domingo, 15 de mayo de 2011

111.- Choque frontal

¡Qué lástima que el enfrentamiento con el Superior de las Alsacianas sólo fue epistolar!

“El 23 de octubre recibía la siguiente carta: Reverendísima Madre, ya nos conocemos un poco; ¿nos conocemos suficientemente como para hacernos una recíproca confidencia? ¡Dios lo sabe! ¡Que se haga su Voluntad! Ustedes lo dicen todos los días y nosotros también. Esté segura de que nadie en el mundo compadece sus duras pruebas mejor que yo, que también conozco un poco lo que son las desilusiones, el vacío que producen en el corazón. El bálsamo más saludable es siempre aquella palabra tan pequeña y a la vez tan grande y sobre todo tan meritoria: “¡Que se haga su Voluntad!”. También el pobre, y al mismo tiempo tan rico, Cura de Ars la ha experimentado cuando se le quitaba su casa de “Providencia”, su querido orfanato. ¡Nosotros no probamos menos desgarro que el santo Cura de Ars cuando nos arrebatan nuestras pequeñas “providencias”! Pero con la fe que nos queda vemos la gran Providencia que colma felizmente los terribles abismos que las pruebas producen en nuestro pobre corazón.

Por lo que me han dicho, usted ama la Adoración Per­petua, nosotros también la amamos hasta la locura; usted ama a los niños, y nosotros también; usted quiere glorificar a Dios, y también nosotros. Y bien, usted sabe que la unión hace la fuerza y que la Sagrada Escritura nos dice: “¡ay del que está solo!”. Por tanto, ¿no habría posibilidad de fortificarnos recíprocamente por medio de una santa unión? Unión de oraciones, unión de pruebas, unión de dolores, unión de experiencias. Oremos, y después de un período de reflexión quiera honrarme con una pequeña palabra de respuesta. Su humildísimo siervo Faller”.

Respuesta: “Señor Superior, hace unos días he recibido su carta, sin embargo no quiero tardar en agradecerle las ofertas que me hace. No arriesgamos nada ni usted ni yo con una sincera unión de oraciones; por lo demás, habiendo recibido la orden formal de nuestro primer cardenal Protector “de no comprometer mi libertad de acción antes de tener un superior nombrado directamente por la Curia de Roma, por temor de ver que se apague la luz que se me ha dado a mí hasta este momento para este Instituto”, no debo, como no lo he hecho en el pasado, comprometer esta libertad sin una decisión superior y suprema. Siempre he ido derecha a Dios a través de las autoridades competentes, sometiendo humildemente mi razón y mis deseos a las circunstancias tan difíciles que han obstaculizado nuestra iniciativa, y últimamente las circunstancias me han impulsado fuertemente a poner este granito de mostaza bajo la inmediata protección de la Santa Sede, que es camino seguro y sin falsas ilusiones. Cuanto antes se debe examinar nuestra situación para nombrar un cardenal como Superior General de esta querida misión, tan admirablemente aprobada y probada. Quizá podremos ayudarnos recíprocamente para la gloria de Dios y la salvación de las almas, como parece que usted desea, si Dios quiere concedernos los grandes proyectos que dio al Padre Noailles, el cual ha dividido las obras de su Instituto con reglamentos totalmente diferentes para mantener intacto el espíritu de cada una. Solamente de esta forma podría abrazar, sin limitarla en nada, la gran misión que nos ha confiado el Sumo Pontífice Pío IX, misión a la que Su Santidad ha concedido los beneficios más deseados en un inalienable Rescripto de su puño y letra, para sostenerla a través de los siglos, en todo lugar y siempre.

En este caso os recibiría con mucho gusto en París, calle Demours, 19; sin ninguna influencia por parte de nadie podremos recíprocamente entendernos ante Dios y sólo por Él. Es necesario que esto se haga lo antes posible, porque las circunstancias actuales acosan de tal forma que no debo tardar en tomar una decisión seria y firme a este respecto. Durante éstas y otras grandes pruebas no he perdido la paz del perfecto abandono ni he deseado otra cosa sino su Santa Voluntad y no la mía; por eso tengo la confianza puesta en Dios para el presente y para el futuro. Tenga la bondad, señor Superior, de decirme si le puedo esperar aquí y qué día”.

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