viernes, 11 de marzo de 2011

60.- La confianza era lo único que tenía

Uno de los puntos cardinales de Madre Le Dieu era éste:

“Las tentaciones no nos impiden ir al cielo, pero el desánimo conduce al infierno. Si os sucediera, nunca os quedéis en este triste estado. Con fe llamad a la corte celestial para que os ayude; enseguida os levantaréis”.

Al ver disminuir la confianza de un siervo de Dios de la categoría del Padre Cornier, había motivos para desanimarse, pero la Fundadora rezó una vez más: “¡Nuestros pecados, oh Señor, no impidan derramar tus gracias sobre Sión; haz que podamos reconstruir los muros de Jerusalén!”.

Madre Le Dieu, para proporcionar ayuda espiritual a la comunidad, fue a la Abadía de San Miguel en Tarascona.

El Padre Edmond la acogió muy bien. “Su respeto y admiración por el Breve del S. Padre, demostraron que no tenía ninguna duda sobre la continuidad de la Obra”.

–Pero, Rvda. Madre, me dijo, ¿Qué medios tenéis?

–En este momento ninguno, acepto la Providencia; por ahora sólo tengo deudas y cargas.

–Mucho mejor; mientras tengáis la confianza en Dios tenéis cuanto os sirve para lograrlo. Cuando contamos con un presupuesto o con medios humanos, Dios se retira. Mire lo que he hecho aquí desde hace doce años. Justamente porque la confianza era lo único que tenía. ¿Por qué no me ha escrito?

Hubiera ido a verla con mucho gusto. Ahora rezaremos e intentaremos ayudaros. No es fácil encargar a un religioso, no obstante, mandaré al Padre José para que vea la casa y tome visión de vuestra situación; luego decidiremos lo que se puede hacer”.

El buen Padre vino, se interesó por todo y examinó “con atención las piedras vivas del edificio”. La impresión del santo anciano fue tan buena que decidió mandar como capellán al sacerdote inglés Smith. La verdad es que en aquella inestabilidad política y en aquella tensión de guerra un extranjero no estaba muy bien visto por los franceses y por eso la Curia no lo vio con buenos ojos. Luego tuvo lugar el agravante: el Padre Smith llegó a San Maximino tan repentinamente, que la Madre no tuvo tiempo de pedir permiso en la Curia.

El Obispo indignado negó toda facultad y a la petición de abrir un asilo, escribió tajante: “Este no es el mejor momento para una nueva institución, ya que apenas es posible mantener en pie a las comunidades que subsisten en la enseñanza”.

Cuando la Madre aclaró este asunto hasta en los más mínimos detalles al segundo Vicario General Maunier, que le ha­bían mandado a inspeccionar la casa, el Obispo se mostró dispuesto a conceder las debidas facultades a un Padre de la Abadía. Pero ya era demasiado tarde: el Padre Smith estaba enfermo y el Padre José había sido trasladado.

La pequeña comunidad se resintió por la incertidumbre del momento: una jubilada se fue, privándola de una dote de 12.000 francos que había prometido; la familia de una religiosa que había muerto le hizo perder otros dos mil; dos religiosas tuvieron que irse a casa y las que quedaron comenzaron a desa­nimarse por falta de un guía espiritual.

El 21 de mayo, el Padre José nos prometió que en septiembre nos haría una visita de dos o tres días. “Pero hasta que llegue ese día, anota Madre Le Dieu, ¡cuánta agua pasará bajo el puente! Nuevas murmuraciones, desconsuelos, temores. ¡Parecía que para vivir hubiéramos tenido que hacernos robertinas en 1869, onorinas en 1870 y norbertinas en 1871!”.

Los síntomas de una crisis eran evidentes y la Madre, para resolver los problemas de supervivencia, tuvo que afrontar un largo viaje.

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