viernes, 1 de abril de 2011

72.- ¿También tú, hija mía?

Estas pobres infelices hirieron a Madre Le Dieu, pero el golpe más fuerte fue el de Sor San Augustin James. Esta pobre criatura había sido acogida por la familia Le Dieu, era como la hermana menor de Victorine; siempre le había procurado todo tipo de cuidados. Había sido la primera profesa, y con Victorine Le Dieu había compartido pan, oración, ideal, alegría y dolor.

Ahora también ella la abandonaba: “¡También tú, hija mía!”, le repetía con la mirada de la que ella huía: En su corazón dolorido resuenan las palabras de la liturgia que aquella alma contemplativa tantas veces había meditado.

“¡Si hubiera sido un enemigo a ultrajarme, lo hubiera soportado, pero precisamente tú, mi confidente y mi familiar, con quien viví en dulce intimidad: íbamos juntas a la casa de Dios! ¿qué debería haber hecho que no hice?”.

Desde hacía tiempo se había preparado para perder todos sus bienes.

Durante las fiestas de Navidad de 1871, escribía: El día uno del próximo enero se llegará a la expropiación. Dios lo sabe todo; como él lo permite y nosotras, verdaderamente lo hemos merecido, es necesario que lo aceptemos generosamente; es la única manera de ganar; hagamos, al menos, de la necesidad, virtud. El que se hace daño sabrá también curarse.

Por tres veces he querido hacer un poco de economía en la comida, pero me he arriesgado a no poderme levantar al día siguiente. Y pronto no tendré dinero conmigo. Sí, éste es el momento de fortalecer la confianza y aceptar que pase esta hora casi incomprensible. ¡Y pensar que todavía tenemos cien mil francos de valor real y no encontrar a nadie que nos dé un crédito! Pero no estamos sólo nosotras en estas condiciones, sino todas las personas honestas y piadosas; esto nos consuela”.

Estas contrariedades no logran quitarle su paz en la Navidad, “os aseguro que mi corazón tiene una paz que sólo puede venir del cielo! Y esto, porque todos los días he podido recibir el Pan de los fuertes”.

Ella saca de la Eucaristía una fuerza inagotable, “nunca he dejado la Misa ni la comunión, excepto dos veces por estar de viaje y durante el tiempo que he tenido que guardar cama”.

“Es la tercera mañana que atravieso la plaza de S. Sulpicio, todavía débilmente iluminada por las lámparas que se apagan y por la luz del día que empieza a salir; sobre la nieve caída durante la noche voy con agrado a encontrarme con el Buen Jesús y a poner en sus manos todo lo que tengo y todo lo que soy”.

El 11 de abril de 1873 es Viernes Santo. La Madre ha sido abandonada por sus hijas, se siente gravemente enferma y espera la expropiación. En su diario gime así: “Esta mañana no puedo salir para ir a adorar la cruz con todos los fieles. Pero la abrazo en mi corazón. Dios sabe qué cruz puedo unir a la de Jesús en este momento”.

Para pagar las deudas e impedir la expropiación, había publicado el 2 de abril en la Gaceta de Marsella un artículo donde anunciaba que el orfanato se abriría en San Maximino. Las religiosas todavía no la habían abandonado, lo harán unos días después. El artículo suscitó más envidia que simpatía, de manera que la Semana Religiosa sintió la necesidad de advertir al público que estuviera atento a las personas que hacían colectas “aunque llevaran hábito religioso”. No se mencionaban nombres pero se sabía bien a quién iba dirigida la indirecta. Para agravar el daño, el 9 de mayo, la Gaceta anulaba el artículo precedente, escribiendo: “Hace tiempo hemos anunciado a nuestros lectores la Obra de la Adoración Reparadora fundada en San Maximino. Hemos sabido ahora de buenas fuentes que dicha Obra no ha sido aprobada por la diócesis de Fréjus y que la inscripción y la colecta iniciadas en nuestra ciudad, con el fin de ayudar la Obra, no han obtenido la aprobación”.

El 11 de mayo, Madre Le Dieu, bajo el pseudónimo de J. de Vrai, envió al director de la Gaceta un artículo, diciendo que debía rectificar las falsas afirmaciones. No fue publicado.

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