miércoles, 9 de marzo de 2011

58.- Bajo la luna, jadeando detrás de un rocín

“Diciembre de 1870. Este mes nos recuerda muchos incidentes; narraré uno. Una buena persona se había interesado por mí y me había prometido muchas ayudas. Yo le había escrito para que viniera y se pusiera de acuerdo con nosotras; ella me respondió que no sabía cuándo podría venir y me invitaba a que fuera yo. Ya que me sentía bien y el tiempo era magnífico, el 28 de noviembre, hacia medio día, me puse en camino. Sabía que podía hacer a pie algún kilómetro pero pensaba llegar en pleno día. Un retraso inesperado, debido al servicio postal, nos dejó al atardecer, en medio de montañas del todo desconocidas y completamente desiertas. Nos dijeron que todavía faltaban dos horas de camino, las mismas que habían transcurrido desde el punto de partida: proseguimos. La localidad era pobre e inculta, la luna comenzaba a dibujar sombras fantásticas. Yo estaba sola con una joven hermana en aquella localidad montañosa, de bonito aspecto, pero triste. La situación era difícil. Nuestro corazón se dirigió al Señor. Con nosotras teníamos al ángel del Señor pero no veíamos ni casas, ni personas: Caminábamos lentamente, subiendo una cuesta con mucha pendiente y rezábamos el rosario con gran confianza y alegres por sufrir de verdad las dificultades de la pobreza, mientras íbamos en busca de ayuda. Mi corazón ahora comienza a comprender cómo los santos sobreabundan de alegría en medio de las tribulaciones. Un poco después en el camino, pero todavía muy lejos, vemos un carro lleno de paja y muebles; apretamos el paso para alcanzarlo, pensando que es más oportuno viajar en compañía, cuando la hermana me hace notar el ruido de una carroza que avanza velozmente por la colina opuesta. Una curva del camino nos impide verla, luego vemos a un hombre que se da prisa para alcanzarnos.

Cuando está cerca se para y dice:

–¿Las esperan quizá esta tarde en Roquebrusanne?

–No, reverendo, sólo estamos invitadas por una persona conocida; ¿va usted para allá?

–Sí, pero todavía hay dos horas de camino y casi es todo en subida; mi pobre caballo está cansado, pero ustedes po­drían montar una cada vez; yo haré gustoso el camino a pie. ¡Providencia Divina, he aquí otra vez una sorpresa tuya!

Damos gracias a Dios y al sacerdote y retomamos el ánimo para afrontar las dos horas de camino que nos quedaban. Habíamos hecho otras tantas y estaba muy cansada; sentía los zapatos rotos, los pies hinchados, pero no podíamos permitirnos subir al carruaje que nos habían ofrecido: cada poco te­níamos que tirar de la carreta y del caballo; la pobre bestia tenía necesidad de todos los estímulos para seguir caminando. Así que nos tomamos la cosa con alegría y además nuestro compañero era un parlanchín sincero y lleno de fe, que nos hacía olvidar los inconvenientes del viaje. Había estado en Roma y había conocido al Padre Eymard que realizaba obras de caridad como la nuestra. Hablaba como si fuera un hermano, así que las dos horas de subida, aunque fatigosa, las hicimos como por encanto.

Mientras caminábamos, supimos que las personas con quien nos íbamos a encontrar, habían cogido a unas religiosas para sustituir a las que el ayuntamiento, aprovechando la situación, había echado fuera. Si lo hubiéramos sabido, no habríamos hecho este viaje: ¡cómo se divierte el Señor! Ciertamente la Providencia tenía algún motivo para permitir este encuentro: no es fácil encontrar personas con tanta simpatía como la de aquel joven sacerdote, pero muy maduro. Dios quería que hiciera este viaje y más tarde me dirá por qué. ¡Providencia Divina, nunca como ahora me abandono a tu querer! ¡Nunca he sido tan feliz como ahora! ¡No me puedes engañar!

Finalmente llegamos a Roquebrusanne, Elisa y su hermana, a las que aún no conocíamos nos acogieron muy bien, y pocos minutos fueron suficientes para reconocer sus buenas cualidades. Hablamos muy cordialmente y enseguida nos dimos cuenta de qué se trataba: las señoritas habían acogido a las religiosas en su casa con la intención de donarles la propiedad: verdaderamente es una buena manera de servirse de los bienes de los antepasados . Y quedamos muy edificadas de la organización de la casa”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario