miércoles, 15 de junio de 2011

131.- El arca llega a la alta montaña

Madre Le Dieu no se distingue por el carisma de las profecías, pero hizo una que se cumplió con precisión bíblica: “Yo soy el arca que navega siempre hasta que se pare en la alta montaña de Roma, donde comenzará una nueva era”.

Sin embargo, cuando profetizaba así era una locura para quien veía todo bajo la óptica humana. Los bienes, muebles e inmuebles de la herencia paterna se habían perdido; los bie­nes de Aulnay se los llevó la entidad civil que ella misma había constituido. Sólo y exclusivamente suyo había quedado la deuda contraída con la viuda Lacorne de Avranches, que le había prestado dinero para la compra de la casa de San Maximino. ¿Y la familia religiosa? Las religiosas del Monte San Miguel habían partido todas o para el mundo o para el cielo. Las dos últimas novicias la habían abandonado para seguir al párroco Coullemont. Sólo una postulante, Sor San Joseph Richard, se había quedado con ella en París. Ahora las raíces que la tenían arraigada en la tierra de Francia se habían secado todas, unas detrás de otras.

El 12 de abril de 1881 la Fundadora, despojada de todo, escribe: “La Obra no se realizará en Aulnay. Pero está en la mente de Dios, en el Rescripto y en mí; se extenderá cuando la Providencia lo quiera”.

El 31 de mayo, con Dios en el corazón y el Rescripto bajo el brazo, deja París para siempre. El hábito seglar que lleva puesto es un regalo de una persona amiga, y 150 francos, que guarda en un bolsillo seguro, son un préstamo de Sor San Joseph.

El 3 de junio está en Roma y ya escribe con aire de triunfo: “He venido con confianza y sencillez a ver a León XIII como vine a ver a Pío IX. Quiero ponerme bajo la alta protección de Roma para hacer aquí el centro de nuestra misión”. Lo primero que hizo fue vestir el hábito religioso, “aquí se es verdaderamente católico y se sabe que el Rescripto es inalienable”.

Desde el día 3 al 20 de junio vivió en el Sagrado Corazón, Calle Lungara, donde la polaca, madre Mongiska, le aseguró comida, alojamiento y sonrisa. Todo gratis. El 5 de junio, fiesta de Pentecostés, con su vena poética escribe:

“Un solo deseo tiene el corazón y el alma

un sólo pensamiento;

vivir y morir al servicio de Dios.

Dolorosos fracasos en el camino yo veo,

pero siempre y en cualquier lugar, a Dios la vida inmolo.

Éste es mi lema: abandono, puro amor,

y con fe camino por el penoso sendero;

me basta que la mano de Jesús me guíe

y el Espíritu divino totalmente me cubra.

¿Qué más puedo decir? Esto es todo.

Si cayera, defendiendo mi derecho,

el deber habría cumplido;

se escavaría en Roma una tumba modesta,

un poco aún: el cielo; allí lo veré todo”.

“Me dicen –escribe el 11 de mayo– que las variaciones atmosféricas, tan molestas aquí como en Francia, se deben al paso de una cometa que debería aparecer el mes que viene; en Francia creo que no se vea. Ciertamente se notan muchos cambios de estación cuando estas señoras van de paseo. Dios las ve correr y permite su peregrinación que no perturba el orden de los astros. ¡Oh Dios todopoderoso y único, rector general del universo, protege a las almas, mucho más preciosas que todos los astros, las cuales son víctimas del torbellino de iniquidad que las envuelve; haz que las Auxiliares Católicas, guías seguras y fieles, instrumentos de tu misericordia, puedan iluminar y salvar a un gran número de ellas!”.

En el ánimo de la anciana asceta se atisba el espíritu franciscano y la poeta invita a las “hermanitas” lagartijas a formar parte del coro que canta las alabanzas al Creador.

El 19 de junio, escribe: “Las pequeñas lagartijas se ponen en movimiento apenas ven un poco de sol. Pero ha dicho Madre Moginska que, cuando las oyen cantar, ellas se detienen y escuchan. Las hermanitas de San Francisco de Asís no huyen del hombre. Admirable variedad de las obras de Dios en todos los animales de cuya existencia no comprendemos el porqué. Ellos, según su naturaleza, obedecen al instinto que han recibido; no razonan como los hombres, pero tampoco se rebelan como hacen éstos; sufren la muerte, pero para ellos no existe una pena eterna. ¡Oh criaturas todas del Señor, bendecid al Señor!”.

Del 20 al 28 de junio, la Madre fue huésped de las religiosas de Caridad en S. María en Capilla, también aquí firmando la letra de cambio la Divina Providencia. Sin embargo, no era excesivamente providencial la pedrada de un golfillo.

El 24 de junio anota: “Ayer un golfillo tiró un proyectil que me golpeó en plena cara; si hubiera tenido dientes, verdaderos o postizos, me los hubiera roto; me salió sangre de la mejilla. Cuando me volví estaba caído en el suelo empujado por otro; pensé que el golpe no iba dirigido a mí”.

Pobrecilla, ha perdido los dientes, pero no ha perdido la esperanza. No todos los chicos son granujas y ella queda admirada de la cantidad y de la índole de los niños romanos: “¡Cuántos pequeños por la calle, vestidos sólo con una camiseta! Se pelean, pero no gritan como en nuestras tierras; no he oído todavía la voz de un niño. La plaza Nova está llena, al menos hasta las once. Hablan, se divierten igualmente, sin el estrépito que hacen en Francia”.

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