miércoles, 16 de marzo de 2011

65.- Los zapatos rozan los pies, pero el corazón rejuvenece

“Mis pobres zapatos están rotos y entra el agua, así que me veo obligada a comprarme otro par; pero, como no están hechos a medida, me rozan los pies. De llevar la bolsa me he tenido que parar al menos veinte veces, invocando a todos los santos. Tengo que añadir que tenía la capa y el paragüas, pero caía una lluvia fina que penetraba, helaba y hacía resbalar.

Queridas hijas, ¡cuántas cosas tendría que deciros!, quiero que sepáis que me alegro de ver la disposición de vuestro corazón. Dios lo ve todo, os oye y os ama, estad seguras; no os olvidéis de su corazón y esperad hoy más que nunca.

Mi querida Sor San Pierre (Piedra), sé muy dulce con todas, ten cuidado de no rodar y de no ser aplastada por algún pedrusco, cuidado no te hundas en las arenas movedizas.

Ante las debilidades tened entrañas de madre, con los vicios sed firmes y exigentes.

Por tanto, ¡ánimo! Alegrémonos porque hemos sido encontradas dignas de sufrir por el nombre de Jesús. ¿Y no es siempre necesario que el grano de trigo caiga en la tierra y muera para producir fruto? El Evangelio es siempre actual, ¡ánimo!

Si es voluntad del Señor que seamos todavía probadas, injustamente expropiadas, despreciadas, traicionadas, ¡tanto mejor! Las bienaventuranzas son para nosotras y nunca seremos confundidas. Mi pobre cuerpo envejecido está cansado, pero mi corazón rejuvenece.

Vivimos en un tiempo tormentoso que sólo Dios puede calmar, por tanto, recemos mucho. Mantengamos nuestro corazón unido a la cruz, dejémonos crucificar con valor, no bajemos del calvario; sólo después de la muerte resucitaremos para no morir.

Desde hace más de treinta años atormentada por grandes deseos, continuamente reprimidos, he tenido que reconocer que la Divina Providencia logra consolidar sus obras a pesar de los retrasos y pruebas, mucho mejor que nosotras con todos nuestros cuidados.

Nunca como ahora he deseado abrazaros y hablar tranquilamente con vosotras.

Paciencia, ánimo y alegría siempre ante todo lo que suceda. Yo hago mi deber viviendo en cada momento lo que me depara cada día, Dios hará el resto. En Él os dejo y os amo.

El Señor me mira y yo lo miro: amad cada vez más nuestra querida y preciosa Vida: Jesús. Yo lo amo en nuestro pequeño Tabernáculo por todos los que lo han abandonado y por todos los que no lo aman.

Os abrazo, queridas hijas, y os llevo en mi corazón más que materno. No os pido que recéis por mí: rezad para que Jesús sea bendecido, amado, adorado por todos, si es que no lo quiere por medio nuestro en esta tierra; pero Él sabe muy bien que en el otro mundo yo quiero la parte mejor”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario