sábado, 7 de mayo de 2011

105.- El huevo de avestruz

Monseñor de Luca, Secretario de la Congregación de los Obispos y Regulares de la que dependían las casas religiosas, se manifestó a favor. “En cuanto sea posible, nos interesaremos con mucho gusto de su gestión porque en este momento estoy solo. Un compañero está enfermo, otro está ausente; por tanto no puedo ocuparme antes del final de las próximas vacaciones, es decir hasta octubre. Pero puede venir igualmente para poner el fundamento de su Instituto en Roma. Le aseguro que no encontrará obstáculos. Sus proyectos son verdaderamente interesantes, venga si usted lo desea”.

Madre Le Dieu, demasiado ocupada en consolidar la casa de Aulnay, tuvo que contentarse con las buenas disposiciones y promesas como en 1863.

–“Mi querida Madre, le dice jocosamente el Padre Régis, si desea dejar Roma antes de haberse establecido definitivamente, no imite al avestruz que pone el huevo y luego se olvida de él.

–No tenga miedo, Padre; si tuviera que morir por esto, abriríamos muy pronto el huevo, con la gracia de Dios. Muchas veces he sonreído ante este pensamiento. Sí, construiremos con empeño nuestro nido”.

Ella, tanto en París como en Roma, está siempre en oración.

Llena de oración los tiempos muertos como se rellenan los rincones de la maleta. El rosario y el libro de las Horas no le abandonan nunca. Usa uno u otro en la antesala de un cardenal como en el ómnibus. “Continúo mis prácticas piadosas y finalmente me han admitido a la presencia del cardenal Barnabo. Él es muy amable, muy accesible y me dice textualmente: “Con mucho gusto ayudaré a su Obra, no sólo en Roma, sino en cualquier lugar, para que podáis tener muchas personas dispuestas a entregarse y ayudar a nuestras misiones.

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