario que no falte nada a esta santa Obra. El dicho infernal “calumniemos que algo quedará”, siempre lo ha logrado Satanás y también en esta circunstancia ha obtenido sus frutos”.

Y eso que la Madre había tenido sus atenciones con Sor San Jean.

Para saberlo, basta este texto de una carta suya: “Abrazo a Sor San Jean con gran afecto; a usted como a las demás les recomiendo no ser melindrosas sino comer para mantenerse y estar bien. Dios no está obligado a hacer milagros en esto. El señor Madon debe saber que casi todas vuestras debilidades dependen del hecho de que no queréis nutriros convenientemente”.

Sor San Jean, con su cabecita alborotada, había exclamado con altanería: “Hay tela en mí”. La Fundadora respondió: “La pobre hija lleve a otro lugar su tela, que ahora es muy buena y encuentre un sastre que la sepa usar”.

Pero ya era demasiado tarde. La comunidad iba a la deriva bajo la presión de fuerzas externas que la Fundadora define con expresiones candentes: “En efecto, amenazada por una invasión extranjera, que es peor que una guerra civil, no podemos tener entre nosotras a las pobres criaturas que nos habían mostrado tanta maldad y traición. Tenía que estar más segura de las que dejaba en la casa que de las que llevaba a París, donde cuidándolas yo misma, las tendría conmigo o mandaría a otro lugar”.

Las voces que venían de fuera, aunque se trataba de gente de buena fe, generaban desaliento. “Vuestra Fundadora es una santa mujer, pero no llegará a ningún sitio. Es cabezota y se enfrenta hasta con los obispos. Vosotras no tenéis ni arte ni parte y es vergonzoso que tengáis que vivir de limosnas, vosotras que estáis dotadas de tanta energía. Pero, ¿qué hacéis allá adentro? Disfrutad de vuestra juventud. Y para adorar a Jesús Sacramentado, ¿no hay otros Sagrarios?, ¿no os dais cuenta de que no lográis estar de acuerdo ni siquiera entre vosotras?”.

A las pobres hijas, que no tenían el temple firme de Madre Le Dieu, aquellas preguntas las bombardeaban día y noche actuando sobre ellas como ácido corrosivo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario