lunes, 11 de abril de 2011

80.- No tenemos ni un céntimo, el fuego está apagado, pero el amor arde

“Esperamos la hora de Dios en una situación de penuria que hace un año no podía imaginar. Y el buen Dios multiplica sus gracias para sostener día a día el cuerpo y el alma. Nunca hubiera creído poder soportarla, teniendo en cuenta todas las comodidades que desde hace tanto tiempo eran para mí como una segunda naturaleza; así que nada de calor en la habitación a excepción de una estufa vieja que nos ha prestado una buena señora, pero que es demasiado alta para mí; sólo me sirve para calentarme las manos cuando se me inflaman por el frío y no quieren trabajar. Tampoco tenemos vino, ni café, ni caldo; pasamos las semanas con unas pocas legumbres y con sesenta u ochenta céntimos de carne y pescado. Y tanto la religiosa que está conmigo como yo tenemos las mismas fuerzas que antes, y aún más. Es verdaderamente un pequeño milagro, más aún, se trata de una visible protección de nuestra querida Obra.

Hace unos días, no teniendo literalmente ni un céntimo para comprar un poco de pan, escribí a una señora muy buena y rica, que había sido siempre muy amable con nosotras, para pedirle ayuda al menos con un préstamo de cincuenta francos. Estamos muy contentas de no estropear ni una cerilla, y yo me propongo hacer siempre así durante toda la vida aunque tuviera la posibilidad de poder gastar. No creo haber hecho compras que no haya creído necesarias, pero quizá en la abundancia se exagera.

Es necesario huir de la avaricia porque es un defecto muy feo y malo, debemos amar la economía que es buena virtud y hermana de la prudencia; ella es una ayuda grande a la caridad.

Tengo un poco de fiebre que combate el frío de la estación en que estamos, pero mi corazón está muy tranquilo y a menudo lleno de alegría, pensando que a mi alrededor no hay nada inútil.

Las provisiones de carne en esta semana han sido verdaderamente curiosas. La religiosa había visto en una carnicería menudos y asadurillas de todas las clases, donde había comprado dos filetes. Los menudos costaban veinte céntimos medio kilo, ella se permitió comprar un kilo y volvió triunfante, teniendo así el primer plato y la carne para toda la semana por 80 céntimos.

El Señor nos conceda no pecar nunca contra su Santa Voluntad. Nosotras nos nutrimos alegremente del alimento de los pobres y yo, no obstante el constipado y el catarro tan molesto, no me siento más débil que cuando tenía tónicos y reconstituyentes. Recuerdo estos pequeños detalles únicamente para la gloria de Dios que me sostiene con su gracia más que con los medios naturales. Espero que pronto Él querrá también la justicia y la realización de su Obra Reparadora.

Quiero anotar los gastos del 20 de enero: de los 50 francos recibidos como préstamo me queda uno con el que compraremos el pan mañana y pasado mañana. Quitando 4 francos para sellos de correos y algunas provisiones, en dos meses y medio hemos gastado cada una la mitad de los francos: 11,50 para comer, lavar, la luz y la estufa. Ciertamente no he engordado, pero camino más ligera y estoy mucho mejor que antes. Las privaciones no matan a nadie cuando se afrontan con ánimo por amor a Dios.

Nos ha tocado pasar de todo, pero Dios hasta ahora no nos ha hecho faltar el pan de cada día; es doloroso no tenerlo anticipadamente, aflige el corazón. Pero, ¿dónde estaría el mérito de la pobreza si no la probáramos?

Ayer una señora rechazó conceder a la religiosa un préstamo de 10 francos para algún día, otra no parecía muy dispuesta a hacernos un favor, otras dos estaban ausentes.

Nos encontrábamos sin nada cuando recibo un billete de 20 francos con el que no contaba en absoluto. El transporte de los muebles me cuesta la mitad de lo previsto y aún menos que la vez anterior, aunque ha subido. ¡Gracias, Dios mío!”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario