jueves, 30 de junio de 2011

145.- Bien recibida, pero nada recibido

En la festiva y fastuosa Roma Madre Le Dieu vive una pobreza tal que hasta para un eremita de la Tebaida hubiera sido excesiva.

5 de julio de 1881. “¡Ahora sí que puedo observar el voto de pobreza! ¡Cuántas privaciones tengo que hacer! ¡Cómo me gustaría tomar un poco de buen café y de buen vino, zapatos ligeros, viajes en carruaje...! Ya he tenido todo esto y quizá he abusado de todas estas cosas, por eso sufro más. Ángel bueno, haz que me sirva para mi Purgatorio.

Llevo siempre conmigo el cuaderno que contiene un gran número de documentos originales: es mi segundo tesoro (el autógrafo de Pío IX es el primero y representa la piedra fundamental). He llegado después de hacer una larga caminata desde el Puente S. Ángelo para ahorrarme 5 céntimos”.

Los zapatos ríen de rotos y ella forzosamente tiene que comprarse otros nuevos. “Los zapatos más baratos me costarán 7 francos: ¡qué agujero! Mi monedero se quedará temblando”.

La Madre sintetiza así las visitas sin obtener ningún fruto. “Bien recibida, pero nada recibido”. Y con destacada serenidad escribe estas amargas palabras: ”Si yo quisiera morir de hambre no le importaría a nadie”. Pero enseguida recobra su humorismo: “¡Triste miseria!, se anda mucho más ligero cuando el bolsillo está lleno de dinero”.

“¡Providencia de Dios!, ¿cómo no abandonarme completamente a Vos con la confianza más filial?

“Cuando os he mandado sin bolsa y sin bastón, ¿os ha faltado algo? Los Apóstoles le respondieron: “No, Señor. Y yo, que he emprendido este camino para ejercitar la caridad más perfecta, ¿no debo decir lo mismo?”.

Ahora que hemos dado un vistazo al tenor de vida que la Madre llevó en Roma, podemos retomar el orden cronológico de los hechos.

miércoles, 29 de junio de 2011

144.- Se aconseja con Don Bosco y se confía a Pío IX, que ya había muerto

En Roma, Madre Le Dieu hizo dos visitas a Don Bosco, al que ya había conocido en Turín en 1881. En aquella ocasión el Santo no tuvo tiempo de escucharla y por eso la presentó a Don Rua, diciendo que la habría atendido lo mismo que él. El Vicario del Santo le dijo que no había salesianos suficientes para las casas que ahora abrían cada mes.

En Roma, la Fundadora pudo hablar largamente con el Fundador. Ella escribe: ”Si no hubiera visto a Don Bosco me hubiera quedado con el remordimiento y con el deseo. Él escuchó lo que le dije de nuestra intención de fundar en Roma y leyó con mucha atención nuestro programa. “La obra es muy hermosa, me dijo, y muy útil. Yo rezaré para que se consolide; le procuraré benefactores”.

El Santo subrayó la originalidad de la Institución, la exhortó a conservar la identidad y le hizo comprender que ella no vería la consolidación de la Obra. Esto se deduce fácilmente de lo que escribe refiriéndose a aquella visita: “No se ha necesitado mucho para convencerme de que Dios quiere que nosotras seamos nosotras y no Salesianas, ni Dominicas, ni Pontygnanas, sin embargo no quiere nada mientras yo viva. ¡Fiat!”.

Muy a menudo, Madre Le Dieu va a visitar a otro santo que, como se sabe, ella, Fundadora, le considera su Fundador. Éste es Pío IX, sobre cuya tumba desahoga su ánimo de hija y de­vota.

“Lunes, 6 de junio, día de Pentecostés. Hoy a las seis de la mañana he tenido que fatigar para poner en pie a Martín.

El tiempo está empeorando, no obstante he ido a San Pedro para pedir luz, justicia y domicilio en Roma. He rezado con confianza ante la tumba de nuestro Santo Padre Pío IX. Él, ciertamente, me ha reconocido porque sabe cuánto le he querido y cuánto aprecio los beneficios que me ha concedido. Con estos precedentes espero mucho de León XIII y no quiero morir antes de ver mi Obra en Roma”.

“13 de julio. Si ayer hubiera estado menos cansada habría ido con la familia Rolly y con todos los ciudadanos de Roma para el traslado del cuerpo de Pío IX desde San Pedro a San Lorenzo de Extramuros.

Era de noche. Multitud de gente muy recogida; muchos lloraban al Pontífice tan amado; un magnífico cortejo atravesaba la ciudad, iluminada a lo largo del recorrido. Algunos desaprensivos han querido hacer una manifestación en contra, pero han sido disuadidos por la policía.

Santo mártir, velad sobre la cátedra de San Pedro, que habéis ocupado con tanto esplendor y protegednos a nosotros que venimos a refugiarnos cerca de ella para conservar y aumentar nuestra fe”.

Las hostiles manifestaciones, que sucedieron durante el traslado de los restos de Pío IX, le hicieron sufrir mucho. Escribe a una amiga: “Ciertamente oirá hablar de los acontecimientos del traslado del Santo Padre Pío IX. Toda Roma estaba entristecida e indignada menos los ministros de Satanás, algunos de los cuales serán severamente castigados. Me sentía demasiado cansada para seguir el bellísimo cortejo; era de noche, y yo, si hubiera podido, habría doblado mis velos y me habría puesto el gorro”.

“Me han dicho que en este momento se están distribuyendo opúsculos infernales contra Pío IX, escritos en distintas lenguas y vendidos por dos perras, o también regalados, para que hagan un efecto inmediato.

Esta mañana (5 de septiembre) la Asistenta ha venido para hacerme firmar un manifiesto de fidelidad al Santo Padre, en reparación por los ultrajes ocurridos la noche del traslado de Pío IX: habría firmado a cuatro manos”.

Quizá, por aquel exceso de fiebre anticlerical, ningún familiar de Pío IX sufrió tanto como esta hija espiritual.

martes, 28 de junio de 2011

143.- No me siento en absoluto italiana sino sólo católic

“Desde ayer no hago otra cosa sino irritarme la piel, especialmente los brazos y la frente; siento un picor insoportable y donde me toco noto granitos por debajo de la piel; no hago sino aumentar la inflamación, y esto podría jugarme una mala pasada. Desde ayer también tengo la cara cubierta de granos. Será mejor que pida ayuda.

Me da miedo someterme a una cura en Italia: todavía me acuerdo de las medicinas de hace tiempo y las pastillas que tomé hace unas semanas; me dicen que las medicinas aquí están poco perfeccionadas. En muchos aspectos, Roma es inferior a París: verdaderamente aquí, de bueno, no hay sino algunas fuentes y algunas Iglesias. ¡Cuánta agua se consume para beber! ¡Cuántos refrescos de limón! A todas las horas del día y hasta media noche se oye gritar a los vendedores de limones.

Al pueblo italiano se le reconoce por su dejadez y el dejar pasar. Yo no me siento en absoluto italiana, sino sólo católica”.

Con pocas palabras esboza una escena de una gracia satírica y simpática: “Una mujer se me echó encima con un italiano mal hablado. Salí del paso con un “non capish”.

Sin embargo, aquel pueblo romano, que siempre está dispuesto a sonreír por todo y de todo, en ella enseguida descubrió a una santa.

“Cuando me encuentran, todos me saludan amablemente: las mujeres, las chicas, las niñas, y me besan las manos al menos cincuenta veces al día. También me pasa a menudo cuando voy por las calles, entonces presento la mano izquierda para que la gente pueda obtener la indulgencia a través de mi anillo, bendecido por Pío IX”.

“Sufro mucho en Roma y no me gustan nada sus empedradas calles, pero anhelo ardientemente que el centro de nuestra Obra esté cerca de la Santa Sede”. Así decía y escribía a menudo la Fundadora.

lunes, 27 de junio de 2011

142.- ¡Vamos, vamos, vamos, pobre bestia mía!

Aquel pobre “Martín” realmente se merecía una oda y la anciana, a la edad de setenta y cuatro años y seis meses, se la dedica, mientras el catarro le corta la respiración.

Cansado mi cuerpo, cuando habremos surcado

las nubes y del sereno cielo

el inmenso espacio, ¡oh! di, ¿no tienes quizá ya superadas

tantas horrendas brumas?,

¿qué otras esperas aún? De mis males

sólo consuelo he largamente esperado.

Dulce sueño de muerte, yo pido: ¿Cuándo vendrás?

Allá arriba, allá arriba en el cielo

tendré paz; allá arriba sólo mis males

tendrán fin. Pero tú, cansado y frágil,

no te duelas si arrastras aún

el grave peso, y si tregua no tienen

tus ásperas fatigas.

Dios contados tiene tus días:

Él sabe todo y te sostiene,

a fin de que no caigas en esta lucha

penosa, interminable de amor.

Ánimo, pues, oh mi cuerpo cansado, hemos llegado.

No llores más, sino bendice a Dios.

Sin embargo no podía faltar la musa en tono gracioso que cantó a Martín:

Vamos, vamos, vamos,

pobre bestia mía.

La carga arrastramos

aún por la vía.

Un día, sólo un día;

que nos espera a la vuelta

una eterna alegría.

Vamos, vamos, vamos,

pobre bestia mía.

domingo, 26 de junio de 2011

141.- Es necesario caminar con las manos si no se puede con los pies

“Los cocheros de la ciudad terminarán mirándome como los pasteleros de París; si todos hicieran como yo, estos pobrecillos tendrían que cambiar de oficio. No es que yo los desprecie, al contrario, tengo que confesar que el deseo me hace volver la mirada hacia ellos, pero el deseo no puede ceder a la tentación. Por tanto, caminaré a pie y especialmente sola”.

Sólo una vez, cuando ya no pudo más, cogió la carroza y fue engañada por el chófer.

El 6 de mayo de 1881 escribe:

“He pasado todo el día en la habitación, colocando mi ropa; esto me cansa más que salir.

La tormenta también influye en el malestar que tengo en estos últimos días; no me da miedo pero me pone nerviosa. Yo tengo mucha más suerte que otras personas que se asustan cuando oyen el mínimo ruido. El trueno me eleva a Dios. Sé que es peligroso, pero es majestuoso. Su voz potente y los relámpagos dominan todos los demás ruidos y nos elevan a las sublimes alturas. Pero ahora tenemos que bajar para ir al refectorio; allí todo nos recuerda al animal. ¡Pobre Martín!, mientras estamos en este mundo es necesario comer: hierba o heno”.

El 17 de agosto, después de una visita al príncipe Torlonia, habla así en su diario: “Es necesario caminar con las manos si no se puede con los pies y arrastrarse si no se puede hacer otra cosa, sin jamás retroceder ante una buena empresa. La noche la he pasado, una vez más, en una mezcla de insomnio y de pesadillas y hoy no me siento con fuerzas para visitar al príncipe; no sabría qué decirle. En lugar de tener las cosas claras, como sucedía hace algunos días, ahora me encuentro en una especie de somnolencia. Veo lo que pasa, pero no sé explicarme; quisiera servir a Dios y no puedo amarlo. ¡Fiat!

Este malestar indefinible, ¿era quizá una especie de presentimiento? No lo sé, pero salí con esta incertidumbre. En la iglesia del Jesús he rezado hasta las diez y luego me he presentado en el palacio Torlonia. Acomódese, oigo decir, y espero un cuarto de hora. Finalmente entro donde estaba el Príncipe y me invita a sentarme, mientras él se queda de pie y, sin esperar ni siquiera la más breve explicación, me manifiesta el rechazo más absoluto. Le digo que sólo he venido para pedirle un préstamo del que puedo ofrecerle garantías. Ya no me ocupo de negocios, me responde, y me contento de mis pequeñas obras. Y con su saludo me despide: ¡He aquí todo!”.

La altivez de todos los príncipes de este mundo no conseguiría desanimar a esta cabezota de Dios. Todas las personas de la aristocracia romana vieron ante sí a esta pordiosera de los niños pobres, humilde y con dignidad.

“Como me aconsejaba el venerable Cura de Ars, voy directa al buen Dios como una bala de cañón”. Pero el bajar y subir las escaleras ajenas, tantas veces al día, debilita a la anciana andarina.

Monseñor Galliano Moncelsi, que conoce maravillosamente los gestos heroicos de Madre Le Dieu, está convencido de que con todo lo que ella había caminado habría dado varias vueltas a la tierra por el punto del Ecuador.

Cuando está excepcionalmente cansada, canta así:

¡Que yo sea fuerte, oh Señor, hoy y siempre

hasta el último suspiro!

Quiero que se cumpla tu querer divino,

quiero amar y sufrir.

Mis penas Él las ve, y de mi corazón

el ardiente deseo Él sabe.

Y me socorre cuando mi dolor

más bárbaro se hace.

Ánimo, pues, oh mis dulces hermanas,

hasta el último día.

Al premio que nos espera detrás de las estrellas

nosotras llegaremos así.

Cuando el alma está cansada y aterrada,

así ayuda pensar:

Vuelve entonces la calma, y de la vida

la escarpada mente grave aparece.

¡Oh, mis hermanas, en este dulce abandono

repose nuestro corazón.

Santa es su palabra, es justo, es bueno.

Es fiel el Señor!

“Esta mañana he permitido a Martín descansar un poco; el pobre animal se ha fatigado mucho en estos días, y si no va para atrás, para adelante va.

Todavía estoy sola y con poco dinero, pero mi valiente corazón no tiene duda ni por un instante. Martín más tiene y más quiere; si le hubiera hecho caso, a las seis todavía no se habría levantado.

Estoy cansada pero tengo la mente clara y fuerte como cuando era joven. Esta parte de mi ser se mantiene inalterable y quizá será la última en morir”. Alguna vez, con gran pesar, se adormece también durante la Misa. El sueño la persigue hasta cuando escribe: “Verdadera­mente necesito descansar, pero no quisiera que me viniera el sueño cuando hago de secretaria de mí misma”.

sábado, 25 de junio de 2011

140.- Fuego y calor, bendecid al Señor

Madre Le Dieu sufre enormemente el calor de Roma.

“Es imposible imaginar lo que sufro en las pequeñas, estrechas y cortas calles de Roma. Esto me recuerda las palabras de asombro que me dijo una religiosa, la cual me había acompañado un día entero en Marsella: ”¡Oh, reverenda Madre, no podía imaginar lo que hacía cuando salía fuera de casa!”. Y bien, casi todos los días la misma música: yo voy donde puedo encontrar ayuda o al menos un buen consejo, porque de lo contrario me parecería no corresponder a la gracia. Espero ahorrarme así algún año de purgatorio”.

Pero cuando vuelve a casa no encuentra ningún refrigerio: “A cualquier hora que vuelvo a casa me parece entrar en un horno cerrado”. A su edad el organismo no logra aclimatarse: “Con este calor, la lengua se seca de tal forma que me impide moverla y poder hablar. Me veo obligada a enjuagarme continuamente la boca o a retener el agua fresca sin tragarla. Es una nueva tortura porque me lleva tiempo, pero de no ser así no podría casi ni hablar. Desde hace muchos días siento la lengua seca y por la mañana me cuesta mucho tragar la Santa Hostia; he preguntado en varias farmacias y tiendas por alguna pastilla de menta que, creo yo, me aliviaría un poco, pero ha sido inútil.

He dado una cabezada pero he tenido que cambiarme dos veces y, aún quedándome sentada, me encuentro de nuevo completamente empapada. “Fuego y calor, bendecid al Señor”.

Mucha gente me ha dicho, con razón, que debería tomar algún remedio contra el calor, pero yo no puedo ventilar Roma ni encerrarme en una bodega durante dos meses. Si fuera rica tendría el gusto de tomar unos baños de mar”.

miércoles, 22 de junio de 2011

139.- ¡Ánimo, pobre corazón! Todo es mortal

“Dios mío, ánimo y paciencia. San Pablo ha sufrido y esperado mucho más que yo. En este momento releo con nuevo interés los Hechos de los Apóstoles. Ya no me acordaba de las fatigas y persecuciones de San Pablo, o por lo menos no me habían impresionado y emocionado tanto como en este momento. Ciertamente yo estoy a mil leguas de él, pero entre nosotros hay una relación evidente. El buen Dios ha permitido que fuera encadenado durante meses y años.

¡Son los designios y caminos inescrutables! Dios llega cuando quiere, así sucede también en esta obra regeneradora. Resignémonos por esta inactividad tan contraria a mis deseos y en apariencia tan dañina. ¡Fiat y aleluya!”.

Antes de llegar Sor San Joseph, Madre Le Dieu sufre la soledad en la ciudad eterna. “¡Qué martirio estar sola! ¡Si al menos tuviera algún niño! Me siento desfallecer en esta atmósfera romana; el calor es horrible y el espíritu lo resiente; el frío me molestaría menos y no tengo nada que me alivie un poco.

Las campanas de San Pedro tocan continuamente por la fiesta del Corpus Christi, que es mañana. No es la solemnidad de otros años; ahora no se sale de las iglesias y el Santo Padre tampoco participa. Todo esto nos hace desear la fiesta de la eternidad, donde no tendremos estas dudas y estos temores; pero tenemos que pasar antes por la muerte que, por cierto, es un placer”.

“15 de agosto: fiesta de la Madre amada y también mi fiesta. Hoy estoy completamente sola mientras que durante 70 años he vivido este día lleno de alegría y esperanza. La esperanza todavía la mantengo: es el ramo de la fiesta.

22 de octubre de 1881. ¡Este mismo día de 1830 nuestro querido Eduardo tenía 20 años y después de algunas semanas mi porvenir se había quebrado a causa de su muerte! Desde entonces, ¿no ha pasado ya medio siglo de sacrificios? Y el corazón no termina de acostumbrarse... Hemos sido creados para una alegría eterna, pero es necesario pagarla un poco.

Hagamos el bien hasta que podamos. Poco importa desde dónde partiremos para el otro mundo: basta que nuestros pasaportes espirituales estén en regla”. En la ciudad eterna esta ardiente normanda ejercita en grado heroico la santa paciencia. “He buscado la calle de la Pigna, la calle la he encontrado, pero no he encontrado al Cardenal que, justo, se ha marchado esta mañana y estará fuera dos años. Así me lo ha dicho un padre con una sonrisa de persona conocida o quizá de una persona que te está tomando el pelo: Usted puede cantar: Mambrú se fue a la guerra, no sé cuando volverá. No obstante tengo que salir para comprar unos zapatos porque estos los tengo muy rotos, y luego buscar, finalmente, a mi Cardenal. ¡Dios mío, mi vida personal es del todo inútil!”.

Madre Le Dieu espera que su Obra se asiente allí, pero de ningún modo espera que su persona triunfe. Ella sólo es el grano de trigo que no verá la espiga. “Mi corazón se eleva cada vez más a Dios y se separa de todo lo que no es Él. De un día a otro espero ser aniquilada”.

¡Paciencia y así sea!

De tantos males éste sólo es el fármaco, omnipotente:

¡Ánimo, pobre corazón, todo es mortal!;

¡Sólo Dios queda, y Él te ve y oye!

Su musa que no envejece canta a la soledad:

Los dulces amigos que en la edad primera

fueron compañeros, no vuelven más;

y en las horas que ahora vuelven al atardecer

¡ay! ¡no vuelve el bello tiempo que fue!

Reina soberana ahora la desconfianza

que de los amigos tiene cerrado el corazón;

y el manto ama vestir de la prudencia;

mudo es el afecto, y sólo habla el dolor.

¡Ay qué duro es este árido suelo,

arrastrar los años y vanas sombras perseguir!

Mejor es dejarlo sin llanto, y volando

libres por el sereno aire huir,

hacia las estrellas, donde reposo al fin.

Habrá después como ahora tanto dolor,

donde aquí en la tierra el desierto tuvo espinas,

tendrá las rosas del eterno sol.

138.- Cada día florece la esperanza

La esperanza, que tiene su fundamento en el Corazón de Jesús, no se marchita jamás; Madre Le Dieu tiene preparada la fórmula de los votos que desea renovar en las manos de León XIII. Después de Jesús la Virgen es la razón y la causa de su indomable esperanza.

Con San Bernardo, la Madre repite siempre: “Acordaos, piadosísima Virgen, que jamás se ha oído decir, que ninguno de los que han acudido a Vos haya sido abandonado. ¡Tú sabes todo lo que pido!”.

“Cada día me trae su dolor;

pero cada día florece la esperanza.

Por ti, Madre dulcísima de amor,

que escuchas al alma que gime.

Y en la hora que el corazón está más dividido,

desde la cumbre del dolor,

cuando cada rayo de luz se apaga,

tu materno rostro

me sonríe y me da aliento y ánimo”.

Cada día, veo a mi alrededor las mismas cosas: los niños son siempre niños y las madres o las niñeras tienen que ocuparse de ellos hoy, como ayer y mañana; así pasa con nuestra obra: está en la infancia y como recién nacida.

Casi todos los grandes fundadores han encontrado obs­táculos en su camino y yo no soy más que un gusano perseguido. Por tanto el Señor, cuando Él quiera, permitirá que crean lo que digo y lo que quiero únicamente para Él”.

Ella, abandonada en la divina Providencia, ha descubierto esta ley que se convierte en la brújula de su navegación: las intervenciones divinas son inversamente proporcionales a los medios humanos, por eso ella espera en las primeras en la medida que disminuyen los segundos.

“Dios mío, sólo cuento contigo, porque yo sola no tengo ninguna posibilidad, más bien, todo parece aca­bado”.

Después de Dios espera en la Iglesia de Roma; ella, en el mejor sentido de la palabra, es una ardiente pa­pista.

“El Cardenal me ha dicho que recurriera a la Congregación de los Obispos y de los Regulares. Es precisamente esto lo que deseo, pero antes me gustaría tener el domicilio en Roma para ser bien conocida y protegida por la suprema autoridad”.

“Atravesando la plaza del Jesús he visto al cardenal Borromeo; ha sido amabilísimo conmigo y me he animado: “Comience, comience; usted no está encargada del éxito, pero Dios la ayudará. Acoja a los niños; sea dulce pero firme con ellos y especialmente con las familias. Tenga ánimo y todo irá bien”.

Su convicción y su benevolencia me han reconfortado; estuvo conmigo un largo rato”.

Madre Le Dieu cuenta con la naturaleza de mujer enamorada de Dios: “Generalmente, los hombres cambian de parecer más a menudo y más pronto que las mujeres. Nosotras sabemos esperar y sufrir”.

No sabemos cuánto haya de verdad en esta afirmación, pero ella está convencida.

La esperanza alimenta su paciencia, que sabe esperar en la oración. Sin embargo, tiene mucha prisa porque sabe que está para caer la tarde en su jornada terrena. “Deseo actuar deprisa, hasta que no haya puesto las raíces en Roma. De allí viene la luz”.

martes, 21 de junio de 2011

137.- No hago sino sembrar pasos

Esta sorprendente coleccionista de fracasos, ¿cómo se las arregla para seguir su camino, aún cuando todo se derrumba alrededor y sólo queda la muerte que avanza? Su vida, medida con el parámetro de la lógica humana, sin duda, resulta absurda, más bien una locura. Y si del grano de trigo deshecho no hubiera nacido la espiga, que ahora hace más bella a la Iglesia, nadie podría afirmar que Madre Le Dieu haya tenido una mente sana. Las almas santas, cuando se dejan guiar por el Espíritu Santo, actúan de manera sobrehumana aunque a menudo parece deshumana. Entre la gran multitud de santos, Madre Le Dieu no es la primera ni la última en ser considerada una loca.

Ella fue la primera en darse cuenta de que su modo de actuar no se dejaba encasillar en la categoría de la lógica humana y que ante el tribunal de los hombres sería juzgada por loca. Sin embargo, ella estaba más que segura que el tiempo de Dios no coincide con el de los hombres y esperó contra toda esperanza.

Ella, con la seguridad de la evidencia, afirma: Claro, hay tanta desproporción entre lo que quiero y lo que puedo que con razón juzgan locas mis ideas; pero, ¿acaso actúo yo para mí y me fío de mí misma? ¿Qué quiero? A mí no me preocupa lo que se dice o lo que se piensa. Si uno no conoce mi vida comprendo muy bien lo difícil que sea imaginar lo compleja que es.

Parece una cosa clarísima que yo esté equivocada porque no tengo éxito; pero puedo responder victoriosamente: “¿Qué hizo el buen Jesús e incluso los apóstoles y todos los mártires?”.

Bien, sus culpas también son mías; ellos han permanecido fieles a sus ideas, se verá quién reirá el último; y lo digo muy seriamente. Humanamente hablando ni siquiera tengo la mínima posibilidad a mi favor, y si alguien viera el fondo de mi bolsa me acusaría de temeridad.

El cielo parece amenazante y todo conjura contra mí”.

Madre Le Dieu llega incluso a creer que sus religiosas de Aulnay son más útiles que ella: “¿Qué utilidad podrán tener mi vida y mis ideas?

Nuestras hermanas trabajan; es verdad que tienen niños a quien atender, mientras yo, a los ojos del mundo, no hago sino sembrar pasos.

Si Dios no quiere aumentar el número de vocaciones y asegurarnos una buena dirección, mi vida será completamente inútil porque yo no puedo volver a Francia, especialmente a Aulnay, agotada como estoy hasta el extremo. Ahora sabrán que me encuentro en Roma y Grippetto (el diablo), incluso, continuará haciéndonos sufrir”.

No se maravilla de que hombres tan estimados por ella, como Laurençot, rehúsen avalar con su firma una súplica ante la Santa Sede. Todos se limitan a dar ánimos, porque “los ánimos no cuestan nada”.

“Creo que el P. Laurençot no firmará nunca. Nadie da el primer paso, yo lo comprendo; probablemente será como la primera vez: entre el Sumo Pontífice y yo sólo estará el buen Dios. Éste es mi deseo; así nada humano se mezclaría en este asunto”. Sin embargo, esta sembradora de pasos, aparentemente inútiles, está segurísima de que llegará la hora de Dios, y por eso continúa con sus sueños.

Esta pobre excluida, que se ve obligada a ahorrar un vaso de agua, sueña con sembrar el mundo entero de centros de Adoración Reparadora.

domingo, 19 de junio de 2011

136.- Sor San Joseph hace milagros con sus pies

Damos rápidamente una ojeada a la hermosa figura de su primera Auxiliar en la Urbe.

Ella, más bien joven, está dispuesta a todo; como la Madre, hizo el callo óseo a las innumerables fracturas y como buen borriquillo tira por la carreta sin jamás lamentarse. Madre Le Dieu le dice bromeando: “Tú haces milagros con tus pies”. El carácter de la fiel religiosa queda reflejado, aunque indirectamente, en esta carta que la Madre le escribe para invitarla a ir a Roma. “Queridísima hija, no se quede con San Juan a los pies de la cruz; hay sitio para usted en ella, sea valiente y venga para quedarse. No pierda sus fuerzas y energías al lado de quien abusa tan claramente. Los primeros días viviremos, quizá, con lo que no tenemos, pero Dios nos ayudará, esté segura. Sin usted, aquí no haré nada. Al principio nos podremos valer por nosotras mismas. Para comenzar la Obra, algunos niños son suficientes.

Yo estoy bien y Dios me sostiene de un modo maravilloso.

Creamos, esperemos, amemos al Señor y no seremos confundidas. Los misioneros, ¿no sufren, quizá, más que nosotras para ganar almas para Dios? Ríe mejor quien ríe el último. Dejemos que digan y redigan. Dios nos invita a escoger la mejor parte, que es trabajar sólo para su gloria. La eternidad será suficientemente larga para descansar bien.

He pasado la noche y el día de Navidad en el Sagrado Corazón; pero las religiosas no han comprado ningún rosario-pulsera porque tenían muchos gastos y cuarenta huerfanitos que mantener. Mañana no sé qué haré con mis sesenta céntimos.

¡Fiat! El ánimo sostiene el corazón pero no el estómago.

El Padre celeste sabe lo que más necesitamos; y puesto que el ánimo me ha sido suficiente hasta hoy, ¡viva el ánimo! Todo se lo ofrezco a Dios.

Si hoy estuvieras conmigo iríamos a ver el Belén de la Basílica de Santa María Mayor; pero yo no me puedo permitir este lujo, teniendo razonablemente que ahorrar esta caminata al pobre Martín.

Cada día, como usted, ahorro las patas de los caballos de Roma más que las suyas (las de Martín) y el pobre animal se resiente; por otra parte, es justo que aproveche del descanso del Señor.

Aquí, durante estas fiestas, se acostumbra a hacer visitas para desear un feliz año. Puede creerlo, yo se lo he deseado con fervor a usted, a los amigos y a los que nos persiguen. Vivamos y muramos en la caridad, hija mía; aunque tuviéramos que reducirnos a nada, sería mucho mejor que hacer el mal al más pequeño de los seres.

La abrazo con la esperanza de vernos pronto”.

Ahora que hemos visto llegar a puerto la barca que ha afrontado tantas tempestades en el mar, durante medio siglo de navegación, detengámonos a observar la vida que la Madre tuvo en Roma.

135.- La fórmula justa para el momento justo

La Fundadora, si hubiera tenido varias decenas de Auxiliares Católicas, hubiera resuelto en Roma el problema de la infancia abandonada. Ella poseía la fórmula justa para el momento justo, por eso, superadas las primeras dificultades, comenzó a trabajar.

El Padre Giordani de la Obra Apostólica y director del Monitor Romano y del Amigo de los Niños, el 17 de abril, le confió dos niños. Éste escribió a Madre le Dieu: “Para apartarlos de un ambiente peligroso los he acogido de momento con nosotros; pero siendo demasiado pequeños para nuestra Obra, le ruego los acepte provisionalmente en su Instituto”.

Y así, Augusto Mengolini y Jacinto Leonardi ingresaron en la Lungara. El personal asistente estaba constituido por Madre Le Dieu, por Sor San Joseph Richard y por la postulante Schenetti, la cual muy pronto regresó con su familia.

Fueron rechazadas otras solicitudes porque el cardenal Vicario exigía garantías que no podían ofrecer en aquel momento. Y faltaban también las cosas necesarias. “La tapadera de una caja me sirve de mesa y de escritorio, dice Madre Le Dieu. Los cuadernos y los libros están sobre una cama que de momento está vacía hasta que llegue algún niño; esta cama también me sirve de diván. Durante casi todo el día me veo obligada a sentarme en una silla alta y dura. Pero tiene una ventaja inestimable: sin ningún impedimento contemplo el cielo por tres sitios”.

El último día de abril de 1882, Madre Le Dieu goza de una alegría que esperaba desde hacía años. Para comprender su intensidad sería necesario tener su misma sensibilidad de alma eucarística.

Ella cuenta: “La capilla de las Mantellate se abría para la bendición; entramos con gran deseo. El sacristán me pidió que mandara a los dos niños sujetar las antorchas. Me preocupé porque su ropa no estaba en buenas condiciones, pero me alegré de verlos caminar tan contentos con aquel relativo peso. Yo pensaba que así estaban más cerca del buen Jesús y verdaderamente servían al triunfo y al amor de la divina Eucaristía. Para mí fue un momento de gran alegría. La bendición que recibimos la mandé sobre Aulnay y sobre nuestros perseguidores”.

Esta santa mujer, que vive de la Eucaristía, cuando ve que alrededor del altar hay niños que dan señales de vocación sacerdotal goza como si viera ángeles en torno al trono del Eterno. El Señor, después de su muerte, premiará este celo dando a sus religiosas muchas vocaciones sacerdotales.

sábado, 18 de junio de 2011

134.- Año nuevo, vida nueva

El día de la Epifanía de 1882 el canónigo Lazzareschi, párroco de San Lorenzo en Dámaso, enviado por el cardenal Vicario, vino a inspeccionar la Obra para luego comunicar su andadura, pero, ¿qué obra, si ésta se centraba y se acababa en aquella anciana mal vestida e incluso mal nutrida?

Un astrofísico respondería que en el principio también el universo estaba dentro de una especie de átomo cósmico. El buen canónigo, dotado de una luz sobrenatural, descubrió un brote que germinaba de aquella tierra arada y atormentada desde hacía decenas de años, y por eso hizo una relación milagrosamente positiva.

El 25 de febrero, la general de las hipotéticas Auxiliares Católicas dirigió esta solicitud a Lazzareschi: “Acostumbrada a no hacer nada importante sin el permiso o al menos sin el consejo de los superiores, ya que la Divina Providencia nos pone bajo su protección, le ruego fije usted mismo el día en el que podremos abrir el asilo, tan deseado, del Protectorado de San José para los niños pobres.

Vuestra humildísima y obedientísima,

Sor Marie Joseph de Jésus, Le Dieu,

Superiora de las Auxiliares Católicas

El canónigo Lazzareschi contesta: 19 de Marzo de 1882, día de San José.

“Si desea abrir la casa para comenzar la Obra puede hacerlo”.

Madre Le Dieu, a la edad de 72 años, podía reemprender su trabajo como educadora, porque desde París Sor San Joseph había acudido en su ayuda. Esta criatura, amasada en el sacrificio, nunca se había sentido alejada de ella y siempre le había enviado el poco dinerillo que había logrado reunir. La Fundadora la recibió con el afecto y el cariño de una madre.

¡Qué lástima que la pobreza fuera extrema! El 8 de enero de 1882 anota en su cuaderno: “ Si la pobre religiosa llega hoy no encontrará sino un poco de caldo con un trocito de pavo cocido y la mitad de mi cama para dormir o bien el diván si le gusta más; en este caso yo estaría más contenta por ella y por mí; el Señor nos dará una cama cuando Él quiera”.

Con la llegada de Sor San Joseph las condiciones económicas no cambiaron nada. Cuando la madre y la hija terminaron de explayar sus corazones, la religiosa vació sus bolsillos ante los ojos de la Fundadora, en un primer momento esperanzados y luego desilusionados. De aquellos bolsillos remendados aparecieron apenas 12 francos. Pero, ¿qué importa si tiene a su lado a una hija que la comprende y está dispuesta a reemprender por las calles de Roma la vida de sacrificio que durante años había llevado en París? El Señor, que viste los lirios del campo y alimenta las aves del cielo, cuidará también de ellas. Y, de hecho, la generosa Sor Carolina, superiora del asilo de las Zoccolette, les manda una cama para descansar.

Lo que no faltaba eran los niños de los que nadie se ocupaba. El gobierno tenía problemas más importantes que resolver, especialmente después de la unidad de Italia, y las religiosas se ocupaban solamente de las niñas.

viernes, 17 de junio de 2011

133.- O el nido o la tumba

Mientras, han pasado varios meses sin concluir nada; sin embargo ella ha decidido: Roma será su nido o su tumba.

El 20 de junio anota en su diario: “La pasada noche me parecía abrir una casa muy grande no sé dónde. Habían entrado muchas personas mayores y yo mantenía con ellas una seria conversación, daba avisos particulares, trabajaba mucho. Esto duró bastante; había muchos niños y crecían muy bien. ¡Ha sido un sueño!”.

No es un sueño, sino que hace falta darse prisa. El movimiento se acelera cada vez más a medida que pasa el tiempo. Esto lo sabe por experiencia ella, que es el movimiento en persona.

Se presenta en la Cancillería. “Monseñor Luca está fuera desde hace dos años; me quedo un poco asustada al verme sola y sin una carta de recomendación. El secretario al principio se muestra muy frío y casi ofensivo.

–Querida hermana, creo que debe haber alguna diligencia abierta hecha sobre usted.

–Más bien en contra que a favor; por eso deseo vivir en Roma para que se me juzgue por las obras y no por las habladurías.

–Entonces debe dirigirse al cardenal Vicario de quien depende su residencia en Roma.

–Sí, Monseñor, es lo que pienso hacer. Si puedo ver al cardenal Borromeo espero encontrar apoyo en Su Eminencia.

Monseñor, en esto no he seguido mi vocación sino la obediencia, y nosotras amamos este trabajo porque conocemos los buenos frutos que puede dar.

–Bien –me ha dicho el secretario, demostrándome un cierto interés– hágalo y veremos.

Me ha dado su bendición y yo volví a casa”.

Bajo el consejo del P. Laurençot prepara la solicitud para el cardenal Vicario, Rafael Monaco de la Valletta.

“30 de Junio de 1881.

Eminentísimo Cardenal,

habiendo tenido el honor en 1877 de serle presentada y recomendada por mi director espiritual, el Rvdo. P. Francisco Régis, de honrada memoria, obtuve de Su Eminencia el permiso de residir en Roma para establecer aquí el centro de nuestra misión, bajo la inmediata protección de la Santa Sede. Entonces, obligada a volver a Francia, he tenido que aplazar la realización de este deseo. Hoy vengo para ponerlo en práctica, segura de encontrar el beneplácito de Su Eminencia.

Os ruego que tengáis a bien acoger mis sentimientos de agradecimiento y de alta consideración”.

A la carta del Cardenal añadí la solicitud para el Santo Padre.

Santísimo Padre,

El 15 de enero de 1863, en una audiencia particular con el S. Padre Pío IX, junto a los preciosos favores para la vida religiosa, recibí directamente de Su Santidad la orden insistente de trabajar en las obras de apostolado en el mundo.

Orientada entonces por los Eminentísimos Carde­nales Villecourt y Barnabo, con mucho gusto hubiera puesto el Instituto en Roma, pero la salud me lo impidió. Ahora parece que ha llegado el momento de poner a las Auxiliares Católicas bajo la suprema autoridad de la Santa Sede. Su misión, según las enérgicas palabra de Pío IX, que en paz descanse, es la de trabajar hasta el fin y probar la fe con la caridad, sin límites de obras y de lugares.

Su Santidad ha escrito, firmado y datado un Rescripto que acuerda todas las bendiciones que en aquel momento le pedía.

Muchas veces el venerable Juan María Vianney, Cura de Ars, me había asegurado que “todos mis deseos habrían sido bendecidos en la amplitud deseada”. Los ánimos recibidos de estos dos siervos de Dios me han confortado en todas las pruebas y me hacen esperar que Su Santidad quiera concederme poner el centro de nuestra misión en Roma, y también renovar en vuestras manos para el futuro nuestro voto especial de devoción al Sumo Pontífice”.

8 de julio: Visita al Cardenal. “Monseñor Philippes, secretario particular, ha estado amabilísimo y me ha dicho que Su Eminencia me recibiría enseguida, por eso he esperado con ánimo renovado. Pero el calor y la espera de casi dos horas me debilitaron de tal forma que cuando pude abordar al cardenal Monaco de la Valletta estaba extenuada. El buen Dios, que conocía la urgencia de este tema, me ha dado una vez más un poco de ánimo y así he podido explicarme con suficiente franqueza. “¿Pero tiene la aprobación?”, me preguntaba el Cardenal.

“Eminencia, me han animado y voy adelante; deseo caminar bajo su dirección; pido el favor que me concedió, hace cuatro años, de residir en Roma; en lugar del P. Régis que el Señor ha llamado a sí, está el P. Laurençot como superior. Viviremos con sencillez y nuestro número aumentará bajo su protección”.

Ha leído con mucha atención la solicitud dirigida al Santo Padre, también mis votos, y la copia de los beneficios concedidos por Pío IX. Ha doblado los documentos y me ha dicho: “Hablaré con el Santo Padre”.

El 9 de julio, el Cardenal debe presentar la súplica al Papa. Madre Le Dieu se pregunta: “¿Qué pasará? Yo estoy tranquila como hace veinte años. El Cardenal, que me conoce poco, si, como parece, no ha tenido ninguna recomendación sobre mí, no hará sino aplicar las líneas generales sobre las nuevas Congregaciones.

Yo no tengo el encargo de conseguir aquí mejores resultados que en otro lugar; he hecho lo que he podido y Dios me ve como me ha visto siempre. Por tanto, ¡fiat!, para hoy y para siempre”.

El 10 de julio escribe: “No sé si ayer el Sumo Pontífice habrá visto o escuchado mi carta. Yo he expresado lo que sentía mi corazón”.

Algunos días después acude de nuevo a ver al Cardenal para el responso. “Antes paso para hablar con el secretario del Cardenal.

–Vaya a ver a Su Eminencia, me dice.

–Pero, ¿no seré indiscreta?

–No, vaya.

El corazón me latía; ¿soy conocida suficientemente? ¿y sobre todo comprendida? El secretario va adelante y me hace entrar antes que a mucha gente que está esperando la audiencia. El Cardenal me devuelve las solicitudes: “El Santo Padre le concede la residencia en Roma, puede alquilar una casa, y si hiciera alguna petición le ayudaremos”.

El Papa, cuando leyó la solicitud, había dicho al Cardenal: “Esta obra no la tenemos en Roma y hará mucho bien”.

¡Oh bondad infinita! Me ha parecido, y aún me parece, un hermoso sueño. El Cardenal estaba mucho más afable que la primera vez que me recibió y parecía feliz de hacerme este favor. Le he dicho que las religiosas del Sagrado Corazón y las Religiosas de la Caridad verían con agrado nuestra Obra en Roma. He aquí el poder y el querer: ¡Dios mío, dame el tener!”. Madre Le Dieu resalta dos cosas: “El Sumo Pontífice León XIII es ahora el primer benefactor. Si hace algunos años me hubiera concedido quedarme en Roma habría evitado mi ruina y la de la pobre viuda víctima, como yo, de la caridad”.

Después, finalmente, dice: “Todo se verá claro a la luz de Roma que ya brilla sobre mí”.

El permiso era la vida, pero Madre Le Dieu no se fiaba de las respuestas verbales, por eso corrió a casa y preparó la solicitud para disponer de un documento escrito.

19 de Julio de 1881.

Eminentísimo Cardenal,

Le suplico quiera declarar el insigne favor que nos concede el Sumo Pontífice León XIII, de establecer en Roma nuestro Instituto, ya tan privilegiado por su predecesor Pío IX, que en paz descanse.

Contenta de obrar bajo la dirección inmediata de la Santa Sede y de su benevolencia, tengo el honor de ser, con el más respetuoso reconocimiento,

su humildísima

Sor Marie Joseph, Le Dieu

Unos días después llegó la respuesta del cardenal Vicario concediéndole el permiso para abrir una casa en Roma donde se pueda “ampliar y consolidar su Instituto”.

Con aire de triunfo, justamente merecido, la Fun­dadora afirma: “Así queda asegurado el trípode sobre el que se apoyará la santa misión, de la que soy una pobre servidora: las profecías del Cura de Ars, el Breve de Pío IX y la autorización de León XIII”. Al leer las palabras “ampliar y consolidar” llaman la atención porque el Instituto estaba representado por la sola y única Fundadora, ya anciana y privada de cualquier recurso material. Madre Le Dieu siente que el grano de trigo sembrado por Jesús en la tierra húmeda se ha deshecho totalmente; ya despunta el brote que mañana será espiga.

jueves, 16 de junio de 2011

132.- Quita el hambre con la poesía

Del 28 de junio al 27 de agosto vive en la plaza Navona, en casa de la familia Rolli; pero los ochenta escalones son demasiados para una mujer de 72 años, y para una pobre como ella las cien liras de alquiler son demasiado.

Desde el 27 de agosto al 6 de noviembre está de nuevo en la Lungara con las Religiosas Sacramentinas; aquí la peregrina de Dios, aunque tenga que vivir de limosna, quita el hambre con la poesía. El pensamiento de los niños no la abandona.

“¡Qué diferencia entre el horizonte actual y el de la plaza Navona! En lugar del resplandeciente y tan cercano Palacio Doria, está la colina con un verde maravilloso que sube dulcemente y se pierde en el cielo. Esta vista da reposo a mis ojos, corazón y alma. Un poco a la izquierda está San Pedro Montorio, que destaca del verde. Estas bellas perspectivas me gustan más que el aspecto normal de la plaza. No obstante, quizá, me divertía más por la gente original que allí había, por los niños tan animados en sus juegos que hacían volteretas que era un gusto porque rebotaban en las caídas como pelotas de goma; no tocaban el suelo y ya estaban de pie, y alegremente se ponían de nuevo a correr.

¡Feliz infancia, libre de cualquier preocupación!”.

“Ayer por la mañana, a través de una pequeña rendija del postigo de la ventana, vi brillar una estrella. Aquella vista me hizo subir al cielo con ardientes deseos y me hizo pensar en la eternidad que ahora siento tan cerca; aunque tuviera que vivir tanto como mi abuela materna, conservando toda mi inteligencia, veinte años pasarían rápido”.

Como no domina la lengua italiana, le resulta muy difícil el diálogo con la gente, pero en el cuaderno escribe sus confidencias. Los comensales le dan a entender que no es bueno ponerse a escribir enseguida después de comer. Ella anota: “Para mí no es molestia sino un alivio. Siento el corazón explayado cuando me desahogo escribiendo estas notas en este cuaderno que no se opone a nada. Puedo decirle lo que pienso, lo que quiero. ¡Pobres páginas que, quizá, nunca seréis leídas! Vosotras sois mis confidentes: yo os digo todo y vosotras guardáis fielmente todo. Si uno quisiera leeros atentamente podría saber con facilidad cuánto he sufrido”.

Desde noviembre de 1881 hasta abril de 1882, Madre Le Dieu está alojada en familias particulares.

miércoles, 15 de junio de 2011

131.- El arca llega a la alta montaña

Madre Le Dieu no se distingue por el carisma de las profecías, pero hizo una que se cumplió con precisión bíblica: “Yo soy el arca que navega siempre hasta que se pare en la alta montaña de Roma, donde comenzará una nueva era”.

Sin embargo, cuando profetizaba así era una locura para quien veía todo bajo la óptica humana. Los bienes, muebles e inmuebles de la herencia paterna se habían perdido; los bie­nes de Aulnay se los llevó la entidad civil que ella misma había constituido. Sólo y exclusivamente suyo había quedado la deuda contraída con la viuda Lacorne de Avranches, que le había prestado dinero para la compra de la casa de San Maximino. ¿Y la familia religiosa? Las religiosas del Monte San Miguel habían partido todas o para el mundo o para el cielo. Las dos últimas novicias la habían abandonado para seguir al párroco Coullemont. Sólo una postulante, Sor San Joseph Richard, se había quedado con ella en París. Ahora las raíces que la tenían arraigada en la tierra de Francia se habían secado todas, unas detrás de otras.

El 12 de abril de 1881 la Fundadora, despojada de todo, escribe: “La Obra no se realizará en Aulnay. Pero está en la mente de Dios, en el Rescripto y en mí; se extenderá cuando la Providencia lo quiera”.

El 31 de mayo, con Dios en el corazón y el Rescripto bajo el brazo, deja París para siempre. El hábito seglar que lleva puesto es un regalo de una persona amiga, y 150 francos, que guarda en un bolsillo seguro, son un préstamo de Sor San Joseph.

El 3 de junio está en Roma y ya escribe con aire de triunfo: “He venido con confianza y sencillez a ver a León XIII como vine a ver a Pío IX. Quiero ponerme bajo la alta protección de Roma para hacer aquí el centro de nuestra misión”. Lo primero que hizo fue vestir el hábito religioso, “aquí se es verdaderamente católico y se sabe que el Rescripto es inalienable”.

Desde el día 3 al 20 de junio vivió en el Sagrado Corazón, Calle Lungara, donde la polaca, madre Mongiska, le aseguró comida, alojamiento y sonrisa. Todo gratis. El 5 de junio, fiesta de Pentecostés, con su vena poética escribe:

“Un solo deseo tiene el corazón y el alma

un sólo pensamiento;

vivir y morir al servicio de Dios.

Dolorosos fracasos en el camino yo veo,

pero siempre y en cualquier lugar, a Dios la vida inmolo.

Éste es mi lema: abandono, puro amor,

y con fe camino por el penoso sendero;

me basta que la mano de Jesús me guíe

y el Espíritu divino totalmente me cubra.

¿Qué más puedo decir? Esto es todo.

Si cayera, defendiendo mi derecho,

el deber habría cumplido;

se escavaría en Roma una tumba modesta,

un poco aún: el cielo; allí lo veré todo”.

“Me dicen –escribe el 11 de mayo– que las variaciones atmosféricas, tan molestas aquí como en Francia, se deben al paso de una cometa que debería aparecer el mes que viene; en Francia creo que no se vea. Ciertamente se notan muchos cambios de estación cuando estas señoras van de paseo. Dios las ve correr y permite su peregrinación que no perturba el orden de los astros. ¡Oh Dios todopoderoso y único, rector general del universo, protege a las almas, mucho más preciosas que todos los astros, las cuales son víctimas del torbellino de iniquidad que las envuelve; haz que las Auxiliares Católicas, guías seguras y fieles, instrumentos de tu misericordia, puedan iluminar y salvar a un gran número de ellas!”.

En el ánimo de la anciana asceta se atisba el espíritu franciscano y la poeta invita a las “hermanitas” lagartijas a formar parte del coro que canta las alabanzas al Creador.

El 19 de junio, escribe: “Las pequeñas lagartijas se ponen en movimiento apenas ven un poco de sol. Pero ha dicho Madre Moginska que, cuando las oyen cantar, ellas se detienen y escuchan. Las hermanitas de San Francisco de Asís no huyen del hombre. Admirable variedad de las obras de Dios en todos los animales de cuya existencia no comprendemos el porqué. Ellos, según su naturaleza, obedecen al instinto que han recibido; no razonan como los hombres, pero tampoco se rebelan como hacen éstos; sufren la muerte, pero para ellos no existe una pena eterna. ¡Oh criaturas todas del Señor, bendecid al Señor!”.

Del 20 al 28 de junio, la Madre fue huésped de las religiosas de Caridad en S. María en Capilla, también aquí firmando la letra de cambio la Divina Providencia. Sin embargo, no era excesivamente providencial la pedrada de un golfillo.

El 24 de junio anota: “Ayer un golfillo tiró un proyectil que me golpeó en plena cara; si hubiera tenido dientes, verdaderos o postizos, me los hubiera roto; me salió sangre de la mejilla. Cuando me volví estaba caído en el suelo empujado por otro; pensé que el golpe no iba dirigido a mí”.

Pobrecilla, ha perdido los dientes, pero no ha perdido la esperanza. No todos los chicos son granujas y ella queda admirada de la cantidad y de la índole de los niños romanos: “¡Cuántos pequeños por la calle, vestidos sólo con una camiseta! Se pelean, pero no gritan como en nuestras tierras; no he oído todavía la voz de un niño. La plaza Nova está llena, al menos hasta las once. Hablan, se divierten igualmente, sin el estrépito que hacen en Francia”.