lunes, 18 de abril de 2011

86.- Regalo de la fiesta: embargo de la cama

En octubre fue a visitar al Padre Thenon que le habló con sinceridad evangélica:

–Buena Madre, me dijo, nada hará con todas estas gestiones. Lo que impresiona y convence al Arzobispo es ver la Obra. Hubiera querido que acogiese dos o tres niños de la vía Vaugirard. Cuando yo salí del seminario comencé así y en seis meses al menos tenía quince.

Cuando el Arzobispo me llamó le dije que tenía una pequeña obra a la que no se debía dejar morir. Bien, dijo el Arzobispo, hazla vivir. Y hemos seguido adelante.

–Si hace seis meses me hubiera hablado así, Padre, hubiéramos hecho lo mismo; pero probablemente Dios ha querido que yo no dé ni un paso sin un mandato o permiso, y esto durante medio siglo.

Haré enseguida lo que me dice; si el día siete estoy segura de tener la casa, el ocho comienzo.

–Quizá sea una decisión precipitada.

–No, Padre, desde hace diez años estoy decidida a hacer todas las obras de apostolado posibles, porque se me ha encomendado esta misión y he hecho el voto. Sería un buen augurio comenzar de nuevo el Protec­torado de los niños pobres el día de la Natividad de María Santísima.

Hace mucho tiempo que deseo combatir el mal y hacer el bien, y sólo el temor a contrariar la Voluntad de Dios me ha detenido para comenzar la Obra, antes de tener una explícita autorización.

–La Curia no puede autorizar lo que no existe; es necesario ver los hechos en lugar de programas y deseos.

–No he pedido aprobación, sino un examen serio y el permiso de vivir en París bajo una buena dirección. Usted sabe la respuesta que he tenido.

–A menudo llegan a la Curia proyectos y nuevas constituciones, pero no hay tiempo de ocuparse de ellos; se necesitan los hechos. ¿Con qué niños comenzaréis?

–Con los pequeños y abandonados; ya tengo tres previstos, que me han ofrecido hace tiempo; uno muy piadoso y modesto, tiene seis años; el otro de cuatro o cinco es mudo; el tercero tiene apenas cuatro años. Con nuestro cuidado preservaremos del mal a estos pequeños seres; y si formamos en la virtud a estos tres habremos salvado tres almas”.

–Muy bien, pronto podrá volver al Arzobispo y decirle: ésta es nuestra Obra. Ir antes sería del todo inútil.

Pero, ¿cómo es posible que esta mujer tan inteligente no se dé cuenta de que la aprobación sigue a la Obra y no la precede? La respuesta es bien sencilla. Antes de comenzar una obra quiere estar segura de hacer la Voluntad de Dios.

En septiembre llega el embargo que su notario, con un poco de buena voluntad, podría haber evitado. Ella habla en términos humorísticos: “Y así el día ocho de septiembre la Madre (la Virgen), como regalo para su fiesta y para honrar su cuna, permite el embargo de mi cama”.

Pero el hecho de que a la Fundadora le hubiera sido embargada también la cama pone en tensión a sus novicias, especialmente a Sor San Paul que no sabía qué hacer si marcharse o quedarse.

Madre Le Dieu comenta: “Aunque me quede sola espero no temer y esperaré a que el Señor quiera dar vida a la Obra. ¡Fiat! No conozco nada más, ni sé repetir otra cosa durante el día y durante mis caminatas; es mi objetivo; sin embargo, siento los golpes de las diversas pruebas y percibo sus mínimos detalles. Ninguna oscuridad en mis recuerdos, ninguna confusión en mis proyectos, ningún cambio en mi firme voluntad de seguir adelante, hasta que pueda”.

El amanecer del día 1 de octubre de 1874 puso fin a una vida de ayuno forzado y de búsquedas inútiles. El nuevo horizonte tenía por nombre Aulnay.

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