martes, 3 de mayo de 2011

101.- Como Job, ¿dónde podré tomar aliento?

“No trago la saliva, y por el contrario expectoro abundantemente; y mi pobre garganta sangra a menudo. Laringitis, bronquitis y catarro se divierten con frecuencia con mi persona como en el año 1868; si no he estado en cama durante este invierno es porque estoy mejor que hace diez años.

Corro como una liebre: la prueba es la caminata que hice el otro día. Me paro en San Felipe de Roule (había cogido el ómnibus porque al principio me fatigaba al caminar). Al no encontrar al señor Cura de Roule, tomo de nuevo el vehículo hasta la estación de Lyon, donde me informaron que las oficinas de esta administración están en la calle San Lázaro. Entonces, encontrándome en ese barrio, aprovecho para ver un momento al señor Cura de Bercy. Voy a pie a la Iglesia de Bercy. Y otra vez a pie me acerco a la Virgen de la Paz.

Un vieja amiga me acompaña a través de los largos jardines. Al encontrar a la señorita C. en cama, no acepto un pequeño tentempié y después de una brevísima parada en la Iglesia de los Mártires, entro en una fábrica de tapicerías, luego voy al Hospicio de Enghien para desayunar; como no estaba la superiora, recurro a una lechería pero, como era día de abstinencia, sólo tomo una pequeña tortilla. De nuevo cojo el tranvía hasta la calle Coumartin; luego doy unas vueltas para encontrar la dirección de la estación de Lyon donde me conducen, por desgracia, al director en persona. Él me dice que no tenemos derecho a medio billete: “Lo sé, señor, pero le pido este favor como una excepción”. Pero él se negó rotundamente.

Después de todo esto retomo el camino a pie con mis piernas ya muy inflamadas para ahorrar al menos algún céntimo, porque, lo repito para quienes me seguirán, yo ahora sé lo que vale un céntimo; con esto no se muere de hambre. Cojo la calle de Rocher y después de una breve parada en la calle Logier, finalmente entro de nuevo en las Ternes...

Por hoy basta.

“Con las pocas provisiones que tenía del día anterior hice una cena muy ligera, es decir, un poco de pan, medio vaso de vino y mermelada.

Me quedé con un poco de apetito porque tenía que guardar íntegros los últimos treinta céntimos que me bailaban en el bolsillo.

El día anterior había comprado media libra de pan.

(Que me perdone el sistema decimal por la verdadera estima que nutro por él en muchas cosas, pero todavía recuerdo con más familiaridad los antiguos términos de pesos y medidas que sus gramos y kilos).

Con el estómago más vacío de lo habitual y el corazón más ligero por la nueva esperanza que nos han ofrecido, he dormido muy bien y me he despertado sin ningún cansancio”.

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