miércoles, 22 de junio de 2011

138.- Cada día florece la esperanza

La esperanza, que tiene su fundamento en el Corazón de Jesús, no se marchita jamás; Madre Le Dieu tiene preparada la fórmula de los votos que desea renovar en las manos de León XIII. Después de Jesús la Virgen es la razón y la causa de su indomable esperanza.

Con San Bernardo, la Madre repite siempre: “Acordaos, piadosísima Virgen, que jamás se ha oído decir, que ninguno de los que han acudido a Vos haya sido abandonado. ¡Tú sabes todo lo que pido!”.

“Cada día me trae su dolor;

pero cada día florece la esperanza.

Por ti, Madre dulcísima de amor,

que escuchas al alma que gime.

Y en la hora que el corazón está más dividido,

desde la cumbre del dolor,

cuando cada rayo de luz se apaga,

tu materno rostro

me sonríe y me da aliento y ánimo”.

Cada día, veo a mi alrededor las mismas cosas: los niños son siempre niños y las madres o las niñeras tienen que ocuparse de ellos hoy, como ayer y mañana; así pasa con nuestra obra: está en la infancia y como recién nacida.

Casi todos los grandes fundadores han encontrado obs­táculos en su camino y yo no soy más que un gusano perseguido. Por tanto el Señor, cuando Él quiera, permitirá que crean lo que digo y lo que quiero únicamente para Él”.

Ella, abandonada en la divina Providencia, ha descubierto esta ley que se convierte en la brújula de su navegación: las intervenciones divinas son inversamente proporcionales a los medios humanos, por eso ella espera en las primeras en la medida que disminuyen los segundos.

“Dios mío, sólo cuento contigo, porque yo sola no tengo ninguna posibilidad, más bien, todo parece aca­bado”.

Después de Dios espera en la Iglesia de Roma; ella, en el mejor sentido de la palabra, es una ardiente pa­pista.

“El Cardenal me ha dicho que recurriera a la Congregación de los Obispos y de los Regulares. Es precisamente esto lo que deseo, pero antes me gustaría tener el domicilio en Roma para ser bien conocida y protegida por la suprema autoridad”.

“Atravesando la plaza del Jesús he visto al cardenal Borromeo; ha sido amabilísimo conmigo y me he animado: “Comience, comience; usted no está encargada del éxito, pero Dios la ayudará. Acoja a los niños; sea dulce pero firme con ellos y especialmente con las familias. Tenga ánimo y todo irá bien”.

Su convicción y su benevolencia me han reconfortado; estuvo conmigo un largo rato”.

Madre Le Dieu cuenta con la naturaleza de mujer enamorada de Dios: “Generalmente, los hombres cambian de parecer más a menudo y más pronto que las mujeres. Nosotras sabemos esperar y sufrir”.

No sabemos cuánto haya de verdad en esta afirmación, pero ella está convencida.

La esperanza alimenta su paciencia, que sabe esperar en la oración. Sin embargo, tiene mucha prisa porque sabe que está para caer la tarde en su jornada terrena. “Deseo actuar deprisa, hasta que no haya puesto las raíces en Roma. De allí viene la luz”.

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