sábado, 14 de mayo de 2011

110.- Da rienda suelta a su carácter normando

La Fundadora, segura de sí misma, afirma: “Hay momentos en los que, sin sombra de vanidad, hay que mantener la dignidad personal”. Por eso pone sobre aviso al conde-alcalde. Ella cuenta muy simpática: “Vimos aparecer, con solemnidad, al párroco y al alcalde, y sonriendo dentro de mí, al verlos uno al lado del otro, les esperé sin pestañear. El señor alcalde, al verme completamente serena, dudó por un momento y luego se decidió a preguntarnos qué queríamos: “Señor conde, venimos para saber qué desea de nosotras. Usted tiene la potestad para aceptarnos o no en su Ayuntamiento; pero querer unirnos a una congregación completamente desconocida para nosotras es otra cosa. Podemos cederle el sitio, si usted quiere; pero para comprometernos con ella, tendríamos que tener claro unas ventajas que no vemos en absoluto. Y desde el momento en que recibimos directamente de Roma la protección especial, no podemos enredarnos con un superior extraño”.

Personas muy cercanas, incómodas ante esta sincera declaración, han intentando convencernos de que querían nuestro bien. Continuamente nos metían por los ojos los beneficios que habríamos de recibir y también la imposibilidad de seguir adelante solas, siendo tan pocas y con tan escasos recursos; por el contrario estas buenas religiosas, numerosas y ricas, de un golpe nos habrían podido ayudar a construir un hermoso edificio para doscientos niños.

Nosotras tendríamos cargos honoríficos y un futuro asegurado; también me habrían dejado, muy generosamente, el título de Fundadora. Sólo teníamos que tragar la píldora bien azucarada y dorada.

Confieso que varias veces estuve tentada a entrar en el juego de sus propuestas y de sus palabras; pero me contuve y, según mi costumbre, respondí muy educadamente y sin cambiar mi modo de hablar. Sor San Paul, interpelada también ella, dio francamente las mismas respuestas que yo. Finalmente levanté la sesión. Sentía pena del pobre cura, casi ciego y del conde, inducido por los caprichos de su propia mujer”.

Aquel “finalmente levanté la sesión”, revela todo el carácter de la noble normanda. Hay que tener presente que ella se encontraba en el despacho del alcalde.

“Recordando esta escena, me venía a la mente el Evangelio: “En aquel tiempo los príncipes de los sacerdotes y los fariseos se reunieron entre ellos para coger en fallo a Jesús, por sus palabras”. El buen Jesús no cayó en la trampa. Yo me sentía fuerte en su fuerza porque Dios y el derecho estaban de nuestra parte.

El señor conde, al marchar, nos dijo que lo pensaría. Ya no estaba tan brusco como al principio”.

Convencido el conde, ahora era necesario intentarlo con su dulce esposa, pero ésta, con un temperamento entre visceral y emotivo, era bastante alérgica a la lógica y, por tanto, más que convencerla había que dejarla desahogarse.

He aquí la táctica distinta que usa Madre Le Dieu: nosotras os dejaremos decir, vosotros nos dejaréis hacer.

“Recibí la invitación para volver a visitar a la condesa de Gourgnes, que deseaba verme. “Déjela que diga todo lo que quiera, me dijo una persona que intervenía con benevolencia. De hecho fuimos recibidas después de varias horas de nuestra llegada. Digo “fuimos”, porque fui a ver a la condesa con todas mis religiosas y la dejamos hablar cuanto quiso. Durante una hora y media, afirmó: que ella había actuado mirando nuestros intereses, porque nosotras éramos incapaces de mantenernos solas, que había tenido que sufrir mucho para sostenernos hasta el día de hoy, que evidentemente estaba demostrado que no podíamos conseguir nada, que teníamos que estar muy agradecidas y que teníamos que asegurar nuestro futuro, anulándonos completamente mediante la fusión que ella nos proponía.

Como aquel día no respondimos absolutamente nada, la dejamos muy contenta por su modo de razonar y con mucha esperanza de que nos someteríamos”.

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