lunes, 30 de mayo de 2011

122.- Buen humor en las preocupaciones

Es el 13 de julio de 1880, vigilia de la fiesta nacional de Francia.

“Me he reído con todas las ganas mientras iba caminando cerca de un pastor, el cual había adornado a su perro con dos banderas tricolor. Y no era yo sola la que me reía porque todos encontraban ridícula aquella vestimenta. El pobre animal, poco halagado por el insólito ornamento, intentaba liberarse de él rascando las orejas y caminando de mala gana”.

¡Sin embargo, las condiciones económicas no impiden dar rienda suelta a la risa! La pobrecilla lleva una vida de mendicante. Ella misma nos lo dice: “Entré en S. Clotilde para comer y encontré a la compañera del 2 de julio de 1836 más amable que nunca. Desde allí fui a visitar a otra buena y santa mujer que todavía vive y trabaja con incesante caridad.

Afortunadamente me ayudaron a recuperar un poco mis fuerzas porque sólo tenía 20 céntimos en el bolsillo y en casa nada para cenar.

¡Gracias, Dios mío. Tú nunca has permitido que me falte el pan de cada día! Como dice Santa Teresa, estaría bien tener pequeñas provisiones para hacer más segura la vida de los monasterios, pero la Divina Providencia nos indica, más bien, la vía de San Francisco de Asís: somos mendicantes. Confieso que esta situación me cuesta terriblemente y ni siquiera los préstamos me gustan; muchas veces he renunciado a cosas necesarias, antes que recurrir a este medio”.

Al hambre se añade también el miedo a las sublevaciones políticas. El 4 de octubre de 1880, escribe: “Tengo prisa por dejar París donde el terrible canto de la Marsellesa suena cada vez más amenazante. Ayer por la noche una gran muchedumbre se dirigía a la logia masónica con este fúnebre acompañamiento. Yo perdono anticipadamente mi muerte, no importa a manos de quién y cómo, pero es probable que suceda durante alguna revuelta. Ayer, volviendo a casa, no obstante nuestras vestimentas, hemos sido consideradas, por lo menos, como personas sospechosas.

Algunos ciudadanos, mientras pasábamos, decían: ¡Mirad, otras tres! Con la gracia de Dios espero no tener miedo del martirio, que no sería más doloroso que los golpes tan tristes y continuos que provienen de quien menos te lo esperas”.

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