miércoles, 4 de mayo de 2011

102.- En busca de una comida

“He calculado lo que tenía que hacer para obtener gratis el desayuno y la comida y así poder ahorrar los treinta céntimos, yendo a pie desde Ternes al Panteón ya que sólo podía permitirme pagar la ida o la vuelta”.

Comienza entonces la peregrinación: el hambre le hace recurrir a la Religiosas de la Caridad, donde encuentra una buena taza de café y excelente pan para comer a discreción. La Superiora de la Adoración está ocupada y por eso recurre a la señora R. que quizá podría invitarla a comer; pero tiene que contentarse sólo con otro café. Luego va a casa de la señora Caraman, “sencilla, simpática, atenta a mis palabras, pero en cuanto al bolsillo nada, absolutamente nada; su nombre no cuenta nada y nada puede hacer; habitualmente se dice que nunca rechaza a nadie.

El paseo nada molestó a mis treinta céntimos, pero me guardé bien de no sacarlos por ningún motivo y continué el viaje para encontrar qué comer. No me permití pedirlo a quien, otras veces, me lo había ofrecido, pero no creo que hoy se encuentre en condiciones de dármelo. Fui a la calle Tournefort; la señora M. todavía no había vuelto de París; en la Visitación de la calle Enfer no era la hora para poder ver a una persona, otra se encontraba en la calle Port-Royal, 70; esto me obliga a bajar a la calle de la Ourcine pero tenía la dirección equivocada; mientras tanto sentía que las tazas de café habían llegado al fondo.

Llamo a una antigua casa donde siempre había encontrado algo de beber; me mandan entrar, están a la mesa con invitados y no me dan nada..., amablemente me acompañan a la puerta y me dan las gracias por la visita, pero con esto no se contenta ni el bolsillo ni el estómago. Me dirijo a una casa de beneficencia donde, sin querer recriminar nada, había hecho algún acto de caridad; digo claramente que hubiera agradecido un poco de pan para merendar (eran casi las cuatro de la tarde). Me responden que no pueden molestar a la superiora, que está ocupada desde hace casi una hora y no tienen el valor de darme un poco de pan; me dan un poco de chocolate. Yo sabía que aquel chocolate me irritaría la garganta y no me haría ningún bien, sin embargo, lo cogí”. Siguen otras visitas. “Pero ya era hora de comer algo y aunque creí que no era el momento de ponerme a pedir sola, pensé que tenía que hacerlo para poder obtener algo de pan.

Por eso consulto mis notas y llamo a tres puertas del paseo San Miguel; en la primera me responden que la baronesa todavía no ha vuelto de vacaciones; la segunda: la señora se había muerto hacía un año; la tercera: los señores han salido y no vuelven antes de las siete y además, sólo reciben por la mañana. Eran las cinco de la tarde, y se hacía de noche: sin comer desde las once de la mañana y todo el día de pie sin tener otra perspectiva para descansar que en casa, donde no hubiera encontrado nada”. Ahora llama a una puerta más modesta, abre la misma dueña, escucha la historia, pero no encuentra nada en su monedero, nada tampoco en el de la doméstica, y nada en la habitación. Muy mortificada estaba a punto de despedirla cuando entra el marido y la señora le informa. Él saca el monedero: tiene sólo dos francos y se los da de muy buena gana. Una religiosa de caridad se ofrece para pagarle el billete del ómnibus y le da dos francos para la Obra.

“Y así hacia las siete vuelvo a casa con mis treinta céntimos y cuatro francos que me proporcionan pan, vino y un filete de ternera lleno de sebo.

No es tarde, apenas son la siete; pero estoy cansada, tengo frío, no tengo la posibilidad de obtener carbón, mi apartamento da al norte: voy a la cama. La noche pasada no lograba dormirme porque tenía los pies muy fríos. Esto será un estímulo para las que me seguirán, sin sufrimiento nada se obtiene: ésta es la ley”.

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