sábado, 30 de abril de 2011

98.- Una velada musical

En los primeros meses del año de 1877 dos artistas, Petit y Duprez, sin renunciar a sus propios intereses, dieron un concierto de ópera en una velada musical. Después de descontar sus gastos, el resto se destinaría para el orfanato. Los dos artistas, para asegurar el éxito querían inflar la propaganda, presentando la Obra como internacional e interconfesional. Madre Le Dieu, que aborrecía la mentira y el triunfalismo, les escribe esta carta educada pero firme: “Quiero expresaros nuevamente mi reconocimiento por la generosidad y la colaboración que nos habéis ofrecido, pero permitidme que os repita que vuestro programa es muy hermoso y nuestra Obra muy buena para tener necesidad de una publicidad inflada. El benévolo artículo del Fígaro explica perfectamente lo que hacemos y lo que vosotros de verdad queréis hacer. Esto bastará para el éxito de unos y de otros. No debemos desconfiar de la Providencia, que nos ha procurado esta relación y os confieso que no deseamos figurar con estos pomposos anuncios: “Obra internacional para todas las religiones”. Nosotras estamos dispuestas a practicar la caridad sin distinción de religión ni de patria y nuestro Instituto, que ha sido fundado sobre las reiteradas órdenes del Pontífice Pío IX, posee un Rescripto, fechado, escrito y firmado de su puño y letra con los mayores favores que uno puede desear para extenderse en cualquier lugar y siempre; pero en este momento es todavía un pequeño grano de mostaza, puesto a prueba como todas las grandes obras religiosas, y nosotras no queremos que se nos conozca si no es por la sencillez cristiana. Por tanto no nos deis otro nombre sino el nuestro. Atengámonos a este excelente artículo del Fígaro que, espero, se completará con las suscripciones que nosotras le rogaremos que haga, y así quedarán satisfechos todos nuestros deseos.

Los términos de la carta del Señor Ministro del Interior, que aprueba la idea de una suscripción nacional, son muy favorables para no desear otras recomendaciones. Mientras tanto, nosotras nos esforzaremos para que todo salga bien esta tarde del 24 de febrero y os agradezco anticipadamente todo lo que haréis por nosotros”.

Madre Le Dieu tenía que asistir personalmente al concierto, aunque esto no le agradaba mucho: “Se me dice que estoy obligada a asistir personalmente con, al menos, una religiosa y algún niño. Este pensamiento no me entusiasma en absoluto. ¡Es ya suficientemente duro hacer todas las gestiones indispensables! El hecho de estar en el punto de mira de toda esta reunión mundana es para mí un suplicio”.

El 26 de marzo, la Madre anota en su cuaderno:

“El concierto resultó espléndido pero, como estuvo mal organizado, todos dicen que han perdido dinero. Esto nos ha costado 700 francos y nosotras hemos cobrado apenas 400 de los que el maestro Petit reclama no sé cuánto. Quién sabe cómo terminará todo este asunto que nos debía dar un beneficio de más de 1.000 francos”.

Todos podían creer en un orfanato del Estado, pero pocos podían comprender el estado del orfanato.

viernes, 29 de abril de 2011

97.- Un balín sería una píldora indicada

En aquel tiempo de fervor anticlerical, no todos respetaban a las religiosas y Madre Le Dieu, en sus peripecias, tenía su ración cotidiana de insultos: “Hace poco tiempo, en pleno día, iba por la calle de Bac entre mucha gente. Un individuo se puso delante de mí con gesto amenazante y con una voz feroz, me dice: “Pronto tendrás un balín”. Yo levanté los ojos al cielo sonriendo; un balín sería la mejor píldora para una pronta curación y el medio para pagar enseguida la deuda a la divina justicia. He rezado por él, porque, como tantos otros, no saben lo que hacen”.

El viernes santo de 1876, la santa mujer puede hacer el Vía Crucis participando en grado sumo en la pasión de Jesús.

“Cuando estaba haciendo el Via Crucis me sentía cada vez más tranquila y feliz de parecerme al buen Jesús. Sí, como Jesús, he sufrido toda clase de ultrajes: traicionada, abandonada, calumniada, despojada”.

jueves, 28 de abril de 2011

96.- Una extraña compañía

“Hace algún tiempo me he encontrado con una extraña compañía. Llovía y, como no tenía paraguas, creí oportuno aprovechar la carreta de la lechera para no mojarme desde Sévran a Aulnay; me sorprendí cuando vi que cambiaba de camino, y después de dar un giro a la izquierda, me encontré en el mercado de los cerdos.

Nunca había oído una música tan infernal. Los pobres animales, sabiendo “que eran buenos para comer” como en el tiempo de La Fontaine, gritaban en todos los tonos “adiós casa mía”. Tuve que bajar de la carreta para que subiera “uno cubierto de largas cerdas”, enorme y un poco engreído por nuestra presencia. Como todavía quedaba sitio para nosotras, subí de nuevo al carro resignada a soportar durante casi dos horas esta compañía; pero “don cerdo”, enfadado por culpa de una cuerda que lo tiene atado por una pata, tira lo que encuentra a su paso e intenta salir del vehículo. Como no le ayudaban, se puso tan furioso que yo nunca había visto una cosa igual. Por miedo a que con sus sacudidas rompiera la endeble cuerda que lo tenía atado, me arrollara y me tirara bajo las patas del caballo, creí oportuno cederle el sitio. Me encontraba apenas fuera del recinto aduanero y tuve que andar 10 km. a pie y sola, con un viento fuertísimo que me venía de frente y me enredaba tanto el hábito que lo tuve que levantar hasta media pierna para poder caminar.

miércoles, 27 de abril de 2011

95.- La diplomacia no es su fuerte

Desgraciadamente la antipatía, como todos los fenómenos vitales, está destinada a crecer y la del Señor Lambert creció hasta la guerra fría. La diplomacia, que en aquella coyuntura se habría vuelto oportuna, ciertamente no era el fuerte de Madre Le Dieu.

La Fundadora, en sus memorias, da este juicio del Señor Lambert: “Hemos recibido una nueva carta del Señor Lambert en la que dice que se niega a pagar las cuentas.

Nuestra directora le contesta a sus palabras con mucha serenidad y sin muchos miramientos. ¡Pobre hombre! ¡Qué pena da verlo en esta actitud! Él puede hacernos mucho daño dada su buena posición y su reputación de benefactor que goza de mucho crédito, hasta que no se le conoce a fondo”. Este burócrata no se limita sólo a recortar los víveres, que a pesar de todo debe a los huerfanitos, los cuales figuran como sus protegidos, sino que denigra con la lengua, que la tiene bastante expedita. Leamos este otro texto del diario: “El Señor Lambert, que había estado mirando al alcalde mientras me despedía le hizo creer que había obtenido cien francos para mí y que no era agradecida..., que no era la superiora, porque tres personas no formaban comunidad..., que mis cálculos no eran los suyos..., que el año pasado había pagado 1.500 francos de mis deudas, que nosotras deberíamos unirnos a una comunidad más importante; todo esto con un aire de ingenuidad y de benevolencia que fácilmente hace comprender cómo un hombre rico tenga incontestablemente que tener razón:

Yo hablé francamente al Señor Conde de mi relación con este individuo y he visto que él me creía más a mí que a él, así me ha parecido”.

Mientras tanto, Madre Le Dieu, para procurar el pan a sus hijos, tiene que afrontar viajes incómodos y llenos de aventuras.

martes, 26 de abril de 2011

94.- Tuvo que combatir la calumnia

Cuenta Madre Le Dieu: “En 1875, hacia la fiesta de todos los Santos, sabiendo que el Obispo se había quedado en Aulnay, pensé que era mi deber asegurarme qué intenciones tenía a nuestro respecto.

El Obispo me recibió más mal que bien por las referencias que le habían llegado desde Coutances y de Fréjus; era realmente extraño que después de todo lo sucedido nos dejase continuar. “Yo ya no os considero religiosas, dijo; el Conde Gourgne es muy libre de tener en casa a quien quiera, pero esto no me obliga a admitir a personas forasteras que no son bien vistas; yo iré a Aulnay, pero usted no me verá porque para mí no existe; nada he sabido de la apertura de la casa de San Claud y no os permitiré hacer ninguna colecta en mi diócesis”.

Le di las gracias por habernos dejado vivir libres no obstante las advertencias en contra nuestra, y le rogué que volviera a revisar nuestra situación pasada y presente.

“Usted, le dije, nos ha bendecido para ir a Aulnay, exhortándonos a buscar un medio para vivir; hemos ido a San Claud porque un empleado de la asistencia pública nos ha asegurado un alquiler que nos permite encontrar el lugar conveniente donde establecernos; bendígame de nuevo”. Y me puse de rodillas. El Obispo, emocionado, me dio su bendición.

La señora De T. ha recibido una carta de su tío que la advierte que no se mezcle en nuestros asuntos, “porque –le dice– nosotras hemos sido secularizadas y echadas de la diócesis de Coutances”.

“No debe tardar en combatir esta calumnia, me dijo Mons. de Sussex; porque hace imposible cualquier fundación pasando de Obispado en Obispado. Mientras no sea aclarada no querrán autorizaros en ningún sitio”.

¡Lo creo! ¡Esto no me turba absolutamente; sin embargo creo que es necesario trabajar para acabar con ella!”.

Pero el director de la asistencia pública, el Señor Lambert, que se ha mostrado tan entusiasmado de la Obra, ¿no le ayuda?

lunes, 25 de abril de 2011

93.- Con las alegrías se alternan los dolores

La casa de S. Maximino, que antes había sido saqueada y luego secuestrada, fue subastada. Pero como nadie concurre, la casa vuelve de nuevo a la señora Planque que así termina de protestar. A Madre Le Dieu no le falta su comentario ascético: “Dios lo ha permitido, Él también ha tenido que repartir sus vestiduras y echar a suerte su túnica. No hay que hacer más que un acto de completo abandono.

Los hombres se empeñan en destruir, pero la Providencia es fiel en todo momento”.

Escribe Madre Le Dieu: “Ayer el buen Dios me mandó a Sor San Michel muy preocupada por mi salud. Así pudimos cortar los pantalones para los niños. Parece que se ha multiplicado la tela, pues no creíamos que hubiera tanta, pero Dios sabe que la necesitamos. Desde que nos regalaron la tela han venido al menos diez niños más. Todos estos niños, pequeños y grandes, me demuestran su cariño y yo también los quiero.

Todavía no he dicho el nunc dimittis, pero lo diré con agrado cuando Dios quiera. Él sólo puede obrar y llevar adelante esta Obra, Él es nuestro único objetivo”.

Y algún día después, confirma: “Ayer el buen Dios nos mandó cuarenta francos cuando ya ni siquiera teníamos diez. Pero, ¿qué es este dinero para dar de comer cada día a más de cincuenta personas? Puesto que todo esto constituye un milagro evidente de la multiplicación del pan, desde hace dos años hasta ahora, no tengo ninguna preocupación”.

domingo, 24 de abril de 2011

92.- Pequeños artistas

El Sr. Lambert no pierde tiempo. Después de haber pedido información al P. Petitot, pasa inmediatamente a la acción. “El día 9 por la mañana, anota Madre Le Dieu: “Se presentan dos chicos en la estación, uno de 14 años, que no sabe leer y que aceptamos sólo para prepararlo a la Primera Comunión; él tiene que ayudar a su hermano de 10 años, que va atrasado en la escuela.

Después de una larga espera llega una mujer con sus dos hijos; es la que manda el Sr. Lambert con algún otro niño para comenzar la Obra; por su aspecto parece una buena mujer.

Tomamos la calle fuera de las murallas y llegamos hasta la Aurore; allí encontramos un carro alquilado por el Sr. Lambert, el más destartalado que uno se pueda imaginar, tirado por un asno y guiado por una chica. Montamos todos en él, pero en la larga y pendiente subida de S. Claud, algunos tienen que bajarse. Luego, según las indicaciones del recorrido, tuvimos que bajar y subir a través de valles y colinas, y volviendo finalmente al camino, después de casi cuatro horas de viaje, llegamos al destino”.

¡Éste es un asno afortunado: en llanura ayuda, y en la subida es ayudado! La nueva casa de S. Claud enseguida toma consistencia y se produce una especie de milagro pedagógico. De hecho el orfanato está abierto desde hace apenas 80 días y los chicos junto con los de Aulnay están en grado de presentarse en público como pequeños artistas. El 30 de mayo se inauguró la estación de trenes a la que asistieron el Obispo, el Prefecto y otras autoridades civiles y militares.

Madre Le Dieu también mandó venir a los niños de S. Claud.

Por la tarde los niños entretuvieron a la gente con ejercicios de gimnasia, marchas militares y cantos preparados para la ocasión dirigidos por un compañero de tan sólo nueve años. Todos fueron admirados y aplaudidos.

sábado, 23 de abril de 2011

91.- ¡Qué vida!

Para hacer conocer la Obra, el 15 de enero llevó a imprimir un nuevo programa en el que, entre otras cosas, se puede leer: “En este momento la Obra está apoyada particularmente por todas las autoridades competentes, religiosas y civiles, testigos del bien que ya ha realizado.

El prefecto de Versailles y el de la Seine permiten con agrado alguna suscripción para ayudar a la Obra dirigida por el sacerdote Coullemont, párroco de Aulnay y provisionalmente situada en un local propiedad del Alcalde, Conde de Gourgne.

El fin de la Obra es recoger el mayor número posible de niños abandonados, sin distinción de religión o de nacionalidad y asegurarles todos los cuidados necesarios y la mejor educación desde la infancia hasta su juventud”.

Para llevar a cabo todas estas gestiones tuvo que buscar alojamiento en París, en la calle Vaugirard, donde permanecía el martes, miércoles, jueves y viernes de cada semana. La vida solitaria de París, impuesta por la necesidad, ciertamente no era la ideal. El 30 de enero, anota en su diario: “Esta tarde, al volver a casa, sentía en el corazón la nostalgia por la vida vivida con regularidad durante tantos años. ¿Cuándo podré volver a sentir cada media hora la llamada a la adoración, a la humildad, a la unión íntima de la comunión espiritual? Estas calles empedradas de París, estas travesías producen una continua disipación y cansancio.

¡Me siento tan feliz cuando logro un poco de descanso! El otro día, mientras esperaba a la esposa del Prefecto, recé tranquilamente el Oficio; a veces lo rezo en el ómnibus; pero a menudo tengo que contentarme con sustituirlo por los Pater de la regla, cuando por la tarde ya no se ve nada en las iglesias. ¡Qué vida!

A primeros de marzo de 1875, Madre Le Dieu fue a la Oficina de la Asistencia Pública y consiguió entusiasmar al director, el Sr. Lambert, el cual, en el mismo momento, le propuso abrir una sucursal de Aulnay en S. Claud, en la propiedad de una viuda sin hijos.

“Los niños no faltan, le dijo el Sr. Lambert, pero necesito religiosas, almas dispuestas al sacrificio”. “Dios mío, anota la Fundadora, sería precisamente lo ideal. ¿Será, quizá, fruto de mi imaginación?

Apenas me hablan de una posibilidad, la loca imaginación se adueña y construye, construye... palacios verdaderamente hermosos.

¡Si dependiera de nosotros poner en práctica nuestros deseos! Yo veo enseguida lo más conveniente y lo primero que hago es elevar el trono del Divino Maestro, que domine todo y al que puedan acceder fácilmente los enfermos y las personas ajenas a la Obra, las cuales a sus pies, podrían encontrar edificación y fuerza. ¿Esta imaginación será del todo inútil? Yo me siento muy feliz cuando pienso que en la eternidad iremos de esplendor en esplendor a través de las bellas construcciones del universo y de las esferas celestes que no nos separarán de Dios, sino que nos harán gozar de sus obras magníficas... Mientras tanto estoy en la buhardilla, lavando la ropa con un vaso de agua, porque no tengo para cambiarme. ¡Ésta es la cruda realidad! ¡Gracias, Dios mío, por la paciencia y el ánimo que me das!”.

viernes, 22 de abril de 2011

90.- Los revoltosos en el invernadero de naranjas

Finalmente el alcalde, aunque por motivos políticos, tuvo piedad de nosotras: ofreció a los sin techo algunos locales que se encontraban en la planta baja del invernadero de naranjas del castillo.

Estábamos en enero y la calefacción estaba por llegar.

A estos nobles, que también eran políticos, les gustaba dar limosna, pero pretendían que fuera muy vistosa y poco costosa.

La santa mujer había intuido que el corazón de Mons. Hulst era muy generoso, aunque el cargo que de­sempeñaba le hacía parecer como un hombre de rigor jurídico, y una vez más recurrió a él.

La respuesta fue la siguiente:

“Me encantaría poder daros una autorización explícita para que algún párroco de París hable de vuestra excelente Obra del orfanato de Aulnay le Bondy, pero las colectas que se hacen en París aumentan continuamente y nos obligan a ser cada vez más cautos en relación a las obras de la provincia. No obstante, y tratándose de una casa cerca de nuestra diócesis y que podrá acoger a nuestros huérfanos, me tomo la responsabilidad de deciros que, si algún párroco estuviera dispuesto a ayudaros, no tendríais que temer ninguna oposición por parte de la Curia”.

La Madre, como siente que la Virgen está en casa más presente que todos los presentes, la ve interesada hasta en la economía doméstica, y por eso con mucho humor, dice: “La religiosa me asegura que en el mes de octubre ha gastado para nosotros (cinco niños y tres religiosas) menos de sesenta francos.

Es una suerte, porque en este momento no preveo ninguna entrada, y sólo tengo cincuenta francos; y esto porque la Virgen Santa me ha prestado veinte francos. Sí, es así, y no es ningún milagro.

Un alma buena tenía guardado algún dinero para la asociación de la Virgen de los Ángeles del P. Bray y como sabía que yo tenía pocos fondos, me ha ofrecido aplazar el envío del dinero, diciéndome con mucha delicadeza: en este momento, la buena Madre no tiene dificultades como usted; lo restituirá cuando pueda... o de lo contrario San José pronto tendrá que prestaros algo para pagar la deuda. La señora, que ciertamente no nadaba en la abundancia, viendo mi pobre monedero todo roto, me dio el suyo con unos cincuenta céntimos; era el óbolo de la viuda; a cambio ella recibirá muchas bendiciones. Dios ha visto todas sus intenciones, que me compensan un poco de los desprecios y de la poca delicadeza de algunas personas. Hoy, más que nunca, doy gracias a Dios que me da tanta serenidad y tanto ánimo cuando soy maltratada”.

jueves, 21 de abril de 2011

89.- La casa muy pronto resonó como una colmena

Los cantos litúrgicos, las risas infantiles y el ruido de los trabajadores se alternaban con el ritmo de la respiración. Cuando la Madre estaba presente todo lo preveía, todo lo animaba, todo lo reordenaba; ella sola llenaba la casa como la atmósfera misma. Ella escribe: “Rezar es mi luz y mi fuerza. Esto me reanima el corazón y también el cuerpo”.

“Las fuerzas que el buen Dios da a nuestras hermanas y a mí son verdaderamente sobrehumanas. Yo estoy en el cincuentenario de mi profesión religiosa (y en el sesenta y ocho de edad), y nunca me he sentido tan fuerte en el cuerpo y en el espíritu. Simple máquina que funciona solamente por Dios; yo repito únicamente una palabra: ¡Fiat!

Y finalmente he aquí una noticia que hace olvidar la miseria: “En casa tenemos varios centenares de francos que nos aseguran el pan para algunos meses, en el caso de que no se pudiera continuar con estas colectas. Por lo menos tendremos un trimestre tranquilo.

Cada semana una religiosa sale durante alguna hora con un niño y de vez en cuando trae dones en especies”.

Evidentemente, el paraíso aquí abajo existió una vez, pero ya no volverá nunca más; las dificultades llaman a la puerta de casa y alguna vez entran.

He aquí los apuntes de un día cualquiera:

“El día ha estado lleno de incidentes. Una religiosa, tropezando en la escalinata de la entrada, se cayó de cabeza.

Dos niños que la vieron dieron un grito desgarrador. La religiosa, muy valiente, se levantó llena de contusiones y magulladuras y ha continuado atendiendo a los niños. Le hubiera venido muy bien un poco de aceite árnica y de té suizo si hubiera tenido tiempo de curarse. Está más pálida que de costumbre y, sin embargo, la pobre hija tiene que trabajar el doble. Una religiosa tuvo que ir a hacer la colecta.

La señora que nos ayuda en las labores de la casa se ha sentido mal y está en la cama. La colada todavía no está hecha y tendremos que prepararla mientras nuestros cuarenta niños estén en la escuela y durante la comida. Un niño que llegó el otro día, ayer tenía nostalgia de su madre y comenzó a andar hacia la estación. Lo encontró el párroco y con dulzura le convenció para que volviera. Es sorprendente que esto no suceda diez veces al día con todas las puertas abiertas del parque sin que ninguna esté custodiada. Dios los sostiene como a las olas en el mar. Él sabe el número de niños y los cuida. Nuestras buenas hermanas se han fatigado mucho pidiendo limosna. Pero el resultado es bueno ya que la gente ayuda y se muestra interesada por nuestra Obra, y esto anima mucho. En este momento aprovechan de un intervalo para retomar el trabajo de casa. Desde las cuatro o las cinco de la mañana hasta las diez o las once de la noche remiendan la ropa de los niños. Es realmente maravilloso observar su santidad y su devoción”.

Mientras había una cierta serenidad económica la abeja reina estaba en la colmena y todo funcionaba maravillosamente. Pero cuando entraba el fantasma del hambre la Madre tenía que salir.

Mientras, la buena viuda había tenido que poner en venta la casa que acogía a los niños. Madre Le Dieu pensó comprarla y por eso pidió un préstamo pero no lo obtuvo.

Quien compró la casa había prometido dejarla al orfanato en alquiler, pero luego no mantuvo la promesa.

miércoles, 20 de abril de 2011

88.- Tres niños y ocho francos

Una vez resuelta la cuestión de la casa, no fue difícil reunir a los tres primeros niños del mismo París: dos vinieron acompañados de sus padres y sus tíos, y uno por su madre; y ellos mismos resolvieron la cuestión económica: en casa no había más que ocho francos y pocos céntimos; en tres años trajeron a casa sesenta francos.

“No sé lo que pasará, anota Madre Le Dieu, sólo sé que estaremos bien durante ocho días con los cuarenta céntimos de compra que hemos hecho en el mercado”. La noche antes de trasladarse las religiosas tuvieron que trabajar preparando ropa para que los niños pudieran cambiarse. Al amanecer del día uno salieron. Conduce la caravana la lechera de Aulnay. El viaje, a pesar de lo incómodo, resulta muy pintoresco y hace pensar en las caravanas de los gitanos. Pero para los pequeños aquel aglomerado de cosas y de personas sobre un carrito tambaleante, y además bajo la lluvia, es una fiesta.

Madre Le Dieu cuenta con agrado: “Amontonados los seis con todos nuestros enseres sobre el carro, además de la lechera, su hijo y el equipaje, con el peligro de que se derrumbara todo de un momento a otro, bajo la lluvia y un temporal que no nos quería dejar, tomamos el camino indicado y después de tres horas llegamos a Aulnay”. En el umbral de la casa estaban para acogerlos la piadosa viuda, el párroco sonriente y el trabajo esperando. La casa había servido como cuartel a los prusianos y había que limpiarla. La Madre escribe bromeando: “Sólo se cierra una puerta, las otras, interiores y exteriores, se quedan siempre abiertas. Por la noche nos atrincheramos un poco, pero bastaría un empujón para derribar nuestra fortaleza”.

La Madre enseguida comenzó a hacer las gestiones para poder aprobar la naciente Obra, pero el párroco la entretuvo. Con ese descuido o superficialidad o lo que se quiera decir, él privó a la Congregación del acta de nacimiento en Francia, que aseguraría la posición jurídica. Sólo después de medio siglo se obtuvo el reconocimiento legal.

martes, 19 de abril de 2011

87.- Siempre he tomado la vida en serio

Madre Le Dieu escuchaba a menudo este estribillo:

“Comenzad, comenzad, comenzad; cuando se vea la Obra en marcha encontrará ayuda; una casa, un trocito de tierra cerca de París y adelante”.

Animada por estas exhortaciones, el 12 de septiembre de 1874 escribió al Vicario General, Mons. de Hulst, que, aunque sin quererlo, le inspiraba confianza:

“Siempre he tomado la vida en serio, especialmente a la edad de 18 años, cuando hice el voto de obediencia y nunca me he permitido un acto ni interno ni externo sin que se me haya ordenado o permitido por la autoridad superior, cualquiera que sea, y tampoco he actuado cuando he creído que sus deseos fueran distintos a los míos. Por esto es por lo que sufro de muchas formas desde hace más de un año, esperando que Dios me muestre dónde debo plantar mi tienda. Comprendo la prudencia de la Curia y por eso no oso insistir para obtener la autorización oficial; la paciencia y el ánimo que Dios me conserva harán que pueda obtenerla un día u otro.

Mi situación oficial me aconseja, o mejor me obliga, a quedarme en París donde, procurándome los medios para vivir, puedo realizar el encargo que me ha sido confiado de hacer todo lo posible por la salvación de las almas.

En este momento me sugieren que adquiera una casa para acoger a algunos pobres huérfanos, ya que ahora hay personas que pueden asegurar su sustento; comenzando sin pretensiones, puedo esperar en adelante encontrar un apoyo sólido; Dios ve mi deseo de hacer el bien.

Para seguir el camino indicado quiero advertir a Su Excelencia y pedir no la aprobación, que podría comprometerle, sino la ayuda de sus oraciones y su mirada benévola.

Monseñor responde a vuelta de correo.

“No puedo dar a su proyecto la aprobación que solicita porque una de dos: o usted comienza la obra como superiora de una comunidad religiosa, y entonces actuaría directamente contra la voluntad del cardenal Arzobispo, o actúa como una persona seglar que quiere hacer una buena obra, y entonces no necesita nuestra aprobación”.

En esta carta, graciosa hasta no más, se puede leer entre líneas: “Pero, también para hacer el bien, ¿se necesitan tantos permisos?

¡Vaya en paz!

El 24 de septiembre de 1874, la Madre encontró al Jesuita Bienville, el cual la orientó para que fuera a ver al párroco de Sévran, y añadió: “Si no hubiera nada que hacer en Sévran, vaya a Aulnay”.

Como el párroco de Sévran necesitaba tiempo para reflexionar sobre el tema, la Madre se dirigió a Aulnay, pero no encontró al párroco, el cual, apenas llegó, enseguida se dio que hacer para abrir un asilo en su parroquia. Rápidamente fue a París para ponerse de acuerdo con ella y decidieron abrir cuanto antes la obra en la casa de una viuda que, en espera de venderla, se la prestaba gustosamente.

Esta mujer tuvo una expresión exquisitamente cristiana: “Lo que yo doy a los niños pobres, Jesús se lo restituirá igualmente a mis hijos”.

El trabajo del joven párroco Ireneo Coullemont fue rápido y concluyente.

lunes, 18 de abril de 2011

86.- Regalo de la fiesta: embargo de la cama

En octubre fue a visitar al Padre Thenon que le habló con sinceridad evangélica:

–Buena Madre, me dijo, nada hará con todas estas gestiones. Lo que impresiona y convence al Arzobispo es ver la Obra. Hubiera querido que acogiese dos o tres niños de la vía Vaugirard. Cuando yo salí del seminario comencé así y en seis meses al menos tenía quince.

Cuando el Arzobispo me llamó le dije que tenía una pequeña obra a la que no se debía dejar morir. Bien, dijo el Arzobispo, hazla vivir. Y hemos seguido adelante.

–Si hace seis meses me hubiera hablado así, Padre, hubiéramos hecho lo mismo; pero probablemente Dios ha querido que yo no dé ni un paso sin un mandato o permiso, y esto durante medio siglo.

Haré enseguida lo que me dice; si el día siete estoy segura de tener la casa, el ocho comienzo.

–Quizá sea una decisión precipitada.

–No, Padre, desde hace diez años estoy decidida a hacer todas las obras de apostolado posibles, porque se me ha encomendado esta misión y he hecho el voto. Sería un buen augurio comenzar de nuevo el Protec­torado de los niños pobres el día de la Natividad de María Santísima.

Hace mucho tiempo que deseo combatir el mal y hacer el bien, y sólo el temor a contrariar la Voluntad de Dios me ha detenido para comenzar la Obra, antes de tener una explícita autorización.

–La Curia no puede autorizar lo que no existe; es necesario ver los hechos en lugar de programas y deseos.

–No he pedido aprobación, sino un examen serio y el permiso de vivir en París bajo una buena dirección. Usted sabe la respuesta que he tenido.

–A menudo llegan a la Curia proyectos y nuevas constituciones, pero no hay tiempo de ocuparse de ellos; se necesitan los hechos. ¿Con qué niños comenzaréis?

–Con los pequeños y abandonados; ya tengo tres previstos, que me han ofrecido hace tiempo; uno muy piadoso y modesto, tiene seis años; el otro de cuatro o cinco es mudo; el tercero tiene apenas cuatro años. Con nuestro cuidado preservaremos del mal a estos pequeños seres; y si formamos en la virtud a estos tres habremos salvado tres almas”.

–Muy bien, pronto podrá volver al Arzobispo y decirle: ésta es nuestra Obra. Ir antes sería del todo inútil.

Pero, ¿cómo es posible que esta mujer tan inteligente no se dé cuenta de que la aprobación sigue a la Obra y no la precede? La respuesta es bien sencilla. Antes de comenzar una obra quiere estar segura de hacer la Voluntad de Dios.

En septiembre llega el embargo que su notario, con un poco de buena voluntad, podría haber evitado. Ella habla en términos humorísticos: “Y así el día ocho de septiembre la Madre (la Virgen), como regalo para su fiesta y para honrar su cuna, permite el embargo de mi cama”.

Pero el hecho de que a la Fundadora le hubiera sido embargada también la cama pone en tensión a sus novicias, especialmente a Sor San Paul que no sabía qué hacer si marcharse o quedarse.

Madre Le Dieu comenta: “Aunque me quede sola espero no temer y esperaré a que el Señor quiera dar vida a la Obra. ¡Fiat! No conozco nada más, ni sé repetir otra cosa durante el día y durante mis caminatas; es mi objetivo; sin embargo, siento los golpes de las diversas pruebas y percibo sus mínimos detalles. Ninguna oscuridad en mis recuerdos, ninguna confusión en mis proyectos, ningún cambio en mi firme voluntad de seguir adelante, hasta que pueda”.

El amanecer del día 1 de octubre de 1874 puso fin a una vida de ayuno forzado y de búsquedas inútiles. El nuevo horizonte tenía por nombre Aulnay.

domingo, 17 de abril de 2011

85.- Tercera parte del diálogo sin medias tintas

En agosto de 1874 se desenvuelve la tercera y última parte del diálogo entre una noble normanda y un brillante Monseñor.

“Me acerqué al Arzobispado; me presenté al Abad de Hulst, desde hacía poco Vicario General y director de todas las obras.

–Reverenda Madre, el Consejo General se ha pronunciado sobre vosotras; vuestra Obra es muy bonita, se la podrá ayudar, pero Su Excelencia no quiere recibiros personalmente. No se puede pensar en una religiosa apoyada en otra que está enferma y que no tiene ni cinco céntimos.

–El párroco de St. Médard, respondí tranquilamente, se sorprendió de que el Consejo se haya ocupado del asunto antes de hacer un serio estudio, que consideraba oportuno para sí y para nosotras.

–Dígale que se podrán llevar a cabo sus planes, pero no con ustedes; ustedes no tienen medios.

–Que sea lo que Dios quiera; para mí es lo mismo trabajar en París o en otro lugar. Bendígame de nuevo, Señor Vicario General, y me arrodillé. ¡Qué raro!, dijo.

–No. Yo le pido con fe su bendición; más adelante verá lo que ahora no conoce.

Me bendijo muy emocionado como la vez anterior. ¡Estoy segura de que él ve en mi empeño y en mi paciencia algo que no es precisamente testarudez!”.

Aquella alma generosa, que vivía de la fe y actuaba sostenida por una fuerte esperanza, tuvo que recordar a Monseñor la imagen de su hermana religiosa de la que él mismo había escrito su biografía. Aquel espíritu de Esposa de Jesús estaba allí delante de él y cantaba en medio de las dificultades. La emoción se dibujó en su rostro y Madre Le Dieu advirtió en él una bondad maternal.

Desde el Arzobispado fue a visitar a la marquesa de Aulan, de la que admiró la sencillez de su persona y de su casa. Sin embargo, en el cuaderno anota: “La pequeña baronesa estaba todavía en cama entre almohadas adornadas con bordados y con cintas.

Al médico que la atiende no le parece oportuno desentenderse de ella y le aconseja que se recupere bien. Con el tiempo tan espléndido que hace, esto la entristece. ¡Pobres mujeres del mundo, empeñadas en tomarse el pulso! También yo lo he pasado y sé que la fuerza y la energía contribuyen mucho a la salud; si no hubiera tenido pérdidas de sangre nunca me hubiera creído enferma y tuve que someterme por un tiempo al médico; pero hasta que se pueda hay que contentarse con una cura razonable y hacer a menos de estos señores mé­dicos”.

Hacia la mitad de este mismo mes de agosto de 1874 encontramos a Madre Le Dieu en Lourdes.

Claro que la Salette, donde la Virgen la ha curado y le ha dado el mensaje de la reparación, ocupa el primer lugar entre sus santuarios marianos, pero Lourdes también tiene para ella su fascinación.

La Fundadora quería abrir allí, a los pies de la Virgen, un orfanato, un seminario eucarístico y un noviciado y comenzó las gestiones con mucha esperanza, apenas su antiguo amigo Mons. Langénieux fue consagrado obispo de Tarbes, diócesis a la que Lourdes pertenece.

En septiembre del año precedente, no pudiendo participar en la peregrinación, en su lugar mandó una oración poética que el superior de los Misioneros depositó en la gruta. Entre otras invocaciones el texto rezaba así:

Gruta de Massabielle,

repetidle mis suspiros.

Tengo una inextinguible sed de almas

para llevarlas a mi Dios.

Quisiera que su hermoso amor

doquiera abrasara.

Pero antes de otra cosa,

bien sea riqueza que pobreza,

nada quiero hacer

que la Santa Voluntad.

sábado, 16 de abril de 2011

84.- Diálogo sincero

Recobra su enérgico ánimo.

“Yo he dado todo y abandono todo sin añoranza para contribuir, con todos los medios, a la salvación de las almas y al bien de toda la sociedad. Si mis pequeños esfuerzos fueran proporcionalmente apoyados por quien tiene en sus manos el tener y el poder, Francia en poco tiempo tendría un remedio santo y saludable; pero unos por un motivo y otros por otro se oponen; se desprecia una modesta experiencia.

Se desearía que todo estuviera claro desde el principio, olvidando el pesebre y los pescadores de Nazaret; cada uno quería dar importancia a la propia intervención. ¡Piedad, piedad, oh Dios mío, para los que sintiéndose demasiado débiles para poner en práctica sus ideas no tienen suficiente fe ni valor para seguir las vuestras con sencillez!”.

Algún mes después volví a hablar con Mons. de Hulst con el mismo tono dramático:

“He encontrado al Promotor en la Curia; le he rogado para que retome la petición y me responda, pero sólo he obtenido un rechazo completo.

Sin embargo, en París, todos los días hay obras de fuera que vienen recomendadas.

– Puede ser, pero ésas tienen un fin.

–De acuerdo, también nosotras tenemos uno muy necesario para París. Usted lo ha reconocido y me ha prometido todo su apoyo.

–Sí, si el Arzobispo os hubiera acogido.

–Pero, podría dejarnos trabajar por nuestra cuenta sin asumir responsabilidad alguna. De esta forma usted podría cerciorarse, en lugar de creer lo que se dice. Es muy necesario que vayamos a Roma para regularizar nuestra situación y para que sea reconocido lo que hemos hecho y lo que podemos hacer.

Por el contrario si en el norte, en el centro y en el sur se pide información sobre nosotras a quien nos ha engañado, a quien se ha dejado engañar en lo que se refiere a nosotras y a quien no quiere tomarse la molestia de conocernos, no sé verdaderamente cuándo podrá establecerse esta santa Obra.

–El hecho es que si en Coutances os hubieran apoyado lo hubierais conseguido.

–Sí, y lo mismo en Fréjus; antes de la calumnia estábamos muy bien, pero no se dan a razones. Sin embargo, tengo una gran confianza en las promesas hechas a esta obra.

–De las promesas yo no me fiaría.

–De todas no, pero de las del Cura de Ars, sí.

–¡Bah! El Cura de Ars, como otro cualquiera.

–Para mí la cosa es distinta.

–Podéis recoger ofertas entre vuestros conocidos.

–¡Muchísimas gracias! No faltaría más prohibir a los nuestros que nos ayuden. Nos han ofrecido la asistencia a los enfermos. ¡También para esto se necesitará una autorización especial!

–Si se apoya en alguna comunidad, no es cosa mía.

–Bien, esto también puede significar una ayuda, si bien no sea nuestro fin específico. Después de todo, al menos rece por nosotras y nos bendiga.

¡Cómo! Me ha dicho emocionado y sorprendido. Yo me niego y usted me pide la bendición.

–Sí, y con toda sinceridad; el hombre administrativo me rechaza pero el sacerdote y hombre de fe aceptará bendecirme y rezar por mí.

–Sí, os bendigo de corazón, me dijo, ¡y que Dios os bendiga también!

–Adiós. Cuando Él quiera, hará ver que la obra es suya.

viernes, 15 de abril de 2011

83.- Dos espiritualidades se confrontan

En 1874 Madre Le Dieu tuvo la suerte de encontrarse con uno de los mejores hijos de la Iglesia francesa. Éste era Mons. Mauricio La Sage d´Hauteroche, Conde de Hulst, que dejó un buen recuerdo en la historia de la Iglesia y en la literatura francesa. Fue un conferenciante de excepción que sucedió a Monsabré en Notre Dame y fue rector de la Universidad Católica de París.

Cuando recibió a Madre Le Dieu sólo tenía 33 años, pero ya tenía mucha fama. Fue capellán en Sédan, en el momento de la capitulación, y atendió a los heridos con una caridad heroica.

Con una dialéctica que nada perdonaba y nada tenía que hacerse perdonar, había defendido a la iglesia en la Cámara de los Diputados.

Mente iluminada que sabía asimilar lo que de bueno y verdadero ofrecía el liberalismo, pero sabía rechazar con extraordinaria energía el agnosticismo y el hedonismo burgués. Mente moderna que combatía con fervor la indiferencia, la incredulidad y el odio antirreligioso, florecientes en los disturbios políticos, que en aquella época se aproximaban. Mons. de Hulst leía muy bien no sólo en los libros sino también en el rostro humano, por eso, cuando vio ante sí a aquella anciana religiosa, que se presentaba como una mezcla extraña de nobleza y de miseria, la escrutó hasta el fondo. Madre Le Dieu, que podría ser su madre e incluso su abuela, no se dejó impresionar por aquella mirada hipnotizadora que sentía y que la escrutaba dentro. En aquel joven Monseñor resplandecía su ser como sacerdote en toda su dignidad y creaba aquel clima en el que la anciana religiosa se sentía a gusto. Monseñor intuyó que en aquel general sin ejército brillaba un heroísmo en la derrota, y en los diversos signos de nobleza decaída se anunciaba la riqueza del Evangelio vivido. Nada más empezar a hablar comprendió que aquella testarudez estaba fundamentada en la esperanza y que la obstinada anciana consideraba realmente secundario lo que estaba en segundo lugar: ella confiaba sólo en Dios.

El diálogo entre estas dos almas grandes es de muy alto nivel, aunque sí su tono dramático nos invita a ver la imagen de un duelo enfrentado entre dos habilísimos caballeros.

“Esta mañana, cansada por una doble carrera, y no teniendo otro tiempo disponible, he ido al Promotor.

–Ya sabe lo que he escrito, me ha dicho el Arzobispo, firme en sus ideas, que no la recibirá; ya tiene muchas comunidades a sus espaldas y no puede ocuparse de la suya. En las condiciones en las que está, esto es imposible.

–Yo no he dado ningún paso, dije con toda serenidad, he confiado al arzobispo de Rouen este asunto que me ha traído hasta aquí, es decir recuperar mis bienes. Su Eminencia se ha interesado, pero como no ha sido suficiente su intervención, me dirigí al Nuncio que se encarga de llevar la causa a Roma.

No cabe duda de que para los asuntos de la justicia se ocupa la Congregación de los Obispos Ordinarios; esto requerirá la investigación de nuestra situación, que es lo que deseo. Lo que me trae a usted, añadí, es ver si en los planes del Arzobispo existe la posibilidad de encontrar un modesto asilo en los suburbios de París.

Ah, dijo, se necesitan religiosas para escuelas, pero ésta no es su obra.

–No rechazaremos esta obra, porque podemos prestarnos a todas las obras de apostolado.

–Vosotras habéis sido florecientes, pero luego habéis decaído y ésta parece ser la prueba de que Dios no quiere vuestro Instituto, tan reducido en este momento.

–Monseñor, eso se puede recuperar, ya que tenemos todas las facultades y las promesas más inalienables de los testigos de Dios.

–¡Ah!, continuó, el Santo Padre bendice todas las buenas intenciones. Basta que haya personas medio locas que vayan a verlo, para que diga “muy bien” a todo lo que pidan. Pero cuando los obispos ven que es imposible, que faltan medios, no están obligados a aceptar las buenas intenciones.

–Muy bien, Dios nos ha dado todas sus gracias con una amplitud que para nosotras no tiene límites. Iremos adelante, y aún después de mí se seguirá adelante. Quizá Dios sólo quiera esto de nosotras, pero ciertamente lo quiere. El párroco de San Sulpicio, que me había aconsejado abrir una casa en París, me dijo que no podía conseguirlo por las advertencias que se ha­bían hecho en contra nuestra. Dios lo ha permitido, yo estoy perfectamente tranquila. En la espera sufriremos con esperanza.

Entonces le dije algunas cosas sobre cómo habíamos pasado el invierno; se conmovió varias veces y me hizo comprender que, si hubiera dependido de él, hubiera vuelto sobre sus decisiones; parecía muy turbado al verme tan serena. Pero quizá en este momento Dios no nos quiere en París, porque se podría atribuir este acontecimiento a la intervención del Promotor.

Sin embargo, no haré nada que me permita quedarme, aunque yo no cuente en absoluto.

Dije, concluyendo, que si mi director no me encomendara continuar las gestiones para la fundación de esta Obra Reparadora le pediría entrar en la Con­gre­gación a la que usted tiene predilección. Pero tengo que seguir adelante, por eso rece por mí y me bendiga.

Visiblemente emocionado me bendijo, y al despedirme murmuraba: ¡este Obispo!”.

La fuerte normanda se había quedado insensible, mejor dicho, no se había sentido dolida por los argumentos de aquel honesto Monseñor, por eso, como para desintoxicarse, fue a ver a su padre espiritual, Padre Petitot, que era muy enérgico.

“Le confié que Mons. Hulst intentaba persuadirme para que entrara en alguna congregación donde podía igualmente pedir justicia. El buen Padre, muy sorprendido, me dijo vivamente:

–Nunca he tenido una idea parecida. ¡Abandonar su camino porque Dios la prueba! Siga hasta el final y no piense en eso absolutamente.

–He dicho, el final, y esto es hasta el final del mundo.

–Es verdad, dijo sonriendo, adelante y ánimo.

jueves, 14 de abril de 2011

82.- Lleva a Jesús a un anciano enfermo y lleno de miserias

Madre Le Dieu, que normalmente en su diario escribe las noticias escuetas, se explaya describiendo en varias páginas la conversión de un pobre anciano, privado de afecto y lleno de miserias.

“Dios, ten piedad de todas las miserias, especialmente de la que tenemos ante nuestros ojos en la casa donde habitamos. Al día siguiente de llegar aquí me he encontrado con un anciano que no ha contestado al saludo. No hice caso, pensando que se tratara de algún huésped pobre como nosotras.

Ayer nos han dicho que es el tío del dueño de esta casa y que, a consecuencia de una caída, ha enfermado seriamente.

Me he informado sobre sus ideas religiosas. ”No es por cierto amigo de los curas”, me respondieron. Éste es un motivo más que nos empuja a ayudarlo”. El P. Robillard le dice: “Aquel desgraciado es mi primo, pero me detesta y me injuria y, más aún, injuria a Jolicler, es un gran impío; no creo que logre hacer que se confiese”. “Nosotras haremos todo lo posible rezando y velando día y noche para salvar esta alma”. “Hágalo, buena Madre, aunque será imposible”.

“Pero nosotras por lo menos habremos demostrado nuestro interés”. ¿Cómo acercarlo? Nos hemos ofrecido para lo que necesite; nos lo agradecen pero no aceptan; insistiré y rezaré.

Ayer me presenté muy amablemente, contra el parecer de los que pensaban que nos rechazaría, tanto por las condiciones de la chabola como por el rechazo que el pobre anciano tiene hacia las personas de iglesia. Contra toda expectativa, mi gesto fue bien acogido por el enfermo. Amablemente me dijo: ”Hasta luego”. Y dos horas después me llamó para que lo cuidara por la noche.

Notamos que cada vez se iba fatigando más y escupía sangre abundante. Como temíamos que se tratara de la rotura de un tumor interno o cualquiera otra cosa grave llamamos al médico. El médico nos tranquilizó pero nos exhortó a avisar a la familia.

Me levanté hacia las diez y volví a la cama pasadas las doce, dejando a una religiosa con el enfermo. Aunque he estado de pie desde las cuatro de la mañana, no tengo más sueño ni más cansancio de cuanto he tenido en estos últimos días. El enfermo me ha hablado de la religión como quien no la conoce en absoluto; pero no ha puesto ninguna objeción a mis razonamientos y creo que llegaremos a prepararlo mejor de lo que se esperaba.

20 de julio de 1874. Esta mañana he llevado a la habitación del enfermo agua bendita y una medalla de la Virgen de Lourdes; él cogió la medalla y la tuvo en la mano durante un rato. Llegó un sobrino suyo y se maravilló de verlo tan sereno con nosotras. Pronto le hablaré del sacerdote. Otro obstáculo: su hermana que acaba de llegar no quiere que se le hable del cura; esperaba encontrar su ayuda, pero ella piensa que la enfermedad no sea grave. Volví a ver a su primo, que se quedó sorprendido de saber que el enfermo nos mira con buenos ojos. ¡Dios mío, danos esta alma!

21 de julio de 1874. Ayer vino su primo; el enfermo lo recibió como familiar, pero como cura lo asaltó con injurias y blasfemias. Por su parte el criado, que es un sectario, se ha enfurecido y va gritando: “¡Han dejado entrar a un cura! Había prometido a este hombre que los mandaría a todos fuera como hice yo cuando estuve enfermo; lo matarán; no quiero cuidarlo; no respondo de lo que pueda pasar; yo quería mucho a este pobre viejo, mi religión es la estima por la vejez”. El enfermo ha tenido gestos de amabilidad hacia mí; quería hacerle un pequeño servicio y me ha dicho: “No se moleste, no se moleste”. Hasta aquel momento parecía que nunca había hecho caso a cuanto hacía por él. Es necesario aumentar la oración porque el diablo está haciendo su labor. Dios mío, danos la alegría de verlo volver a Ti, bendice nuestra presencia con este prodigio que nadie de los que lo conocen puede esperar.

Lo he recomendado a la oración de 16 Congre­gaciones religiosas.

Su serenidad asombra a cuantos lo conocen. Ésta, creo que sea ya una gracia, porque según sus costumbres debería imprecar todo el día, sin embargo, no le he oído ni un solo despropósito. Un familiar suyo temía que los de su secta intentaran adueñarse de él al menos después de la muerte. Sólo Dios sabe lo que puede pasar, incluso a nosotras; en cuanto a esto yo estoy tranquila y pienso que seríamos verdaderamente afortunadas si podemos trabajar y morir por el Señor. En este momento me dicen que el enfermo acepta con agrado la confesión; no debemos impacientarnos por nada, cuando sabemos que es el Corazón de Jesús quien se encarga.

Después de tantas oraciones y tantos cuidados inesperadamente llega un comentario: “Es más fácil que se convierta un pecador encallecido que una beata. El buen Jesús, la Verdad misma, ha dicho muy claramente que los pecadores y las mujeres de mala vida entrarían en el reino de los cielos antes que los fariseos. El publicano fue justificado y el fariseo condenado no obstante sus buenas obras. Por eso esperamos lo mejor para este pobre anciano educado en los errores del último siglo. Dios, que a él le ha dado menos, también le pedirá menos”.

En julio de 1874 en París, la Madre asiste consternada a una escena muy extraña, que describe alternando expresiones piadosas y estremecedoras. La transcribimos porque ella, en su inmediatez, experimenta que la salvación de las almas constituye el pensamiento dominante, mejor, la pasión dominante de Sor Le Dieu:

“Caminaba sola, porque la religiosa que me acompañaba se había quedado para hacer las compras, cuando pasé cerca de una mujer fatigada que se apoyaba en un hombre muy joven. La pobrecilla se agachaba exhausta sin dejar de gritar. Pensando que sufría una crisis nerviosa me paré para ayudarla, cuando la vi que se levantaba. Había dejado en el suelo a una criaturita quizá ahogada porque no daba señales de vida. Pedí un poco de agua al menos para bautizarla bajo condición, pero no la encontraron. Una mujer que se había acercado con otras personas recogió a la criatura en el delantal diciendo que estaba muerta y que era necesario llevarla con su madre a un café cercano mientras venía un guardia.

Me retiré muy disgustada por no haber encontrado una gota de agua; en aquel momento en el arroyo sólo había un poco de barro negro. Aquello me emocionó y me sorprendió porque era la primera vez que veía una criaturita tan pequeña. Ha sido cuestión de un momento, sin embargo, me disgusta no haber insistido para mojar la pequeña cabecita: Pensé que estaba muerta; si hubiera hecho el más pequeño movimiento la hubiera bautizado; sin embargo siento dolor en mi corazón por no haber insistido. Y su madre ¿qué será de ella?, ¿quién era? No lo sé, hay que rezar sobre todo por ella”.

martes, 12 de abril de 2011

81.- Llegan las golondrinas, pero no traen buenas noticias

El buen humor nunca falta ni siquiera en cuaresma. Tiene la ocasión de ver a su médico y le dice bromeando: “Hace tiempo no me permitía el ayuno, ahora lo practico”. Como médico me respondió: “A su edad y con su trabajo queda dispensada”. “Verdaderamente creo que no podré soportarlo por mucho tiempo”.

¡Finalmente llega la primavera, pero las golondrinas, para la Madre no traen buenas noticias! Al contrario, llega una que la deja de piedra. Ha muerto en un manicomio Mons. Bravard, privado de la luz de la razón. Ella escribe en su cuaderno: “Hoy recibo una dolorosa noticia: Mons. Bravard debe estar en Sens muy enfermo ya que le han dado los últimos Sacramentos. Nunca le he deseado ningún mal. El Señor haga todo para nuestro bien y me conserve la paz inalterable y preciosa que sobrepasa todo sentimiento y me sostiene en todas las pruebas”.

Llega el verano sofocante de la metrópolis, pero más que el bochorno lo que hace sufrir es la situación de provisionalidad, que debilita y exaspera a tanta gente. Pero ella puede escribir: ”Para mí es una gracia grande que no me falte la paciencia”.

En aquella situación de provisionalidad, sin ninguna claridad sobre el horizonte, de día en día florece la juventud de Sor San Michel y de Sor San Paul. Estas pobres criaturas son felices cuando pueden asistir a algún enfermo. El 12 de julio, Madre Le Dieu escribe: “Ayer por la tarde hacia las ocho y media estábamos las tres en la cama; porque nos sentíamos algo cansadas, habíamos anticipado la hora del descanso cuando oímos llamar a la puerta. De parte de la Condesa Ducatel se pedía con urgencia una asistente para un señor anciano y enfermo en Ternes. Las buenas hermanas se levantaron y una se fue valientemente; ellas están muy contentas de poder trabajar para tener alguna ayuda; ¡pobres hijas!, ¿qué querrá el buen Dios con todo esto?”.

Si no se conociera la fe ilimitada de la Madre y el amor que aquellas dos jóvenes tienen a Jesús, uno estaría tentado de gritarle a la cara: “¡Usted es una gran cabezota!”. Pero en aquella habitación escuálida, donde falta todo lo necesario, está entronizado el crucifijo.

También en una montaña rocosa puede florecer una flor. “Me han pedido que me interese por un huerfanito que destaca por su buen comportamiento; tiene unos siete años, parece muy débil, pero es inteligente; está muy contento de ser monaguillo, en el altar parece un ángel, por eso siento que le quiero. Tiene gran confianza en San José, espero que sea uno de nuestros primeros niños”.

18 de julio: fiesta de Nuestra Señora de la Bonne Délivrance.

El pasado revive en la miseria extrema del presente. La Madre repasa su vida a los pies de la Virgen Negra, aquellos momentos en los que su juventud se abría ante ella como una flor. “Tuve la idea de pedir a la Superiora General un trozo de pan para comer y así celebrar la fiesta, como hace cuarenta años, en espíritu de abandono a la Providencia. Desde entonces mi vida ha sido un continuo acto de obediencia, es decir, de sumisión del corazón y de la Obra a todo lo que la autoridad me ha pedido sacrificar”.