jueves, 26 de mayo de 2011

119.- El apólogo de la anarquía

Madre Le Dieu, para describir la anarquía que se había crea­do en Aulnay, hizo este apólogo.

“Durante varios años la máquina ha funcionado perfectamente: todas las piezas estaban bien ordenadas cada cual en su lugar. Esta máquina se parecía a un cuerpo humano y obtenía excelentes resultados en cualquier trabajo. Algunos enemigos del mecánico, viendo los beneficios que producía, intentaron destruir esta máquina, unas veces abiertamente y otras a escondidas; y lograron dañarla.

Quedaban sólo la cabeza, las manos y los pies que durante mucho tiempo funcionaron de tal manera, que mantuvieron los primeros resultados y el interés por ella de muchas personas importantes. Estas personas consideraron oportuno poner la máquina en su sitio y extender el empleo. Entonces sucedió un fenómeno extraño: cada parte de la máquina pareció animarse con su propio espíritu.

Los pies dijeron: si me mandan en esa o aquella dirección, yo no me muevo. Las manos dijeron: desde hace mucho tiempo parece que manda la cabeza porque tiene ojos para ver y oídos para oír; también nosotros queremos ver y oír.

Entonces las manos se llenaron de barro y lo lanzaron al rostro; luego cerraron los ojos, taparon los oídos y llenaron la boca de hiel. Si el mecánico no hace algo para defender y reparar la cabeza, en poco tiempo la máquina se estropeará toda.

La aplicación es fácil: la cabeza se mantiene serena; compartiendo su impotencia, espera tranquila y confiada en la bondad y poder del mecánico”.

Pero M. Le Dieu, sabía muy bien, que en todas las casas hay una cruz, y con un tono realista y sin pesimismo, escribe: “¿Esto retrasa la Obra? Sólo Dios lo sabe. Él la querrá o la permitirá. He aquí la verdad, he aquí nuestra vida: prueba tras prueba, fatiga tras fatiga, desilusiones, miserias de todo tipo. Sí, esto es lo único cierto en este valle llamado tierra que atravesamos para ir al cielo según el deseo de Dios, el cual quiere nuestra salvación y nos da los medios necesarios, si nosotros unimos nuestra voluntad a la Suya. ¡Dios mío concede a todos esta gracia!”.

Sólo este deseo de identificarse con la Voluntad de Dios le daba ánimo para caminar sobre espinas en la noche.

Muy a menudo piensa en unas palabras que le había dicho un hombre de gran espíritu cuando volvió de Roma: “Querida prima, recuerda que Nuestro Señor Jesucristo murió antes de ver prosperar su Obra”.

“Dios como testigo, Jesús como modelo, María como ayuda, y luego sólo el amor y el sacrificio”; y siempre adelante en el Señor.

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