miércoles, 22 de junio de 2011

139.- ¡Ánimo, pobre corazón! Todo es mortal

“Dios mío, ánimo y paciencia. San Pablo ha sufrido y esperado mucho más que yo. En este momento releo con nuevo interés los Hechos de los Apóstoles. Ya no me acordaba de las fatigas y persecuciones de San Pablo, o por lo menos no me habían impresionado y emocionado tanto como en este momento. Ciertamente yo estoy a mil leguas de él, pero entre nosotros hay una relación evidente. El buen Dios ha permitido que fuera encadenado durante meses y años.

¡Son los designios y caminos inescrutables! Dios llega cuando quiere, así sucede también en esta obra regeneradora. Resignémonos por esta inactividad tan contraria a mis deseos y en apariencia tan dañina. ¡Fiat y aleluya!”.

Antes de llegar Sor San Joseph, Madre Le Dieu sufre la soledad en la ciudad eterna. “¡Qué martirio estar sola! ¡Si al menos tuviera algún niño! Me siento desfallecer en esta atmósfera romana; el calor es horrible y el espíritu lo resiente; el frío me molestaría menos y no tengo nada que me alivie un poco.

Las campanas de San Pedro tocan continuamente por la fiesta del Corpus Christi, que es mañana. No es la solemnidad de otros años; ahora no se sale de las iglesias y el Santo Padre tampoco participa. Todo esto nos hace desear la fiesta de la eternidad, donde no tendremos estas dudas y estos temores; pero tenemos que pasar antes por la muerte que, por cierto, es un placer”.

“15 de agosto: fiesta de la Madre amada y también mi fiesta. Hoy estoy completamente sola mientras que durante 70 años he vivido este día lleno de alegría y esperanza. La esperanza todavía la mantengo: es el ramo de la fiesta.

22 de octubre de 1881. ¡Este mismo día de 1830 nuestro querido Eduardo tenía 20 años y después de algunas semanas mi porvenir se había quebrado a causa de su muerte! Desde entonces, ¿no ha pasado ya medio siglo de sacrificios? Y el corazón no termina de acostumbrarse... Hemos sido creados para una alegría eterna, pero es necesario pagarla un poco.

Hagamos el bien hasta que podamos. Poco importa desde dónde partiremos para el otro mundo: basta que nuestros pasaportes espirituales estén en regla”. En la ciudad eterna esta ardiente normanda ejercita en grado heroico la santa paciencia. “He buscado la calle de la Pigna, la calle la he encontrado, pero no he encontrado al Cardenal que, justo, se ha marchado esta mañana y estará fuera dos años. Así me lo ha dicho un padre con una sonrisa de persona conocida o quizá de una persona que te está tomando el pelo: Usted puede cantar: Mambrú se fue a la guerra, no sé cuando volverá. No obstante tengo que salir para comprar unos zapatos porque estos los tengo muy rotos, y luego buscar, finalmente, a mi Cardenal. ¡Dios mío, mi vida personal es del todo inútil!”.

Madre Le Dieu espera que su Obra se asiente allí, pero de ningún modo espera que su persona triunfe. Ella sólo es el grano de trigo que no verá la espiga. “Mi corazón se eleva cada vez más a Dios y se separa de todo lo que no es Él. De un día a otro espero ser aniquilada”.

¡Paciencia y así sea!

De tantos males éste sólo es el fármaco, omnipotente:

¡Ánimo, pobre corazón, todo es mortal!;

¡Sólo Dios queda, y Él te ve y oye!

Su musa que no envejece canta a la soledad:

Los dulces amigos que en la edad primera

fueron compañeros, no vuelven más;

y en las horas que ahora vuelven al atardecer

¡ay! ¡no vuelve el bello tiempo que fue!

Reina soberana ahora la desconfianza

que de los amigos tiene cerrado el corazón;

y el manto ama vestir de la prudencia;

mudo es el afecto, y sólo habla el dolor.

¡Ay qué duro es este árido suelo,

arrastrar los años y vanas sombras perseguir!

Mejor es dejarlo sin llanto, y volando

libres por el sereno aire huir,

hacia las estrellas, donde reposo al fin.

Habrá después como ahora tanto dolor,

donde aquí en la tierra el desierto tuvo espinas,

tendrá las rosas del eterno sol.

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