miércoles, 25 de mayo de 2011

118.- Paroxismo, congestión y parálisis

Madre Le Dieu está sola en la habitación. Sor San Paul y otra religiosa entran repentinamente y la atacan con una ráfaga de improperios.

Pasadas algunas horas la religiosa se desengaña y se pone de parte de la Fundadora, mientras Sor San Paul, impasible, continúa maldiciendo desde las cinco a las siete. Se espera que la cena traiga la paz, pero ella sigue atacando a la pobre religiosa que sirve a la mesa y que ciertamente no merece un trato así. Luego, para colmo del paroxismo, asalta de nuevo a Madre Le Dieu, la apunta con el dedo y le grita desgañitada: ¡El diablo es quien la trae! A los improperios sucede un silencio lleno de misterio y de miedo: Sor San Paul tiene el rostro congestionado y parece quedarse paralizada. Debemos leer la historia como la narra Madre Le Dieu, porque el estilo, más que nada, revela su carácter. Ella se expresa, dada su vena poética, con un lenguaje cargado de imágenes a las que llena de una ironía inteligente, noble y desprendida. Se diría que el drama apenas le ha hecho mella:

“Sólo Dios sabe lo que sucedió ayer por la tarde y lo que sucederá. Yo estaba sola y había sufrido terribles golpes por todos los lados.

Al cabo de una hora la batería cesa el fuego, y me encuentro con una ayuda a mi lado. Siguiendo la misma táctica “Jesús callaba”, no abrimos la boca durante la tormenta que continúa incesante desde las cinco a las siete. Llega la hora de la cena: no tengo ganas de comer, pero espero que, al menos, cese el fuego. La ilusión no dura dos minutos. No tiene intención de callarse y por tanto no se puede preveer el final. En algún momento usa la cuchara casi en silencio, mientras ataca a una persona del todo inofensiva que va y viene.

Sin argumentos, apuntándome con el dedo, y con voz amenazante e irónica, grita: “¡Ah, usted lo que quiere es mandar! ¡Es el diablo el que la trae, usted está con el diablo!”. Sigue un gran silencio. La sombra del candelabro se proyecta en su rostro. Yo miro hacia otro lugar; sin embargo aquel silencio me maravilla. Le ofrezco una cosa y luego otra, pero ella ni acepta ni rechaza. Me levanto preocupada: la pobrecilla está muy colorada y paralizada.

Pasada una media hora y viendo que no vuelve en sí, mando a llamar al médico y al párroco. El médico, que no estaba en casa, llega después de dos horas, le saca mucha sangre y ella comienza de nuevo a hablar; pero el médico, al marchar, advierte al párroco que quizá haya que administrarle los últimos sacramentos.

Hoy, todavía no ha pasado el peligro y la pobrecilla no parece acordarse de nada. Para ella todo lo que dijo ayer, como lo que ha venido diciendo desde hace dos años para acá, es la cosa más normal”.

La enferma, durante mucho tiempo, estuvo sujeta a delirios y desmayos. Todavía debía estar en un estado tóxico cuando el 3 de marzo tuvo otro ataque de neurastenia y lanzó este insulto a la cara de la Fundadora: “Algunas señoras, que la conocen bien, han comprendido que la edad la hace más imbécil. Yo no lo hubiera creí­do si no lo hubieran visto mis ojos”.

Y es tal la convicción de la pobre criatura, anota tristemente Madre Le Dieu, que sufre por todo lo que se imagina respecto a mí. Es la compasión que la empuja, porque está convencida de que me quiere”.

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