jueves, 31 de marzo de 2011

71.- La tinta cambia de color

Madre Le Dieu, para reprender su imprudencia, escribió palabras duras a las religiosas, las cuales, deprimidas por la preocupación, asustadas por las amenazas y seducidas por la ilusión de una vida más relajada, perdieron la poca paciencia que les quedaba y se rebelaron.

La Madre, con su estilo de artista, resume la revuelta con esta expresión: El 7 de marzo su tinta cambió de color. “Me amenazaron con informar al Obispo y con marcharse a otro lugar, si en tres días no solucionaba mis asuntos”.

El día 9, otra carta: “Si el martes no tenemos la seguridad plena de que usará todos los medios a su disposición para arreglar las cuentas, escribiremos a la Curia; lo que tenga que suceder, que suceda”. Y firman: sus respetuosas y devotas. El 16, nuevas cartas, el 17, ídem; según ellas la persona a la que había firmado la letra de cambio tenía que detenerme en Marsella: “respuesta inmediata, vuestra devota”.

Pero una simple carta al notario calmó las aguas.

El 23 una Carta de Sor San Pierre renueva las disculpas de la gente junto con las nuevas amenazas de una persona, decidida a retirar el Santísimo.

El día 27 las dos me comunicaron con énfasis su decisión de marcharse. Contentas por el deseo de ir al santo asilo donde Jesús las esperaba, como decía una de ellas vanagloriándose de recibir y llevar consigo las últimas partículas del Tabernáculo, se preparaban para marchar enseguida, y sólo preguntaban dónde tenían que dejar la llave de casa. Sor San Pierre Legrand había escrito a su familia, por supuesto en secreto, para no interrumpir los negocios de los que su padre estaba encargado; era precisamente aquel hábil mandatario, que una vez advertido vende, siempre en gran secreto, mi casa y me deja sin nada. ¡El diablo ha jugado la mejor carta agarrándose a Dios mismo, a Jesús tan paciente y amable en nuestro pobre y pequeño Tabernáculo!

Despreciar los votos emitidos con serenidad, reflexión, ánimo y hechos para toda la vida... y todo esto porque, después de haber actuado con tanta imprudencia, prefieren romper con todo, abandonar todo, antes que sentir y reconocer sus culpas y tantos años de sacrificios, de amor sincero que para ellas no cuentan nada, y en el momento en el que busco todo para remediar y consolidar ellas trabajan para destruir... ¡fiat!

Hace tiempo decía a estas pobres hijas que se hubiera podido esperar de Garibaldi o de la Comuna el cierre de nuestro querido oratorio, pero no de ellas.

Respondí que me parecía poco prudente el superior que exigía una partida rápida y que comprometía todo; que yo no las habría retenido pero que esperaran mi regreso para no dejar la casa sola.

He sabido que Barnieu no ha querido mezclarse en esto, dejándolas libres de hacer lo que quisieran; de hecho, han preparado sus maletas y han esperado.

A mi llegada (después de más de cuatro meses de ausencia), su conducta ha sido repugnante; las he soportado tres días. El domingo cerraron sus maletas, diciéndome que se marcharían sin decirme dónde. Yo las dejé, pero al momento de marcharse su corazón se emocionó, y una se hubiera quedado si le hubiera dicho algo.

Explotando en llanto, confesaron sus culpas y dijeron que ellas mismas habían provocado los consejos que les habían dado y que, reconociéndose culpables, no tenían derecho a quedarse.

Actuando de un modo más que materno, no les deseé la desesperación sino el remordimiento por su apostasía. La hija del procurador, finalmente se levantó y arrastró a la otra. ¡Pobres hijas que no podrían encontrar el cielo allí donde iban –tan bien recomendadas–, y huyendo de mí, su madre, fiel a ellas desde hace ocho años! Ellas habían tenido amigas que las habían animado; vinieron a buscarlas y a acompañarlas.

Me ocultaron el lugar donde iban, aunque era un secreto a voces. Pero al ser mayores de edad, no era mi deber informarme, y no quise darles la satisfacción.

Concluiré sobre lo que sé de su historia. Al cabo de apenas quince días pasados en el lugar donde habían sido tan deseadas y recomendadas, tenían pruebas suficientes para mandarlas a sus familias por motivos de salud.

Escribieron nuevas injurias contra mí y suplicaban a la religiosa que me había sido fiel para que siguiera su ejemplo, abandonando el falso camino en el cual la retengo.

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