sábado, 16 de abril de 2011

84.- Diálogo sincero

Recobra su enérgico ánimo.

“Yo he dado todo y abandono todo sin añoranza para contribuir, con todos los medios, a la salvación de las almas y al bien de toda la sociedad. Si mis pequeños esfuerzos fueran proporcionalmente apoyados por quien tiene en sus manos el tener y el poder, Francia en poco tiempo tendría un remedio santo y saludable; pero unos por un motivo y otros por otro se oponen; se desprecia una modesta experiencia.

Se desearía que todo estuviera claro desde el principio, olvidando el pesebre y los pescadores de Nazaret; cada uno quería dar importancia a la propia intervención. ¡Piedad, piedad, oh Dios mío, para los que sintiéndose demasiado débiles para poner en práctica sus ideas no tienen suficiente fe ni valor para seguir las vuestras con sencillez!”.

Algún mes después volví a hablar con Mons. de Hulst con el mismo tono dramático:

“He encontrado al Promotor en la Curia; le he rogado para que retome la petición y me responda, pero sólo he obtenido un rechazo completo.

Sin embargo, en París, todos los días hay obras de fuera que vienen recomendadas.

– Puede ser, pero ésas tienen un fin.

–De acuerdo, también nosotras tenemos uno muy necesario para París. Usted lo ha reconocido y me ha prometido todo su apoyo.

–Sí, si el Arzobispo os hubiera acogido.

–Pero, podría dejarnos trabajar por nuestra cuenta sin asumir responsabilidad alguna. De esta forma usted podría cerciorarse, en lugar de creer lo que se dice. Es muy necesario que vayamos a Roma para regularizar nuestra situación y para que sea reconocido lo que hemos hecho y lo que podemos hacer.

Por el contrario si en el norte, en el centro y en el sur se pide información sobre nosotras a quien nos ha engañado, a quien se ha dejado engañar en lo que se refiere a nosotras y a quien no quiere tomarse la molestia de conocernos, no sé verdaderamente cuándo podrá establecerse esta santa Obra.

–El hecho es que si en Coutances os hubieran apoyado lo hubierais conseguido.

–Sí, y lo mismo en Fréjus; antes de la calumnia estábamos muy bien, pero no se dan a razones. Sin embargo, tengo una gran confianza en las promesas hechas a esta obra.

–De las promesas yo no me fiaría.

–De todas no, pero de las del Cura de Ars, sí.

–¡Bah! El Cura de Ars, como otro cualquiera.

–Para mí la cosa es distinta.

–Podéis recoger ofertas entre vuestros conocidos.

–¡Muchísimas gracias! No faltaría más prohibir a los nuestros que nos ayuden. Nos han ofrecido la asistencia a los enfermos. ¡También para esto se necesitará una autorización especial!

–Si se apoya en alguna comunidad, no es cosa mía.

–Bien, esto también puede significar una ayuda, si bien no sea nuestro fin específico. Después de todo, al menos rece por nosotras y nos bendiga.

¡Cómo! Me ha dicho emocionado y sorprendido. Yo me niego y usted me pide la bendición.

–Sí, y con toda sinceridad; el hombre administrativo me rechaza pero el sacerdote y hombre de fe aceptará bendecirme y rezar por mí.

–Sí, os bendigo de corazón, me dijo, ¡y que Dios os bendiga también!

–Adiós. Cuando Él quiera, hará ver que la obra es suya.

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