viernes, 6 de mayo de 2011

104-. Devota peregrina en la ciudad eterna

En junio de 1877 Madre Le Dieu, devota peregrina, estaba ya en Roma.

Su primer pensamiento fue el de ver de nuevo a los amigos del año 1862: Padre Régis, el cardenal Defalloix, Mons. Boseredon, Secretario del cardenal Villecourt, los cuales se mostraron favorables a la apertura de una casa en Roma. El 13 de junio llevó la solicitud al cardenal Vicario Monaco la Valleta.

“La santa misión que hemos recibido de las repetidas órdenes del Sumo Pontífice Pío IX, especialmente desde hace más de diez años, lleva el sigilo divino de las más grandes y continuas pruebas que, sin embargo, no nos han hecho perder la paz y la esperanza, fundada en el testimonio de dos de los más grandes siervos de Dios de nuestro tiempo, el venerable Vianney, Cura de Ars, que más de una vez la ha profetizado y bendecido, y el Santo Padre que la ha autorizado con su maravilloso e inalienable Rescripto autógrafo del 15 de enero de 1863, el cual concede los más amplios beneficios religiosos en cualquier lugar y en perpetuo. La salud no me permitió entonces abrir una casa en Roma como me pedían los protectores, los eminentísimos cardenales Villecourt, Barnabo y muchas otras relevantes personalidades.

Nosotras hemos entregado con alegría todos nuestros bienes a las primeras casas. La Providencia nos muestra claramente, con la simpatía, el apoyo moral y con la colaboración que generalmente obtenemos, que quiere y puede sostener a las que todavía se deben abrir.

Nuestro trabajo, nuestras cualidades y las ofertas siempre serán suficientes. Nunca seremos un peso en los lugares donde podremos vivir bajo la dirección de buenos superiores porque caminamos con sencillez, prudencia y caridad.

Nuestros antiguos y buenos amigos, el eminentísimo cardenal Defalloux, el Rvdmo. Padre Régis, Abad de la Trapa, y Mons. Boseredon nos aseguran con mucho gusto su consejo y su asistencia con el beneplácito de Su Eminencia, para establecer en Roma, en cuanto sea posible, la Obra que tanto desea ayudar a las almas piadosas, procurándoles cobijo y asistencia para santificar su peregrinación. Obedientes en todo a las leyes canónicas, nosotras seguimos la regla de San Agustín y las Constituciones aprobadas desde hace más de veinte años por los obispos de Coutances y de Fréjus como experiencia del Instituto.

Por eso le suplicamos humildemente nos conceda su protección para la apertura de una casa en Roma. Nosotras estamos dispuestas a renovar en sus manos nuestros votos de obediencia y de entrega total”.

Cuando la carta ya estaba sobre la mesa del Cardenal, la Fundadora se presenta personalmente al purpurado, y le propone abrir una casa en el nuevo barrio de Santa María Mayor, donde ya se habían establecido los protestantes. El Cardenal respondió complacido: “Bien, diga al Padre Régis que venga a verme y nos pondremos de acuerdo”.

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