sábado, 18 de junio de 2011

134.- Año nuevo, vida nueva

El día de la Epifanía de 1882 el canónigo Lazzareschi, párroco de San Lorenzo en Dámaso, enviado por el cardenal Vicario, vino a inspeccionar la Obra para luego comunicar su andadura, pero, ¿qué obra, si ésta se centraba y se acababa en aquella anciana mal vestida e incluso mal nutrida?

Un astrofísico respondería que en el principio también el universo estaba dentro de una especie de átomo cósmico. El buen canónigo, dotado de una luz sobrenatural, descubrió un brote que germinaba de aquella tierra arada y atormentada desde hacía decenas de años, y por eso hizo una relación milagrosamente positiva.

El 25 de febrero, la general de las hipotéticas Auxiliares Católicas dirigió esta solicitud a Lazzareschi: “Acostumbrada a no hacer nada importante sin el permiso o al menos sin el consejo de los superiores, ya que la Divina Providencia nos pone bajo su protección, le ruego fije usted mismo el día en el que podremos abrir el asilo, tan deseado, del Protectorado de San José para los niños pobres.

Vuestra humildísima y obedientísima,

Sor Marie Joseph de Jésus, Le Dieu,

Superiora de las Auxiliares Católicas

El canónigo Lazzareschi contesta: 19 de Marzo de 1882, día de San José.

“Si desea abrir la casa para comenzar la Obra puede hacerlo”.

Madre Le Dieu, a la edad de 72 años, podía reemprender su trabajo como educadora, porque desde París Sor San Joseph había acudido en su ayuda. Esta criatura, amasada en el sacrificio, nunca se había sentido alejada de ella y siempre le había enviado el poco dinerillo que había logrado reunir. La Fundadora la recibió con el afecto y el cariño de una madre.

¡Qué lástima que la pobreza fuera extrema! El 8 de enero de 1882 anota en su cuaderno: “ Si la pobre religiosa llega hoy no encontrará sino un poco de caldo con un trocito de pavo cocido y la mitad de mi cama para dormir o bien el diván si le gusta más; en este caso yo estaría más contenta por ella y por mí; el Señor nos dará una cama cuando Él quiera”.

Con la llegada de Sor San Joseph las condiciones económicas no cambiaron nada. Cuando la madre y la hija terminaron de explayar sus corazones, la religiosa vació sus bolsillos ante los ojos de la Fundadora, en un primer momento esperanzados y luego desilusionados. De aquellos bolsillos remendados aparecieron apenas 12 francos. Pero, ¿qué importa si tiene a su lado a una hija que la comprende y está dispuesta a reemprender por las calles de Roma la vida de sacrificio que durante años había llevado en París? El Señor, que viste los lirios del campo y alimenta las aves del cielo, cuidará también de ellas. Y, de hecho, la generosa Sor Carolina, superiora del asilo de las Zoccolette, les manda una cama para descansar.

Lo que no faltaba eran los niños de los que nadie se ocupaba. El gobierno tenía problemas más importantes que resolver, especialmente después de la unidad de Italia, y las religiosas se ocupaban solamente de las niñas.

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