sábado, 4 de junio de 2011

126.- La trampa

El día 24 de junio llamó a la puerta un niño de Aulnay acompañado por San Michel; ésta, viendo a la Madre, se echó a sus pies y rompió a llorar desesperadamente.

–Reverenda Madre, le dijo, no quiero que se vaya a Roma sin antes pedirle perdón.

–Tiene razón, hija, yo la perdono; el Señor os ilumine a todas.

–Ah, Reverenda Madre, usted no tiene el hábito y no nos ha dicho nada.

–Sor San Paul había jurado que esto sucedería, porque se haría todo lo posible para conseguir este fin; cuando se toman los medios que ella ha tomado, la cosa no es difícil.

Las lágrimas no cesaban y entrecortaban sus palabras, pero ella sostenía su argumento y yo el mío. Es imposible decir cuántas palabras hemos intercambiado en una media hora.

La invité a comer conmigo para continuar la conversación y para escuchar todos los particulares que me confiaba.

Yo, con mucha claridad, le decía lo que quiero que todos sepan. También le leí la carta que envié al obispo de Versailles haciendo el comentario de algunas frases.

–Vuelva, vuelva Reverenda Madre, humíllese un poco y el párroco procurará obtener del Obispo que usted se quede con nosotras. De lo contrario nadie la escuchará. Todos han escrito contra usted. Y la consideran una rebelde.

–Yo mantendré mis derechos y mis deberes...

–Nadie le hará caso; la estiman, pero se dice que ha actuado según sus propias ideas.

–Bien, veremos lo que sucederá.

–Me han dicho quién será la superiora de Aulnay, pero es secreto y no puedo decirlo.

–Guarde el secreto, yo iré si me conviene.

–Vaya, vaya un día con el hábito... Allí podrá dormir y hablar con el señor Cura párroco.

–Hija mía, todo esto póngamelo por escrito y me comunique qué día el párroco podrá ir a verme a Aulnay. Escríbame que puedo ir a Aulnay con el hábito religioso. Hágalo esta misma tarde. Luego veré lo que tengo que hacer.

–No sé si iré a ver al señor párroco.

–Iré a Aulnay cuando esté preparada, pero no iré a verle. Que venga él a hablar conmigo o que me invite para que yo vaya a hablar con él.

–¡Oh, quizá ha sido L. P. o Le C. quien ha metido en la cabeza al cura estas cosas!

–Bien. Esto no sorprenderá a nadie y una vez más será la prueba de todos los injustos procedimientos que se han usado contra mí. Yo perdono. Dígale cómo hago mi vía crucis.

Y así la pobre hija se fue.

El cartero me trae una carta: “Reverenda Madre, el señor cura me dice que cerraría los ojos y usted podría venir a dormir una noche aquí. Ayer por la noche me decía Sor San Paul que si hubiera venido, hubiera ido ella misma a ver a Monseñor”.

El resto de la carta, sin fecha, no era más que un montón de tonterías contra una religiosa de aquí. Termina diciendo: “Sor San Paul me dice que, si usted no hubiera hecho caso de los malos consejos que le han dado, no se habría encontrado en esta situación. Devotísima Sor San Michel”.

Después de esta carta, con toda seguridad, me esperarán esta noche para acusarme hoy más que nunca, si no respondo a la invitación.

No tengo ninguna gana. Ya veré un poco más tarde. Con ánimo esperaré en el Señor y no seré confundida eternamente.

El pasado jueves fui a Aulnay para ver lo que sucedía. Encontré espléndida la pequeña propiedad y la rebelión proporcionada. Sería difícil explicar la arrogancia de la pobre soberana de dicho lugar. Le dije pocas palabras, previniéndola que no tardaría en regularizar la situación. Yo dejo hacer. No obstante, si Dios quiere que yo lleve la peor parte en este asunto, con tal que me dé la gracia y la seguridad de mi recta conciencia, me basta por ahora; no se debe pedir justicia si no es para la eternidad. De lo contrario no se tendría la ocasión de practicar las virtudes de la paciencia, la misericordia y otras muchas.

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