jueves, 16 de junio de 2011

132.- Quita el hambre con la poesía

Del 28 de junio al 27 de agosto vive en la plaza Navona, en casa de la familia Rolli; pero los ochenta escalones son demasiados para una mujer de 72 años, y para una pobre como ella las cien liras de alquiler son demasiado.

Desde el 27 de agosto al 6 de noviembre está de nuevo en la Lungara con las Religiosas Sacramentinas; aquí la peregrina de Dios, aunque tenga que vivir de limosna, quita el hambre con la poesía. El pensamiento de los niños no la abandona.

“¡Qué diferencia entre el horizonte actual y el de la plaza Navona! En lugar del resplandeciente y tan cercano Palacio Doria, está la colina con un verde maravilloso que sube dulcemente y se pierde en el cielo. Esta vista da reposo a mis ojos, corazón y alma. Un poco a la izquierda está San Pedro Montorio, que destaca del verde. Estas bellas perspectivas me gustan más que el aspecto normal de la plaza. No obstante, quizá, me divertía más por la gente original que allí había, por los niños tan animados en sus juegos que hacían volteretas que era un gusto porque rebotaban en las caídas como pelotas de goma; no tocaban el suelo y ya estaban de pie, y alegremente se ponían de nuevo a correr.

¡Feliz infancia, libre de cualquier preocupación!”.

“Ayer por la mañana, a través de una pequeña rendija del postigo de la ventana, vi brillar una estrella. Aquella vista me hizo subir al cielo con ardientes deseos y me hizo pensar en la eternidad que ahora siento tan cerca; aunque tuviera que vivir tanto como mi abuela materna, conservando toda mi inteligencia, veinte años pasarían rápido”.

Como no domina la lengua italiana, le resulta muy difícil el diálogo con la gente, pero en el cuaderno escribe sus confidencias. Los comensales le dan a entender que no es bueno ponerse a escribir enseguida después de comer. Ella anota: “Para mí no es molestia sino un alivio. Siento el corazón explayado cuando me desahogo escribiendo estas notas en este cuaderno que no se opone a nada. Puedo decirle lo que pienso, lo que quiero. ¡Pobres páginas que, quizá, nunca seréis leídas! Vosotras sois mis confidentes: yo os digo todo y vosotras guardáis fielmente todo. Si uno quisiera leeros atentamente podría saber con facilidad cuánto he sufrido”.

Desde noviembre de 1881 hasta abril de 1882, Madre Le Dieu está alojada en familias particulares.

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