Aquel pobre “Martín” realmente se merecía una oda y la anciana, a la edad de setenta y cuatro años y seis meses, se la dedica, mientras el catarro le corta la respiración.
Cansado mi cuerpo, cuando habremos surcado
las nubes y del sereno cielo
el inmenso espacio, ¡oh! di, ¿no tienes quizá ya superadas
tantas horrendas brumas?,
¿qué otras esperas aún? De mis males
sólo consuelo he largamente esperado.
Dulce sueño de muerte, yo pido: ¿Cuándo vendrás?
Allá arriba, allá arriba en el cielo
tendré paz; allá arriba sólo mis males
tendrán fin. Pero tú, cansado y frágil,
no te duelas si arrastras aún
el grave peso, y si tregua no tienen
tus ásperas fatigas.
Dios contados tiene tus días:
Él sabe todo y te sostiene,
a fin de que no caigas en esta lucha
penosa, interminable de amor.
Ánimo, pues, oh mi cuerpo cansado, hemos llegado.
No llores más, sino bendice a Dios.
Sin embargo no podía faltar la musa en tono gracioso que cantó a Martín:
Vamos, vamos, vamos,
pobre bestia mía.
La carga arrastramos
aún por la vía.
Un día, sólo un día;
que nos espera a la vuelta
una eterna alegría.
Vamos, vamos, vamos,
pobre bestia mía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario