lunes, 28 de marzo de 2011

68.- Sus mentes habían cambiado mucho

“Algunas habían cambiado por su amor propio, otras por haberse dejado llevar, sin tener a nadie cerca que las orientase. También tengo que decir que encontré una extraordinaria sinceridad que me hizo tener esperanza en sus almas, y en varias, el arrepentimiento sincero por haber seguido consejos totalmente contrarios a nuestra regla. Puesto que es más fácil caer en el orgullo que levantarse, estas pobres hijas tuvieron grandes luchas interiores. Una por una me confesó lo que había hecho contra nuestro modo de vivir las reglas y las predisposiciones que sus palabras habían provocado necesariamente en los superiores, los cuales, no viendo, sólo po­dían juzgar en base a lo que oían”.

En el Monte San Miguel la comunidad, guiada por la Fundadora, había adquirido un equilibrio admirable entre trabajo y oración y su instinto materno había sido sublimado por la caridad educativa que había aceptado como hijos a aquellos niños huérfanos. La educación nunca va en sentido único; el auténtico educador da y recibe. Allí, las religiosas daban energía materna y los niños devol­vían frescura de vida. Aquí, en San Maximino, se rompió el equilibrio entre oración y trabajo por el simple hecho de que les fue prohibido cualquier apostolado.

De la armonía que se establece entre Ora et Labora brota una fuente de alegría. Oración, trabajo y alegría son los tres pilares de toda comunidad religiosa. En San Maximino, por la ausencia de la superiora y más aún por la falta de trabajo, fue disminuyendo la armonía familiar y las religiosas, de ser envidiadas, pasaron a ser envidiosas. Sí, envidiosas de la comunidad de Dominicas que caminaba segura y con plena confianza en el futuro.

En las comunidades religiosas, las lenguas se vuelven tijeras si no hay un empeño en la oración y en el trabajo, y entonces, sálvese quien pueda.

Madre Le Dieu, encontrándose ante tal desorden, intentó poner freno y desplegó toda su fortaleza normanda; les dijo: “Si hasta hoy única y constantemente he usado la dulzura para que se realizara esta Obra, ahora usaré la firmeza y si es necesario la justicia, porque ya es hora de que la vida se tome en serio. Y en estas circunstancias espero tener almas con las que pueda contar”.

Pero las tijeras de la lengua ya habían cortado irremediablemente la vestidura de la caridad. El 11 de julio de 1871, a las dos de la mañana, dos religiosas abandonaron la casa; esta salida, al haber sido de noche, pareció una verdadera fuga. Y el día 20 otra hermana, después de dos años de vida religiosa y oprimida por el desánimo, quiso volver a su casa. En la insatisfecha comunidad había una religiosa de nombre Juana, a quien se le podía dar el sobrenombre que se había dado a la famosa reina Juana: la loca.

A esta pobre alma en pena no le bastaba la dirección de un simple sacerdote, sino que necesitaba la del Obispo y al Obispo fue para hablarle con su enferma fantasía.

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