martes, 31 de mayo de 2011

124.- También la dulce Francia se le presenta amarga

El nuevo gobierno establece un nuevo impuesto a cada uno de los niños del orfanato. Ella lo cuenta con una cierta ironía:

“Hace unos días los alguaciles o agentes del gobierno actual han venido a poner un impuesto a cada uno de nuestros pobres huérfanos. Hasta ahora, a nadie se le había ocurrido esta idea. Ya veréis que llegarán a despellejar las pulgas para vender la piel. Dios mío, ten piedad de nuestra pobre Francia, caída casi completamente en manos de la masonería. Exorciza a estos poseídos por espíritus injustos y malignos. Aplácales con tu misericordia para que reparen el mal en lugar de aumentarlo y libera a las almas que te aman de su deplorable tiranía que quiere materializar todo”.

El mes de febrero de 1887 fue especialmente cruel con los pobres y llevó a Madre Le Dieu a sufrir los rigores del invierno. La pobrecilla combate como puede el hambre y el frío y algunas de sus exclamaciones nos recuerdan a Job: “Justicia de Dios, contentaos!”.

A medida que envejece se parece cada vez más al personaje bíblico.

“¿Cuánto durará este alojamiento provisional? ¿Quién sabe dónde se encontrará la muerte, cuándo y a qué hora? ¿Por qué? Como ha dicho el Maestro vigilemos y oremos.

Yo creo que este invierno, Él no quiera otra cosa de mí al menos durante alguna semana más. En este momento me encuentro sin almohada y con un plumón menos. En la cama extenderé algún trapo y en la cabecera meteré la estufilla que levantará un poco el colchón de crin.

¡Ánimo, contentaos justicia de Dios, por las delicadezas pasadas. Lo acepto todo sin quejarme!”.

Después de tantas y tan grandes tribulaciones, el 26 de marzo, está preparada para entonar el Magníficat. “Durante el día he pensado varias veces en el misterio que celebramos ayer, y con este motivo me he preguntado: ¿Para qué buscar mi justificación? La Virgen Santa no lo hizo y todos los que tenían interés por conocer su maternidad divina, lo han podido descubrir con una seguridad mayor de cuanto Ella habría podido probar. Yo imitaré a María en su completo silencio, mientras Ella responde sólo con el Magníficat. Si Dios no construye la casa, el obrero trabaja inútilmente”.

123.- Vivo yo, pero no soy yo

A mediados de octubre de 1880, la Madre todavía está en París y se mueve por la ciudad en compañía de Sor San Joseph, que comparte las muchas oraciones, el poco pan y el excesivo cansancio.

“Nos paramos en la basílica de S. Dénis con el corazón agradecido, luego tomamos enseguida el tren para ir a comer a París, porque la persona a quien quería ver no estaba. Cogimos dos céntimos de pan y algunos céntimos de fiambres, que comimos sin una gota de líquido, y volvimos a casa hacia las siete.

–¡Pasar todo el día sin beber, madre mía!

–¿Y no piensa, querida hija, que esta mañana hemos bebido usted y yo la Sangre del buen Jesús?

–¡Ah, es verdad!”.

Este episodio desvela el secreto de una existencia. Su vida eucarística nos explica su sublime identificación con la voluntad de Dios. Aún cuando las horas de la noche son más oscuras, ella conserva el querido fiat en toda su fuerza y en la sinceridad más perfecta.

También ahora, que se encuentra en el ojo del huracán, tiene tanta esperanza en la confirmación de su Obra, que se permite el lujo de pensar en las misiones extranjeras. “Ayer el señor H. me dio un programa de la colonia de Port Breton. Él organiza todo por su cuenta y después me invita a ocuparme de esta Obra.

Hablaré con el párroco de la Virgen de la Victoria y con el P. Petitot; es un tema muy importante para nosotras y está en los designios de Dios.

Las condiciones parecen óptimas y ventajosas. Yo no temería arriesgar mi vieja piel, si encontrara una ayuda, aunque siempre me sienta llamada a poner el centro de la Obra en Roma donde está la Sede Apos­tólica. Quisiera tener asegurado el servicio religioso para las nuevas casas de Francia. Así yo estaría tranquila; confío a Dios la misión como todo lo demás”.

Durante la novena de Navidad de 1880 la pobre mártir experimenta también una fuerte tentación contra la fe. “¿Por qué no referir aquí un pensamiento probablemente fruto de un tiempo negativo, que me acosaba el mes pasado? Nunca se me había pasado por la cabeza, y me ha hecho sufrir mucho. Entonces comprendí la tentación de San Francisco de Sales. Me pareció que ya no creía en el buen Jesús ni en la Santísima Virgen y que en realidad nunca habían existido.

Me preguntaba: ¿qué significado tienen entonces todas las Iglesias, todas las imágenes piadosas? No sentía nada, absolutamente nada, solo el sufrimiento de tanto vacío. No obstante he seguido recitando las oraciones de costumbre, y recibiendo la Santa Comunión. Deseaba ardientemente ser liberada de estos tristes pensamientos y no creía que todo esto pudiera acabar. En fin, no sé cómo, pero todo se ha disipado; la dulce fe ha vuelto, y doy gracias a Dios”.

lunes, 30 de mayo de 2011

122.- Buen humor en las preocupaciones

Es el 13 de julio de 1880, vigilia de la fiesta nacional de Francia.

“Me he reído con todas las ganas mientras iba caminando cerca de un pastor, el cual había adornado a su perro con dos banderas tricolor. Y no era yo sola la que me reía porque todos encontraban ridícula aquella vestimenta. El pobre animal, poco halagado por el insólito ornamento, intentaba liberarse de él rascando las orejas y caminando de mala gana”.

¡Sin embargo, las condiciones económicas no impiden dar rienda suelta a la risa! La pobrecilla lleva una vida de mendicante. Ella misma nos lo dice: “Entré en S. Clotilde para comer y encontré a la compañera del 2 de julio de 1836 más amable que nunca. Desde allí fui a visitar a otra buena y santa mujer que todavía vive y trabaja con incesante caridad.

Afortunadamente me ayudaron a recuperar un poco mis fuerzas porque sólo tenía 20 céntimos en el bolsillo y en casa nada para cenar.

¡Gracias, Dios mío. Tú nunca has permitido que me falte el pan de cada día! Como dice Santa Teresa, estaría bien tener pequeñas provisiones para hacer más segura la vida de los monasterios, pero la Divina Providencia nos indica, más bien, la vía de San Francisco de Asís: somos mendicantes. Confieso que esta situación me cuesta terriblemente y ni siquiera los préstamos me gustan; muchas veces he renunciado a cosas necesarias, antes que recurrir a este medio”.

Al hambre se añade también el miedo a las sublevaciones políticas. El 4 de octubre de 1880, escribe: “Tengo prisa por dejar París donde el terrible canto de la Marsellesa suena cada vez más amenazante. Ayer por la noche una gran muchedumbre se dirigía a la logia masónica con este fúnebre acompañamiento. Yo perdono anticipadamente mi muerte, no importa a manos de quién y cómo, pero es probable que suceda durante alguna revuelta. Ayer, volviendo a casa, no obstante nuestras vestimentas, hemos sido consideradas, por lo menos, como personas sospechosas.

Algunos ciudadanos, mientras pasábamos, decían: ¡Mirad, otras tres! Con la gracia de Dios espero no tener miedo del martirio, que no sería más doloroso que los golpes tan tristes y continuos que provienen de quien menos te lo esperas”.

domingo, 29 de mayo de 2011

121.- La décima estación del Via Crucis

Pero la Curia de París no quiso ser menos que la de Versailles.

El 11 de mayo, el Promotor Quinard, escribió a Madre Le Dieu: “No obstante la prohibición que se os ha hecho precedentemente y que yo mismo he renovado hace casi dos años, he sabido que ha abierto una casa religiosa en Le Vallois, Su Eminencia me encarga de notificarla nuevamente la prohibición de llevar y permitir llevar el hábito religioso en toda la diócesis de París. Si inmediatamente no obedece a esta orden, sintiéndolo mucho, me veré forzado a tomar otros medios para obligarla”.

“Hasta ahora, anota Madre Le Dieu, nadie nos había prohibido vestir el hábito religioso y yo he venido a París sólo para formar a las pobres perseguidas para la casa que pronto quiero abrir en Roma”.

Aconsejada por el cura de Le Vallois, fue a ver a Quinard y logró obtener un mes de prórroga. El párroco no sabía qué hacer con un permiso oral, él lo quería escrito, pero no llegó a tiempo a causa de los retrasos. El día de Pentecostés, la pobre Madre, fue a la Iglesia con el mismo hábito que llevaba siempre como bandera sagrada, y al momento de la comunión se puso en fila entre los fieles para recibir la Eucaristía.

Estaba absorta en su contemplación, cuando un hecho extraño llamó su atención a una cruda realidad. Ella misma nos lo cuenta: “Yo estaba en un rincón y una silla entorpecía el paso. El sacerdote pasa. Yo me pongo a la balaustra: nada le impide, esta vez, llegar hasta mí; pero él se aleja en lugar de acercarse. Es evidente que no me quiere dar la comunión; yo me retiro con sencillez y sin sombra de emoción, y hago una de las mejores comuniones espirituales de mi vida”.

Un alma eucarística, como Madre Le Dieu, no puede sentir una pena más grande, y sin embargo conserva la paz.

Después de otras amenazas y cartas sin respuesta, la Madre deja su querido hábito: “Nosotras hemos dejado el hábito religioso. Nos hemos vestido a la francesa para hacer el bien en Francia, como nuestros misioneros se visten a lo chino para hacer el bien en China.

Los mandarines de nuestro país son terribles como los de China y Dios permite que en este momento nosotras suframos aquí un verdadero martirio.

“Bienaventurados los que sufren por la justicia”, esto es lo que repito siempre para mantenernos fuertes en todos los acontecimientos”.

El tener que dejar el hábito causa problemas de supervivencia.

La Madre confía a Sor Teresa a una comunidad religiosa y exhorta a las otras dos a procurarse el pan cotidiano asistiendo a los enfermos y velando a los muertos. Este pan amargo hace que Sor San François Xavier se canse y se marche. Sólo queda Sor San Joseph, que la Madre, para elogiar su fidelidad, llamaba mi monaguilla.

Ella, que había estudiado mucho en su juventud, ahora a la edad de setenta años consiguió el diploma de:

Mujer que hace de todo

“Por la mañana me siento muy cansada, no obstante voy a Misa, aunque por esto tenga que comer más tarde.

Cuando me veo obligada a ser mi cocinera, mi camarera, mi secretaria y mi portera se me va un tiempo considerable y me canso hasta tal punto que se me quita el apetito. Es una cruz grande y pesada que llevo a menudo. ¡Bendito sea el Señor!; de esta forma expío las muchas comodidades de mi vida pasada”.

Como desgraciadamente sucede en la vida, a las contrariedades, ciertamente le siguen las burlas.

“Ayer me contaron que hace tiempo el Superior de Citeaux en París se había divertido mucho a cuenta mía. Si lo hizo, tuvo que haber sido provocado. Yo no le doy ninguna importancia y me río de estas pequeñeces. Ríe bien quien ríe el último. En el valle de Josafat veré a todos los que ríen, a los que se burlan de aquello que no conocen, y a los que han querido conocer, examinar y estudiar a fondo lo que se censura con tanta ligereza; allí veré especialmente al Cura de Ars y al Santo Padre Pío IX. Confieso que solamente estas aprobaciones de personas competentes me han recompensado de los vulgares ultrajes prodigados por toda esta gente que no se avergüenza en absoluto de insultar a una mujer sola, que según ellos no puede tener razón ya que las cosas no le salen bien.

Yo encuentro un gran consuelo en decir de corazón el Padre Nuestro todos los días, y lo repito: creo que los demás tienen más necesidad de compasión que yo”.

Gracias a Dios, en su incruento martirio, no le falta la alabanza y el ánimo de almas nobles.

“Las personas respetables que me orientan no dudan en absoluto de que yo me encuentre en el camino justo y seguro, y ellos, sin saberlo, están perfectamente de acuerdo; todos querrían que quitara y rompiera ciertas telas de araña que en este momento tanto dañan nuestro trabajo. Sin embargo, si es posible, yo preferiría domesticar las arañas antes que matarlas”. Esta expresión tan simpática nos recuerda a la del papa Juan: “si para resolver un problema tuviera que matar una hormiga, estad tranquilos: yo no la mataría”.

De tanto en tanto un rayo de luz rompe la monótona ne­blina:

Es la fiesta de un chico, al que ella invita a su mesa, que es pobre pero tiene calor familiar. “Un pobre chico, que nos vimos obligadas a mandar a casa a causa de su comportamiento, ha venido a vernos porque tiene unos días de permiso y nos ha abrazado feliz y contento de volvernos a ver. Con mucho gusto le hemos invitado a comer para demostrarle nuestro afecto. Quería quedarse algunos días, pero como no estaba solo sino que lo acompañaba un pequeño bribonzuelo, mayor que él, por prudencia no hemos aceptado. ¡Pobres chicos! Sería bueno que pudieran volver de vez en cuando a la colmena. Tengo en proyecto preparar un centro donde puedan permanecer hasta que se defiendan por sí mismos”.

El alma de la educadora está siempre vigilante.

“Hace unos días encontré a un pobre chico que había estado con nosotros en Aulnay, transportando plantas de estelaria para pájaros; estaba sucio y andrajoso; vivía cerca de noso­tros. Su presencia es una prueba de la necesidad de tener a los niños hasta la mayoría de edad y de no aceptarles si son incorregibles.

Este chico había sido perezoso y huidizo, yo lo considero poco responsable. Me reconoció y vino a abrazarme. En este momento no sabría qué hacer por él; si puedo hablaré a uno de los Vicarios de la parroquia que me parece muy caritativo. ¡Dios mío, Tú puedes lo que no puedo yo. Cambia los corazones si es tu Voluntad!”.

viernes, 27 de mayo de 2011

120.- ¿Monja? ¿Señora? ¿Señora monja?

Acercándose la fiesta de San José, Madre Le Dieu, pensó en dar el hábito religioso a algunas postulantes y obtener así el reconocimiento canónico rechazado hasta ahora por la Curia de Versailles.

Entre las postulantes había una mujer casada, que se había puesto de acuerdo con el marido para iniciar un camino en la vida religiosa; el buen hombre, a su vez, se había prestado para cuidar a los niños mayores. Madre Le Dieu, antes de aceptar esta posibilidad, había pedido la opinión del Padre Albert, Provincial de los Carmelitas, que conocía a los esposos. Él le respondió que los señores Hils eran personas dignas de estima. “El señor Hild es una persona competente y la señora podrá ser admitida a la vestición, pero no a la profesión sin la autorización canónica”.

Madre Le Dieu, no quedando satisfecha con esto, informa de la vestición a la Curia de Versailles. El Promotor responde: “El Obispo podrá permitir el hábito religioso que llevan sus religiosas, pero no tiene por qué autorizarlo”.

Para evitar cualquier dificultad que pudiera surgir, Madre Le Dieu se puso de acuerdo con el párroco, que sin hacer ninguna distinción entre la señora Hild y las demás, el 17 de marzo, bendijo los hábitos y se los entregó a las postulantes, evitando el ritual de la ceremonia de la vestición religiosa.

La cosa, a pesar de haber sido tan sencilla, enojó a Sor San Michel, que había jurado que se opondría a la vestición de la señora Hild; el párroco se dejó llevar de la religiosa, tanto que provocó la visita del promotor, el cual ordenó que se quitaran el hábito religioso todas las que se habían vestido.

Madre Le Dieu, con la serenidad que la caracterizaba y con la paciencia a la que se había entrenado durante decenios, intentó convencer a Monseñor de su posición canónica.

–Si el Obispo no acepta sus razonamientos, le dijo, estas pobres hijas tendrían que dejar el hábito o la casa.

–Si abro otra casa, ¿el Obispo puede prohibirme llevarlas allí?

–Fuera de la diócesis, el Obispo no tiene ningún derecho.

–Entonces, probablemente me decida a abrir una casa si me da el tiempo necesario.

–De acuerdo.

Sor San Paul estaba de acuerdo en que había que buscar una casa en la diócesis de París; Madre Le Dieu, que tenía correspondencia con el párroco de Le Vallois Perret, para abrir en esa ciudad una casa para niños, decidió destinarla al noviciado y llevó consigo a Sor San Joseph, a Sor San François Xavier y a la señora Hild que había tomado el nombre de Sor Teresa.

jueves, 26 de mayo de 2011

119.- El apólogo de la anarquía

Madre Le Dieu, para describir la anarquía que se había crea­do en Aulnay, hizo este apólogo.

“Durante varios años la máquina ha funcionado perfectamente: todas las piezas estaban bien ordenadas cada cual en su lugar. Esta máquina se parecía a un cuerpo humano y obtenía excelentes resultados en cualquier trabajo. Algunos enemigos del mecánico, viendo los beneficios que producía, intentaron destruir esta máquina, unas veces abiertamente y otras a escondidas; y lograron dañarla.

Quedaban sólo la cabeza, las manos y los pies que durante mucho tiempo funcionaron de tal manera, que mantuvieron los primeros resultados y el interés por ella de muchas personas importantes. Estas personas consideraron oportuno poner la máquina en su sitio y extender el empleo. Entonces sucedió un fenómeno extraño: cada parte de la máquina pareció animarse con su propio espíritu.

Los pies dijeron: si me mandan en esa o aquella dirección, yo no me muevo. Las manos dijeron: desde hace mucho tiempo parece que manda la cabeza porque tiene ojos para ver y oídos para oír; también nosotros queremos ver y oír.

Entonces las manos se llenaron de barro y lo lanzaron al rostro; luego cerraron los ojos, taparon los oídos y llenaron la boca de hiel. Si el mecánico no hace algo para defender y reparar la cabeza, en poco tiempo la máquina se estropeará toda.

La aplicación es fácil: la cabeza se mantiene serena; compartiendo su impotencia, espera tranquila y confiada en la bondad y poder del mecánico”.

Pero M. Le Dieu, sabía muy bien, que en todas las casas hay una cruz, y con un tono realista y sin pesimismo, escribe: “¿Esto retrasa la Obra? Sólo Dios lo sabe. Él la querrá o la permitirá. He aquí la verdad, he aquí nuestra vida: prueba tras prueba, fatiga tras fatiga, desilusiones, miserias de todo tipo. Sí, esto es lo único cierto en este valle llamado tierra que atravesamos para ir al cielo según el deseo de Dios, el cual quiere nuestra salvación y nos da los medios necesarios, si nosotros unimos nuestra voluntad a la Suya. ¡Dios mío concede a todos esta gracia!”.

Sólo este deseo de identificarse con la Voluntad de Dios le daba ánimo para caminar sobre espinas en la noche.

Muy a menudo piensa en unas palabras que le había dicho un hombre de gran espíritu cuando volvió de Roma: “Querida prima, recuerda que Nuestro Señor Jesucristo murió antes de ver prosperar su Obra”.

“Dios como testigo, Jesús como modelo, María como ayuda, y luego sólo el amor y el sacrificio”; y siempre adelante en el Señor.

miércoles, 25 de mayo de 2011

118.- Paroxismo, congestión y parálisis

Madre Le Dieu está sola en la habitación. Sor San Paul y otra religiosa entran repentinamente y la atacan con una ráfaga de improperios.

Pasadas algunas horas la religiosa se desengaña y se pone de parte de la Fundadora, mientras Sor San Paul, impasible, continúa maldiciendo desde las cinco a las siete. Se espera que la cena traiga la paz, pero ella sigue atacando a la pobre religiosa que sirve a la mesa y que ciertamente no merece un trato así. Luego, para colmo del paroxismo, asalta de nuevo a Madre Le Dieu, la apunta con el dedo y le grita desgañitada: ¡El diablo es quien la trae! A los improperios sucede un silencio lleno de misterio y de miedo: Sor San Paul tiene el rostro congestionado y parece quedarse paralizada. Debemos leer la historia como la narra Madre Le Dieu, porque el estilo, más que nada, revela su carácter. Ella se expresa, dada su vena poética, con un lenguaje cargado de imágenes a las que llena de una ironía inteligente, noble y desprendida. Se diría que el drama apenas le ha hecho mella:

“Sólo Dios sabe lo que sucedió ayer por la tarde y lo que sucederá. Yo estaba sola y había sufrido terribles golpes por todos los lados.

Al cabo de una hora la batería cesa el fuego, y me encuentro con una ayuda a mi lado. Siguiendo la misma táctica “Jesús callaba”, no abrimos la boca durante la tormenta que continúa incesante desde las cinco a las siete. Llega la hora de la cena: no tengo ganas de comer, pero espero que, al menos, cese el fuego. La ilusión no dura dos minutos. No tiene intención de callarse y por tanto no se puede preveer el final. En algún momento usa la cuchara casi en silencio, mientras ataca a una persona del todo inofensiva que va y viene.

Sin argumentos, apuntándome con el dedo, y con voz amenazante e irónica, grita: “¡Ah, usted lo que quiere es mandar! ¡Es el diablo el que la trae, usted está con el diablo!”. Sigue un gran silencio. La sombra del candelabro se proyecta en su rostro. Yo miro hacia otro lugar; sin embargo aquel silencio me maravilla. Le ofrezco una cosa y luego otra, pero ella ni acepta ni rechaza. Me levanto preocupada: la pobrecilla está muy colorada y paralizada.

Pasada una media hora y viendo que no vuelve en sí, mando a llamar al médico y al párroco. El médico, que no estaba en casa, llega después de dos horas, le saca mucha sangre y ella comienza de nuevo a hablar; pero el médico, al marchar, advierte al párroco que quizá haya que administrarle los últimos sacramentos.

Hoy, todavía no ha pasado el peligro y la pobrecilla no parece acordarse de nada. Para ella todo lo que dijo ayer, como lo que ha venido diciendo desde hace dos años para acá, es la cosa más normal”.

La enferma, durante mucho tiempo, estuvo sujeta a delirios y desmayos. Todavía debía estar en un estado tóxico cuando el 3 de marzo tuvo otro ataque de neurastenia y lanzó este insulto a la cara de la Fundadora: “Algunas señoras, que la conocen bien, han comprendido que la edad la hace más imbécil. Yo no lo hubiera creí­do si no lo hubieran visto mis ojos”.

Y es tal la convicción de la pobre criatura, anota tristemente Madre Le Dieu, que sufre por todo lo que se imagina respecto a mí. Es la compasión que la empuja, porque está convencida de que me quiere”.

martes, 24 de mayo de 2011

117.- Psicosis colectiva

El interés del párroco y la admiración de Sor San Michel estimulaban a Sor San Paul a la que continuamente alababan para que actuara como superiora. Se vivía una vida agitada y falsa cuando se verificaron fenómenos extraños que asustaban a todas. De día y de noche, en cualquier momento y a cualquier hora, se oían en las puertas y en las ventanas golpes fuertes que ha­cían salir el corazón del pecho y cortaban la respiración. Alguna se sentía golpeada violentamente en la espalda.

Los niños, asustados, veían moverse figuras borrosas en varias habitaciones. Una religiosa se sentía como clavada en el suelo y cuando consiguió soltar los pies como de una mordaza, tuvieron que agarrarla. Se trataba, indudablemente, de un típico fenómeno de psicosis colectiva. Pero, ¿el papel de Satanás estaba del todo ausente?

Finalmente llegó el drama que se desencadenó en la tarde del 11 de enero de 1880 en Aulnay.

lunes, 23 de mayo de 2011

116.- La visionaria muerde

La comedia puede durar horas, pero no meses enteros, porque el sistema nervioso no resiste y de hecho el de la visionaria se había quebrado desde enero de 1879. Pasados los primeros fervores, los éxtasis se habían transformado en crisis que se multiplicaban de forma espantosa. En una de esas crisis monta en cólera, grita como una fiera herida y se lanza contra una religiosa mordiéndola varias veces.

El Padre Haza, jesuita, encargado por la Curia para los obsesos y que ya la había exorcizado, aconsejó mandarla fuera, y Madre Le Dieu enseguida fue a Aulnay. “La visionaria, acorralada por mi firmeza, llora, suplica, hace que todos y todas, a los que ha seducido, se interesen por ella para obtener una prórroga. Si esto vuelve a repetirse, dice sollozando, écheme fuera, quíteme también el hábito, mándeme lo que usted quiera, incluso los trabajos más duros en el último rincón de la casa, pero tenga piedad de mi alma; si tuviera que volver a París estaría perdida; ¡piedad, misericordia!

Madre Le Dieu todavía habría probado, pero el padre Haza fue inamovible: mandadla fuera inmediatamente. Y así, Madre Le Dieu, después de haberse dirigido a varios Institutos, pudo entregarla a las religiosas Agustinas, como asistenta, el 18 de febrero de 1879.

Pero la cizaña sembrada por la visionaria había ya crecido.

jueves, 19 de mayo de 2011

115.- Una mezcla de ficción y de locura

En la comunidad, ya de por sí mal provista, entró una visionaria que las alborotó a todas. A esta pobrecilla, si la vida y la moral se lo hubieran permitido, se la tendría que haber dividido en dos, una para mandarla al manicomio y la otra a la cárcel.

De hecho había en ella una mezcla de ficción y de locura. Evidentemente el demonio no estaba del todo ausente. La visionaria se presentaba como un sagrario viviente de la Sma. Eucaristía. Ella se mantenía sólo con un fragmento de Hostia consagrada. Pobrecilla, no podía recibir una entera porque no hubiera podido tragarla, de hecho un estómago tan místico debía llevar la mortificación angelical hasta en las especies eucarísticas, salvo cuando por la noche comía a escondidas todo lo que encontraba a su paso. Con una actitud hierática y con el rostro histérico, lleno de lágrimas, la presunta beata transmitía a las religiosas las órdenes que supuestamente Dios le daba. Indudablemente tenía que recitar bien su parte ya que embelesaba tanto al párroco Coullemont como a Sor San Paul, que era bastante astuta.

¡Ésta sí que es santa, no Madre Le Dieu, que, aparte del Breve de Pío IX y las palabras del Cura de Ars, no ha recibido ningún signo de lo alto!

En los momentos de inseguridad el alma humana va buscando milagros y por eso las pobres religiosas cayeron en la trampa.

Madre Le Dieu, que se encontraba en París, en un primer momento no fue informada de nada, pero cuando se trató de admitir a la vestición a la pobre joven, se dio cuenta de lo que pasaba. Parecía que el párroco era el más convencido de la santidad carismática y por eso exponía tranquilamente el Sacramento a la profanación. La visionaria también intentó engañar a Madre Le Dieu, afirmando que tenía revelaciones muy importantes que habrían iluminado su futuro.

La anciana asceta, que se había adentrado mucho en el camino del espíritu, responde: “Yo sólo recibo órdenes de mis superiores”.

La pobre Sor San Paul se vio obligada a elegir entre el carisma y la jerarquía, es decir, entre la visionaria o Madre Le Dieu; optó por la primera, en parte porque ésta, llena de vanidad, había profetizado: “El cielo me dice con claridad: Tú serás el jefe de la Obra y bajo tu guía florecerá, como la vara de San José”.

miércoles, 18 de mayo de 2011

114.- Un nuevo protector en el cielo

El 9 de febrero de 1878, Madre Le Dieu sufre un nuevo luto en la familia. Ha muerto su segundo padre, su dulce Cristo en la tierra. El que ella consideraba su fundador, ha subido al cielo, el Papa Pío IX.

“Hoy tenemos la confirmación de la noticia que nos dieron ayer sobre la muerte del Sumo Pontífice Pío IX. ¡Dios sea bendito! ¡Hágase su Voluntad! Ahora podemos tenerlo como un nuevo protector en el cielo, para el mundo, para Francia y yo, recordando las bendiciones y el mandato que me ha dado, estoy convencida que él protegerá nuestra querida misión.

14 de febrero. Desde hoy hasta la Pascua intentaremos sensibilizar a los niños de la muerte del Sumo Pontífice Pío IX, y tendremos un acto de acción de gracias porque, lo digo y lo diré siempre, que él es el fundador del Patrocinio de San José. Sin su mandato reiterado y las gracias inmensas que nos ha concedido, nosotras no podríamos dedicarnos a las obras de caridad en el mundo. Esto explica nuestra existencia religiosa y nuestra perseverancia en el martirio que soportamos mediante la persecución abierta o velada que se nos ha hecho y que todavía no se ha terminado. La religión cristiana ha necesitado tres siglos para reinar en pleno día. Por tanto, paciencia para esta Obra Reparadora.

Si es necesaria, Dios permitirá que sea conocida. Él conoce nuestra espera y aprecia nuestros esfuerzos; esto me basta. Yo deseo que el espíritu de entrega y de sacrificio perfecto sea el distintivo de esta misión pequeña o grande.

martes, 17 de mayo de 2011

113.- Esta unión no se hará ni ahora ni nunca

6 de Noviembre de 1877.

“Señor superior, es evidente que una simple carta no puede ni debe concluir este asunto tan importante que usted propone. Con mucho gusto le entregaré nuestras Consti­tu­ciones en la próxima visita, visita indispensable si queremos entendernos; a estas Constituciones están unidos los preciosos beneficios y es mi estricto deber conservarlos; usted verá si su obra puede aceptar estas Constituciones.

Me he expresado muy francamente. Señor Superior, tenga la bondad de notar que no limito ninguna de sus ideas y no le pido ninguna concesión. La fusión solamente sería conveniente en caso de que nos apoyara sin hacernos desaparecer y nos ayudásemos recíprocamente sin confundirnos. Usted no tiene necesidad de nosotras para ir adelante, y nosotras sin embargo, tenemos paciencia y ánimo esperando extendernos cuando Dios quiera. No queremos que esto suceda antes de que lo quiera Roma, que se pronunciará sobre este Instituto después de haber examinado hechos concretos.

Roma verá nuestra perfecta sumisión a su suprema dirección, porque nosotras, al depender directamente de ella, queremos proceder bajo su mirada, siguiendo así el deseo del Sumo Pontífice, deseo expresado sin sombra de duda en su admirable Breve dirigido a todos los obispos católicos en 1856. Breve bastante lejano de las ideas que ahora le quieren atribuir. En 1856 tenía ya cuatro aprobaciones episcopales, el apoyo de varios fundadores, y las bendiciones proféticas y reiteradas del venerable Cura de Ars. En 1863 recibía directamente con las órdenes y favores del Sumo Pontífice, la vida de este Instituto; las largas pruebas ocultas ya me habían preparado a las pruebas evidentes que se sucedieron sin tregua desde aquella época.

Todas estas dificultades, que desde el principio me han causado grandes dolores morales y también físicos, continuamente han producido en mí la resignación, la esperanza y la alegría, porque la gracia divina me ha hecho morir totalmente a mí misma. Especialmente desde hace quince años ya no vivo para mí y no me considero, literalmente, nada. Por tanto, ahora vea, señor superior, lo que crea que tenga que hacer y tenga la bondad, por la verdad y la justicia, de no considerarme absolutista y cabezota en mis ideas, sino firme en una línea de conducta sin ilusiones falsas, ya que ella ha sido siempre confirmada por la legítima autoridad”.

¡Esta unión no se debe hacer ni ahora ni nunca! ¡Y no se hará!

Madre Le Dieu está matemáticamente segura de que su proyecto, que lleva en el ánimo desde hace medio siglo, se realizará; pero no nutre la misma confianza por su comunidad a la que ve bastante claudicante.

Toda su esperanza irradia de la Eucaristía, que para ella es también viático en su peregrinación terrena. Es muy significativo este episodio que sucedió en Aulnay la mañana de Navidad de 1877: “Como el párroco distribuía la Santa Comunión a las seis y media, me levanté hacia las cinco y, dejando a nuestra gente en brazos de Morfeo, me dirigí a la Iglesia. Paseé a la luz de la luna hasta casi las siete y luego seguí al maestro del pueblo que venía corriendo a tocar el Ángelus. Confieso, con un poco de egoísmo, que me sentí feliz de encontrarme la primera en la fiesta de la aurora. El sacristán vino a romper mi alegría tocando el Ave María. Ya había hecho tres toques de campana, cuando le pregunté si era él el encargado de tocar dos veces el Ave María en esta solemnidad: no había oído el primer toque. Esta llamada quizá sirvió para que finalmente viniera el párroco, que viéndome a los pies del altar donde estaba haciendo la comunión espiritual pensando que no podía comulgar sacramentalmente, abrió el Tabernáculo y así recibí a Jesús, totalmente sola”.

lunes, 16 de mayo de 2011

112.- Usted es demasiado honrada

3 de Noviembre.

“Reverenda Madre, su honrada carta expresa claramente su punto de vista o mejor dicho sus firmes decisiones. Pero este modo de ver, estas resoluciones no las manifiesta de un modo explícito: se limita a decir que no cambiaría absolutamente nada; y que es ésta la voluntad de vuestro primer cardenal Protector; que espera un superior directamente nombrado por la Curia de Roma; en fin, que manifiesta la idea de un nuevo Instituto para el que solamente usted tiene la luz. Me pide que tenga amplitud de miras, que no decida nada y que en todo esté subordinado.

Yo también, Reverenda Madre, me he dirigido a la Iglesia, también mis proyectos han sido alabados y se me ha prometido la aprobación. El difunto cardenal Mattieu ha escrito a nuestra Superiora General que hubiera sido feliz de obtener antes de morir los privilegios de la Santa Sede que deseaba solicitar para ella. Pero, ¿qué consigue con todo esto? Consigue que aprueben nuestro deseo de desempeñar una obra para la gloria de Dios y la salvación de las almas; consigue también que nos pongamos manos a la obra y nos dejemos guiar por la Providencia como los niños. Consigue, finalmente, que después de haber luchado, hecho, deshecho y vuelto a hacer, podamos y debamos presentar a la Iglesia la obra, y entonces la Iglesia juzgará si es o no digna de usted. Por tanto, Reverenda Madre, creo que su Obra, todavía en germen, se debilitará y morirá lo mismo que muere la semilla a la que le falta la lluvia y el aire. Usted es demasiado honrada, rehúsa la ayuda que la Providencia le manda, pide la acción inmediata de Dios y olvida que Dios elige lo pequeño y débil para confundir lo que es fuerte.

Sí, Pío IX no es absolutista como usted cree; al contrario, él invita a todos los buenos a una santa alianza, como hacen los malvados para conseguir sus tristes fines. ¿No es por esto por lo que Francia va mal? Cada uno quiere seguir sus ideas y rechaza las de los demás.

En Aulnay se me presiona para que tome una determinación con respecto al orfanato del castillo; pienso que Sor Ana no rechace mis orientaciones. No deseo, Reverenda Madre, actuar sin usted y menos aún en contra suya. Juntos podríamos conseguir la Obra tan hermosa de la Adoración Perpetua. Podremos aumentar el número de los alumnos, etc. El párroco lo desea, el señor Conde, hombre de Dios, lo desea también. Así que dígame francamente cuáles son sus sentimientos a este respecto. Actualmente me ofrecen tres nuevos edificios; no tema actuar contra la voluntad de Dios...

San José también es nuestro Patrón. No solamente unión de oraciones, sino también unión de acción. Por otra parte, nosotros no rechazaremos sus puntos de vista y sus proyectos; dígnese comunicárnoslo. Su Obra podría ser muy útil para nosotros, y cuando digo “noso­tros”, entiendo nuestra obra que se resume en estas palabras: Adoración perpetua, cuidado a los enfermos y educación. Nosotros tenemos religiosas en América dedicadas a las personas de color, y dentro de poco tendremos otra misión entre los indígenas. Sus méritos no quedarán ocultos y a la hora de la muerte será feliz de poder bendecir a sus religiosas y a sus niños.

Dígnese, Reverenda Madre, honrarme con una nueva y pronta respuesta y de aceptar nuevamente la confirmación de mis devotos sentimientos. Su servidor Faller”.

domingo, 15 de mayo de 2011

111.- Choque frontal

¡Qué lástima que el enfrentamiento con el Superior de las Alsacianas sólo fue epistolar!

“El 23 de octubre recibía la siguiente carta: Reverendísima Madre, ya nos conocemos un poco; ¿nos conocemos suficientemente como para hacernos una recíproca confidencia? ¡Dios lo sabe! ¡Que se haga su Voluntad! Ustedes lo dicen todos los días y nosotros también. Esté segura de que nadie en el mundo compadece sus duras pruebas mejor que yo, que también conozco un poco lo que son las desilusiones, el vacío que producen en el corazón. El bálsamo más saludable es siempre aquella palabra tan pequeña y a la vez tan grande y sobre todo tan meritoria: “¡Que se haga su Voluntad!”. También el pobre, y al mismo tiempo tan rico, Cura de Ars la ha experimentado cuando se le quitaba su casa de “Providencia”, su querido orfanato. ¡Nosotros no probamos menos desgarro que el santo Cura de Ars cuando nos arrebatan nuestras pequeñas “providencias”! Pero con la fe que nos queda vemos la gran Providencia que colma felizmente los terribles abismos que las pruebas producen en nuestro pobre corazón.

Por lo que me han dicho, usted ama la Adoración Per­petua, nosotros también la amamos hasta la locura; usted ama a los niños, y nosotros también; usted quiere glorificar a Dios, y también nosotros. Y bien, usted sabe que la unión hace la fuerza y que la Sagrada Escritura nos dice: “¡ay del que está solo!”. Por tanto, ¿no habría posibilidad de fortificarnos recíprocamente por medio de una santa unión? Unión de oraciones, unión de pruebas, unión de dolores, unión de experiencias. Oremos, y después de un período de reflexión quiera honrarme con una pequeña palabra de respuesta. Su humildísimo siervo Faller”.

Respuesta: “Señor Superior, hace unos días he recibido su carta, sin embargo no quiero tardar en agradecerle las ofertas que me hace. No arriesgamos nada ni usted ni yo con una sincera unión de oraciones; por lo demás, habiendo recibido la orden formal de nuestro primer cardenal Protector “de no comprometer mi libertad de acción antes de tener un superior nombrado directamente por la Curia de Roma, por temor de ver que se apague la luz que se me ha dado a mí hasta este momento para este Instituto”, no debo, como no lo he hecho en el pasado, comprometer esta libertad sin una decisión superior y suprema. Siempre he ido derecha a Dios a través de las autoridades competentes, sometiendo humildemente mi razón y mis deseos a las circunstancias tan difíciles que han obstaculizado nuestra iniciativa, y últimamente las circunstancias me han impulsado fuertemente a poner este granito de mostaza bajo la inmediata protección de la Santa Sede, que es camino seguro y sin falsas ilusiones. Cuanto antes se debe examinar nuestra situación para nombrar un cardenal como Superior General de esta querida misión, tan admirablemente aprobada y probada. Quizá podremos ayudarnos recíprocamente para la gloria de Dios y la salvación de las almas, como parece que usted desea, si Dios quiere concedernos los grandes proyectos que dio al Padre Noailles, el cual ha dividido las obras de su Instituto con reglamentos totalmente diferentes para mantener intacto el espíritu de cada una. Solamente de esta forma podría abrazar, sin limitarla en nada, la gran misión que nos ha confiado el Sumo Pontífice Pío IX, misión a la que Su Santidad ha concedido los beneficios más deseados en un inalienable Rescripto de su puño y letra, para sostenerla a través de los siglos, en todo lugar y siempre.

En este caso os recibiría con mucho gusto en París, calle Demours, 19; sin ninguna influencia por parte de nadie podremos recíprocamente entendernos ante Dios y sólo por Él. Es necesario que esto se haga lo antes posible, porque las circunstancias actuales acosan de tal forma que no debo tardar en tomar una decisión seria y firme a este respecto. Durante éstas y otras grandes pruebas no he perdido la paz del perfecto abandono ni he deseado otra cosa sino su Santa Voluntad y no la mía; por eso tengo la confianza puesta en Dios para el presente y para el futuro. Tenga la bondad, señor Superior, de decirme si le puedo esperar aquí y qué día”.

sábado, 14 de mayo de 2011

110.- Da rienda suelta a su carácter normando

La Fundadora, segura de sí misma, afirma: “Hay momentos en los que, sin sombra de vanidad, hay que mantener la dignidad personal”. Por eso pone sobre aviso al conde-alcalde. Ella cuenta muy simpática: “Vimos aparecer, con solemnidad, al párroco y al alcalde, y sonriendo dentro de mí, al verlos uno al lado del otro, les esperé sin pestañear. El señor alcalde, al verme completamente serena, dudó por un momento y luego se decidió a preguntarnos qué queríamos: “Señor conde, venimos para saber qué desea de nosotras. Usted tiene la potestad para aceptarnos o no en su Ayuntamiento; pero querer unirnos a una congregación completamente desconocida para nosotras es otra cosa. Podemos cederle el sitio, si usted quiere; pero para comprometernos con ella, tendríamos que tener claro unas ventajas que no vemos en absoluto. Y desde el momento en que recibimos directamente de Roma la protección especial, no podemos enredarnos con un superior extraño”.

Personas muy cercanas, incómodas ante esta sincera declaración, han intentando convencernos de que querían nuestro bien. Continuamente nos metían por los ojos los beneficios que habríamos de recibir y también la imposibilidad de seguir adelante solas, siendo tan pocas y con tan escasos recursos; por el contrario estas buenas religiosas, numerosas y ricas, de un golpe nos habrían podido ayudar a construir un hermoso edificio para doscientos niños.

Nosotras tendríamos cargos honoríficos y un futuro asegurado; también me habrían dejado, muy generosamente, el título de Fundadora. Sólo teníamos que tragar la píldora bien azucarada y dorada.

Confieso que varias veces estuve tentada a entrar en el juego de sus propuestas y de sus palabras; pero me contuve y, según mi costumbre, respondí muy educadamente y sin cambiar mi modo de hablar. Sor San Paul, interpelada también ella, dio francamente las mismas respuestas que yo. Finalmente levanté la sesión. Sentía pena del pobre cura, casi ciego y del conde, inducido por los caprichos de su propia mujer”.

Aquel “finalmente levanté la sesión”, revela todo el carácter de la noble normanda. Hay que tener presente que ella se encontraba en el despacho del alcalde.

“Recordando esta escena, me venía a la mente el Evangelio: “En aquel tiempo los príncipes de los sacerdotes y los fariseos se reunieron entre ellos para coger en fallo a Jesús, por sus palabras”. El buen Jesús no cayó en la trampa. Yo me sentía fuerte en su fuerza porque Dios y el derecho estaban de nuestra parte.

El señor conde, al marchar, nos dijo que lo pensaría. Ya no estaba tan brusco como al principio”.

Convencido el conde, ahora era necesario intentarlo con su dulce esposa, pero ésta, con un temperamento entre visceral y emotivo, era bastante alérgica a la lógica y, por tanto, más que convencerla había que dejarla desahogarse.

He aquí la táctica distinta que usa Madre Le Dieu: nosotras os dejaremos decir, vosotros nos dejaréis hacer.

“Recibí la invitación para volver a visitar a la condesa de Gourgnes, que deseaba verme. “Déjela que diga todo lo que quiera, me dijo una persona que intervenía con benevolencia. De hecho fuimos recibidas después de varias horas de nuestra llegada. Digo “fuimos”, porque fui a ver a la condesa con todas mis religiosas y la dejamos hablar cuanto quiso. Durante una hora y media, afirmó: que ella había actuado mirando nuestros intereses, porque nosotras éramos incapaces de mantenernos solas, que había tenido que sufrir mucho para sostenernos hasta el día de hoy, que evidentemente estaba demostrado que no podíamos conseguir nada, que teníamos que estar muy agradecidas y que teníamos que asegurar nuestro futuro, anulándonos completamente mediante la fusión que ella nos proponía.

Como aquel día no respondimos absolutamente nada, la dejamos muy contenta por su modo de razonar y con mucha esperanza de que nos someteríamos”.

jueves, 12 de mayo de 2011

109.- Ceguera fulminante

Además del juicio tan categórico del P. Petitot, a Madre Le Dieu también le daba garantía un hecho que ella consideró como una señal del cielo.

El párroco Coullemont ya había preparado la fusión, pero a la hora de firmar el acta le sobrevino una ceguera fulminante y no pudo firmar el documento. Pasadas unas horas, el párroco recobró la vista, pero ya no desea­ba firmar.

Mientras tanto, en el corazón de la condesa se había encendido un gran deseo de prestigio. Para hacer competencia al señor Boidin, también ella quiere abrir una fábrica de flores; ofrecería los locales del molino y cedería el invernadero de naranjas para los talleres de los chicos. Madre Le Dieu no confiaba en esta caridad que se alimentaba de prestigio y temía que los niños fueran explotados, por eso pensó cambiarse a Versailles.

El director de las Religiosas Alsacianas no había perdido ni el deseo ni la esperanza de firmar el acta de fusión: lo que más llama la atención de este asunto es que el conde y la condesa, que hasta ahora habían sido dispensadores de beneficencia, ven con buenos ojos la fusión. Ellos no tienen nada que perder. Madre Le Dieu, como si la hubieran quitado veinte años de su edad avanzada, con gallardía juvenil, sale en defensa de la Obra y muestra la fiereza de los antiguos caballeros.

miércoles, 11 de mayo de 2011

108.- En Aulnay encontró flores, pero de papel

Se había abierto un establecimiento de flores artificiales. El propietario Boidin, en el verano de 1876, había pedido religiosas al párroco Coullemont. Él hubiera hecho un gran negocio porque las religiosas habrían sido escrupulosas directoras y la mano de obra de los chicos hubiera supuesto cuatro perras. El párroco, que dudaba bastante del carisma de la Fundadora, vio en aquella propuesta una solución para el orfanato. Asegurada la consistencia económica, quedaba por garantizar la permanencia de las religiosas. ¿Pero, no eran pocas las vocaciones? La anciana Le Dieu, tan mal vista por algunos obispos, ¿lograría hacer sobrevivir su Congregación nacida bajo tan mal signo? Él, que se sentía el fundador del orfanato y se había encariñado con las religiosas, creyó hacer sus intereses y los de ellas, agregando la Obra a otra, según él, más consistente, por eso mantuvo contactos con el Padre Faller, director de las Religiosas Alsacianas e intentó fusionar las dos congregaciones. Este suplantar a la Fundadora era claramente deshonesto, pero él sentía poco remordimiento porque creía así beneficiar al orfanato y a las religiosas. Sor San Paul había escrito al Padre Petitot.

La Madre describe la escena que tuvo lugar cuando el cartero entregó la carta de contestación. “Durante nuestra conversación, el cartero llama y dice que trae una carta para Sor San Paul. Es del Revdo. padre Petitot, exclama ésta, abalanzándose hacia el mensajero. Y de hecho, ella trae la carta temblando.

–Y bien, le digo, lea esta carta, hija mía. Usted puede escribirle directamente y recibir sus consejos, ha hecho bien en dirigirse a él, para este asunto como para cualquier otra dirección extraordinaria.

–Madre, el sábado por la tarde, ya no podía más y después del trabajo, a la una de la mañana, le escribí unas líneas diciendo que el párroco y usted no iban de acuerdo sobre lo que él la aconsejaba, y como sé que él la conoce perfectamente le he preguntado a quién hay que creer y qué hay que hacer.

–El Padre es tan sobrio en escribir, que en ocho años me ha mandado sólo unas líneas para decirme amablemente que el Padre Hamon es suficientemente competente para dirigirme él sólo. Por eso me quedé tan sorprendida como feliz. Y mientras decía esto, yo entregaba la carta a la religiosa. Ella me suplicó que la leyera en voz alta. “Yo nada temo, dijo, todo lo que le pregunté estará explicado ahí”.

Temblaba: y yo leí las siguientes palabras: “Mi querida hermana, he dicho que afiliarse a otra congregación es una cosa poco agradable y es necesario evitarla mientras se pueda; pero si no se puede, conviene someterse como a una necesidad dolorosa, poniendo las condiciones más favorables con el fin de hacerla lo menos penosa posible.

Pienso que no deba separarse de su superiora y que es necesario esperar a ver cómo se de­sa­rrollan las cosas. En la espera, ore”.

lunes, 9 de mayo de 2011

107.- La montaña de la Salette es como un imán

“Ciertamente, Martín no está obligado a hacer todo lo que no ha hecho en su juventud. ¡Pobre animal! siempre con más ánimo que fuerza. La alegría lo sigue por donde va. Y se siente feliz de estar al servicio del buen Dios. Aunque a veces duda, nunca se resiste.

Llegando a Grenoble intenté hacerlo descansar en la casa de la Providencia, pero estaba llena, así como el albergue donde me acompañó una religiosa. Entonces pensé que una antigua conocida de la Salette, una buena mercera que vivía muy cerca de allí, me habría indicado un alojamiento decoroso y más barato que al que yo iba otras veces. Ella me ofreció la comida y la cama. Con agradecimiento lo acepté, y al día siguiente más cansada aún que el anterior me encaminé poco a poco al Obispado. Encontré tan amable a Monseñor que mis piernas se restablecieron algo. Él me prometió su aprobación, luego añadió: “Sería necesaria vuestra Obra en mi diócesis. Hay personas que asisten a las niñas, pero no hay nadie que se ocupe de la asistencia de los niños”. “Bien, respondí. Si Su Excelencia nos ayuda, nosotras intentaremos venir lo antes posible”.

El calor del mes de agosto no le impidió hacer una visita a los lugares que habían acogido a su padre enfermo. “La anciana y buena superiora de Laus, me recibió con gran alegría. Tanto ella como las demás religiosas, no sólo se acordaban de mis visitas a Laus, sino también de la estancia de mi padre. Me atendió muy bien y me acomodó en la habitación que había ocupado mi querido padre. Tanto aquí como en Fréjus el recuerdo de este buen anciano todavía es venerado. Todo me hablaba de él con gran ternura, y he tenido la dicha de encontrar respetada su tumba. Han hecho ya dos exhumaciones alrededor de ella y no han tocado la cruz que lleva sus iniciales y la verja que la rodea. Creo que esto es un detalle de la Providencia que quizá, nos llamará allí un día. No he tenido medios económicos para comprar este lugar y la tradición lo custodia respetuosamente, mientras de ordinario, se quitan todas las cruces y las letras de los nombres, cuando los sepultureros vuelven a enterrar nuevamente en ese mismo lugar. La tumba está más baja que las demás y la verja enterrada hasta la mitad porque han echado dos veces tierra alrededor. Pero nadie ha tocado las cenizas benditas de mi padre”.

Evidentemente la montaña de la Salette que estaba tan cerca le atraía como un imán, y en la vigilia de la Asunción, la subió mientras caía un fuerte temporal.

Cuenta en el diario: “En la cima de la montaña llovió a cántaros. Mi paraguas se rompió por el fuerte viento y estuve a punto de caer con el asno por un precipicio: una lluvia fortísima me penetraba hasta los huesos. Cuando llegué, me tuve que cambiar de la cabeza a los pies. Allí me refresqué de mi viaje de Roma: y es sorprendente que no me haya puesto enferma por haber tomado este baño de agua tan fría cuando estaba su­dando. Verdaderamente me constipé un poco pero se me pasó durante la fiesta del día siguiente, que por cierto fue muy bonita. Hubo numerosos peregrinos y procesiones con antorchas; no faltaba nada”.

domingo, 8 de mayo de 2011

106.- Será para nosotros una reliquia

Madre Le Dieu, en su segunda estancia en Roma, no tuvo la suerte de obtener una audiencia particular con Pío IX, pero lo vio varias veces.

El 25 de julio, día antes de marchar, pudo asistir a la audiencia general del Papa. “Su aspecto, escribe, era muy vivaz y la voz la tenía mejor que en el mes de junio; su modo de andar me pareció el mismo que en 1863. Cuando estuvo cerca, le rogué que diera una bendición especial al libro de las Horas; ¡qué pena que no era nuevo!

El Papa lo cogió por un momento en sus manos. ¡Qué suerte! Él ha tocado la pobre funda; será una reliquia para nosotras”.

Madre Le Dieu volvió a Francia en barco. En Marsella la esperaba Sor San Michel muy emocionada, y apenas la localizó entre los pasajeros, comenzó a hacer gestos de alegría. “Le hice una señal para que no me esperara bajo el sol durante todo el trámite del desembarque y que fuera a esperarme a la aduana. Creyendo que tenía que personarse enseguida, desplegó sus alas tan rápidamente que dos sacerdotes, que estaban a mi lado, comenzaron a reírse con todas las ganas, diciéndome que, a pesar de la circunstancia atenuante de la alegría que le causaba mi retorno, como es natural, yo le debía castigar por haber faltado a la seriedad religiosa de ese modo. Yo comprendía el estado de ánimo de la buena religiosa; la alegría de volverme a ver, evidentemente dominaba todo. Dado mi ligerísimo equipaje, ahorramos el ómnibus hasta la Canne­brière, y esto fue una suerte porque encontramos una iglesia abierta por el camino y entramos justo a tiempo para cantar con mucha devoción el Tantum ergo y el Laudate Dominum Omnes Gentes, que siempre repito con mucha alegría, sobre todo en tierra extranjera”.

En Roma, la pobre Madre, visitando las basílicas y subiendo y bajando las escaleras de los dicasterios eclesiásticos, había dado una buena paliza a su cuerpo, al que ella llamaba graciosamente “Martín”, como los leñadores normandos llamaban a su asno.

Por eso ahora habla de él con ternura.