domingo, 19 de junio de 2011

135.- La fórmula justa para el momento justo

La Fundadora, si hubiera tenido varias decenas de Auxiliares Católicas, hubiera resuelto en Roma el problema de la infancia abandonada. Ella poseía la fórmula justa para el momento justo, por eso, superadas las primeras dificultades, comenzó a trabajar.

El Padre Giordani de la Obra Apostólica y director del Monitor Romano y del Amigo de los Niños, el 17 de abril, le confió dos niños. Éste escribió a Madre le Dieu: “Para apartarlos de un ambiente peligroso los he acogido de momento con nosotros; pero siendo demasiado pequeños para nuestra Obra, le ruego los acepte provisionalmente en su Instituto”.

Y así, Augusto Mengolini y Jacinto Leonardi ingresaron en la Lungara. El personal asistente estaba constituido por Madre Le Dieu, por Sor San Joseph Richard y por la postulante Schenetti, la cual muy pronto regresó con su familia.

Fueron rechazadas otras solicitudes porque el cardenal Vicario exigía garantías que no podían ofrecer en aquel momento. Y faltaban también las cosas necesarias. “La tapadera de una caja me sirve de mesa y de escritorio, dice Madre Le Dieu. Los cuadernos y los libros están sobre una cama que de momento está vacía hasta que llegue algún niño; esta cama también me sirve de diván. Durante casi todo el día me veo obligada a sentarme en una silla alta y dura. Pero tiene una ventaja inestimable: sin ningún impedimento contemplo el cielo por tres sitios”.

El último día de abril de 1882, Madre Le Dieu goza de una alegría que esperaba desde hacía años. Para comprender su intensidad sería necesario tener su misma sensibilidad de alma eucarística.

Ella cuenta: “La capilla de las Mantellate se abría para la bendición; entramos con gran deseo. El sacristán me pidió que mandara a los dos niños sujetar las antorchas. Me preocupé porque su ropa no estaba en buenas condiciones, pero me alegré de verlos caminar tan contentos con aquel relativo peso. Yo pensaba que así estaban más cerca del buen Jesús y verdaderamente servían al triunfo y al amor de la divina Eucaristía. Para mí fue un momento de gran alegría. La bendición que recibimos la mandé sobre Aulnay y sobre nuestros perseguidores”.

Esta santa mujer, que vive de la Eucaristía, cuando ve que alrededor del altar hay niños que dan señales de vocación sacerdotal goza como si viera ángeles en torno al trono del Eterno. El Señor, después de su muerte, premiará este celo dando a sus religiosas muchas vocaciones sacerdotales.

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