viernes, 4 de marzo de 2011

54.- Engrasad bien las ruedas

Ella misma nos describe el fervor de las hermanas: “El espíritu de sacrificio y el ánimo de nuestras hermanas es admirable; el buen Dios las renueva con la gracia de cada día. La paciencia, la paz, la confianza y la alegría sobreabundan en medio de las fatigas y de las pruebas. Las previsiones del Cura de Ars y el Breve del Santo Padre no nos pueden defraudar”.

La comunidad, mediante la vida eucarística, ha florecido en admirable comunión de alma y corazón. Aquellas pobres de Jesús son ricas en alegría. Como ejemplo referimos esta carta que expresa al mismo tiempo el relato de un viaje y el espíritu de familia que vive la comunidad: “Engrasad bien las ruedas, queridas hijas, porque la máquina se ha reducido al extremo. Sin embargo hemos tenido un bellísimo inicio: el buen Dios nos había procurado una gran sombrilla y un apacible viento para el viaje desde San Maximino hasta la estación, también teníamos la compañía del Rvdo. Padre Pradel; ¡en caso de accidente nunca se sabe! Además nos acompañaba un excelente Padre, el cual sólo quería hablar pero nosotras hemos observado el silencio muy bien.

Gracias al muy Rvdo. A. Auriol la suerte ha cambiado un poco: hemos entrado en un vagón lleno hasta arriba, donde había dos chicos y un gracioso animal que, escapándose descaradamente entre los pies de Sor San Michel, le hizo gritar asustada. Era un aturdido conejo que se paseaba entre los pies hasta que la propietaria ha conseguido atraparlo. Cuando llegamos a la estación de Marsella, tuvimos que resignarnos a esperar tres horas y media. Tomando con filosofía la cosa, decidimos comer el pollo y el pescado que nos quedaba. Nos acomodamos en un refectorio de al menos 20 metros de largo y estábamos solamente nosotras. Comimos con toda la amplitud de nuestras Constituciones; bebiendo de las excelentes aguas de San José de San Maximino y con el zumo de sus cubas hicimos, como podéis imaginar, una comida exquisita. Finalmente salimos de Marsella a las cinco y media, y en lugar de llegar a las cuatro, como nos habían dicho, llegamos a Aix hacia las siete y media de la tarde. Contando con los empleados del señor Dejean no quisimos a los botones de la estación, pero pusieron a nuestra disposición a un joven de unos 18 ó 20 años, era un mocetón sin estilo y sin cortesía. Sin ver o haciendo que no veía que estábamos exhaustas y tan cargadas que ya no podíamos más y cansadas de tenerlo detrás de nosotras, nos dejó andar sin mover una pluma, luego, cuando llegó la noche, en un cruce de calles, con la mayor sencillez, nos dijo que fuéramos todo recto, que luego torciéramos a la derecha, es decir que diéramos la vuelta al fondo, etc. y con esto se fue. La pobre Sor San Michel intentaba animarse, aunque esto no le impedía tener los huesos rotos.

Caminábamos casi a tientas, preguntando a unos y a otros por la casa de las religiosas de Santo Tomás, sólo cuando encontrábamos alguna cara católica, para no parecer aventureras. Finalmente llegamos cuando daban las ocho. Estamos solas, y únicamente después de haber llamado tres o cuatro veces, se abre una ventana y nos dicen que sigamos más adelante porque ésa no es la entrada. Tenemos que girar a la izquierda por una calle todavía más desierta. Finalmente abren, pero sólo para decirnos que no nos pueden acoger, haciéndonos ver que no se fían de nosotras. Nos consuelan prometiéndonos que nos acompañarán al hospicio, que está a un cuarto de hora de camino. El futuro conductor, que está cenando tranquilamente, no se inmuta y a las nueve menos cuarto nos viene a remolcar. Como estaba preocupado de llegar a las nueve nos invita a darnos prisa, se encarga de una parte de nuestro equipaje, pero no se encarga de mis setenta y dos años y de mis bronquios enfermos, así que, cuando llegamos al hospicio, un reguero de sudor me resbalaba de la cabeza a los pies. Como alivio encontramos un vaso de vino y una cama con montes y valles que me produjeron, desde las dos de la mañana, unos calambres tan molestos que me han estropeado completamente el descanso del que tenía verdaderamente necesidad. Esta mañana, sin embargo, he dado alas al viento y hemos ido a Misa de las seis. Conocimos a dos religiosas y tomamos una buenísima taza de café que me ha restablecido un poco físicamente; moralmente estoy siempre bien. La primera salida que hicimos fue al Obispado, pero como no podíamos ver a nadie antes de las diez, fuimos a otros sitios, y también allí las puertas estaban cerradas. Finalmente encontramos al bueno y santo individuo que buscábamos, pero estaba tan ocupado que nos prometió él una visita y por cierto fue larga y agradable.

Se mostró muy interesado. Nos dicen que es un santo varón y no lo dudo. Está entusiasmado de las gracias que nos han sido concedidas y de las pruebas que el Señor nos da. Ha hablado al Obispo de nosotras, pero éste hoy se encuentra muy mal y no puede recibirnos. Por la tarde no he salido. La religiosa que se ocupa de nosotras quiere que coma en la habitación. Sería una buena cosa. Tenemos que viajar mañana a las cuatro. Esta tarde no me encuentro bien.

Rezad mucho, hijas mías, observad el silencio, la fidelidad y la obediencia perfecta para llegar a la unión con Dios. Yo solamente os he hablado de nosotras, y vosotras, habladme mucho de vosotras; como siempre, que cada una se sienta libre de decirme todo lo que quiera. Desde ayer hay una tormenta con truenos y relámpagos, pero sin lluvia, así que el aire está saturado de electricidad.

Es hora de que os despida a todas siempre con el mismo y sincero afecto, porque ya se hace de noche y por suerte me llevan la cena a la habitación. Buenas noches a todas; Sor San Michel está feliz con su gorrito de noche, parece una verdadera Breton.

Buenas noches, hijas mías, dormid, comed, trabajad, orad y estad alegres. ¡Que Dios os bendiga!”.

La Fundadora, como está trabajando para poner en marcha un orfanato, que desgraciadamente no llegará a abrir, dicta a sus hijas este secreto de la más afortunada pedagogía. “Orad y preparaos para recibir al Niño Jesús en los niños que nos confiarán”. El fervor es como el fuego: cuando se enciende en una casa no se puede esconder. El fuego, que había traído Jesús a la tierra, se encendió realmente en la casa de las pobres religiosas de San Maximino y se notó en cualquier punto de la ciudad. La pobreza voluntaria, que se expresa mediante las bienaventuranzas evangélicas y el fervor eucarístico, que se manifiesta mediante la liturgia, crean una simpatía irresistible. Y así sucede en la casa de San Maximino. Aquellas adoradoras sonrientes llegarán a ser las predilectas de la ciudad. He aquí una documentación que se refiere a un período de carestía a causa de la guerra francoprusiana.

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