jueves, 10 de marzo de 2011

59.- Dios no puede desmentir al profeta ni a su Vicario

Pasada la Navidad en la guerra y en el fervor lleno de miedo, nació el año 1871, para las pobres religiosas nació mal.

El 17 de enero, Madre Le Dieu tuvo un encuentro con el Provincial de los Dominicos, el Padre Cornier.

La Fundadora, durante su larga vida se acercó a muchos siervos de Dios, y todos la exhortaron a proseguir su camino. Sin embargo nos disgusta tener que resaltar que este Dominico, también, siervo de Dios, no la comprendió. El Padre Cornier, Provincial de la Provenza, era muy apreciado por sus hermanos y hasta le eligieron General de la Orden. Murió en 1916 en concepto de santidad.

La incomprensión tiene su explicación. Él, aunque con sentido crítico, tenía que tener en cuenta los juicios que sus hermanos formulaban sobre aquellas religiosas; por otra parte, inconscientemente, sentía más simpatía por las religiosas Dominicas, las cuales estaban muy preparadas para afrontar el problema de la escuela y merecían toda la gratitud por la asistencia que dedicaban a los Padres Dominicos, que oficiaban en la Basílica de San Maximino.

Madre Le Dieu, con gran ironía, escribe:

“El Padre Provincial se ha tomado el empeño de la dirección extraordinaria y ha venido sólo una vez. Como decía el Padre Lacordaire, Dios tiene sus ideas; también los Padres tienen las suyas y para nosotras están bastante claras.

Últimamente, hablando con el padre Provincial y recordándole, con toda sinceridad, las promesas que nos había hecho, le dije que también él creía que nosotras estábamos destinadas a la quiebra sólo porque no teníamos grandes medios. Él respondió con una sonrisa bastante expresiva y añadí:

–Santo Domingo, ¿era rico cuando comenzó la Obra?

Sorprendido por la pregunta, me respondió dudando:

–Pero ellos eran doce y con la gracia de Dios.

–Y bien, yo era sola y el Sumo Pontífice me aseguró la gracia de Dios con su Breve y me dio la orden de trabajar. ¿No tenemos que estar seguras de que todo saldrá bien? Santa Teresa, Santa Chantal y otras muchas, no tenían tantos bienes espirituales como nosotras; ¿a qué debemos temer?”

El diálogo continuó un poco más:

–Usted se interesa muy poco por nuestra Obra, Padre mío.

–Pero, ¿esta Obra es verdaderamente voluntad de Dios?

–Yo estoy y estaré siempre muy tranquila por todo lo que sucede, porque Dios no puede desmentir a su profeta, al Cura de Ars y a su Vicario, Pío IX. Y si nuestra indignidad personal nos privase de la alegría de llevar a cabo esta Obra tan santa y necesaria, como la veo yo, Dios elegirá a otras personas para llevarla a cabo, porque ha sido autorizada para siempre.

Y dicho esto, me fui a la capilla donde el Padre me concedió la gracia de la absolución, confesó a una hermana enferma y como se hacía tarde, se fue, diciendo que volvería por la tarde: ¡las religiosas todavía le están esperando!

Al día siguiente recibí esta carta:

“Rvda. Madre, la conversación de esta mañana y las explicaciones que usted me ha dado, confirman cada vez más mi convicción: no tengo luces sobre su Obra ni fuerza para ayudarla. Nuestro Señor tiene sus miras superiores a las nuestras, por tanto puede concederle bendiciones más grandes de las que le han prometido, yo se lo pido con toda el alma; pero estos deseos nada quitan a mi incapacidad. Por tanto, mi intención, salvo que el parecer del obispo de Fréjus fuera diverso, sería dejar el encargo de confesor extraordinario, aunque estaré siempre dispuesto a escuchar a las religiosas en nuestra Iglesia como a los demás fieles. Estoy seguro que usted perdonará esta decisión; cuando estamos convencidos tenemos la fuerza, cuando nos falta la convicción estamos inciertos y dejamos a los demás en la incertidumbre.

Le deseo que encuentre un director que esté mejor dispuesto que yo para vuestro fin y que pueda apreciar vuestros medios. Por mi parte no creo ser suficientemente experto en los caminos del Señor; retirándome, lo que hago es ponerme en mi sitio. La seguiré, como mejor pueda, con mis oraciones, yo le pido las suyas.

Con el más profundo respeto.

Humildísimo en Jesucristo

Fr. Jacintyo Cornier, Prov. Dominicos

P.D. Le ruego acepte este pequeño detalle de Dominico”.

Una caja de higos y de óptima uva acompañaba la carta. Con su estilo de sana diplomacia, la carta está dictada desde la humildad de un alma noble.

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