miércoles, 4 de mayo de 2011

103.- Cada uno toma gusto donde lo encuentra, el mío está ahí

Dios conoce todas las cosas y ve lo más íntimo de mi corazón. La hermosa palabra del profeta siempre es verdadera: todas tus perfecciones, Señor, son infinitas, pero tu misericordia las sobrepasa a todas.

¡Qué consoladoras y qué alentadoras son estas palabras para un miserable, porque son los miserables el objeto de la misericordia! Por eso espero y estoy segura de esta misericordia hacia mí.

Sé muy bien lo que desearía y serían cosas muy hermosas, pero lo único que quiero es que se haga la Voluntad de Dios, porque esto es lo mejor.

Repetiré con San Juan hasta cansarme: no deseo sino la caridad, la caridad que nace de la fe. Nada me resulta más doloroso que ver cómo se ignora y especialmente cómo se violan estas dos virtudes; creo que sea esto, lo que mayormente haya hecho sufrir al buen Jesús. Él podría convertir los corazones, pero no lo hace con la fuerza, como tampoco lo hizo cuando estaba en la tierra; por tanto soportemos como Él ha soportado a sus discípulos que fueron tan rudos hasta Pentecostés. ¡Jesús mío, dadme vuestra paciencia, vuestra adorable dulzura! Puesto que he sido formada con la mejor educación y en la caridad más sincera, todo esto lo considero tan sencillo y natural, que las faltas y los vicios me parecen imposibles; y siempre soy víctima de la buena fe.

“Usted será castigada por su bondad –me decían últimamente–. Usted pretende que todos sean como usted”. Sí, y tanto peor para quien no imite al buen Jesús, dulce y humilde de corazón. Cada uno toma gusto donde lo encuentra, el mío está ahí.

Las religiosas quieren comprarme un hábito nuevo, verdaderamente no se trata de un gasto de lujo sino de absoluta necesidad. No tengo tiempo de arreglar el único habito que tengo y que llevo puesto todos los días desde hace casi cuatro años.

El tiempo pasa y todo se acaba; luego, como las estaciones, todo comienza de nuevo en el momento querido por Dios, gran artífice de las obras reparadoras. Yo ahora pongo mi confianza en todas las demoras, en todas las contrariedades; y espero tranquilamente la muerte, quizá como el fundamento más sólido de nuestra santa misión. No cesaré de trabajar con todos los medios y con todas las fuerzas, pero me abandono sólo en Dios que tiene en sus manos los corazones de los hombres y dispone de todas las riquezas. Las riquezas del príncipe de este mundo no son nada comparándolas con las de Dios; no quiero sino su gracia, su sabiduría y religiosas según su corazón. Estos son los votos que formulo para el nuevo año ante el pesebre.

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