domingo, 27 de marzo de 2011

67.- Orar es lo único razonable

“Sí, nuestra causa es hermosa, es la de Jesús Redentor.

Cuando vino por primera vez a redimir el mundo no fue tratado mejor que nosotras. Él es la verdad y la vida, que Él sea, por tanto, nuestra vía. El mundo pasa y nosotras también pasamos, pero Él queda inmutable y por toda la eternidad tendrá en cuenta un vaso de agua fresca dado en su nombre. Sí, hija mía, nosotras hemos elegido la mejor parte y nos alegraremos cuando llegue nuestra hora y nadie nos quitará nuestra alegría.

Abrazo con vosotras también a Sor Santa Philomène. Si puedo la escribiré. Esto se entiende tan bien que, si yo no dijera nada, ella debería creer igualmente en mi afecto inalterable; el amor de una madre hacia su hija y de una hija hacia su madre no puede ponerse en duda, especialmente cuando se está unidas por la caridad, que es mucho más fuerte que la sangre.

Sólo tengo que decir que si las pruebas son grandes, la gracia de Dios sobreabunda.

Ofrezco con agrado a Dios todas mis fuerzas, mis sudores y mi misma sangre (y en cierto modo es así). Encuentro estímulo para superar la triste crisis que atravesamos. Dios conoce el porvenir, pero ciertamente tiene en cuenta los buenos deseos y los sufrimientos que soportamos para servirlo: un día nos lo pagará.

Si el viaje de París a San Maximino y de San Maximino a París no fuera tan caro y fatigoso, especialmente en esta época, hubiera ido más veces. Para mí es un verdadero sacrificio no poder estar cerca de vosotras en este momento y además no saber con precisión el momento del retorno.

La provisionalidad es una cosa terrible, ordinariamente una cruz y una situación dolorosa y costosa.

Parece que todo está en calma cuando una circunstancia lo cambia todo; y esto sucede muy a menudo.

“Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas”. La comunidad no es una nave espacial que pueda ser teledirigida.

Madre Le Dieu lo reconoce con profunda amargura: “Después de casi cinco meses de mi ausencia y confiadas las riendas en unas manos y en una cabeza demasiado débiles, incapaces de sostener el peso de nuestro pequeño Instituto, que fue arrastrado a la deriva por quien quiso dirigirlo según sus ideas, no obstante las orientaciones que yo había dado, vislumbrando el mal. No anduve con rodeos y volví a San Maximino sin anunciar mi llegada. Me di cuenta enseguida de cuán necesario era esto, y si no hubiera dedicado mi tiempo tan concienzudamente en París y en Versailles, me habría pesado mucho haber prolongado mi ausencia”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario