martes, 1 de marzo de 2011

51.- Del calvario al cielo no hay más que un paso

El 15 de diciembre de 1869 las religiosas se reunían con la Madre para reconstruir el nido y, con amargura en el corazón, se separaron de los niños, que llorando volvían a ser huérfanos por segunda vez. De la cuna destruida por la tormenta, allá arriba sólo quedaban unos sencillos restos, pero excepcionalmente elocuentes: los restos mortales de las dos hermanas que subieron al cielo. En las tumbas se leía: “Nosotras esperamos a nuestras hermanas en la paz y en la justicia”.

Madre Le Dieu, antes de tomar posesión de la nueva casa de San Maximino, fue a París a visitar al Cardenal y al Nuncio Apostólico. Una vez más dejamos en sus manos la pluma, ella que sabe evocar los acontecimientos con mucha gracia: “El Cardenal, al verme, retomó la conversación de nuestros asuntos en el mismo punto donde la habíamos dejado el año anterior.

–Pero, yo tendría que haberla visto mucho antes, hija mía, –dijo–.

–Eminencia, respondí, al día siguiente en que tuve el honor de conocerlo, me puse enferma y pasé muchos meses sin salir de casa. Cuando pude, usted ya no estaba en París y tuve que ir enseguida al Monte, que en este momento dejo para ocuparme de una fundación en el sur.

Y con mucha sencillez le conté nuestra situación.

A él, como a nuestro Arzobispo, le enseñé los documentos más importantes. Su Eminencia me escuchó con mucha atención y visible interés, dándome todo el tiempo para que me explicara. Me prometió que apoyaría la Obra, me dio la esperanza de verla aprobada y con mucha seguridad me dijo estas palabras: “Vuestra misión, verdaderamente apostólica, ahora se hace realidad por el Breve del Sumo Pontífice. El mundo se abre ante usted; como los apóstoles sacuda el polvo de sus pies, si no es recibida en nombre de Dios. Anime a las religiosas, escriba a menudo a aquellas queridas hijas, sosténgalas: Dios le ayudará”.

Me parece que todavía oigo sus palabras. El Señor, ¿podría permitir que expresiones semejantes hayan salido de la boca de nuestro cardenal Arzobispo para engañarme a mí y engañar a las almas de buena fe que aman y respetan esta Obra? Mientras recogía los diversos documentos que enseñé a Su Eminencia y los envolvía en un papel limpio, pero sencillo, junto al Breve del Sumo Pontífice, Su Eminencia se detuvo: “Mi querida hija, para este documento tan fundamental y venerable es necesaria una custodia apropiada y sólida”. Al día siguiente me procuró una.

Luego vi al Nuncio Apostólico quien expresó los mismos sentimientos y cuando le dije que me amenazaban con anular el Breve del Consejo, que es el fundamento de nuestros privilegios y de la Voluntad divina, el Cardenal dijo decididamente: “Que vengan, que vengan estos “galicanos” y verán si el Obispo de Roma es algo más que un simple Obispo”.

La custodia de la que habla es el relicario de zinc que protege el Breve que siempre llevará con ella como una reliquia preciosa. Esta pobre de excepción viajará siempre con su tesoro. En el corazón lleva un tesoro mucho más grande: el espíritu de alma reparadora que a menudo le hace exclamar: “Del calvario al cielo no hay más que un paso, que se supera victoriosamente diciendo con sencillez: ¡Fiat!”.

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