jueves, 3 de marzo de 2011

53.- Pero yo no he pagado las bendiciones del Cura de Ars ni el Breve de Pío IX

Cuando la Fundadora abrió la casa en San Maximino, en lugar de fuego, sólo encontró cenizas calientes. ¿Qué había pasado? El Obispo había dado la autorización de abrir una casa en San Maximino a una comunidad de religiosas muy ricas. Madre Le Dieu comprendió al vuelo que las religiosas Dominicas tenían preferencia, porque tenían consistencia económica, y exclamó: “Pero yo no he pagado al Cura de Ars por sus bendiciones y apoyos ni a Pío IX por el Breve del 15 de enero de 1863. Y el Padre Eymard, cuando me dio su bendición, me dijo que se alegraba porque sólo tenía lo suficiente para no ser de peso a esta santa Obra, y no la riqueza que hubiera hecho atribuirme el mérito de la Obra”.

La Fundadora tiene mil razones de tejas arriba, pero de tejas abajo, aunque sea en las obras de fe, se da preferencia a las que ofrecen mayor garantía de lograr el objetivo. Ahora las Dominicas se habían llenado de gloria y, en un cierto sentido, venían a su casa porque desde hacía siglos los Padres Dominicos las esperaban.

Monseñor Jordany, según la costumbre, había pedido información a Mons. Bravard, que ciertamente había pintado con carbón a la “señorita” Le Dieu. El Obispo, con sorprendente dulzura, le respondió que había informado al párroco de San Maximino y pedía información precisa sobre el número de las religiosas, de los medios de que disponían y de lo que querían hacer; él, después, habría hablado con el Prior de los Dominicos.

Del siguiente diálogo entre la Fundadora y el Prior de los Dominicos es fácil deducir el tenor de las referencias que fueron enviadas al Obispo desde el Monasterio de Sto. Domingo.

“El Padre Prior, con un aire y un tono verdaderamente extraños, me dijo: “Pero usted debe saber que el obispo de Fréjus ha concedido el permiso de venir aquí a una comunidad de Dominicas y ha anunciado la noticia durante el retiro. Estas religiosas, muy ricas, ya han adquirido un terreno donde construir una clínica para personas incurables. Ellas, en lugar de pedir dan, así que...”, una sonrisa embarazosa e irónica terminó su frase. Las primeras palabras me sorprendieron, porque hasta ese momento nada, absolutamente nada, me había hecho sospechar una cosa así. Pero mientras iba hablando, y sobre todo al final, entendí muchas cosas, mientras, el buen Dios me concedió la gracia de no perder la tranquilidad y de reconocer en todo esto la mano de la Providencia. Entonces respondí con sencillez, que todo esto me resultaba nuevo, que a Dios no le faltaban los medios para sostener muchas otras obras, pero que esto no cambiaba nada mis relaciones con el obispo de Fréjus; y que, si el Obispo estaba dispuesto a recibirnos en su diócesis, podríamos organizar diversamente nuestro servicio religioso, ya que los Padres, no obstante sus promesas, no podían encargarse. Luego me retiré”.

Aquella conversación con el Padre Prior dio la impresión que era bastante borrascosa, evidentemente Madre Le Dieu no dijo nada a las religiosas para que no desapareciera la alegría que de nuevo había florecido en aquel nido. “Muchas veces he tenido que tener mis impresiones guardadas en mi corazón, sabiendo que antes de que estallara todo, sería inútil manifestarlas. Mis pobres y buenas hijas no siempre tienen la gracia de comprender y aceptar las contrariedades sin desanimarse. Personalmente me gustaría retirarme en soledad, pero el voto de obediencia y abandono hecho al Sumo Pontífice lo tengo siempre presente”.

La Fundadora retoma de nuevo su navegación con el fervor de siempre. He aquí su brújula: La prueba no es la muerte. Dios conoce su hora. La benevolencia y la caridad no me exigen ningún esfuerzo. Esta noble en decadencia, prodigiosamente rica de esperanza y de entusiasmo, reconstruye una comunidad ideal.

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