viernes, 22 de abril de 2011

90.- Los revoltosos en el invernadero de naranjas

Finalmente el alcalde, aunque por motivos políticos, tuvo piedad de nosotras: ofreció a los sin techo algunos locales que se encontraban en la planta baja del invernadero de naranjas del castillo.

Estábamos en enero y la calefacción estaba por llegar.

A estos nobles, que también eran políticos, les gustaba dar limosna, pero pretendían que fuera muy vistosa y poco costosa.

La santa mujer había intuido que el corazón de Mons. Hulst era muy generoso, aunque el cargo que de­sempeñaba le hacía parecer como un hombre de rigor jurídico, y una vez más recurrió a él.

La respuesta fue la siguiente:

“Me encantaría poder daros una autorización explícita para que algún párroco de París hable de vuestra excelente Obra del orfanato de Aulnay le Bondy, pero las colectas que se hacen en París aumentan continuamente y nos obligan a ser cada vez más cautos en relación a las obras de la provincia. No obstante, y tratándose de una casa cerca de nuestra diócesis y que podrá acoger a nuestros huérfanos, me tomo la responsabilidad de deciros que, si algún párroco estuviera dispuesto a ayudaros, no tendríais que temer ninguna oposición por parte de la Curia”.

La Madre, como siente que la Virgen está en casa más presente que todos los presentes, la ve interesada hasta en la economía doméstica, y por eso con mucho humor, dice: “La religiosa me asegura que en el mes de octubre ha gastado para nosotros (cinco niños y tres religiosas) menos de sesenta francos.

Es una suerte, porque en este momento no preveo ninguna entrada, y sólo tengo cincuenta francos; y esto porque la Virgen Santa me ha prestado veinte francos. Sí, es así, y no es ningún milagro.

Un alma buena tenía guardado algún dinero para la asociación de la Virgen de los Ángeles del P. Bray y como sabía que yo tenía pocos fondos, me ha ofrecido aplazar el envío del dinero, diciéndome con mucha delicadeza: en este momento, la buena Madre no tiene dificultades como usted; lo restituirá cuando pueda... o de lo contrario San José pronto tendrá que prestaros algo para pagar la deuda. La señora, que ciertamente no nadaba en la abundancia, viendo mi pobre monedero todo roto, me dio el suyo con unos cincuenta céntimos; era el óbolo de la viuda; a cambio ella recibirá muchas bendiciones. Dios ha visto todas sus intenciones, que me compensan un poco de los desprecios y de la poca delicadeza de algunas personas. Hoy, más que nunca, doy gracias a Dios que me da tanta serenidad y tanto ánimo cuando soy maltratada”.

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