jueves, 7 de abril de 2011

78.- Gran cena de Navidad

Estamos en la novena de Navidad de 1873, contemplamos el misterio de Jesús Niño; ella lo ve sufrir en tantos niños pequeños que han sido víctimas de la guerra y de los tumultos políticos. Escribe: “Dios mío, todo contribuye a obstaculizar vuestra santa Obra; sin embargo, cuanto más obstaculizada es tanto más es necesaria.

Nos quejamos de que no haya vocaciones religiosas, pero ¿por qué no usar medios más sencillos y adaptados para salvar al menos alguna?

Si no encuentro aquí un poco de paja para el pesebre iré a buscarla a otro sitio hasta que la encuentre para Jesús, que en los niños es inmolado del modo más infernal. ¡Buena Madre, San José, ayudadnos! Nosotras no buscamos un palacio, sino un refugio para estas almas que un día podrán serviros fielmente, si nosotras les enseñamos. Bendecid el asilo donde nos habéis traído, y que enseguida se abra a los alegres cantos de Navidad”.

Finalmente pudo abrazar a Sor San Michel que viene de Marsella, donde la habían dejado en las Religiosas de la Aparición. Le ha hecho venir para pasar en la intimidad la Santa Navidad, pero la incomodidad es absoluta.

“Vivimos como peregrinas, escribe Madre Le Dieu, comemos en platos y cubiertos de cartón; el día 18, como pudimos, pusimos en orden los muebles y los utensilios que nos habían prestado.

Estamos muy lejos del lujo y aún de lo necesario. La historia de nuestras miserias sería muy larga de contar; la pobre religiosa se quedó emocionada hasta derramar las lágrimas; por mi parte me he reído con todo el corazón. Quizá pronto nos encontremos como Job, entonces espero que el Señor se nos mostrará, porque Él lleva todo por cuenta... Hemos recibido en préstamo dos camas, dos mesas, cuatro sillas, un sillón apolillado y un escritorio ídem: éste es nuestro mobiliario. Con algunos clavos que encontramos en una caja he colgado sobre la chimenea un pequeño crucifijo, una imagen de la Virgen de Pontmain y algunas reliquias del Cura del Ars.

Somos suficientemente ricas y quizá demasiado; estamos atentas a gastar bien el dinero; buscaremos un trabajo para procurarnos un poco de pan sin tener que recurrir a los préstamos o a las limosnas.

Me encuentro en esta situación por la misericordia de Dios, porque en su justicia quizá podría estar en el infierno”.

Madre Le Dieu, que en aquella Navidad hubiera querido acoger al Niño Jesús en la persona de cada niño pobre, no quería hacerlo sufrir en la hija que le había permanecido fiel, en la querida Sor San Michel que inmolaba al Señor su juventud.

No logró prepararle ni siquiera una comida de pobres; ¡como para pensar en una cena de Navidad!

“En estos días, en los que se intenta que hasta los mismos pobres tengan la posibilidad de alegrar la mesa, nosotras tendremos como plato especial el resto de una pobre sopa y las sobras de carne y de cebolla de cuatro céntimos; para dar un poco de gusto añadiremos algunos higos secos y duros. Yo no añoro en absoluto las comodidades de un tiempo, sino que doy gracias al Señor, de todo corazón, por obligarme a una penitencia que probablemente no habría tenido el valor de hacer en medio de la abundancia y de los cuidados que antes me rodea­ban. Todas estas renuncias, y también inconvenientes, expiarán en parte las comodidades y el cariño del que quizá me he complacido demasiado”.

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