sábado, 5 de marzo de 2011

55.- Lavad la ropa del Niño Jesús

“Nuestros proveedores, de manera sorprendente, siguen sirviéndonos anticipadamente, con más cortesía que antes, aunque aumenten las necesidades, disminuyan las entradas y los peligros sean siempre más amenazantes. He aquí un episodio maravilloso que quiero resaltar sin comentario porque no tengo tiempo y además habla por sí mismo. Dos o tres días después de Navidad, una joven que trabajaba en el campo, a la que no conocía, quiere hablar conmigo: “Madre, me dice, perdone, desde hace tiempo deseo verla. Me parece que el buen Dios me dice: Vete y haz un pequeño donativo a aquellas buenas religiosas de San José como los pastores fueron al portal. Ellas te acogerán bien. De esta forma me he permitido traer un poco de aceite para la capilla y un poco de fruta para ustedes”. Y se le llenaron los ojos de lágrimas; yo también me emocioné. Acepté con agrado aquella oferta que llegaba justo a tiempo para alimentar la lámpara que alguno quería apagar por falta de medios. Yo, sin embargo, deseaba que nunca se apagara”.

Poco después, Madre Le Dieu anota: “Continúan las ofrendas para el pesebre; también nos han traído jabón, diciendo: para lavar la ropa del Niño Jesús”. Aquellas buenas mujeres del pueblo intuyen que allí Jesús está en casa. La excelente organización de la comunidad, los actos religiosos que se celebraban, el espíritu evangélico que se vivía, crearon un centro de elevada espiritualidad, pero también suscitaron gran envidia: ésta, como polvo finísimo entra por todos los rincones hasta en los más protegidos.

Si crecía el fervor, también se recrudecía la pobreza, menos mal que no nos faltaba la caridad de los buenos y la paciencia de los proveedores.

“Debo hacer resaltar de manera especial la delicadeza verdaderamente admirable de aquellas personas que naturalmente deberían sentirse menos implicadas, es decir, nuestros acreedores. La señora Pirol, la panadera, a la que desde hace cuatro meses no hemos podido pagar y que no es muy rica, cuando supo que iba a ir de viaje al norte para arreglar nuestros asuntos y además los problemas que podría encontrar, vino muy preocupada para suplicarme que aplazara el viaje.

–Pero yo necesito dinero, estoy en deuda con usted y con otra gente.

–Oh, me interrumpió ella, no se exponga al peligro por esto; nosotros os daremos pan hasta que sea necesario y Dios nos ayudará.

Gasp, el carpintero (cito nombres como reconocimiento), no ha querido hacer ningún papel escrito y firmado por los casi 100 francos de crédito. “Nosotros tenemos confianza en ustedes, me dijo, no se preocupe; nosotros podemos esperar”. Y cuando insistí para dejarme un certificado escrito, me dijo emocionado: “Por favor, no se hable más, esté tranquila; si ustedes pierden, perderemos también nosotros”.

Así mismo Hiallard el herrero y los albañiles Blanc a los cuales debemos al menos 1.500 francos por el muro de la cerca”.

A primeros de agosto, para hacernos más difícil la vida, sobrevino la guerra del 70 entre Francia y Prusia. Las derrotas sufridas por los franceses hicieron caer el segundo imperio. Surgió la tercera república y su presidente fue el célebre e histórico Adolfo Thiers. Después de un asedio horrible, que duró cuatro meses y medio, París se rindió y abrió sus puertas a los horrores de la Comuna.

Finalmente, el 20 de mayo se firmó la paz en Francfourt.

Qué pena que en el gran mar de sus escritos, la Fundadora, con su estilo notarial, no hace casi ninguna alusión al período tan terrible que unió los horrores de la guerra civil a los de la guerra extranjera. Y, sin embargo, a sus 61 años cumplidos, con mucha desenvoltura, pasa el frente en busca de ayuda para su Obra. Esta gran alma pareció no tener límite: todas sus ener­gías, sin excepción, las dedica plenamente a la consecución de su ideal: la Reparación. Para ella, fuera de este ideal, nada tiene valor y pierde interés.

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