domingo, 6 de marzo de 2011

56.- La miseria y el miedo acompañan la guerra

La guerra muerde con todas sus restricciones y obligaciones también políticas. No sin humor, Madre Le Dieu escribe: “Se ha dicho con mucha seriedad que sin duda todas nosotras éramos mujeres prusianas unidas en sociedad y en correspondencia con el enemigo; y porque se sabía muy bien que nosotras recibíamos a nuestros maridos contra la seguridad de la patria, se había decidido montar guardia día y noche alrededor de la casa. Y esto ya dura casi un mes. El día de la conversión de San Pablo nos hemos sentido edificadas por el fervor que ha habido en nuestro oratorio, durante la Exposición a los pies de Jesús. La gente de las mejores familias de San Maximino estaba recogida y emocionada, animada por un triple motivo que se leía en sus rostros: sincera devoción, amargo dolor por el sacrificio de los llamados al frente y un verdadero interés por nosotras.

Desde que se han cerrado las escuelas cristianas con tanta violencia, muchas familias nos han pedido que cogiéramos a sus hijos para no mandarles a las escuelas públicas, en las que se trabaja para acabar con todo principio religioso. Es un trabajo arriesgado y, en este momento, sujeto a muchos inconvenientes, pero no somos nosotras quien lo vamos a buscar. Si Dios nos lo da no nos faltará su gracia”.

Para proteger la casa, la buena Madre tuvo el valor de levantar una pared alrededor de su propiedad. Ciertamente aquella valla no la defendía de la miseria; ella escribe: “En el mes de junio de 1870 he tenido que suspender los pagos ordinarios del carnicero, del panadero y de algún otro, como también de los albañiles. Me he dirigido a muchas personas ordinariamente dispuestas a ayudarnos, pero las circunstancias actuales paralizan todo; ni ventas ni préstamos son posibles, yo no sé cómo afrontar las pequeñas provisiones cotidianas, que hay que pagar en el momento.

Si no fuera por las personas que nos pagan anticipadamente algún trabajillo, estaríamos sin blanca. Mientras por una parte me disgusta esta situación, sobre todo por las molestias causadas a los proveedores y especialmente a los obreros, por otro lado estoy completamente tranquila y con mucha confianza en Dios, segura de que nada perderá esta buena gente, también ella tranquila y admirable por la paciencia y por los cuidados que tienen hacia nosotras, conociendo nuestra buena fe.

Muchos dones sencillos vienen de ellos: fruta, legumbres; todo ayuda y lo recibo con agradecimiento, como una limosna que Dios nos hace por las necesidades presentes y un testimonio precioso de benevolencia y afecto, que parecen una garantía de seguridad, difícil de imaginarse ahora que ya no existe para nadie.

Los acontecimientos que suceden fuera son tan rápidos y extraños que uno se puede esperar cualquier cosa.

El Padre Provincial, que vino el 10 de septiembre, nos aconsejó que estuviéramos preparadas, como hacían la mayor parte de las religiosas, para quitarnos el hábito y huir evitando así posibles maltratos, si el Señor deja dominar el mal aquí como ha ocurrido en otros lugares.

Ninguna de nosotras quiere resignarse a esta idea y estamos decididas a morir con el santo hábito antes que dejarlo, pero seguiremos las medidas necesarias de prudencia para evitar males, quizá mayores que la muerte misma. Nos preocuparemos, por tanto, de llevar a cabo algún cambio en el hábito con mucho disgusto y solamente por una fuerza mayor.

La superiora de las religiosas del Buen Pastor ha preguntado si nos prestamos para atender a los heridos. Le respondí que lo haremos con agrado y que ya teníamos el permiso del Superior.

También había otro tema que me preocupaba: garantizar y salvar las Sagradas Especies en caso de una invasión improvisada. Me preguntaba si todavía estaba permitido, como antiguamente, consumir las Sagradas Especies uno mismo para evitar una eventual profanación”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario