jueves, 2 de junio de 2011

125.- Inmersión en el pasado

Durante un viaje entre Grauville y Avranches, la Madre tiene la posibilidad de volver a los lugares de su afortunada infancia y de oxigenarse los pulmones con el aire nativo, lleno de bálsamo. Los recuerdos la envuelven y la emoción le llena su corazón de poeta:

“No puedo atravesar, sin antes emocionarme, aquellos lugares recorridos tantas veces con las personas que tanto amaba en la infancia y en la juventud. ¡Oh, recuerdos imborrables de aquella ternura que nunca más volverá y que me lleva a sueños nocturnos! ¡Bréhol, Condeville, St. Pair, Avranches!, donde mis queridos antepasados reposan desde hace tantos siglos. Dios mío, atravesando aquellos lugares nada humano he concedido a mis pensamientos concentrados todos en Ti, pidiendo por los que viven y por los que han muerto. ¡Esta vida no es la Vida! En estos días he tenido sueños felices, porque mi primera edad ha sido ciertamente la edad de oro. Familia paterna y materna, numerosos amigos, sociedad verdaderamente hermosa y cristiana!

¡Oh, no se puede prohibir al alma religiosa consagrar algún pensamiento de afecto y gratitud, especialmente si es para unirnos más fuertemente a Dios. Sí, yo espero veros de nuevo a todos en un mundo mejor, porque os habéis dormido en la fe, esperanza y caridad!”.

Esta inmersión en el delicioso pasado da vigor a las alas de su esperanza y ella desea que todas sus futuras religiosas alarguen su corazón al mundo entero. “Sería bueno que en su entrega abrazaran el universo. Dios, ciertamente, lo permitirá a su tiempo, porque quizá yo gozaría demasiado de este acontecimiento que a Él le pertenece”.

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