miércoles, 30 de marzo de 2011

70.- Coge de nuevo la vieja maleta

Aquella comunidad, que había irradiado tanta bondad y simpatía hasta suscitar envidia, una vez disgregada movía a la compasión. Los proveedores perdieron la paciencia y las personas piadosas dejaron de ser generosas. El desacuerdo y la miseria caminaban a la par.

Para saldar las cuentas de la casa de San Maximino quedaba de pagar la renta (1.200 francos al año) que la anterior propietaria comenzó a exigir. La señora Planque temió acabar como la pobre Aline, que había quedado en la miseria porque todo lo suyo lo había prestado a las religiosas. La barca hacía aguas por todas partes y antes de que se hundiera, la viuda Planque quería lo suyo y por eso se alborotaba. ¿Cómo saldar tantas deudas? La pobre Fundadora, una vez más, tuvo que hacer la vieja maleta.

Fue a Marsella para buscar ayuda, después de haber empeñado los pocos objetos preciosos que le habían quedado como recuerdo de familia. El Obispo, movido por la compasión, le había concedido el permiso de abrir un asilo.

Por lo demás, estaban de acuerdo las Religiosas del Buen Pastor, ya que en este asilo se habrían preparado a los niños pequeños de ambos sexos que luego habrían pasado con ellas.

Desafortunadamente el decreto quedó en letra muerta, y esta vez por culpa de sus hijas.

Cuando el 20 de noviembre Madre Le Dieu partió con Sor Santa Philomène para Marsella, dejó a Sor San Pierre y a Sor Mª de los Ángeles en San Maximino. La fuga de ésta obligó a Sor Santa Philomène a volver. Mientras, Sor San Pierre escribe a la Fundadora: “le aseguro que mi afecto hacia usted crece de día en día y se cambia en veneración y en algo que no sé expresar, pero que es tan fuerte que nada me podrá separar de usted. Bendígame. Su respetuosa e indigna hija”.

El 3 de marzo de 1873, Sor San Pierre, aturdida por los gritos de la señora Planque y asustada por los proveedores, cometió un grave error: firmó una letra de cambio con el vencimiento a sólo quince días. Y, sin embargo, sabía que la Madre estaba clavada en la cama en una humilde pensión de Marsella. Al día siguiente la enferma le mandó una carta para entregar al notario; en ella se comprometía a vender la casa si en el mes de mayo no hubiera pagado las deudas. Sor San Pierre, añadiendo estupidez tras estupidez, no entregó la carta y escribió a la superiora muy melosa: “Lo que me dice de la vida que lleva en la pensión me hace sentir mal, sólo de pensarlo, y Dios sabe que daría hasta la vida para poder darle los cuidados que necesita en este momento”.

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