martes, 19 de abril de 2011

87.- Siempre he tomado la vida en serio

Madre Le Dieu escuchaba a menudo este estribillo:

“Comenzad, comenzad, comenzad; cuando se vea la Obra en marcha encontrará ayuda; una casa, un trocito de tierra cerca de París y adelante”.

Animada por estas exhortaciones, el 12 de septiembre de 1874 escribió al Vicario General, Mons. de Hulst, que, aunque sin quererlo, le inspiraba confianza:

“Siempre he tomado la vida en serio, especialmente a la edad de 18 años, cuando hice el voto de obediencia y nunca me he permitido un acto ni interno ni externo sin que se me haya ordenado o permitido por la autoridad superior, cualquiera que sea, y tampoco he actuado cuando he creído que sus deseos fueran distintos a los míos. Por esto es por lo que sufro de muchas formas desde hace más de un año, esperando que Dios me muestre dónde debo plantar mi tienda. Comprendo la prudencia de la Curia y por eso no oso insistir para obtener la autorización oficial; la paciencia y el ánimo que Dios me conserva harán que pueda obtenerla un día u otro.

Mi situación oficial me aconseja, o mejor me obliga, a quedarme en París donde, procurándome los medios para vivir, puedo realizar el encargo que me ha sido confiado de hacer todo lo posible por la salvación de las almas.

En este momento me sugieren que adquiera una casa para acoger a algunos pobres huérfanos, ya que ahora hay personas que pueden asegurar su sustento; comenzando sin pretensiones, puedo esperar en adelante encontrar un apoyo sólido; Dios ve mi deseo de hacer el bien.

Para seguir el camino indicado quiero advertir a Su Excelencia y pedir no la aprobación, que podría comprometerle, sino la ayuda de sus oraciones y su mirada benévola.

Monseñor responde a vuelta de correo.

“No puedo dar a su proyecto la aprobación que solicita porque una de dos: o usted comienza la obra como superiora de una comunidad religiosa, y entonces actuaría directamente contra la voluntad del cardenal Arzobispo, o actúa como una persona seglar que quiere hacer una buena obra, y entonces no necesita nuestra aprobación”.

En esta carta, graciosa hasta no más, se puede leer entre líneas: “Pero, también para hacer el bien, ¿se necesitan tantos permisos?

¡Vaya en paz!

El 24 de septiembre de 1874, la Madre encontró al Jesuita Bienville, el cual la orientó para que fuera a ver al párroco de Sévran, y añadió: “Si no hubiera nada que hacer en Sévran, vaya a Aulnay”.

Como el párroco de Sévran necesitaba tiempo para reflexionar sobre el tema, la Madre se dirigió a Aulnay, pero no encontró al párroco, el cual, apenas llegó, enseguida se dio que hacer para abrir un asilo en su parroquia. Rápidamente fue a París para ponerse de acuerdo con ella y decidieron abrir cuanto antes la obra en la casa de una viuda que, en espera de venderla, se la prestaba gustosamente.

Esta mujer tuvo una expresión exquisitamente cristiana: “Lo que yo doy a los niños pobres, Jesús se lo restituirá igualmente a mis hijos”.

El trabajo del joven párroco Ireneo Coullemont fue rápido y concluyente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario