miércoles, 11 de mayo de 2011

108.- En Aulnay encontró flores, pero de papel

Se había abierto un establecimiento de flores artificiales. El propietario Boidin, en el verano de 1876, había pedido religiosas al párroco Coullemont. Él hubiera hecho un gran negocio porque las religiosas habrían sido escrupulosas directoras y la mano de obra de los chicos hubiera supuesto cuatro perras. El párroco, que dudaba bastante del carisma de la Fundadora, vio en aquella propuesta una solución para el orfanato. Asegurada la consistencia económica, quedaba por garantizar la permanencia de las religiosas. ¿Pero, no eran pocas las vocaciones? La anciana Le Dieu, tan mal vista por algunos obispos, ¿lograría hacer sobrevivir su Congregación nacida bajo tan mal signo? Él, que se sentía el fundador del orfanato y se había encariñado con las religiosas, creyó hacer sus intereses y los de ellas, agregando la Obra a otra, según él, más consistente, por eso mantuvo contactos con el Padre Faller, director de las Religiosas Alsacianas e intentó fusionar las dos congregaciones. Este suplantar a la Fundadora era claramente deshonesto, pero él sentía poco remordimiento porque creía así beneficiar al orfanato y a las religiosas. Sor San Paul había escrito al Padre Petitot.

La Madre describe la escena que tuvo lugar cuando el cartero entregó la carta de contestación. “Durante nuestra conversación, el cartero llama y dice que trae una carta para Sor San Paul. Es del Revdo. padre Petitot, exclama ésta, abalanzándose hacia el mensajero. Y de hecho, ella trae la carta temblando.

–Y bien, le digo, lea esta carta, hija mía. Usted puede escribirle directamente y recibir sus consejos, ha hecho bien en dirigirse a él, para este asunto como para cualquier otra dirección extraordinaria.

–Madre, el sábado por la tarde, ya no podía más y después del trabajo, a la una de la mañana, le escribí unas líneas diciendo que el párroco y usted no iban de acuerdo sobre lo que él la aconsejaba, y como sé que él la conoce perfectamente le he preguntado a quién hay que creer y qué hay que hacer.

–El Padre es tan sobrio en escribir, que en ocho años me ha mandado sólo unas líneas para decirme amablemente que el Padre Hamon es suficientemente competente para dirigirme él sólo. Por eso me quedé tan sorprendida como feliz. Y mientras decía esto, yo entregaba la carta a la religiosa. Ella me suplicó que la leyera en voz alta. “Yo nada temo, dijo, todo lo que le pregunté estará explicado ahí”.

Temblaba: y yo leí las siguientes palabras: “Mi querida hermana, he dicho que afiliarse a otra congregación es una cosa poco agradable y es necesario evitarla mientras se pueda; pero si no se puede, conviene someterse como a una necesidad dolorosa, poniendo las condiciones más favorables con el fin de hacerla lo menos penosa posible.

Pienso que no deba separarse de su superiora y que es necesario esperar a ver cómo se de­sa­rrollan las cosas. En la espera, ore”.

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