sábado, 23 de abril de 2011

91.- ¡Qué vida!

Para hacer conocer la Obra, el 15 de enero llevó a imprimir un nuevo programa en el que, entre otras cosas, se puede leer: “En este momento la Obra está apoyada particularmente por todas las autoridades competentes, religiosas y civiles, testigos del bien que ya ha realizado.

El prefecto de Versailles y el de la Seine permiten con agrado alguna suscripción para ayudar a la Obra dirigida por el sacerdote Coullemont, párroco de Aulnay y provisionalmente situada en un local propiedad del Alcalde, Conde de Gourgne.

El fin de la Obra es recoger el mayor número posible de niños abandonados, sin distinción de religión o de nacionalidad y asegurarles todos los cuidados necesarios y la mejor educación desde la infancia hasta su juventud”.

Para llevar a cabo todas estas gestiones tuvo que buscar alojamiento en París, en la calle Vaugirard, donde permanecía el martes, miércoles, jueves y viernes de cada semana. La vida solitaria de París, impuesta por la necesidad, ciertamente no era la ideal. El 30 de enero, anota en su diario: “Esta tarde, al volver a casa, sentía en el corazón la nostalgia por la vida vivida con regularidad durante tantos años. ¿Cuándo podré volver a sentir cada media hora la llamada a la adoración, a la humildad, a la unión íntima de la comunión espiritual? Estas calles empedradas de París, estas travesías producen una continua disipación y cansancio.

¡Me siento tan feliz cuando logro un poco de descanso! El otro día, mientras esperaba a la esposa del Prefecto, recé tranquilamente el Oficio; a veces lo rezo en el ómnibus; pero a menudo tengo que contentarme con sustituirlo por los Pater de la regla, cuando por la tarde ya no se ve nada en las iglesias. ¡Qué vida!

A primeros de marzo de 1875, Madre Le Dieu fue a la Oficina de la Asistencia Pública y consiguió entusiasmar al director, el Sr. Lambert, el cual, en el mismo momento, le propuso abrir una sucursal de Aulnay en S. Claud, en la propiedad de una viuda sin hijos.

“Los niños no faltan, le dijo el Sr. Lambert, pero necesito religiosas, almas dispuestas al sacrificio”. “Dios mío, anota la Fundadora, sería precisamente lo ideal. ¿Será, quizá, fruto de mi imaginación?

Apenas me hablan de una posibilidad, la loca imaginación se adueña y construye, construye... palacios verdaderamente hermosos.

¡Si dependiera de nosotros poner en práctica nuestros deseos! Yo veo enseguida lo más conveniente y lo primero que hago es elevar el trono del Divino Maestro, que domine todo y al que puedan acceder fácilmente los enfermos y las personas ajenas a la Obra, las cuales a sus pies, podrían encontrar edificación y fuerza. ¿Esta imaginación será del todo inútil? Yo me siento muy feliz cuando pienso que en la eternidad iremos de esplendor en esplendor a través de las bellas construcciones del universo y de las esferas celestes que no nos separarán de Dios, sino que nos harán gozar de sus obras magníficas... Mientras tanto estoy en la buhardilla, lavando la ropa con un vaso de agua, porque no tengo para cambiarme. ¡Ésta es la cruda realidad! ¡Gracias, Dios mío, por la paciencia y el ánimo que me das!”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario